Sin duda, no fue un monarca afortunado. A pesar de su fama de vividor y su entrega al lujo, no parece que Jerjes lograra disfrutar de sus cuatro lustros de reinado. Menos dotado para los asuntos de gobierno que su padre Darío I, las informaciones disponibles, muy contrarias a su persona, lo dibujan como un hombre más inclinado a los placeres de corte que al ejercicio del buen gobierno.
Tal habría sido la causa, según el relato del historiador griego Heródoto, del fracaso de la gran invasión de Grecia que Jerjes lanzó en el año 481 a.C. Sin embargo, sería un error reducir su reinado a ese episodio y creer a pie juntillas todo lo que dice Heródoto en su historia –pese a que, sin duda, estaba muy bien informado sobre el modo de vida de los persas, quizás a través de un nieto del propio Jerjes, Zópiro, quien hacia 440 a.C. se refugió en Atenas–.

PERSIA, Achaemenid Empire temp Darios I to Xerxes I Circa 505 480 BC AV Daric (14mm, 8 32 g)
Moneda del reinado de Jerjes, siglo V a.C.
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Jerjes fue el monarca más poderoso de su tiempo, y así lo ponen de manifiesto las inscripciones en su honor halladas en Persépolis y Susa, como la que dice: «Yo [soy] Jerjes el gran rey, el rey de reyes, el rey de los pueblos en los que viven todo tipo de gentes, el rey de esta tierra grande e inmensa, el hijo del rey Darío, un aqueménida».
Jerjes accedió al trono a los 35 años, a la muerte de Darío I. En sus primeros años de gobierno debió consolidar su poder al frente del vasto Imperio persa. Muy pronto, entre 485 a.C. y 484 a.C., tuvo que sofocar una rebelión en Egipto, a la que siguieron otras por todo el Imperio. De entre ellas destacó la de Babilonia, donde incluso fue asesinado el sátrapa o gobernador persa. La consiguiente represalia de Jerjes no se hizo esperar.

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El rey Darío, padre de Jerjes, aparece entronizado en este relieve. Museo Arqueológico, Teherán.
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Mandó destruir la muralla de la ciudad y el Esagila, el templo del dios supremo de los babilonios, Marduk, cuya estatua de oro fundió para que no pudiera volver a sancionar el nombramiento de un nuevo monarca. Babilonia nunca volvería a recobrar su antiguo esplendor. En una famosa inscripción de su reinado se cita la destrucción del santuario de los daiva, es decir, de los dioses de un territorio sublevado, que no se puede identificar con seguridad. Pese a este episodio, no parece que la intolerancia religiosa haya sido norma habitual en la política de Jerjes.
La situación de inestabilidad en los territorios imperiales persistió hasta el año 482 a.C.; sólo entonces logró Jerjes controlar el Imperio como lo había hecho su padre Darío. También fue en ese momento cuando, a imitación de su progenitor, Jerjes planeó una gran campaña contra Grecia, para conquistar definitivamente aquel territorioy vengar la derrota que los persas habían sufrido pocos años antes en la batalla de Maratón, en 490 a.C. Para esta segunda guerra médica, Jerjes movilizó un contingente impresionante, que según Heródoto ascendía a 1.700.000 hombres; aunque los historiadores actuales lo reducen a 250.000, se trata de una cifra impresionante de por sí y nunca vista anteriormente.

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Durante el reinado de Jerjes se completaron algunas grandes estructuras en Persépolis, como la Puerta de Todas las Naciones (arriba), a la que se accedía por una gran escalinata.
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El primer acto de esta nueva contienda está marcado por el famoso episodio de la construcción de un puente de embarcaciones para permitir el paso de la infantería de un lado al otro del Helesponto. Una tempestad dio al traste con el empeño; irritado, Jerjes, ordenó que se dieran trescientos latigazos al mar, según cuenta Heródoto. En un segundo intento, el ejército imperial puso pie en suelo europeo y se dirigió hacia las Termópilas.
El único logro de los griegos que se sacrificaron en el afamado desfiladero fue retrasar el avance persa. No obstante, aquel gesto sirvió desde entonces y para siempre como emblema del arrojo espartano y del amor de los griegos a la libertad. En efecto, a pesar de la inmolación de Leónidas y sus trescientos hombres, los persas entraron en territorio beocio, tomaron Tebas y, a continuación, Atenas, cuya Acrópolis fue saqueada. El templo de madera de Atenea fue incendiado y sobre sus ruinas se erigiría más tarde el Partenón.
Una derrota imprevista
La flota persa de invasión, compuesta principalmente por naves fenicias, sufrió en el año 480 a.C. un grave revés en las costas de Salamina, la isla en la que se habían refugiado los atenienses que habían desalojado el Ática ante el avance persa. Cuenta Heródoto el artificio teatral montado por el Gran Rey para seguir el curso de la naumaquia. Hizo instalar en un altozano un trono desde el que era visible el estrecho de Salamina, por el que habían de avanzar sus barcos, y desde allí dictaba el nombre de sus generales a los escribas. No podía esperar que el astuto Temístocles le ganaría la partida al organizar una emboscada naval que culminó con una rotunda victoria griega. La derrota forzó a Jerjes a retirarse a Asia y dejó al mando de su general Mardonio los asuntos de Grecia, que seguía casi en su totalidad bajo dominio persa.

Leónidas en las Termópilas, por Jacques Louis David
El rey Leónidas se midió con el imponente ejército del rey persa en el paso de las Termópilas, al frente de trescientos espartanos. óleo por Jacques-Louis David. siglo XVIII. Museo del Louvre, París.
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Al verano siguiente, las tropas persas se enfrentaron a una gran coalición griega en Platea. Cuando la contienda se inclinaba del lado persa, la muerte de Mardonio cambió el curso del enfrentamiento. Las tropas del Gran Rey fueron de nuevo vencidas. Entonces Jerjes perdió interés por los asuntos griegos, probablemente porque el botín de guerra jamás podría satisfacer los gastos extraordinarios que requeriría una nueva campaña. No por ello dejó Jerjes de trasladar a Susa buena parte del botín obtenido en su campaña de Grecia. Numerosas obras de arte fueron a parar a la corte persa, como las estatuas de Harmodio y Aristogitón, los tiranicidas que habían acabado con los Pisistrátidas en Atenas. Un siglo y medio después serían recuperadas por Alejandro Magno.
Tras la campaña griega, el reinado de Jerjes se redujo a asuntos de política interior. Se ha sugerido que el monarca rompió con la tradición universalista implantada por Darío I y se manifestó como un rey nacionalista, el monarca persa inspirado por Ahura Mazda, el dios al que invoca repetidamente en las inscripciones que se conservan, como las de su tumba en Naqs-i Rustam.

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Friso de los arqueros, en Persépolis. algunos edificios estaban decorados con estos frisos esmaltados que representan a los inmortales, la guardia personal del gran rey. Museo de Pérgamo, Berlín
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Heródoto describe con detalle el sistema administrativo y los recursos materiales del Estado aqueménida y enumera los pueblos que abarcaba, mencionando para cada uno los impuestos de las satrapías. Jerjes llevó a cabo asimismo una notable actividad constructiva, sobre todo en Persépolis, donde completó el palacio de la Apadana de su padre Darío. Una inscripción evoca esta faceta de su reinado: «Al hacerme rey, construí muchas maravillas. Conservé lo que se había construido bajo mi padre y añadí otros edificios. Todo lo que yo construí y lo que mi padre construyó fue construido con el favor de Ahura Mazda».
Intrigas palaciegas
Al mismo tiempo, el palacio de Jerjes en Susa fue escenario de toda suerte de intrigas. Este ambiente queda reflejado en el libro bíblico de Ester, una especie de novela histórica sobre una doncella judía que se convirtió en concubina y esposa de Asuero –el nombre que se da en la Biblia a Jerjes– y que logra desbaratar el plan de un ministro persa para aniquilar totalmente a la comunidad judía del Imperio persa. Heródoto, por su parte, cuenta también los secretos de la vida palaciega en Susa y las intrigas de los cortesanos con detalles fidedignos y desenlaces a menudo sangrientos.
Por ejemplo, la relación de Jerjes con la esposa de su hermano Masistes propició una terrible venganza por parte de la mujer del rey, Amestris. Ésta, según Heródoto, «ordenó que le cortaran los pechos –que mandó arrojar a los perros– y que le arrancaran la nariz, las orejas, los labios y la lengua, enviándola luego a su casa terriblemente mutilada». Amestris alcanzó una edad avanzada y, según Heródoto, como agradecimiento a los dioses mandó enterrar vivos a catorce jóvenes de familias nobles.

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En Naqs-i Rustam, al norte de Persépolis, cuatro soberanos aqueménidas excavaron sus tumbas en la roca, con fachadas en forma de cruz: Darío I, Jerjes I, Artajerjes I y Darío II.
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En cuanto a Jerjes, murió víctima de una conspiración de palacio, a manos de Artabano, su hazarapeta o visir. Las luchas en la corte se prolongarían con el asesinato de Darío, el hijo y sucesor de Jerjes, hasta que al final tomó el poder Artajerjes I, otro de sus hijos.