El primer año que siguió al descubrimiento de la tumba de Tutankamón estuvo plagado de sobresaltos y también de tragedias, como la muerte de lord Carnarvon, el mecenas y amigo de Howard Carter. Un mal fulminante acabó con su vida en su hotel de El Cairo el 6 de marzo de 1923. Tras el fallecimiento del conde se retomaron los trabajos de vaciado y documentación en la tumba y Carter improvisó un almacén para guardar "objetos menores" en la cercana tumba de Ramsés XI. El arqueólogo también organizó en la tumba de Seti II un laboratorio que funcionaba a la vez como estudio fotográfico de Harry Burton, el profesional que documentó todo el trabajo en unas increíbles imágenes que aún nos siguen fascinando en la actualidad. Asimismo, otra tumba, la KV55, una pequeña sepultura donde se localizó una momia muy maltrecha (que, según recientes análisis de ADN, podría ser la de Akhenatón), fue usada por Burton como cuarto oscuro.
Tras la autopsia de la momia real, el 31 de diciembre de 1925 Carter empaquetó el ataúd interior donde esta había descansado durante los últimos tres mil años, así como la magnífica máscara de oro y lapislázuli que cubría los hombros y la cabeza del faraón y los hizo transportar al Museo Egipcio de El Cairo. Durante los tres meses siguientes, el arqueólogo se dedicó a documentar los objetos que halló entre los vendajes de la momia de Tutankamón y a finales de mayo de 1926 regresó a Inglaterra.
Ante el dios Anubis
A finales de octubre de 1926, Carter emprendió una nueva y no menos emocionante tarea. Tocaba vaciar y documentar la pequeña habitación que se abría tras la Cámara funeraria y que hoy en día conocemos como el Tesoro. Desde el extremo norte de la pared oriental de la Cámara funeraria podía accederse a esta estancia, en cuya entrada, y como si hubiese recibido el encargo de vigilar durante toda la eternidad los fabulosos tesoros que contenía, se alzaba, a tamaño natural, una figura del dios cánido Anubis tendida sobre un santuario dorado.

Foto de Harry Burton en la entrada de la Cámara del Tesoro de la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes.
Foto: Cordon Press
El propio Carter describe así el emocionante momento en que se encontró cara a cara con el dios momificador: "En la puerta, cerrando prácticamente el paso a la habitación, había una figura negra del perro-chacal Anubis, cubierto con un paño y yaciendo sobre un pilón dorado colocado sobre una plataforma con largas andas para su transporte. En el suelo del umbral, frente al pilón de Anubis, había una pequeña antorcha roja con un pedestal de arcilla parecida a un ladrillo, y en él una fórmula 'para rechazar al enemigo de Osiris (el muerto) bajo cualquier forma en que se presente' y, detrás de Anubis, una extraña cabeza de vaca, emblemas de la tumba y del más allá".
En la puerta, cerrando prácticamente el paso a la habitación, había una figura negra del perro-chacal Anubis, cubierto con un paño y yaciendo sobre un pilón dorado colocado sobre una plataforma.
La figura del dios Anubis (uno de cuyos cometidos era el de ser el guardián de la necrópolis) estaba hecha con madera estucada y pintada de negro. El interior de las orejas y la banda alrededor del cuello destacaban sobre el negro por su baño dorado. Cuando Carter contempló esta estatua por primera vez estaba envuelta en un paño de lino que, según una inscripción, databa del año 7 del reinado de Akhenatón. Por su parte, el santuario sobre el que yace la estatua del dios cánido es una caja de madera estucada y sobredorada tallada y dividida en compartimentos, decorada con pilares dyed y nudos tyet, símbolos, respectivamente, de Osiris, dios del inframundo y de su esposa Isis. Toda esta estructura se asienta sobre un trineo para poder ser transportada.
Los vasos canopos del faraón
Tras la impresionante figura de Anubis, Carter halló un objeto excepcional: un gran armario canópico en cuyo interior se guardaba una hermosa caja de alabastro con las vísceras momificadas de Tutankamón. Según Carter, "una simple mirada bastaba para demostrar que el objeto principal estaba en la pared opuesta, de cara a la puerta, ya que allí, contra la pared este y llegando casi hasta el techo, había un baldaquín dorado, recubierto de frisos de cobras solares de brillantes incrustaciones. Este baldaquín, sostenido por cuatro pilares cuadrados encima de un soporte, albergaba un baúl en forma de capilla, con fórmulas inscritas pertenecientes a los cuatro genios, o hijos de Horus. Sobre los cuatro costados, alrededor de este baúl en forma de capilla, había estatuillas a bulto redondo de las diosas protectoras Isis, Neftis, Neith y Selkit. Contenían la caja canope que, a su vez, albergaba los cuatro recipientes con las vísceras del rey muerto".

Armario de madera dorada que contenía el cofre canópico de Tutankamón. Museo Egipcio, El Cairo.
Foto: Cordon Press

Cofre de calcita que contenía los vasos canopos de Tutankamón.
Foto: Cordon Press
Tras la figura de Anubis, Carter halló un gran armario canópico en cuyo interior se guardaba una hermosa caja de alabastro con las vísceras momificadas de Tutankamón.
De hecho, cuando Carter retiró la tapa de este cofre de calcita se encontró con un diseño atípico: cuatro huecos cilíndricos (uno para cada órgano que debía ser momificado: hígado, pulmones, intestinos y estómago) dentro de los cuales había pequeños sarcófagos de oro para contenerlos. Cada hueco estaba rematado con una tapa en forma de cabeza que representa al faraón tocado con el pañuelo nemes ceremonial.

Detalle de una de las tapas de los vasos canopos de Tutankamón. Museo Egipcio, El Cairo.
Foto: Cordon Press
En el Tesoro, los egiptólogos también hallaron algunas cajas con estatuas sobredoradas del rey y de algunos dioses, tal como refiere Carter: "Junto a la pared sur, de este a oeste, había gran cantidad de cofres negros, siniestros, como unas capillas. Todos estaban sellados menos uno, cuyas puertas habían caído dejando ver estatuillas del rey envueltas en paños, de pie a lomos de leopardos negros". También había cajas con multitud de objetos, entre ellos valiosas joyas. Todo ello estaba, sin embargo, revuelto y era más que evidente que los antiguos saqueadores no habían temido desafiar el poder de Anubis para intentar llevarse las joyas del monarca difunto.

Uno de los cuatro pequeños sarcófagos que servían para guardar las vísceras momificadas de Tutankamón.
Foto: Cordon Press
De hecho, algunas de las cajas estaban abiertas y su contenido esparcido de cualquier manera por el suelo, aunque, afortunadamente, el estropicio no fue excesivo: "Sin duda los ladrones habían entrado en esa habitación, pero en su afán de botín parece ser que hicieron poco más que abrir y saquear los cofres y algunas cajas. A primera vista, la única prueba evidente de su visita eran algunas cuentas de collar y minúsculos fragmentos de joyas esparcidos sobre el suelo, sellos rotos y tapas separadas de sus cajas, piezas de tela colgando de estas y, de vez en cuando, un objeto volcado", sigue relatando Carter. En la habitación, los arqueólogos también encontraron maquetas de barcos, un hermoso abanico de plumas de avestruz con empuñadura de marfil, cajas llenas de ushebtis, un carcaj, dos carros de caza desmantelados...
Una labor titánica
El trabajo de vaciado y documentación del Tesoro fue laborioso y exigente, y llevó mucho tiempo a Carter y su equipo. Les ocupó todo lo que quedaba de campaña 1926-1927. Carter estaba fascinado con lo que había descubierto en aquella estancia: "Es evidente que la colección de objetos colocados en esta habitación formaba parte de un gran concepto oculto y que cada uno de ellos tenía un poder mágico de alguna clase. Como bien dice el doctor Alan Gardiner: 'Es preciso admitir sin duda que la idea de que hay un poder mágico inherente en la imagen de las cosas es un concepto característico de los egipcios...'. A nosotros nos toca descubrir cuáles eran los significados respectivos de estos objetos y sus supuestos poderes mágicos y divinos". Pero aunque a los arqueólogos aún les quedaba mucho trabajo por hacer, ya que tenían que estudiar y vaciar otra habitación llena de objetos situada junto a la Antecámara, el Anexo, el trabajo avanzaba a buen ritmo y la atestada tumba de Tutankamón cada vez se encontraba más vacía...