A principios de siglo V una gran revuelta sacudió la satrapía más occidental del Imperio Persa: las ciudades griegas de Jonia se alzaron en armas contra el rey persa Darío I, y con el apoyo militar de Atenas (que envió una pequeña flota de 20 triremes) devastaron el interior de Asia Menor e incluso arrasaron la capital persa de Sardes.
Con todo el Imperio era demasiado grande y poderoso para ser desafiado por un puñado de polis rebeldes, y en cuanto Darío reunió un ejército lo suficientemente numeroso los jonios fueron derrotados de manera contundente por tierra y mar.
La venganza de Darío
Un vez hubo terminado con sus súbditos rebeldes, la mirada del gran rey persa se posó en las polis del otro lado del Egeo. Solo unas pocas ciudades griegas habían colaborado en el alzamiento (Esparta por ejemplo se mantuvo neutral), y todas ellas serían castigadas. Bajo el general Datis los persas arrasaron primero la isla de Naxos, para luego atacar Eretria, donde todos sus habitantes fueron muertos o esclavizados.

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Dárico de oro acuñado en el reinado de Darío I. La inmensa riqueza del rey persa le permitía mantener un enorme ejército de 50.000 hombres en campaña apoyados por una numerosa flota.
Foto: Wikimedia Commons
El próximo objetivo de la expedición punitiva era la propia Atenas, donde Datis pretendía establecer a su antiguo tirano Hipias como gobernante títere de Darío. La ciudad solo hacía unas décadas que se había convertido en democracia, pero todos los ciudadanos tomaron las armas, y liderados por los diez estrategos elegidos por la asamblea se prepararon para defender su recién adquirida libertad.

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Corredor griego en una copa ática pintada entre el 450 y el 400 a.C. Museo Nacional de Dinamarca, Copenhague.
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Un mensajero llamado Filípides fue enviado a Esparta para solicitar el apoyo de los Lacedemonios contra un enemigo que según ellos pretendía conquistar toda Grecia, pero estos respondieron que no podían ponerse en marcha hasta que terminara el festival de la Carneia con la llegada de la luna llena.

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La llanura de Maratón con el túmulo funerario en el que fueron enterrados los atenienses tras la batalla.
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De manera sorprendente los invasores asiáticos no navegaron directamente hacia Atenas, sino que desembarcaron en la bahía de Maratón, una ancha planicie en la costa norte del Ática desde la que marcharían por tierra hacia la ciudad. Los atenienses, reforzados por 1.000 hoplitas de su aliada Platea, fueron a su encuentro, pero cuando vieron el enorme ejército reunido por Darío empezaron a dudar de su capacidad de vencer a tan ingente hueste. Solo 10.000 griegos se enfrentaban a entre 25 y 50.000 persas (según los historiadores actuales).

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Milcíades, busto romano copiado de un modelo griego. Museo del Louvre, París.
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Por suerte para Grecia entre los estrategos de ese año había un antiguo veterano del ejército persa, Milcíades, quien tras luchar junto a Darío contra los escitas había terminado refugiándose en su Atenas natal tras perder el favor del rey. Conocedor de la poca armadura y los débiles escudos que llevaban los persas, convenció al polemarco o general en jefe ateniense Calímaco de que podían vencer a un enemigo tan superior en número; recomendando asimismo a sus conciudadanos de que avanzaran corriendo hacia el enemigo para sufrir durante menos tiempo los flechazos de los 10.000 arqueros de Datis.
Carrera a la victoria
Enfrentados al doble o más de enemigos los griegos formaron su habitual falange, pero con solo cuatro líneas de fondo en el centro para igualar la anchura de la línea enemiga, que contaba con más de diez hombres de profundidad. En un golpe de genialidad que Heródoto atribuye a Milcíades, los atenienses doblaron el número de hoplitas en los flancos, para derrotar con su empuje las dos alas persas y rodear así a su ejército en el medio.

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Un arquero persa decora el fondo de este kylix ático pintado por Epicteto en el siglo VI a.C. Museo Británico, Londres.
Foto: Wikimedia Commons
Algunos autores antiguos refieren asimismo que se añadieron numerosos esclavos al ejército griego, liberados por Atenas a cambio de su participación en la batalla en una desesperada medida para conseguir efectivos. En una época en la que cada hoplita debía costearse su equipo y por lo tanto ser razonablemente rico, estos hombres fueron seguramente armados por la polis con hondas y jabalinas, para disparar contra los persas desde detrás de la falange.
Si bien los persas ya habían derrotado a fuerzas griegas con anterioridad la inesperada carrera de los atenienses los cogió totalmente desprevenidos, de manera que solo pudieron lanzar unas pocas andanadas de flechas antes del brutal choque entre ambos ejércitos.

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Los griegos combaten contra los persas en Maratón, al fondo se puede ver la flota de invasión. Ilustración de Walter Crane para la Historia de Grecia de Mary Macgregor, publicada en Londres en 1913.
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Con su caballería embarcada todavía en la flota a los persas no les quedó otra que enfrentarse a los hoplitas en un combate frontal. Poco a poco la masa de su centro logró imponerse a la endeble línea ateniense, pero como Milcíades había previsto los dos flancos griegos lograron superar a sus oponentes y rodear al enemigo, que atrapado emprendió la huida hacia las naves ancladas en la bahía.

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Combate entre un griego y un persa en una ánfora ática de principios del siglo V a.C. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.
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Fue en ese momento cuando se produjeron la mayor parte de bajas entre los griegos, pues parapetados en las altas bordas de sus triremes los persas lograron rechazar un ataque tras otro mientras los remeros bogaban desesperadamente por alejarse. Así cayó el estratego Cinegrio, a quien cortaron una mano de un hachazo cuando intentaba subir a bordo, y el propio Calímaco fue abatido dejando los laureles de la victoria al astuto Milcíades. Según Heródoto los atenienses lograron capturar solo siete naves del total, acabando con 6.400 persas a cambio de la irrisoria cifra de 192 bajas.

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Los persas son empujados hasta sus naves en una imagen de la Historia de las Grandes Naciones, publicada en 1900 por John Steeple Davis.
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Pese a ello los atenienses comprobaron con horror que los persas no huían hacia el este de vuelta a Persia, sino que se dirigían hacia el sur en dirección a Atenas. Datis no se había dado todavía por vencido, y pretendía atacar con su flota la desguarnecida ciudad, que era una presa fácil al no contar con murallas defensivas.
Atenas salvada
De este modo los griegos emprendieron la segunda carrera del día para adelantarse a los persas y salvar a sus familias, recorriendo a marcha rápida los 43 kilómetros que separan el campo de batalla de la ciudad, en una carrera que ha inspirado las maratones modernas. Afortunadamente los atenienses lograron alcanzar su meta antes que los asiáticos, y desplegados en formación en el puerto del Pireoimpidieron el desembarco.

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Los inmortales. La guardia personal del gran rey persa representada en ladrillos coloreados del palacio de Darío I en Susa. Museo de Pérgamo, Berlín
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La victoria suponía no solo la supervivencia de una simple ciudad, sino de la idea misma de la democracia, preservada del tiránico rey persa y su marioneta Hipias. Así fue entendido por los dramaturgos y políticos de toda Grecia, que en el futuro presentarían la batalla y sus participantes de forma heroica como el mejor ejemplo de virtudes cívicas y defensa de la libertad.

The helmet of Miltiades at the National Archaeological Museum of Athens zeus olympia
Este casco corintio fue ofrecido por Milcíades en el templo de Zeus de Olimpia para agradecer la victoria a los dioses.
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Estos Maratonomaches (luchadores de Maratón) se convertirían con el tiempo en el ejemplo predilecto de los conservadores en Atenas, quienes defendían el predominio de la clase media de propietarios sobre la turba que dominaba las votaciones en época de Pericles (cuyos héroes por el contrario eran los remeros de Salamina).

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El soldado de Maratón. Óleo de Luc-Olivier Merson en el que se muestra el legendario episodio de Filípides inventado por Luciano de Samosata. Colección privada.
Foto: Wikimedia commons
Como nota final cabe destacar el mito de Filípides, quien según la leyenda llegó a Atenas antes que el ejército tras recorrer el camino sin detenerse y murió a causa del esfuerzo tras pronunciar la palabra Niké “victoria” en el ágora. Esta historia no es recogida por Heródoto (que no le menciona tras su embajada a Esparta) ni por ningún autor contemporáneo, y de hecho solo aparece siglos después con Luciano de Samosata, un autor romano del siglo II d.C. de escasa fiabilidad.
Lo que sin duda es cierto es que la batalla marcó el inicio de la resistencia griega a Persia, y el inicio de una larga guerra que terminaría con la expulsión definitiva del invasor asiático tras batallas tan famosas como las Termópilas, Salamina y Platea.