A diferencia de lo que sucedió con las moradas de eternidad de los egipcios (las pirámides o los templos funerarios), sus moradas sobre la tierra han dejado pocas huellas. El uso casi exclusivo del adobe como material de construcción de viviendas ha provocado la desaparición de prácticamente toda la arquitectura civil del antiguo Egipto.
Aun así, los restos de algunas ciudades que fueron abandonadas mientras la civilización egipcia mantenía su vigor nos permiten conocer mejor cómo eran las casas. Tal es el caso de Amarna, la antigua Akhetatón, capital de Egipto durante el reinado de Akhenatón (1364-1347 a.C.), así como del poblado de Deir el-Medina, cerca de Tebas, donde vivieron los obreros que construyeron las tumbas del Valle de los Reyes. A partir de ambos yacimientos se pueden rastrear los diversos tipos de viviendas de los egipcios, desde las lujosas villas señoriales hasta los modestos hogares de las clases más humildes.
Las residencias de la élite
En Amarna se pueden encontrar grandes casas con jardín pertenecientes a la élite más cercana al faraón; vIviendas de las clases medias, en las que se incluye a artesanos y funcionarios, y casas pequeñas y amontonadas entre estrechos callejones, pertenecientes a las clases más populares. Una lujosa villa de la ciudad muestra las comodidades de las que disfrutaron los nobles durante el Reino Nuevo, la época clásica de Egipto. Una pared de adobe rodea la casa y el jardín para aislarlos del exterior. Una vez franqueada la entrada del jardín, encontramos alrededor los edificios dedicados a los servicios, como cocinas, talleres, almacenes, panadería, establos y graneros, lo que demuestra que las casas señoriales eran también unidades de producción.
Al fondo del jardín, ligeramente elevada sobre un zócalo, encontramos la vivienda. A la entrada, una columnata nos introduce en el vestíbulo. El techo de esta primera habitación, destinada a recibir las visitas, tenía una altura de unos tres metros, y lo sostenían diversas columnas de madera. Sobre el estuco blanco de las paredes había pinturas con motivos florales y geométricos. En la parte alta de los muros, diversas ventanas dejaban pasar el fresco y la luz. Las ventanas solían estar cubiertas de cortinas o persianas de fibra vegetal y, a veces, de celosías de piedra. El suelo estaba pavimentado con losetas de piedra. Unos bancos de adobe o esteras dispuestas en torno al hueco para el fuego construido en el centro de la sala servían para acomodar a los invitados.
En la parte alta de los muros, diversas ventanas, cubiertas de cortinas o persianas de fibra vegetal, dejaban pasar el fresco y la luz.

Maqueta funeraria de la tumba de Meketre que representa el jardín de una casa noble. MET, Nueva York.
Maqueta funeraria de la tumba de Meketre que representa el jardín de una casa noble. MET, Nueva York.
PD
A continuación se encontraba el espacio privado del propietario y su familia, donde otra sala de techo más alto, también sostenido por columnas, hacía de distribuidor de dormitorios y servicios. Era la sala de estar, con divanes para los señores de la casa y un altar de culto doméstico. Cerca del dormitorio principal se encontraba una sala de baño, con un recipiente para el agua y otro lleno de arena como retrete. Los criados cambiaban la arena cada día. En el distribuidor, una escalera conducía al techo-terraza, donde la familia solía dormir durante las calurosas noches del verano egipcio.
Una casa de estas características podía llegar a tener de 20 a 28 habitaciones entre dependencias, dormitorios, despachos y habitaciones privadas de la señora de la casa. En las villas de Amarna, la cocina y sus anexos se encontraban separados de la vivienda principal, mientras que en otras viviendas tradicionales la cocina se encontraba en un patio tras la casa. Al parecer, en las familias de la alta sociedad los cónyuges dormían en habitaciones separadas, y las mujeres tenían un espacio propio como gineceo, donde se acicalaban asistidas por sus doncellas.
Las viviendas humildes
Para describir una vivienda de familia trabajadora hay que trasladarse más al sur, a Deir el-Medina. En este poblado, cercado por un muro de adobe de unos cinco metros de altura, hay residencias de familias acomodadas, como la de Sennedjem, que desempeñaba el cargo de "servidor en la sede de la Verdad". Junto a ellas se conservan las viviendas de los trabajadores, situadas a ambos lados del estrecho callejón que cruza el recinto. Las casas, largas y estrechas, estaban pegadas unas a otras y llegaban hasta el muro que rodeaba el pueblo.
Las casas, largas y estrechas, estaban pegadas unas a otras y llegaban hasta el muro que rodeaba el pueblo.

Vista aérea de Deir el-Medina, el poblado de los constructores del Valle de los Reyes. En la imagen se aprecian los restos de las viviendas de la localidad.
Vista aérea de Deir el-Medina, el poblado de los constructores del Valle de los Reyes. En la imagen se aprecian los restos de las viviendas de la localidad.
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Desde el callejón, bajando unos escalones, se entraba en la primera sala-recibidor por una puerta de madera. El suelo, cubierto con un estuco de limo y cal formando cuadros, muestra la versión pobre de las losetas de piedra de las viviendas de los ricos. El estuco de las paredes, pintado de blanco, servía para detectar la presencia de animales molestos, como escorpiones o serpientes.
En un rincón de la habitación encontramos un pequeño habitáculo elevado al que se accedía por unos escalones, cercado por unas paredes de adobe a modo de baldaquín. Este habitáculo se ha encontrado en la mayoría de los hogares de Deir el-Medina. La aparición aquí de muchas representaciones del dios Bes, protector de la fertilidad, ha hecho suponer a los estudiosos que podría tratarse del lugar donde las mujeres alumbraban a sus hijos. Este espacio fue bautizado como lit-clos (cama cerrada) por su descubridor, Bernard Bruyère, y también representa el rincón de culto familiar.
la sala principal de una casa
A continuación aparece la sala principal y más amplia de la vivienda. El techo, más alto que en el resto de la casa, estaba sostenido por una columna, cuya base en piedra se conserva en todas las viviendas del recinto. La sala poseía unos ventanucos en la parte superior, así como un banco de adobe al fondo que se cubría con cojines y esteras. Una estrecha escalera conducía hasta un pequeño sótano-almacén.
En la sala principal, el techo, más alto que en el resto de la casa, estaba sostenido por una columna.

Modelo en barro de una casa egipcia, con un pórtico sostenido por dos columnas. MET, Nueva York.
Modelo en barro de una casa egipcia, con un pórtico sostenido por dos columnas. MET, Nueva York.
PD
Esta sala principal servía como comedor durante el día y como dormitorio durante las noches de invierno, puesto que en verano la familia dormía en la terraza, a la que se accedía mediante una escalera. A continuación encontramos otra habitación, más pequeña, donde las amas de casa hacían sus tareas domésticas y cuidaban de los niños, y que probablemente también se usaba como segundo dormitorio. De esta habitación se pasa al último espacio del hogar: un patio-cocina, sin techo para evitar la concentración de humos y, de paso, iluminar el interior, y un chamizo de ramas de palma para dar un poco de sombra.
Una estructura ingeniosa y práctica que demuestra que la arquitectura popular egipcia, aunque no produjo obras inmortales como los templos faraónicos, supo dar plena respuesta a las necesidades de alojamiento y de recogimiento familiar de la población.