Hatra, la ciudad perdida del Imperio parto

A mediados del siglo XIX, viajeros y arqueólogos descubrieron al norte de Irak una espléndida ciudad abandonada desde hacía siglos

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VITTORIANO RASTELLI / CORBIS / CORDON PRESS

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Las ruinas de Hatra

Vista del gran templo de la ciudad, dedicado al dios del Sol, Shamash.

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Shamash, el dios del Sol

Relieve procedente de Hatra. siglo II-III. Museo de Mosul.

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Una dama parta

La influencia helenística es evidente en la vestimenta de esta princesa parta, tal vez la esposa de Sanatruq II.

Para saber más

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Los partos, el gran Imperio de Oriente

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A unos 120 kilómetros al suroeste de Mosul, una carretera modesta, pero bien asfaltada, conduce hasta un muro y un portón de hierro oxidado, plantado en medio de la desértica estepa de Mesopotamia. Si el viajero cruza ese umbral, se hallará ante los imponentes y descomunales edificios sagrados de la ciudad de Hatra, una de las más importantes joyas arqueológicas del Próximo Oriente.
Hatra, probablemente un antiguo asentamiento asirio, quedó poblada desde el siglo I a.C. por gentes de origen árabe y se convirtió en un pequeño Estado autónomo bajo dominio parto. En el siglo II d.C. resistió diversos ataques de los emperadores romanos, pero fue finalmente el soberano sasánida Sapor I quien conquistó y destruyó la ciudad en 240-241 d.C.

Perdida en el desierto

Reducida en gran parte a ruinas, desde entonces Hatra cayó en el olvido. El último testigo occidental que habló de ella fue el historiador romano Amiano Marcelino, que la menciona como «una antigua ciudad situada en una zona no habitada, que está desierta desde mucho tiempo atrás». No surgió ninguna población cerca de los restos, lo que sin duda contribuyó a su preservación. También inspiró algunos relatos árabes que se referían a una legendaria urbe con inmensas construcciones llamada al-Hadr.
El honor del redescubrimiento de Hatra suele atribuirse a John Ross, un funcionario adscrito al consulado británico de Bagdad, que entre los años 1836 y 1837 visitó el yacimiento a pesar de la inseguridad que reinaba en la zona. Tras él, William Francis Ainsworth publicó en 1841 las notas de su visita a las ruinas, que describió como espectaculares a pesar de que acceder a ellas era casi imposible a causa del terrible clima y de la animadversión mostrada por los lugareños hacia todos los que intentaban acercarse al lugar.

Estas noticias llamaron la atención del arqueólogo inglés Austen Henry Layard, famoso por sus descubrimientos en Nínive. A pesar de las advertencias de sus compatriotas ingleses y de los árabes locales, que le aseguraban que no saldría con vida de la empresa, Layard proyectó en 1846 una expedición para realizar una primera prospección arqueológica de la ciudad. Acompañado de su amigo Edward Mitford y de otros tres guías locales, y cargando únicamente con cuatro pistolas, abundante munición, unas capas y una bolsa de galletas, Layard se encaminó hacia las ruinas. Tras dormir varias noches al raso o en establos abandonados, al final pudo contemplar la ciudad, que identificó erróneamente como una ciudad babilónica. En su informe describió el emplazamiento estratégico del asentamiento, en una llanura elevada a unos tres kilómetros al oeste del wadi Tharthar, y proporcionó asimismo interesantes datos acerca del tamaño y la forma del yacimiento.

El resultado de los trabajos arqueológicos debe atribuirse principalmente a los estudiosos iraquíes que han trabajado el yacimiento desde 1951 hasta la actualidad

Entre los años 1906 y 1911, y en el contexto de las excavaciones que la Sociedad Oriental Alemana estaba realizando en Assur, Walter Andrae realizó algunas visitas breves al yacimiento y pudo fotografiar los restos visibles. Aunque el arquitecto, pintor y arqueólogo alemán solo pudo permanecer unos pocos días en Hatra, quedó impresionado por las ruinas, que, según sus propias palabras, permanecían «sepultadas bajo toneladas de luz», y reflejó todo ello en sus vivos dibujos, realizados con sus inseparables acuarelas. El resultado de su rápida prospección se convertiría en el punto de partida del trabajo arqueológico contemporáneo, que comenzó propiamente en 1951, y debe atribuirse principalmente a los estudiosos iraquíes, que han trabajado sistemáticamente desde esa época hasta la presente década y cuyas investigaciones se han centrado sobre todo en el área del recinto central y en las murallas al norte y al este de la ciudad.

¿Una ciudad sagrada?

En la actualidad, las esculturas, los relieves y las más de 500 fascinantes inscripciones en arameo nos permiten conocer mejor algunos detalles de la vida y las creencias de sus antiguos habitantes, además de revelarnos en muchas ocasiones el sentido de algunos de los monumentos que aún se preservan.

El yacimiento arqueológico está bordeado por dos fosos concéntricos y por una muralla con perímetro ovalado de más de seis kilómetros de circunferencia. Los muros de ladrillo miden diez metros de altura y tres de anchura, y cuentan con cuatro puertas, 28 torres y 160 torreones. En el centro de la ciudad hay una explanada de forma rectangular, de unos 440 metros de largo por 320 metros de ancho, delimitada por una muralla. Aunque en un principio se pensó que se trataba de una ciudadela, hoy se interpreta como un recinto sagrado con trece templos dedicados a dioses locales.
La presencia de este recinto y la falta de un palacio real han hecho pensar que Hatra era una ciudad sagrada situada en un terreno inhóspito, lejos de las rutas comerciales. Actualmente se tiende a considerar a Hatra como una ciudad de inspiración parta, situada en un punto estratégico entre los dos grandes imperios, el romano y el parto, que dominaron la región.

Para saber más

Memorias de un arqueólogo. Viajes y descubrimientos alemanes en Babilonia y Asiria. W. Andrae. Ediciones del Viento, Madrid, 2010.