Justicia en nombre de Dios

La guerra de los campesinos alemanes: revuelta contra los nobles

En 1525 los campesinos alemanes tomaron las armas para rechazar los abusos que sufrían por parte de los señores feudales, provocando una represión implacable en la que participó Lutero

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Enfrentamiento entre campesinos y caballeros en un grabado de principios del siglo XVI. 

Foto: Bridgeman

En abril de 1525, los campesinos de extensas regiones de Alemania oían ardientes llamamientos para alzarse en armas: «No seáis pusilánimes. Decidíos ya, y librad la batalla del Señor. El momento ha llegado... Ya han despertado Alemania, Francia e Italia enteras... Cuatro monasterios han sido destruidos en Fulda durante la semana de Pascua. Ya se han levantado tres mil campesinos en Kiettgau y Hegau, en la Selva Negra, y la multitud crece día a día... ¡Ea, pues! ¡Adelante, adelante! ... No permitáis que vuestra espada se enfríe». 

Ocho años antes, en 1517, Lutero se había alzado contra la Iglesia católica para restablecer la pureza de la religión cristiana, destruyendo la jerarquía de obispos y los dogmas opresivos. El autor de la proclama citada, Thomas Müntzer, quería ahora ir más lejos: el pueblo humilde, para alcanzar la libertad, debía sacudirse también el yugo de la nobleza, que lo oprimía social y económicamente. «Mientras esos vivan –decía Müntzer, refiriéndose a los poderosos–, [será] imposible veros libres de temor humano. Mientras os dominen, [será] imposible hablaros de Dios». 

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Müntzer incita a la insurrección contra los nobles en la plaza del mercado de Kiettgau, grabado de 1625.

Foto: Bridgeman

La «guerra de los campesinos» fue una de las mayores revoluciones de la historia de Alemania y de toda Europa. El movimiento comenzó en mayo de 1524, cuando un grupo de campesinos, alentados por los sermones radicales del teólogo local Jörg Creutzer, tomó el control de la ciudad alemana de Forcheim e instauró un gobierno municipal inspirado en el cristianismo primitivo. A la mañana siguiente, medio millar de campesinos que vivían en las inmediaciones se adentraron en la población atraídos por el nuevo régimen. 

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Grabado propagandístico en el que se ve a los campesinos luchando contra el Papa y sus monjes inspirados por la luz divina de Dios. 

Foto: Cordon Press

Aleccionadas por Creutzer, las nuevas autoridades locales hicieron públicas sus demandas dirigidas al obispo de Bamberg, titular de la diócesis: plenos derechos de caza y pesca para la gente y el fin de la exención fiscal del clero en los impuestos locales. A pesar del éxito inicial, la revuelta fue rápidamente sofocada. Pero el ejemplo de lo ocurrido en Forcheim fue muy pronto imitado por otros campesinos, sobre todo cuando se vio que los intentos de llegar a un arreglo judicial entre señores y campesinos estaban condenados al fracaso. 

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Los campesinos destrozan las imágenes religiosas de la catedral de Muehlhausen. Al ser de mayoría protestante los rebeldes se dedicaron a asesinar a sacerdotes y a destruir los objetos sagrados del Catolicismo 

Foto; Bridgeman

Esta primera oleada de protestas y violencia discurrió sin ideario ni gobierno alguno. Los campesinos asaltaron y saquearon castillos de la nobleza, recintos monacales y los cultivos y las propiedades de los señores feudales, en una oleada de violencia que era justificada a partir de interpretaciones muy subjetivas de los textos sagrados. En conjunto, las diferentes revueltas consiguieron paralizar por completo la vida económica de buena parte del Imperio. 

Las guerras campesinas 

Al mismo tiempo, los campesinos no estaban solos. El éxito de sus primeras revueltas fue aprovechado por otros sectores sociales en su propio beneficio. Así lo hicieron los grupos religiosos influidos por las tesis luteranas, que vieron en el descontento campesino un instrumento propicio para la difusión de sus ideales. Algunos de estos líderes gozaron de una autoridad moral innata e incuestionable, como fue el caso del ya citado Thomas Müntzer, activo en la región de Turingia. Asimismo, algunos miembros de la nobleza, por motivos tanto religiosos como económicos, colaboraron estrechamente con los grupos armados; Götz von Berlichingen, apodado «Mano de Hierro», dirigió durante unas semanas la rebelión, aunque al final se volvió contra ella. Tampoco hemos de olvidar la participación de una parte de la burguesía urbana, deseosa de romper con el encorsetado marco feudal y hacerse con nuevos espacios de poder. 

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Los insurrectos se apoderan de Zavern y expulsan a los burgueses de la ciudad.

Foto: Bridgeman

Todos ellos dieron a la revuelta una legitimación amparada en la libre interpretación de la Biblia. Fue así como en marzo de 1525, tras un nuevo movimiento rebelde en torno a Memmingen (Baviera), esos líderes rebeldes crearon la denominada Confederación de la Alta Suabia, una entidad política que pretendía aplicar en Alemania el ejemplo de Suiza, país libre del poder monárquico y señorial, donde el campesinado poseía amplios derechos. De este modo, las gentes más humildes, organizadas políticamente, presionaron a ciudades como Memmingen, Nördlingen o Salzburgo para que se unieran a su lucha contra la sociedad feudal

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Campesinos equipados con una amplia variedad de armas en un grabado de los Artículos de Guerra de Memmingen, libro de instrucción militar para los rebeldes publicado en marzo de 1525.

 

Foto: Cordon press

Un sacerdote luterano, Cristoph Schappeler, un peletero llamado Sebastian Lotzer y el abogado Wendel Hipler elaboraron asimismo un programa de reivindicaciones que marcaría el ideario de la revuelta de los campesinos alemanes. El programa de los «Doce puntos» reclamaba, entre otras cosas, la libre elección del pastor por parte de la comunidad, la reducción de las cargas fiscales y de las obligaciones feudales y el libre acceso a los recursos naturales por parte de los campesinos. Cuando se publicaron estas demandas la revuelta había alcanzado su punto álgido, y afectaba ya a Alsacia, Württemberg, Franconia, la Alta Suabia, el Saar y algunas zonas del Tirol y de Baviera. 

El linchamiento del duque 

En abril y mayo el conflicto se hizo encarnizado. Los campesinos alzados protagonizaron episodios cruentos como la masacre de Weinsberg. El 16 de abril, en esa ciudad del actual estado de Baden-Württemberg, una banda capitaneada por Jäcklein Rohrbach apresó al duque Ludwig von Helfenstein, tío del emperador Carlos V y personaje especialmente odiado por sus vasallos. Junto a él capturaron asimismo a una docena de caballeros a su servicio. A todos los hicieron pasar entre dos filas de hombres armados, que los apalearon y acuchillaron a medida que iban avanzando. Thomas Müntzer, por su parte, se hacía fuerte en Mühlhausen (Turingia), desde donde no cesaba de imprecar a sus seguidores: «No permitáis que en vuestras espadas se seque la sangre; golpead duro el yunque de Nemrod; echad su torre abajo. Dios está con vosotros». 

The Murder of Count Helfenstein Fritz Neuhaus 1879 WM

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Asesinato del conde Helfenstein, pintura al óleo de Fritz Neuhaus pintada en 1879. Colección privada.

Foto: Wikimedia Commons

La sociedad feudal alemana, a pesar del estupor inicial, reaccionó con celeridad al ver cómo el movimiento rebelde se radicalizaba y cuestionaba el marco político, jurídico y social tradicional. Los grandes señores –ya fueran luteranos o católicos, laicos o eclesiásticos– se reunieron en la conocida como «Liga Suaba», que contaba asimismo con el apoyo de algunas ricas familias burguesas, como los Fugger, los mayores banqueros de la época. El propio Lutero, indignado por la masacre de Weinsberg, alentó la reacción represiva. De este modo, la Liga Suaba emprendió una serie de rápidas campañas militares con el objetivo de cortar la rebelión en su raíz. 

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Las tropas de la Liga Suaba bombardean Neckarsulm. Los campesinos no tuvieron nada que hacer contra el ejército de lansquenetes mercenarios reunido por sus señores.

Foto: bridgeman

El choque decisivo se produjo en Frankenhausen. Los campesinos habían tomado esta ciudad de Turingia a finales de abril, pero dos semanas más tarde llegó el ejército de la Liga Suaba, integrado por 10.000 hombres, muchos de ellos mercenarios perfectamente entrenados. Müntzer alentó a los campesinos a la lucha, y la mañana del combate, cuando de repente se vio un arco iris, lo consideró una señal del favor divino. «No se amedrente vuestra carne débil, y atacad a los enemigos. Sí, ya veis que Dios está de nuestra parte, ahora que nos hace una señal. ¿No distinguís el arco iris en el firmamento? Significa que Dios quiere ayudarnos a nosotros, a la vez que promete juicio y castigo a los vesánicos príncipes». Pero cuando éstos ordenaron disparar los cañones, la resistencia de los campesinos se desmoronó; en la desbandada, cientos de ellos murieron a manos de los lansquenetes. 

Tiempo de represión 

Entonces se desató una furiosa represión en toda Alemania. Se ejecutó a los cabecillas, empezando por Müntzer, quien fue hecho prisionero y trasladado al castillo de Heldrun, donde sufrió crueles torturas antes de morir decapitado. Las tropas imperiales quemaron pueblos e incluso ciudades, como Weinsberg. Un testimonio explica que a los campesinos se les obligaba a entregar a cabecillas y predicadores, bien amarrados, a los príncipes y que las mujeres debían matarlos a garrotazos para obtener la libertad de sus propios maridos. Como escribe el historiador Ernst Bloch, «el potro de tortura, la horca, la espada, el fuego, la rueda de tormento, los ojos reventados y las lenguas cortadas» fueron procedimientos aplicados sin ningún límite. Algunas fuentes cifran en cien mil las víctimas de esta implacable represión. 

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Un líder campesino es quemado vivo sentado en un trono de hierro mientras uno de sus verdugos le pone una corona candente sobre la cabeza.

Foto: Bridgeman

Las consecuencias a largo plazo de la guerra campesina de 1525 fueron profundas. El feudalismo quedó apuntalado en beneficio de una nobleza que abrazó la causa del luteranismo para romper con la sumisión al poder imperial. La Reforma protestante, de este modo, se convirtió en garantía de orden y las esperanzas revolucionarias de los humildes cayeron en el olvido. 

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