¿Historia de lealtad o invento de marketing?

Greyfriars Bobby, el perro escocés que tuvo derecho a voto antes que las mujeres

Greyfriars Bobby fue un perro que vivió en Edinburgo a finales del siglo XIX. Fue tan querido que los habitantes de la ciudad lo nombraron ciudadano honorífico, con lo cual tuvo (teóricamente) derecho a votar antes que las propias mujeres escocesas.

Greyfriars Bobby estatua (Andreas Praefcke)

Greyfriars Bobby estatua (Andreas Praefcke)

Andreas Praefcke

Entre los perros de Edinburgo seguramente ninguno sea tan famoso como Greyfriars Bobby, un terrier enterrado en el cementerio de Greyfriars Kirk junto a una estatua que lo recuerda. Este perro, cuya historia de fidelidad recuerda a otros perros como el famoso Hachiko, tuvo un honor inusual en el siglo XIX: fue nombrado ciudadano honorífico de Edinburgo y se le hizo entrega simbólica de las llaves de la ciudad.

Este acto le otorgaba el derecho a acceder a cualquier lugar de la población en la que un ciudadano humano pudiera hacerlo: así, por ejemplo, nadie podía negarle la entrada a su tienda o establecimiento. Y también le daba legalmente otro derecho: el de votar, al menos teóricamente (por supuesto, nunca lo ejerció), con lo cual se convirtió en el primer perro de Escocia y probablemente del mundo con derecho a voto, mientras que las mujeres de Edimburgo tuvieron que esperar hasta 1928 para obtener ese mismo derecho.

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La historia de Greyfriars Bobby

Greyfriars Bobby vivió entre los años 1855 y 1872, aunque este punto lo discutiremos de nuevo más adelante. Según la versión popular, Bobby perteneció a un hombre llamado John Gray, que trabajaba como sereno y vigilante nocturno. Este murió de tuberculosis en 1858 y fue enterrado en el cementerio de la iglesia de Greyfriars, enfrente del actual Museo Nacional de Escocia. A partir de entonces el perro, cada día puntualmente a la una del mediodía, aparecía para sentarse junto a la tumba de su amo. La voz corrió entre los habitantes de la ciudad y este ritual se convirtió en una especie de espectáculo local. Al menos, esta es la historia que contaba John Traill, el propietario de una cafetería visitada regularmente por el perro.

Bobby fue nombrado ciudadano de Edinburgo, con lo cual tenía derecho a acceder a cualquier espacio público y a votar.

Bobby, desde entonces rebautizado como Greyfriars Bobby, se convirtió en una celebridad entre los habitantes de Edinburgo, que procuraron mejorar la vida del perro. Traill le dejaba cobijarse en su local y Sir William Chambers, gobernador de la ciudad, pagó la licencia municipal que debían tener los propietarios de perros y le regaló un collar, que hoy se conserva en el Museo de Edinburgo. Tan querido llegó a ser que se le concedió la ciudadanía, con lo cual nadie podía negarle la entrada a espacios públicos o a locales donde pudieran acceder los ciudadanos. Asimismo, tenía derecho a votar, aunque lógicamente nunca ejerció tal derecho.

Bobby murió en enero de 1872, a tres meses de cumplir (supuestamente) 17 años. El Colegio de Veterinarios de Edinburgo le practicó una autopsia y determinó que había muerto de cáncer en la mandíbula. Fue enterrado junto a la tumba de su amo, algo inusitado ya que por lo general no se permitía enterrar a animales en los cementerios. Al año siguiente la baronesa inglesa Lady Burdett-Coutts, de visita en la ciudad, tuvo conocimiento de la historia de Bobby y, conmovida, decidió financiar una fuente coronada por una estatua del perro.

Greyfriars Bobby estatua (Stanley Howe)

Greyfriars Bobby estatua (Stanley Howe)

Estatua de Greyfriars Bobby en Edinburgo.

Stanley Howe

¿Un señuelo de marketing?

Tan entrañable historia, sin embargo, podría haber tenido finalidades ocultas. Varios expertos han señalado que resulta muy inusual que un perro callejero, por mucho que recibiese la hospitalidad de los habitantes de Edinburgo, viviese tanto: Bobby habría muerto con casi 17 años, una edad muy avanzada para un perro y más aún en el siglo XIX. Los historiadores que han estudiado la historia de Greyfriars Bobby señalan a menudo que es probable que el perro fuese sustituido por uno de la misma raza al menos en una ocasión, poco después de la muerte del vigilante John Gray. ¿Pero por qué?

La explicación podría tenerla John Traill, el hombre cuya cafetería frecuentaba Bobby. Al difundirse la historia de su fidelidad muchos acudían a su local con la esperanza de conocer al perro fiel. En otras palabras: era un gran señuelo para los clientes. Es más, apuntan que podría ser que el perro al que hicieron ciudadano honorífico ni siquiera hubiera pertenecido a John Gray y que se tratase de uno de tantos perros callejeros que frecuentaban el cementerio. Para complicar más las cosas, el periódico The Scotsman, en el que apareció por primera vez la historia de Bobby, recibió algunas cartas de gente que supuestamente había conocido a Gray y que explicaban versiones contradictorias sobre él y su perro.

Greyfriars Bobby con la familia de John Traill (W G  Patterson, Capital Collections)

Greyfriars Bobby con la familia de John Traill (W G Patterson, Capital Collections)

Greyfriars Bobby con la familia de John Traill en una fotografía de 1868.

W.G. Patterson, Capital Collections

Existe otra posibilidad aún más rebuscada: que toda la historia fuese desde el principio un invento de marketing. Aunque generalmente se ha descrito e ilustrado a Greyfriars Bobby como un Skye Terrier, en una fotografía en la que aparece con John Traill y su familia se puede ver que se trata de otro perro: probablemente era un Dandie Dinmont Terrier (popularmente conocido como terrier escocés), una raza que estaba muy de moda como mascota en Escocia por aquella época, por lo que a Traill no le habría sido difícil conseguir uno.

Sea como fuere, y al margen de si el perro enterrado en el cementerio de Greyfriars es el Bobby original o un sustituto, su historia ha seguido conmoviendo a la gente desde entonces. La gente sigue visitando su tumba y dejando ocasionalmente a su lado algún que otro bastoncillo o rama de árbol junto a su monumento, a pesar de que los responsables del cementerio no se cansan de avisar que no se puede hacer.