Castigos ejemplares

Hacer justicia en la Edad Media: de la picota al cadalso

Robos, homicidios y delitos sexuales se castigaban de forma a veces brutal, mediante amputaciones, la horca o la hoguera.

Froissart Chronicles, execution

Froissart Chronicles, execution

Ejecución de  Guillaume Sans en Burdeos, Grandes Crónicas de Francia, Jean Froissart, siglo XIV.

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En el siglo XVIII, el filósofo Voltaire comentó que «en donde falta la caridad, la ley es siempre cruel». La frase era válida para su propia época, pero se aplicaba con mayor razón todavía a los siglos de la Edad Media. En ese período existía una enorme desproporción entre la gravedad del crimen y la dureza del castigo. La cárcel se utilizaba sobre todo como asilo de presos preventivos hasta la sentencia firme, no como pena por un delito, puesto que mantener un condenado en prisión durante años se consideraba un gasto inútil y había pocas prisiones.

Existían multas económicas, incluida la confiscación total de bienes, así como el destierro. Pero las penas más características en la Edad Media eran las corporales: azotes, marcas infamantes, mutilaciones y, naturalmente, la muerte, infligida mediante todo tipo de suplicios. Acostumbrados a los horrores de la guerra y la incertidumbre de la vida, presa de un sentimiento constante de inseguridad, los hombres y las mujeres de la Edad Media creían que la justicia se basaba en el antiguo «ojo por ojo y diente por diente», y que la violencia había que castigarla con la violencia.

El principio rector de la justicia medieval era la publicidad. Los castigos debían servir como escarmiento para el delincuente y también como advertencia al resto de la población, y por eso se llevaban a cabo en público, en presencia de la comunidad, para demostrar visualmente las consecuencias de alterar el orden establecido. Ésta era la función de la picota, un poste –de madera al principio y de piedra después– situado a la entrada de los pueblos o en las plazas principales, en el que se exponía a los delincuentes durante horas, con cadenas y argollas o sujetos a un cepo, para que sufrieran la vergüenza pública.

Ladrones y blasfemos

La exposición en la picota podía ir acompañada de azotes, con los que se castigaban múltiples delitos, por ejemplo la blasfemia. Otros castigos implicaban la mutilación del cuerpo del reo, una práctica habitual en la justicia de la Edad Media. Se la consideraba eficaz por su efecto disuasorio y también respondía a la idea de que había que castigar el órgano por el que se había cometido el delito. De esta forma, el robo se castigaba con la amputación de manos, incluso en pequeños hurtos cuando el ladrón no podía pagar una pena económica.

Pierre Cauchon Jeanne Darc manuscript

Pierre Cauchon Jeanne Darc manuscript

Juicio de Juana de Arco, manuscrito del siglo XV, Biblioteca Nacional de Francia

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También se practicaba la amputación de orejas o de nariz; este último era el caso de las mujeres adúlteras según algunos fueros locales de Castilla y León. Estas mutilaciones servían como marcas para reconocer a los delincuentes, lo que podía provocar confusiones; eso explica, por ejemplo, que en 1424 un sastre polaco que había perdido una oreja en una pelea con un carpintero pidiera al municipio un certificado de que su mutilación había sido accidental.

Los delitos de palabra, como la blasfemia (en casos recalcitrantes) o el falso testimonio, se castigaban sobre la boca y la lengua. A los blasfemos se les perforaba la lengua con un atizador al rojo vivo, o bien se les cortaba un labio y parte de la lengua. También se podía llegar a la extracción total de la lengua, arrancada con tenazas. Otra pena extrema era la extracción de ojos, que se imponía a delitos sexuales considerados graves, por estar asociados los ojos con el apetito sexual. Era un castigo espantoso porque en muchos casos la extracción se hacía manualmente, con los dedos o bien con una cuchara; no era raro que provocara la muerte. Otros delitos sexuales, como la sodomía, se castigaban con la castración.

 

A veces un gesto de indulgencia in extremis permitía aplicar la mutilación en lugar de la pena de muerte. En 1221, un condenado por homicidio en Inglaterra se salvó de la horca en el último momento y fue condenado al vaciamiento de los ojos y la castración, tarea esta de la que se encargaron sus acusadores, la familia de una mujer seducida por el reo. Fue un milagro que pudiera recuperarse del brutal castigo. Un rey inglés, Juan sin Tierra, perdonó a un sobrino al que acusaba de traición y ordenó castrarlo, lo que le provocó la muerte.

Horca o decapitación

La pena de muerte se aplicaba con gran facilidad. Para las autoridades era una forma de escarmiento e intimidación, pero el pueblo también la reclamaba y la celebraba. Las ejecuciones públicas, a veces de decenas de personas a la vez, eran un espectáculo que congregaba a multitudes. Así se castigaban los crímenes de sangre, incluso en casos en los que no había habido intención de matar.Por ejemplo, un inglés, al intentar violar a una mujer, le rompió tres costillas y le mordió la nariz; fue ejecutado porque la nariz de la víctima se infectó y le provocó la muerte.

Sin embargo, la principal causa de pena de muerte eran los delitos contra la propiedad. La horca era el método más habitual de ejecución para los reos procedentes del pueblo llano y culpables de delitos más o menos corrientes. Las horcas se colocaban en lugares elevados, y los cadáveres permanecían colgados durante largo tiempo, a la vista de toda la población. En cambio, la decapitación se reservaba a los delincuentes de clases altas y también a las mujeres. La decapitación se consideraba más honrosa y también se pensaba que la muerte era más rápida, aunque en la práctica los verdugos erraban a menudo con el hacha o la espada (ésta era más efectiva).

Exécution d'Olivier IV de Clisson (1343)

Exécution d'Olivier IV de Clisson (1343)

Ejecución de Olivier de Clisson. Crónicas de Loyset Liédet, siglo XV, Biblioteca Nacional de Francia.

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Aparte de la horca y la decapitación, en la Edad Media se pusieron en práctica infinidad de métodos de ejecución. En algunos lugares, al reo se lo abandonaba en un acantilado para que se ahogara al subir la marea. En Francia, los culpables de haber matado a niños eran encerrados en un saco con un gato o un perro y arrojados al río para que se ahogaran. A veces a los homosexuales se los enterraba vivos. En Francia estaba arraigado el método del escaldamiento, consistente en sumergir a los culpables en calderos con agua o aceite hirviendo.

Quemados y descuartizados

Los peores crímenes se castigaban con la muerte en la hoguera, en la creencia de que el fuego conllevaba la purificación del cuerpo y la expiación de los delitos. Candidatos a este castigo eran los delincuentes sexuales (culpables de violación, incesto, homosexualidad o bestialismo), así como los acusados de brujería y herejía. También los incendiarios eran castigados con la hoguera.

A menudo se buscaba expresamente prolongar el sufrimiento de los reos, bien con torturas previas, bien alargando el suplicio final. La agonía de un condenado en la hoguera duró en algún caso 45 minutos, aunque la mayoría morían antes por la inhalación del humo. Seguramente el crimen que daba lugar a un ensañamiento más brutal en el momento de la ejecución, hasta extremos que hoy nos parecen inverosímiles, era el de la traición contra el rey.

Torturing and execution of witches in medieval miniature

Torturing and execution of witches in medieval miniature

Ejecución en la hoguera de brujas, manuscrito del siglo XIV.

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La rebelión contra un monarca o el intento de asesinarlo se veían como un ataque al orden establecido por Dios, del que los reyes eran representantes. Por ello, a los culpables de este crimen se les aplicaban las más terribles formas de ejecución, a menudo varias a la vez. Una de ellas era el descuartizamiento; los brazos y piernas del reo se ataban a cuatro caballos a los que se aguijaba hasta que arrancaban los miembros del desventurado. Los traidores podían ser sometidos también a la evisceración, como le sucedió a un noble inglés en 1326, Hugo Despenser el Joven.

En España, unas décadas antes, se sabe que Alfonso X ordenó ajusticiar a su hermano Fadrique encerrándolo en un arca de hierros agudos que luego arrojó a un sucio e «indigno lugar» (una letrina o un estercolero), mientras que Fernando IV de Castilla mandó lanzar al vacío, desde la peña de Martos (Jaén), a dos jóvenes inocentes dentro de una jaula de hierro con puntas afiladas.

Supplice des Amauriciens

Supplice des Amauriciens

Felipe augusto de Francia presencia la quema de varios reos. Al fondo se ve el cadalso de Montfaucon, en París,
con cuerpos de ahorcados. 

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El suplicio del condenado no se interrumpía ni siquiera cuando expiraba. El cadáver quedaba expuesto largo tiempo, años incluso (un noble inglés ejecutado en 1312 sólo fue enterrado en 1315), colgado de las piernas y presa de las alimañas. Convenía dejar grabado en la mente de las gentes el castigo que les esperaba si se atrevían a violar la ley.