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Howard Carter llegó a Luxor el 28 de octubre de 1922 para iniciar su última campaña en el Valle de los Reyes después de haber convencido, no sin bastante dificultad, a su mecenas lord Carnarvon, que se encontraba en Inglaterra, de que financiara una última campaña en el Valle. Carter pasó unos días en El Cairo, antes de dirigirse al sur, y en la capital adquirió un pequeño compañero, un bonito canario amarillo, para que le hiciera compañía y alegrara con su canto las solitarias noches en su casa de Luxor.
Carter era un gran amante de la naturaleza, y concretamente de las aves, algo que le venía de su padre, pintor paisajista, y una pasión que él mismo heredó cuando en su juventud pintaba cuadros en los que la naturaleza era la protagonista. El pajarito se ganó muy pronto el afecto de los obreros egipcios de Carter, que lo consideraron un símbolo de buena suerte: "Es un pájaro dorado que traerá suerte. Este año encontraremos inshalla [si Dios quiere] una tumba llena de oro", afirmaban convencidos mientras escuchaban su hermoso canto.
La cobra que protege al faraón
Y así fue, ya que el 4 de noviembre Carter y su equipo descubrieron por fin la tan ansiada tumba de Tutankamón. Pero poco después del hallazgo sucedió algo que perturbó sobremanera a los supersticiosos trabajadores egipcios: el bello Pájaro Dorado, como llamaban al canario de Carter, fue devorado por una cobra. Aquello era, sin duda, un signo de que algo terrible iba a suceder. De hecho, como los egipcios contemporáneos creían que las cobras crecían en las cabezas de los antiguos reyes pensaron que aquello lo había causado la venganza del faraón por haber interrumpido su descanso eterno. También estaban convencidos de que era el presagio de una muerte próxima.
Poco después del hallazgo sucedió algo que perturbó a los supersticiosos trabajadores egipcios: el bello Pájaro Dorado, como llamaban al canario de Carter, fue devorado por una cobra.

Detalle de la máscara funeraria de Tutankamón. En la frente ciñe el ureo, la diosa cobra Uadyet, protectora de la realeza, y la diosa buitre Nekhbet.
Foto: Cordon Press
Un periodista de The Times, el periódico británico con el que lord Carnarvon había pactado la exclusiva de todas las noticias referentes al descubrimiento de la tumba, se hizo eco de este hecho al que se refirió como "un interesante incidente". También describió a la serpiente que presumiblemente había devorado al pajarito (posiblemente el animalito debió de morir del susto) como "una serpiente de un tipo similar a la que aparecía en las coronas", en referencia al ureo o cobra que ciñe la frente en las coronas reales egipcias.

Lord Carnarvon se dirige a la estación Victoria, en Londres, para partir rumbo a Egipto tras enterarse del descubrimiento de la tumba de Tutankamón. Moriría en El Cairo poco después.
Foto: Cordon Press
Carter intentó quitar hierro al asunto y convencer a sus trabajadores de que el suceso no tenía nada de sobrenatural. Pero estos no parecían muy dispuestos a escucharle, y al parecer tampoco iban muy desencaminados en sus predicciones: lord Carnarvon fallecería apenas cuatro meses después del descubrimiento. La historia de la maldición que afectaría a todos aquellos que habían profanado la sepultura real no había hecho más que empezar...