Procedimiento legal en el Antiguo Régimen

Juicios de impotencia, así podían conseguir el divorcio las mujeres francesas

Durante el Antiguo Régimen, obtener el divorcio era algo casi imposible en muchos países católicos. Pero algunas nobles francesas encontraron una curiosa manera de conseguirlo: acusar a sus maridos de impotencia, un procedimiento que requería de un morboso procedimiento judicial.

La noche de bodas

La noche de bodas

"La noche de bodas", por James Gillray

Foto: British Museum

Amarse y respetarse hasta que la muerte los separase: la Iglesia católica se tomaba muy en serio esta fórmula y, durante el Antiguo Régimen, raramente permitía un divorcio. Una de las pocas excepciones que hacía era cuando la pareja no era capaz de tener hijos, bien por esterilidad o por impotencia del marido, ya que el propósito fundamental del matrimonio era la procreación.

 

Esta excepción dio origen, en Francia, a una argucia que utilizaban algunas aristócratas para obtener la bendición de la Iglesia para divorciarse de sus maridos: acusarles de impotencia, o en términos legales, de “injuria de no-consumación”. Este era un procedimiento legal y regulado que requería de un verdadero “juicio de impotencia”: una serie de demostraciones bastante vergonzosas y humillantes para el marido acusado, que debía demostrar la falsedad de los cargos, y morbosas para el público. El historiador Pierre Darmon las detalla en su libro Condenando a los inocentes: Historia de la persecución de los impotentes en la Francia prerrevolucionaria.

Los llamados juicios de impotencia eran casi la única manera que tenían las nobles de escapar de los matrimonios no deseados

El procedimiento apareció alrededor del año 1300 y alcanzó su apogeo durante los siglos XVI y XVII, cuando según Darmon los tribunales se vieron desbordados por una “marea de acusaciones”. Puesto que entre la aristocracia los matrimonios concertados eran la norma, las nobles encontraron en esta disposición legal una manera de escapar a los enlaces no deseados; además, si les habían casado con un hombre de edad avanzada, tenían bastantes posibilidades de que la treta funcionase.

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Las fases del juicio

 

Los así llamados juicios de impotencia constaban de dos fases en las que el acusado tenía la oportunidad de demostrar que sus capacidades amatorias eran plenamente funcionales. En la primera, debía probar delante de un jurado compuesto por médicos, eclesiásticos y mujeres casadas que su miembro poseía adecuada “tensión elástica” y “movimiento natural” -hablando en plata, que se le levantaba- y, si estas eran satisfactorias, ejecutar también una “prueba de eyaculación”. Si la “ansiedad por cumplir” ya puede ser un problema en circunstancias íntimas, con seguridad lo era mucho más delante de un jurado que debía emitir un veredicto del que dependía la fortuna y la reputación de uno.

 

Según Darmon, muchos no superaban esta prueba y se veían abocados a la segunda fase del juicio, más humillante y morbosa si cabe que la primera: la “prueba del coito”. En esta, el acusado tenía de nuevo la “oportunidad”, si se le podía llamar así, de demostrar su virilidad de forma directa. Se acordaba un lugar y el marido disponía de un par de horas para probar que podía cumplir las obligaciones conyugales para con su mujer; la cual, teniendo en cuenta que quería divorciarse, obviamente no estaría muy participativa. Las mujeres del jurado se situaban junto al lecho para asegurarse de que el acusado no hacía trampas, mientras que los médicos y eclesiásticos se retiraban detrás de una fina cortina: un panorama ideal para producir una ansiedad aún mayor que en la primera fase. Consumado el acto o transcurrido el tiempo establecido, los médicos valoraban si la eyaculación había sido lo bastante abundante para considerarse satisfactoria y daban parte a los eclesiásticos para que emitieran el veredicto.

Escena de un manuscrito en la que un eclesiástico acredita la consumación del matrimonio

Escena de un manuscrito en la que un eclesiástico acredita la consumación del matrimonio

Foto: CC

Escarnio público

 

No es que este procedimiento estuviera reservado a la aristocracia, pero las nobles eran prácticamente las únicas que podían permitírselo económicamente. No solo había que pagar el juicio sino también todo el personal necesario para él, como el juez, los testigos y los médicos, además de los lugares para realizar las “pruebas”, que debían realizarse en “terreno neutral”; es decir, fuera del dormitorio habitual de la pareja, un motivo más de ansiedad para el acusado.

 

A medida que este procedimiento se popularizaba, se convirtió en un verdadero espectáculo que no ayudaba precisamente a la tranquilidad. En las grandes ciudades, los artistas callejeros se burlaban del acusado con canciones y obras de teatro, se hacían apuestas sobre el resultado del juicio y, el día de las pruebas, acusado y acusadora eran recibidos entre vítores y abucheos por sus partidarios y detractores o por quienes habían apostado por ellos, como si se tratase de una carrera de caballos.

Trial by jury

Trial by jury

"Trial by jury" es una ópera cómica de 1875, con libreto de W.S. Gilbert y música de Arthur Sullivan. Satiriza los procedimientos legales en torno al matrimonio; en este caso, la ruptura de un prometaje.

Foto: David Henry Friston

Entre la vergüenza y la presión por las consecuencias, las posibilidades de fracaso eran altas y, de hecho, muchos no superaban el juicio. Además del divorcio, el acusado debía soportar el escarnio público de ser declarado impotente por un jurado. Según Darmon, la mayoría se trasladaban a algún lugar lo más lejano posible donde su reputación no hubiese llegado, algo que tampoco era fácil: si se trataba de un personaje famoso se componían canciones de burla sobre él y, con la invención de la imprenta, podía convertirse en la comidilla del momento hasta que que le tocase al próximo desgraciado. Algunos, sin embargo, lograban escapar a los rumores o, incluso, demostrar que su fracaso había sido resultado de los nervios y la vergüenza teniendo prole con una nueva esposa.

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