El viejo de la montaña

Hasan-i Sabbah: el líder de la secta de los asesinos

Desde su fortaleza de Alamut, en Persia, Hasan-i Sabbah dirigió en el siglo XI un grupo religioso ismailí que practicó el asesinato terrorista contra sus rivales musulmanes y los cruzados europeos

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Según Marco Polo Hasan dormía a sus asesinos con una droga, para luego hacerles despertar en un jardín lleno de placeres al que solo podían volver si cumplían con las misiones que les asignaba. Libro de Maravillas de Marco Polo, iluminado por el maestro de Boucicaut, 1410, Biblioteca Nacional de Francia.

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En el siglo XI arraigó en Persia un movimiento religioso que aspiró a gobernar el mundo –al menos, el islámico–, y en cuya historia se funden mito y realidad. Durante un siglo y medio, los crímenes políticos de sus miembros les permitieron desempeñar un papel de primer orden en Oriente Próximo y también les valieron fama merecida de homicidas implacables. De hecho, el vocablo «asesino» con el que fueron conocidos por los occidentales se convertiría en sinónimo de quien da muerte con saña y premeditación. Quien era marcado como objetivo de la secta tenía escasas opciones de escapar dado el fanatismo de sus seguidores, que bajo múltiples disfraces llegaban hasta su víctima para ejecutarla o dejar una daga en su almohada a fin de aterrorizarla. 

El fundador y adalid del grupo fue Hasan-i Sabbah, el primero de una saga que se perpetuó a través de los siglos, incluso más allá de la caída de Alamut, su principal fortaleza, ante los mongoles. No es mucho lo que se sabe con certeza sobre su infancia y juventud; la mayor parte de los datos proviene de una obra biográfica que fue rescatada de entre las llamas cuando los mongoles tomaron Alamut. Al parecer había nacido en la ciudad persa de Qom hacia mediados del siglo XI, en el seno de una familia originaria del Yemen, y se dice que a la temprana edad de siete años ya había decidido consagrarse a la teología. Esta actividad distaba de ser algo puramente contemplativo en el mundo islámico, desgarrado por sangrientos conflictos políticos con trasfondo religioso. 

En busca del imán oculto 

Por entonces, en Persia había arraigado el ismailismo. Esta rama minoritaria del Islam chií postulaba la existencia de siete imanes o dirigentes espirituales sucesivos después de Mahoma, de quien eran sucesores. Tras la muerte del imán Ismail, el séptimo, su hijo se vio obligado a esconderse para escapar de sus enemigos y por ello fue conocido como al-Maktum, «el Oculto». Desde entonces, el cargo de imán fue asumido secretamente, en espera de que el Mahdi («el guiado por Dios», el Mesías de los ismailíes) regresara para proclamar la era de la justicia en el mundo. 

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El castillo de Masyaf (Siria) fue la principal base de los asesinos en Oriente Próximo.

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El joven Hasan no fue al principio adepto del ismailismo, sino que era ferviente seguidor de otra corriente chií que cifraba en doce los imanes válidos. Tras sostener intensas discusiones sobre este punto cayó gravemente enfermo y cuando se recuperó abrazó el ismailismo, que en Persia tenía uno de sus focos principales en la ciudad de Rayy. Hacia allí se encaminó Hasan y fue en esta población donde, en 1072, conoció a un day, un misionero ismailí enviado desde Egipto. Por entonces, este país estaba gobernado por los fatimíes, patronos del ismailismo, y Hasan marchó al país del Nilo para completar su formación. Hacia 1078 llegó a El Cairo, la capital, donde prosiguió sus estudios, y en 1081 se hallaba de nuevo en Persia, convertido él mismo en day. 

Hasan se percató enseguida del enorme descontento popular ante el gobierno de los sultanes selyúcidas, que habían conquistado el país unas décadas antes. Los selyúcidas se hallaban bajo la autoridad religiosa de los califas de Bagdad y todos ellos pertenecían al sunismo, la corriente mayoritaria del Islam, enfrentada al chiismo. Desde 1072 ocupaba el sultanato Malik Shah, apoyado en el poderoso e inteligente visir Nizam al-Mulk. 

El señor de Alamut

Hasan estaba decidido a oponerse a los califas de Bagdad, a cuya legitimidad religiosa se enfrentaba, y en especial a los selyúcidas, principal apoyo del califato; para ello resolvió hacerse con una plaza inexpugnable. Escogió la región de Daylam, uno de los focos de descontento, situada al sur del mar Caspio y en la que se alzaba el castillo de Alamut, que en el dialecto local significaba «el lugar señalado por el águila». 

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La roca de Alamut (Irán) fue el primer bastión de los Nizaríes, y el centro de sus sombrías operaciones.

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Emplazada en lo alto de una escarpada colina, la fortaleza era, desde luego, un sitio ideal para oponer sus fuerzas a las más numerosas de los selyúcidas. Para adueñarse de Alamut, Hasan pobló la zona de adeptos a la causa ismailí hasta que el señor del castillo, Mahdi, cedió a la presión y aceptó venderlo por tres mil dinares de oro. De este modo, en el año 1090, Alamut se convirtió en el centro desde el que Hasan tejió una red de castillos que envolvieron su sede hasta hacerla inexpugnable. Alamut se convirtió en el corazón de un Estado gobernado por Hasan, desde donde partían los day por Persia y Siria para ganar adeptos a la causa del qaim al-qiyama que esperaban los ismailíes, el «imán de la resurrección» cuya venida daría comienzo a una nueva era de plenitud religiosa y de justicia. 

Fue entonces cuando Hasan empezó a usar el asesinato como método de acción política: el visir Nizam al-Mulk, encargado de sofocar el movimiento ismailí, fue apuñalado en público en octubre de 1092. Una leyenda posterior acentuaba la crueldad de esta acción al afirmar que Nizam y Hasan, junto con el gran poeta Omar Khay-yam, habían sido condiscípulos del sabio Muwaffaq de Nishapur y habían jurado ayudarse mutuamente toda la vida. Las sectas heterodoxas del Islam ya habían recurrido al asesinato, pero esta arma alcanzó una eficacia extraordinaria en manos de Hasan, que podía golpear en cualquier parte del mundo musulmán merced a la devoción de sus discípulos y a la disposición de éstos a sacrificar su propia vida. 

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Hoy solo quedan los cimientos del castillo de Alamut, destruido por los mongoles en 1256.

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Al cabo de poco tiempo, Hasan identificó al «imán de la resurrección». Era Nizar, legítimo heredero del califa fatimí de Egipto, que había sido desplazado del trono por su hermano y había muerto emparedado, en 1095. Hasan se proclamó «portavoz» de Nizar en su ausencia; de ahí el término «nizarí» con que se designa a este movimiento. Los nizaríes se organizaron como una sociedad secreta en cuyo centro estaba Hasan, quien exigía una sumisión absoluta. Desarrolló la doctrina talim, que destaca la importancia de los maestros religiosos, quienes son los depositarios de los significados ocultos y esotéricos (batin) del Corán; y creó una jerarquía en la que el neófito era aceptado cuando acreditaba su sumisión a aquéllos. 

La hermandad secreta 

Comparados a los templarios por su estricta organización jerárquica, los nizaríes se dividieron en «misioneros» (day), «amigos» (rafiq), «sirvientes» (lassik) y los famosos fidai o «devotos», siempre dispuestos a acatar las órdenes de asesinato emitidas por Hasan. Entrenados desde la infancia, aprendían lenguas, asumían maneras de monjes o mercaderes y estudiaban a sus víctimas, infiltrándose a veces en las filas enemigas durante meses hasta que llegaba la oportunidad de asesinar a la víctima designada. Algunos autores suponen que se secuestraba a niños para educarlos como sicarios, pero quizás esto no era necesario; sabemos que los adeptos extremadamente devotos de una causa están dispuestos a entregar a ella a todos los miembros de su familia. 

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Hasan ordena a dos de sus seguidores que se suiciden para impresionar a un grupo de enviados selyúcidas. Grabado de Secretos de la Masonería, Léo Taxil, 1886.

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El secretismo del movimiento y su recurso a los atentados eran fruto de la persecución por parte de sus rivales político-religiosos suníes: «Matarlos es tan lícito como recoger agua de lluvia», dice un texto de la época. De ahí también que escogieran fortalezas inaccesibles para establecer su dawa, su misión. Todo ello inspiró historias cuyo eco aparece en el Libro de las maravillas del veneciano Marco Polo, quien refiere la leyenda del Viejo de la Montaña, señor de una fortaleza que drogaba a sus jóvenes acólitos haciéndoles creer que estaban en el paraíso para luego enviarlos a matar a sus adversarios, lo que hacían con la esperanza de volver a tan grato lugar si morían en el empeño. Marco Polo los designa con el término «asesino», empleado por los enemigos de los nizaríes y que éstos rechazaban. 

El inflexible Hasan 

Hasan no exigía nada que él no estuviera dispuesto a dar; a su indudable carisma sumaba un rigor extremo, que le llevó a matar a sus dos hijos. Uno fue condenado por beber vino (algo estrictamente prohibido por el líder nizarí) y emborracharse; otro pereció tras ser acusado de ordenar un asesinato por su cuenta (la acusación resultó ser falsa, y el acusador fue ejecutado a su vez, no sin que antes su hijo muriese por orden de Hasan para que supiera qué siente un padre en tal circunstancia). Semejante actitud debió de impresionar favorablemente a sus devotos, que vieron en estos actos crueles una muestra de sacrificio en favor de sus creencias

Para saber más

CP 01-10-03 C105

Los legendarios guerreros de Alamut, la secta de los asesinos

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En Alamut, que resistió todos los intentos de asalto por parte de los selyúcidas, Hasan reunió una de las más espléndidas bibliotecas de la época (no en vano era un estudioso del Islam); según se cuenta, sólo abandonó en dos ocasiones sus estancias en la fortaleza, y tan sólo para ver desde la azotea lo que sucedía a lo lejos. Murió en 1124, después de designar como sucesor a uno de sus discípulos, Buzurg-Ummid, quien debía perseverar en el fin último del movimiento: la conversión de todos los musulmanes al credo nizarí. Desde entonces se sucedieron los dirigentes nizaríes, encastillados en la roca de Alamut, hasta que en 1256 los mongoles terminaron con su santuario