Roma contra Grecia

Las guerras pírricas: tempestad sobre Roma

Llamado por las ciudades griegas del sur de Italia, en cuya ayuda no dudó en acudir, Pirro, rey de Epiro, logró repetidas victorias sobre Roma a costa de grandes pérdidas (de ahí procede la expresión "victoria pírrica"), hasta que finalmente logró ser expulsado de Italia en el año 272 a.C.

La derrota de Pirro. Este óleo de Johann Heinrich Schönfeld muestra la derrota del rey de Epiro ante los romanos en Benevento en 275 a.C.

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finales del siglo IV a.C., las ciudades del sur de Italia, antiguas colonias helénicas que integraban la llamada Magna Grecia, comenzaron a sentir la creciente presión del nuevo poder que emergía en el centro de la península Itálica: Roma. Tarento, ciudad grande y próspera que ejercía una especie de protectorado sobre las demás poblaciones griegas, firmó en el año 303 a.C. un tratado con Roma por el que se prohibía al ejército romano rebasar el cabo Lacinio (hoy Colonna), junto a la ciudad de Crotona. Cuando en el año 282 a.C., una flotilla de diez barcos romanos violó el tratado con la excusa de auxiliar a la ciudad de Turio, los tarentinos, indignados, lo consideraron una provocación. Atacaron y destruyeron aquella flota, y, a continuación, expulsaron a la guarnición romana de Turio. Los romanos intentaron arreglar el asunto por la vía diplomática, pero la asamblea de Tarento, en una reunión tumultuosa, acabó declarando la guerra a Roma.

Pese a esta bravata, los tarentinos no podían defenderse por sí mismos. Poco dispuestos a soportar la dureza de la vida militar, desde mucho tiempo atrás habían confiado su defensa a ejércitos de mercenarios procedentes de Grecia, dirigidos por generales experimentados. Por ello, para liderar la guerra contra Roma los tarentinos llamaron a un general griego de gran prestigio: Pirro, rey de Epiro. Orgulloso de su linaje (se creía descendiente de Aquiles), Pirro había demostrado sus dotes militares combatiendo en los ejércitos de Antígono y Demetrio, antiguos generales de Alejandro Magno, y engrandeciendo su propio reino por el norte; incluso había combatido, sin suerte, por hacerse con el codiciado reino de Macedonia. Tenía 38 años cuando, en el 280 a.C., recibió la propuesta de Tarento; la aceptó sin dudarlo, con la esperanza de ver cumplidos sus sueños de gloria en un nuevo escenario, el occidente griego.

La invasión de Italia

En la primavera de aquel año, Pirro desembarcó en Tarento con 3.000 caballos, 20 elefantes, 20.000 soldados de infantería, 2.000 arqueros y 500 honderos. Cuando un ejército romano al mando del cónsul Levino se presentó en Lucania y acampó a orillas del Siris, junto a la ciudad de Heraclea, Pirro marchó a su encuentro sin esperar a las tropas aliadas. Los griegos no habían combatido nunca contra los romanos, y el rey se asombró al ver la perfecta organización de su campamento: "La disciplina de estos bárbaros no es propia de bárbaros", exclamó. De hecho, en la batalla que siguió, los romanos estuvieron a punto de sorprender a los griegos, pero entonces irrumpieron los elefantes, que pusieron en fuga a la caballería romana. Fue una gran victoria para Pirro, aunque sufrió numerosas bajas (4.000 según las fuentes), entre ellas sus amigos y oficiales más fieles.

Los griegos no habían combatido nunca contra los romanos, y el rey se asombró al ver la perfecta organización de su campamento.

Confiando en la impresión causada por la derrota de Heraclea, Pirro envió a Roma a su hombre de confianza, Cineas, que ofreció la paz a los romanos a cambio de que se comprometieran a dejar libres a las ciudades griegas del sur de Italia y a respetar los territorios de samnitas, lucanos y brutios. El Senado, influido por el venerable Apio Claudio, rechazó las propuestas de Pirro y anunció que lo combatiría con todas sus fuerzas mientras estuviera en Italia.

Teatro griego de Siracusa, ciudad siciliana en cuya ayuda Pirro acudió. 

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Como la campaña en el Lacio no había dado los frutos deseados y las peticiones de paz eran rechazadas altivamente, al año siguiente Pirro se dirigió a Apulia. El ejército romano le salió al encuentro cerca de Áusculo (o Ásculo), y en un primer momento Pirro sufrió al verse obligado a luchar en un terreno escarpado y boscoso donde no podía hacer entrar en combate ni a su caballería ni a sus elefantes. Por suerte cayó la noche antes de terminar la batalla y al día siguiente Pirro maniobró hábilmente hasta trasladar el combate a un terreno llano más favorable, donde pudo lanzar su falange en formación compacta. Los legionarios sostuvieron un fiero combate con sus espadas contra las sarisas, las largas picas de los griegos, hasta que de nuevo aparecieron los elefantes. Pero esta vez, los romanos estaban preparados: equiparon 300 carros provistos de artilugios de madera con los que lanzarían a las bestias unos garfios de hierro, muchos de ellos envueltos en llamas.

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El último día de Corinto, por Tony Robert-Fleury. 1870.

La brutal conquista romana de Corinto

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Una victoria "pírrica"

Pero el empuje de la falange griega y los tiradores que acompañaban a los elefantes decidieron la lucha. Los romanos huyeron en desbandada y Pirro quedó dueño del campo de batalla, en el que yacían muertos 6.000 romanos y 3.300 griegos. Cuando uno de sus oficiales acudió a felicitarle, Pirro comentó: "Otra victoria como ésta y estamos perdidos". El eco de esta batalla en la historia de Roma y la gran influencia que en la posteridad ejercieron las Vidas paralelas de Plutarco, obra donde se recoge esta anécdota, llevaron a acuñar la expresión "victoria pírrica" para referirse a un triunfo conseguido a costa de excesivas pérdidas o del que no se saca un provecho claro. En efecto, Roma se recuperaba de todos sus reveses y reclutaba nuevas legiones, mientras que para Pirro cada uno de sus bien entrenados mercenarios y sus elefantes era irreemplazable. Además, las victorias, ganadas con tanto sacrificio, no le reportaban ningún progreso en la guerra.

Los romanos huyeron en desbandada y Pirro quedó dueño del campo de batalla, en el que yacían muertos 6.000 romanos y 3.300 griegos.

Busto de Pirro de Epiro. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.

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Por ese tiempo llegó una embajada de las ciudades sicilianas de Siracusa, Agrigento y Leontinos para rogar a Pirro que expulsara de su isla a los cartagineses. En otoño del 278 a.C. desembarcó en la isla, liberó a Siracusa de su asedio y en el plazo de un año toda Sicilia estaba en sus manos, con excepción de Lilibeo y Mesina. A pesar del éxito militar, sus maneras despóticas, sus guarniciones y sus tributos despertaron el odio de los sicilianos (que ya no estaban preocupados por la amenaza cartaginesa). Decidió volver entonces a Italia al recibir noticias de que samnitas y tarentinos suplicaban desesperadamente su ayuda.

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Elefante

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La derrota final

En el año 276 a.C., hostigado por la flota cartaginesa, llegó a Tarento para preparar la ofensiva contra Roma. Al año siguiente dirigió su ejército contra el cónsul Manio Curio, que había acampado en el país de los samnitas junto a la ciudad de Maleventum (que tras la victoria romana cambió su nombre por Beneventum). Tras un asalto fallido de Pirro, Manio lanzó un duro ataque que causó el desconcierto entre los soldados de Pirro, pero en la otra ala los legionarios eran superados y los elefantes los empujaban hacia su campamento. Las tropas apostadas en el campamento romano lanzaron una lluvia de proyectiles sobre los elefantes y les forzaron a retroceder, provocando una enorme confusión que los romanos aprovecharon para decidir la batalla.

Manio lanzó un ataque que causó el desconcierto entre los soldados de Pirro, pero en la otra ala los legionarios eran superados y los elefantes los empujaban hacia su campamento.

El sitio de Esparta por Pirro. 272 a.C. François Topino-Lebrun. 1800.

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Según Floro y Dionisio de Halicarnaso, todo fue resultado de un hecho accidental: una cría de elefante fue alcanzada por las jabalinas y retrocedió asustada barritando estrepitosamente. La madre abandonó la línea de combate y corrió tras ella, sembrando el caos a su paso. Los romanos, entonces, rechazaron a los otros elefantes, matando a dos y reduciendo en un lugar sin salida a otros ocho (algunos fueron llevados a Roma para asombro de la plebe). Según Eliano, los romanos usaron una nueva y curiosa arma: prendieron fuego a cerdos cubiertos de grasa y los lanzaron contra los elefantes, que retrocedieron asustados al oír sus terribles gritos.

Desanimado por la derrota, Pirro dejó una pequeña guarnición en Tarento al mando de uno de sus hijos y se retiró al Epiro. En los años siguientes, lucharía con éxito en Macedonia y luego intervendría también en Grecia. Mientras combatía en Argos, en el año 272 a.C., una teja lanzada por una mujer desde una azotea lo dejó inconsciente y cayó de su caballo, lo que aprovechó un soldado para cortarle la cabeza. Ese mismo año, Tarento capitulaba ante Roma.