Un suicidio democrático

Cuando Sócrates fue condenado a muerte

Los atenienses juzgaron en el año 399 a.C. al filósofo para quien el principio de toda sabiduría era confesar que no se sabía nada. Acusado de impiedad, fue condenado a beber cicuta.

BAL 50075

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Este óleo de Charles Dufresnoy muestra el momento en que Sócrates bebe la cicuta que lo conducirá a la muerte ante el dolor de sus discípulos. Siglo XVII. Galería Palatina, Florencia.

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Corría el año 399 a.C. cuando el filósofo Sócrates, ya septuagenario, fue llevado a juicio en Atenas, acusado por sus enemigos de un grave delito: impiedad. Conocemos bien el texto de la acusación, que decía así: «Presenta denuncia bajo juramento Meleto, hijo de Meleto, del demo de Pitto, acusando a Sócrates, hijo de Sofronisco, del demo de Alópece: Sócrates comete el delito de no reconocer a los dioses en que cree la ciudad, e introduce nuevas divinidades. También delinque corrompiendo a los jóvenes. Pena solicitada: la muerte». 

El delito de impiedad (asébeia) se había introducido en la legislación ateniense hacía unas décadas. Un tal Diopites, tal vez un sacerdote o adivino, lo había propuesto durante la guerra del Peloponeso, y desde entonces ya se había aplicado en otros casos, casi siempre con intención de perseguir a un rival político. Tal fue el caso de Sócrates. Su acusador, Meleto, un joven poeta o un trágico de poca valía, actuaba en nombre de otros dos personajes llamados Ánito y Licón, bien conocidos como políticos demócratas en Atenas. 

El propósito último de la acusación era claro: querían silenciar para siempre a un individuo demasiado molesto como crítico de las tradiciones y al que muchos identificaban como un sofista más, es decir, como uno de aquellos falsos sabios que habían introducido el despego a la religión e ideas perturbadoras entre la juventud. Otros recordarían que entre los amigos y secuaces de este extraño «sabio» callejero habían estado el gran Alcibíades y el tiránico Critias, dos políticos a los que muchos consideraban enemigos de la democracia. 

009 athens

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Tetradracma con la efigie de la diosa Atenea en el anverso, acuñada en Atenas. Año 455 a.c.
 

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Habían pasado cinco años del final de la guerra del Peloponeso, y aunque una amnistía general había puesto fin a las disensiones entre el partido oligárquico –que había patrocinado en 404 a.C. el régimen de los Treinta Tiranos– y el bando popular, que logró pronto la restauración de la democracia, sin duda quedaban muchos rencores en la sombra entre los atenienses. En tal ambiente y con esas notas de trasfondo se planteaba el juicio del inquietante Sócrates. 

Tranquilo y desafiante 

Sócrates fue juzgado por un tribunal popular. Éste, compuesto por 500 o 501 ciudadanos, debía dar su sentencia tras escuchar al acusador y al acusado. Platón y Jenofonte, dos de los discípulos de Sócrates , recogieron el largo discurso que el filósofo pronunció en esa ocasión. Decidido a evitar cualquier gesto de súplica, Sócrates expuso la conducta que había mantenido toda su vida, que en su opinión siempre había estado al servicio de la verdad y de la educación de sus conciudadanos. 

Declaró que nunca había actuado como sofista, pues ni daba clases ni cobraba por ellas ni tenía escuela, y que siempre fue un buen ciudadano. Como prueba de esto último recordó su participación en las batallas de Potidea, Anfípolis y Delion, durante la guerra del Peloponeso. También negó que fuera un enemigo de la democracia, pues se había negado, afrontando con ello un peligro personal, a obedecer un mandato de los Treinta Tiranos. 

The Debate Of Socrates And Aspasia

The Debate Of Socrates And Aspasia

Sus relaciones con Aspasia (arriba), esposa de Pericles, y Alcibi´ades volvieron a So´crates sospechoso a ojos de los demo´cratas. O´leo por Nicolas Monsiau. 1801.

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Sócrates insistió en que su propósito no era intervenir en los asuntos y procesos de la democracia, sino únicamente perfeccionar la moral de los ciudadanos instándoles a que se cuidaran de saber lo esencial. De ahí su hábito de preguntar a unos y otros qué era la virtud, la justicia, la piedad, el auténtico bien, animándoles a buscar respuestas a esas cuestiones sin preocuparse del dinero o el poder. Sócrates se atrevió incluso a recordar cómo el oráculo de Delfos, consultado en cierta ocasión por su viejo amigo Querefonte, le había reconocido como «el más sabio de los griegos». Él mismo no comprendió al principio esta sentencia, hasta que descubrió que era por reconocer que no sabía nada. 

La apología entonada por Sócrates debió de parecer desconcertante, y a la vez un tanto arrogante, a la mayoría de los jueces, que lo declararon culpable, aunque tan sólo por una pequeña diferencia de votos. En Atenas, los condenados en esta primera votación tenían el derecho de proponer una pena alternativa a la solicitada previamente por la acusación, que en el caso de Sócrates era la muerte. 

Una condena unánime 

El filósofo pronunció seguidamente un segundo discurso en el que se reafirmó en su actitud e insistió en presentarse como un benefactor de todos sus conciudadanos. Como tal, proponía a los jurados que se le mantuviera en el Pritaneo (el ayuntamiento de Atenas), subvencionado por la ciudad como si fuese un héroe o un vencedor de los Juegos Olímpicos. Sócrates agregó que, por complacer a sus amigos, aceptaría pagar una pequeña multa, pero a lo que no estaba dispuesto era a cambiar de conducta, porque no temía a la muerte. 

Bell Krater with Two Female Acrobats, and Cupids Attending a Woman LACMA 50 9 45 (1 of 2)

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Aristófanes hizo sarcásticas críticas de la sociedad de su tiempo, algo a lo que sus conciudadanos eran muy aficionados. En la imagen, bailarines en un ánfora. Siglo v a.C. Museo de Arte de los Ángeles.

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Además, en el Más Allá su alma podría encontrarse con gente muy digna y continuar allí sus diálogos: «Pasar el tiempo examinando e investigando a los de allí, como ahora a los de aquí, para ver quién de ellos es sabio, y quién cree serlo y no lo es [...] sería el colmo de la felicidad». Tras este alegato se celebró la segunda votación, en la que el jurado lo condenó a muerte por una mayoría de 280 frente a 220 votos, bastante más holgada que la anterior. En unas breves palabras de despedida, Sócrates perdonó a los jueces e insistió en que nadie sabía si la muerte es un bien o un mal. 

El final de un filósofo 

Aunque la ejecución de los condenados a muerte solía ser casi inmediata a la lectura del veredicto, en el caso de Sócrates se retrasó un mes. El juicio había coincidido con las fiestas Delias, en las que un barco iba de Atenas a la isla de Delos para el festival en honor de Apolo. En ese tiempo no era lícito ejecutar a nadie, y sucedió que los vientos retrasaron la vuelta del navío esos treinta días. 

Durante ese período, los amigos pudieron acudir a visitar al preso y charlar con él. En el diálogo de Platón titulado Dión se cuenta cómo sus discípulos le propusieron una fácil fuga de aquella prisión, a lo que Sócrates se negó, pues quería obedecer las leyes de la ciudad en la que siempre había vivido. En el Fedón, Platón cuenta la conversación de Sócrates con sus amigos en las últimas horas de su vida.

El filósofo trató de consolarlos discutiendo sobre la inmortalidad del alma, con varios argumentos y un relato mítico sobre el juicio de las almas en el otro mundo celeste. Finalmente, Sócrates se despidió de ellos, bebió la cicuta y murió cuando el veneno le paralizó el corazón. Antes dejó una frase enigmática: «¡Debemos un gallo a Asclepio!», ¿Era ironía, porque Asclepio es el salvador divino de las enfermedades y Sócrates iba a curarse ya de la del vivir? 

BAL 4162564

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Retrato de Sócrates, cromolitografía del siglo XX.

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Fue esa muerte admirable, muy pronto sentida como un escandaloso crimen de la democracia ateniense, lo que convirtió a Sócrates en una figura emblemática de la libertad intelectual, un paradigma del auténtico sabio, ejemplo del pensador dispuesto a defender sus convicciones morales contra viento y marea.