Antes incluso de que cantara el gallo, el visir ya estaba en pie, listo para comenzar su labor en tan alto puesto. Como cada día, nada más levantarse de la cama había hecho uso del excusado que tenía junto a la habitación (como en todas las grandes mansiones de la ciudad), se había dado una ducha a cubetazos dejados caer por sus sirvientes (el agua vertida se sumaba a la de albañal que corría por el centro de la calle) y se había puesto un faldellín limpio, cubierto por una túnica plisada, larga y transparente, siguiendo la última moda de la dinastía XVIII.
Daba así inicio la jornada del más alto funcionario del antiguo Egipto, el visir, hombre de confianza del soberano y responsable último de la administración, la justicia e incluso la política exterior del Estado faraónico. Conocemos cómo se desarrollaban las ocupaciones diarias de estos personajes gracias a un texto titulado La investidura del visir, inscrito en los muros de las tumbas de varios visires de la dinastía XVIII.
La audiencia matutina
Tras acicalarse y tomar algún tipo de refrigerio matutino (seguramente cerveza, algunas tajadas de carne y algo de fruta), el visir pasaba a la zona de recepción de su casa. Allí, en el salón central sostenido por columnas de madera –una estancia típica de las casas señoriales egipcias–, se sentaba a esperar la llegada de los servidores que lo mantenían informado sobre lo que sucedía en todos los rincones del país; no sólo del valle del Nilo, sino también de los territorios controlados por Egipto en Siria-Palestina y en Nubia. Uno tras otro, los mensajeros llegados durante la noche se mezclaban con los funcionarios a la hora de presentar sus noticias, en un flujo de información que no dejaba de crecer.
Tras acicalarse y tomar algún tipo de refrigerio matutino, el visir se sentaba a esperar la llegada de los servidores que lo mantenían informado sobre lo que sucedía en todos los rincones del país.

El visir Kagemni. Relieve pintado de su tumba en Saqqara. Dinastías V y VI.
Foto: Sémhur (CC BY-SA 4.0)
Así describe estos primeros momentos del día un texto llamado Los deberes del visir: "Se le debe informar del cierre de las cámaras selladas a la hora correcta, así como de su apertura a la hora correcta. Se le debe comunicar el estado de las fortalezas del Delta y del Norte, así como todo lo que salga de la Casa del Rey. Y también se le tiene que indicar todo lo que entre en la Casa del Rey. Además, se le tiene que comunicar todo lo que salga de los pisos de la Residencia [el palacio real], ya sea porque entra o porque sale. Sus agentes organizan las entradas y las salidas".
Bien provisto de estas valiosas informaciones, era el momento de encaminarse hacia la Residencia para abrir sus puertas a los numerosos funcionarios empleados en ella e informar a su soberano; porque el visir se encargaba de todo el trabajo, pero quien tenía la última palabra sobre cualquier cuestión era el monarca de las Dos Tierras. Como no podía ser menos, la apertura de las puertas del palacio seguía un ritual, en el cual el visir se acercaba con paso decidido a la entrada de la "gran puerta", donde le esperaba el supervisor de los tesoreros, quien se adelantaba para informarle: "Todos los asuntos están bien y prosperan. Todos los funcionarios me han pasado el informe siguiente: 'Todos los asuntos están en buen estado y prosperan. La Casa del Rey está en buen estado y prospera'".

Estela del visir Nefermaat procedente de su mastaba en Meidum. Museo del Louvre, París.
Foto: PD
A lo cual el visir le respondía en términos parecidos, pero referidos a todos los ministerios de la Residencia y al sellado de las puertas realizado el día anterior al concluir la jornada. Entonces, cuando había quedado claro que todo estaba en orden, el visir enviaba a los funcionarios correspondientes a abrir las puertas del palacio para que pudieran entrar y salir todos aquellos que tuvieran que resolver algún asunto en su interior.
Una agenda muy apretada
Desde que entraba en la Residencia, la vida del visir se convertía en un caos ordenado, sin un guión previo, aunque seguramente su agenda diaria era bien concreta, porque sobre sus hombros recaían todas las decisiones. El faraón era el centro de Egipto: sus deseos eran órdenes y su palabra era la ley, pero sus obligaciones religiosas y ceremoniales eran tan absorbentes que nunca hubiera podido gobernar el valle del Nilo si no hubiera contado para ello con un nutrido grupo de funcionarios repartidos por todo el país, encabezados desde la capital por el visir, un segundo que estaba al mando de todo y que se encargaba de representar al monarca ante el pueblo.
Aunque en algunas ocasiones hubo dos visires, uno para el Alto Egipto (el valle del Nilo) y otro para el Bajo Egipto (la zona del Delta), lo normal era que una única persona representase al soberano. Así lo podemos ver en la tumba del visir Rekhmire, donde éste es descrito en los términos siguientes: "El noble, el príncipe, el intendente de los intendentes, el hombre de los secretos, que penetra en los santuarios; no hay puerta entre el dios [es decir, el rey] y él".
Aunque en algunas ocasiones hubo dos visires, uno para el Alto Egipto y otro para el Bajo Egipto, lo normal era que una única persona representase al soberano.

Estatua de Hemiunu, visir y arquitecto del faraón Keops. Dinastía IV. Museo Roemer und Pelizaeusmuseum, Hildesheim.
Foto: Einsamer Schütze (CC BY-SA 3.0)
Sin duda, el visir se reunía con el faraón varias veces a lo largo del día para mantenerlo puntualmente informado de todo lo que acontecía en sus dominios. Como resulta lógico, unos monarcas se implicaron más que otros en el gobierno del país, pero nos resulta imposible decidir quiénes fueron los soberanos más comprometidos con la administración del país del Nilo.
En todo caso, el visir recibía noticias e informes por escrito a lo largo de toda la jornada. Algunos de estos mensajes se escribían en papiro, pero, como se trataba de un material caro, en muchos casos se utilizaban ostraka: lascas de piedra o fragmentos de cerámica utilizados como soporte de la escritura. El texto del ostracón Toronto A 11 es un ejemplo perfecto del tipo de noticias con las que lidiaba a diario el visir: "El escriba Nebre comunica a su señor [...] el prefecto de la ciudad y visir, que administra justicia, Paser [...]: El poblado, oh faraón, vida, fuerza, salud, que se encuentra bajo la autoridad de mi señor está en excelente orden y cada puesto de vigilancia que se encuentra en su vecindad está seguro. En cuanto a los sirvientes del faraón, vida, fuerza, salud, que se encuentran en él, se les están entregando los salarios que les garantizó mi señor".
La justicia del visir
Por si fuera poco todo este trajín de cartas y datos, el visir tenía que encontrar tiempo para velar por el mantenimiento de la maat, la justicia, porque también era el encargado de juzgar los delitos más graves y hacerlo con total equidad, como exigía su cargo. Él y el faraón eran el tribunal supremo al que cualquiera podía recurrir. El texto de la tumba de Rekhmire describe cómo se desarrollaba la audiencia diaria: "Estará sentado en una silla, con una alfombra en el suelo y un estrado encima de ella, un cojín en la espalda, un cojín debajo de sus pies [...] un bastón en su mano; los cuarenta rollos de piel [documentos legales y sentencias anteriores] estarán abiertos delante de él".
El visir tenía que encontrar tiempo para velar por el mantenimiento de la maat, la justicia, porque también era el encargado de juzgar los delitos más graves y hacerlo con total equidad.
Así transcurría la vida cotidiana del visir: entre reuniones con unos e informes de otros, visitas al soberano, promulgación de sentencias judiciales, lectura de cartas, redacción de correspondencia diplomática y asistencia a todo tipo de ceremonias. En ocasiones, viajar por el país se convertía en una necesidad que le obligaba a estar alejado de la capital durante un largo período de tiempo, como cuando se encargaba de organizar la fiesta sed del soberano (un ritual que servía para regenerar la fuerza vital del faraón), y entonces su actividad diaria se modificaba.

Cortejo funerario en la tumba del visir Ramose. Dinastía XVIII.
Foto: Cordon Press
Sin duda, el visir contaba con infinidad de ayudantes y tenía sus momentos de asueto, pero parece que, en este caso, los privilegios de los que disfrutaba se los ganaba con creces por su dura labor al servicio del soberano. Con la caída de la noche, acabado el trajín de la Residencia, el visir se retiraba a su casa, donde recibía el informe de que las puertas del palacio habían quedado perfectamente selladas para la noche. Todo estaba tranquilo y en orden gracias a la dedicación y solicitud del primer ministro, que por fin podía gozar de unos momentos de sosiego.