En el año 1501, el rey Ismail I se proclamó shahanshah, “rey de reyes”, tras una gran victoria contra las tribus turcomanas que gobernaban el altiplano iraní. Era el título que habían ostentado los emperadores persas durante mil años, antes de que el país cayera en manos de los árabes en el siglo VII d.C., y tenía un significado muy preciso: después de casi nueve siglos dividida y gobernada por extranjeros o por dinastías regionales, Persia volvía a ser un imperio unido.
Era el nacimiento del Imperio Safávida -que toma el nombre de la Safaviyya, una orden sufí de la que procedía Ismail I-, uno de los periodos de mayor esplendor de esta nación milenaria, y muy significativo para la construcción del Irán moderno. Los gobernantes safávidas supieron aprovechar lo mejor del legado persa, árabe, mongol y timúrida para crear un estado unificado y eficiente que solventara los dos problemas que habían conducido a la caída de los imperios persas de la Antigüedad: la falta de una unidad nacional y de una organización central eficiente.

La plaza de Naghsh-i Jahan, en Isfahán
Ninguna ciudad sintetiza mejor el espíritu del Imperio Safávida que Isfahán, que Abbás el Grande convirtió en capital en 1592. El rey la embelleció con monumentos e hizo construir en ella escuelas, mezquitas, baños, caravasares y un gran bazar; y se convirtió en una de las ciudades más dinámicas, prósperas y hermosas de su tiempo.
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Un imperio moderno
En la Antigüedad, debido a sus grandes dimensiones, Persia había funcionado como un imperio muy descentralizado, lo que facilitaba la corrupción y las rebeliones de los gobernantes locales, que especialmente en las provincias más alejadas gobernaban de forma muy autónoma y no pocas veces se rebelaban. Durante el periodo de dominio mongol, entre los siglos XIII y XIV, los khanes habían aportado dos políticas importadas de la corte china que resolvían notablemente este problema: establecer una administración burocrática y promover una cultura nacional que uniese hasta cierto punto los diversos pueblos de un imperio multicultural.
La nueva dinastía creó una fuerte burocracia imperial que dependía directamente del shah (rey) y que acaparaba muchos poderes que históricamente habían pertenecido a los gobernadores de las provincias. Se impuso un control estricto de los recursos que se obtenían y se introdujeron criterios meritocráticos para los puestos administrativos, medidas que permitieron gestionar de modo eficiente las riquezas del imperio, disminuir la corrupción y reforzar el poder central. Abbás el Grande, uno de los emperadores safávidas más importantes, intensificó durante su reinado (1588-1629) el control sobre los tres grandes pilares del imperio -la administración, el ejército y el clero- introduciendo cargos que supervisaban sus actividades y respondían directamente ante el shah.

Los caravasares, posada y mercado
Los caravasares eran grandes posadas donde los mercaderes y sus animales podían recuperar fuerzas, comer y pasar la noche a salvo de los bandidos y animales salvajes; incluso comerciar y compartir información. Debido a las grandes distancias entre poblaciones, mantenerlos en buen estado y protegidos era imprescindible para asegurar un comercio seguro.
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Se promovió también una cultura nacional y prácticas sociales comunes en todo el imperio, de modo que aun respetando la identidad de las diversas etnias, estas no fueran comunidades completamente separadas: esta medida tuvo éxito en las ciudades, mientras que en zonas remotas o aisladas resultó poco efectiva. Un pilar central de esta política fue la introducción del Islam chií como religión de estado, reforzada por la construcción de numerosas mezquitas y escuelas coránicas. Otro fue el impulso dado a espacios de reunión como las zurkhaneh (“casas de la fuerza”), una especie de gimnasios ligados a las prácticas del sufismo.
Conscientes de que históricamente el comercio había sido el gran motor de Persia, los reyes safávidas promovieron grandes programas de urbanismo que dotaron al imperio de una sólida red de comunicaciones e infraestructuras: se repararon las carreteras y los caravasares -postas donde se alojaban los mercaderes en ruta-, se construyeron fortalezas para vigilar las rutas comerciales y grandes bazares. Estos últimos fueron la semilla de un poderoso grupo de artesanos y comerciantes, los bazaríes, cuya influencia en la sociedad y en la política perdura aún en la actualidad.
La exportación de materias preciosas y el comercio de manufacturas -en particular las famosas alfombras- hicieron de este imperio uno de los más prósperos de la historia persa; una riqueza que, además, no iba a parar solo a los poderosos sino al pueblo común. Florecieron especialmente los oficios y las profesiones de prestigio, como la medicina, gracias a la gran cantidad de textos antiguos que se habían traducido durante el dominio árabe. En el mundo de las artes se difundieron las obras de los grandes poetas pasados como Hafez y Ferdowsi: este último resultó de especial relevancia en la construcción de una identidad nacional gracias a su Shahnameh(“Libro de los Reyes”), un poema épico sobre la historia antigua de Persia.

Los bazares, centros de poder
La palabra bazar proviene del pahlavi, una lengua persa: “wāzār” significa “lugar de venta”. Durante el imperio safávida, estos grandes espacios de comercio adquieron una importancia especial como lugar de encuentro y los bazaríes se convirtieron en un grupo social de gran influencia.
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El último imperio
A pesar de su prosperidad, esta Persia renacida tuvo que hacer frente desde su nacimiento a poderosos vecinos. El principal era el Imperio Otomano, al oeste, que a lo largo de su historia le disputó el control de las zonas fronterizas; resultaba un vecino molesto pero necesario en el ámbito comercial, puesto que Estambul era uno de los grandes mercados del mundo. El segundo eran los khanatos del actual Uzbekistán, que esgrimiendo la herencia de Tamerlán no renunciaban al control sobre las regiones orientales del imperio. Al mismo tiempo, en las regiones más alejadas las dinastías locales pugnaban por separarse del poder central.
A estos adversarios se añadieron más tarde otros que iban a representar el final del Imperio Safávida. Los primeros fueron las compañías comerciales -la británica y la holandesa- de las Indias Orientales, que le cortaron el acceso a las rutas marítimas del Índico a través de las cuales obtenía materias primeras, debilitando así su economía. El segundo fue Rusia, que con el ascenso al trono de la dinastía Romanov empezó a convertirse en un vecino tan amenazador como los otomanos: a principios del siglo XVIII el zar Pedro el Grande emprendió una agresiva expansión que llevó a la desaparición de los khanatos uzbekos y la anexión de territorios persas del norte. En 1724, los imperios Otomano y Ruso firmaron el Tratado de Constantinopla, una alianza con la que se repartían el derecho de conquista sobre una buena parte del Imperio Safávida.

Isfahán, la nueva Samarcanda
La arquitectura representa el legado más visible del Imperio Safávida, que estilísticamente siguió la estela del Imperio Timúrida. En la foto, la mezquita del Imam en Isfahán.
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Incluso antes de esto, la autoridad del shah empezó a esfumarse rápidamente en las regiones limítrofes, donde más se notaba la falta de recursos para pagar al ejército. Estas zonas eran frecuentemente atacadas por tribus que, en algunos casos, habían establecido dinastías autónomas: la más importante fue la de los Hotaki, que entre 1709 y 1738 se apoderó de una gran parte de la meseta iraní; sin embargo, se trataba de un reino de base tribal y sin un control efectivo del territorio, que solo existía gracias al vacío de poder imperial.
En 1736 murió el último rey safávida y con él se considera que se extinguió oficialmente el imperio, dividido entre otomanos, rusos y una nueva dinastía, los Zand, que retenían el control de parte de la meseta iraní. El safávida había sido el último gran imperio persa, que ya nunca recuperaría su extensión, pero dejaba dos grandes legados: haber devuelto a Persia su esplendor pasado y haber puesto las bases de un estado nacional, fusionando las distintas tradiciones culturales de la tierra que una vez gobernó sobre “los cuatro confines del mundo”.