Uno de los fenómenos más importantes que acompañaron al crecimiento de las ciudades durante la Edad Media fue la creación de los gremios. Estos eran originalmente corporaciones que agrupaban a todos los comerciantes y artesanos, pero gradualmente se fueron fragmentando en oficios específicos y en algunas ciudades como París llegaron a tal nivel de especialización que había hasta más de 300.
En un principio los gremios se crearon para garantizar el ejercicio honesto de una profesión, como una forma de organización interna entre sus practicantes. No obstante, el incremento del comercio durante la Baja Edad Media les hizo adquirir un papel muy importante en la economía y despertó ambiciones mayores. Alcanzaron su apogeo durante el Renacimiento, especialmente en Italia, debido al modelo comunal de ciudades independientes donde las decisiones se tomaban a través de representantes elegidos. En algunas, como Florencia, los representantes de las corporaciones gobernaban al lado de los patricios y en algunos casos llegaron a encumbrarse como nobles, como es el caso de la poderosa dinastía de los Médici.

Emblema Arte di Calimala
Emblema del Arte de Calimala o de los Mercaderes de Florencia. Fundado en el siglo XII, fue el primer gremio de la ciudad y uno de los más antiguos de Europa.
Foto: Sailko (CC)
El nacimiento y crecimiento de los gremios
Los gremios empezaron a formarse durante la Plena Edad Media, a partir del siglo XI, y en un principio su crecimiento fue irregular según el lugar del que hablemos. Mientras París ya contaba con más de 100 gremios a mediados del siglo XII, en Italia el número oscilaba entre 10 y 20 por ciudad, y en el norte de Europa solo unas pocas ciudades contaban con una organización significativa en aquel entonces; en algunos reinos, como Castilla, incluso estuvieron prohibidos en algunos momentos.
Es a partir del siglo XIII cuando los gremios empezaron a crecer notablemente, lo que condujo a una especialización cada vez mayor. Inicialmente existía una sola corporación que agrupaba a todos los mercaderes y artesanos de una ciudad, pero ya desde el siglo XII empezaron a escindirse según su ámbito de trabajo: jurisprudencia, moneda, tejidos, etc. Con el tiempo muchas de estas se escindieron a su vez; por ejemplo, la de los tejidos se dividió según la materia prima (lana, seda, lino…). Los gremios de un mismo ámbito eran a veces rivales, pero generalmente trabajaban en estrecha colaboración puesto que muchos dependían unos de otros: por ejemplo, los trabajadores de los tejidos necesitaban a los tintores, los comerciantes a los banqueros, y todos ellos necesitaban a los notarios para resolver los asuntos legales.

Palazzo dell'Arte della Lana
Palacio del Arte de la Lana, uno de los siete gremios mayores de Florencia.
Foto: Sailko (CC)
Esta división permitía una mejor defensa de los intereses de cada grupo, pero también provocó la jerarquización entre gremios “mayores”, “menores”, y en algunas ciudades también los “medianos”, una categoría intermedia. La categorización dependía de los ingresos máximos que percibían sus trabajadores, por lo que variaba de ciudad en ciudad, pero por norma general los gremios mayores eran los juristas, los cambistas y banqueros, los médicos y los comerciantes (entendidos como importadores y exportadores); mientras que los gremios menores eran los que podríamos llamar artesanos y artistas, aunque en algunos casos como los gremios de la seda o de joyeros, sus productos eran tan valiosos que eran considerados como “mayores”.
El funcionamiento de un gremio
Los gremios tenían dos objetivos principales. El primero era procurar el bien común de los practicantes de un oficio, lo cual hacían mediante la inscripción obligatoria de quien quisiera ejercer, previo periodo de aprendizaje y examen para convertirse en maestro, la fijación de precios y salarios comunes, la persecución del fraude y las malas prácticas, el control de la calidad de los productos y la prohibición de la competencia desleal entre socios.

Estatuto Sociedad de los Mercaderes de Bolonia
Estatuto de la Sociedad de los Mercaderes de Bolonia, 1329.
Foto: Archivo de Estado, Bolonia
Cada gremio tenía sus estatutos, que fijaban el código de conducta de sus miembros, así como órganos a los que se podían denunciar las malas prácticas. También contaban con representantes electos, que por una parte gestionaban el funcionamiento del gremio y por otra se encargaban de defender sus intereses ante las autoridades. A medida que fueron conquistando influencia en los órganos de gobierno de las ciudades, el carácter democrático de estos representantes se corrompió en la lucha por el poder. Tomando de nuevo como ejemplo a la dinastía Médici, en sus orígenes era una modesta familia de comerciantes de lana, uno de los siete gremios mayores de Florencia.
Italia, de hecho, constituye un caso particular en la historia de los gremios por el gran poder que llegaron a obtener. Tanto en las ciudades independientes como en aquellas dependientes del Sacro Imperio Romano se produjo un fenómeno que los historiadores denominan Zunftrevolution (en alemán, la revolución de los gremios). Este fenómeno se produjo desde finales del siglo XIII y llegó a su apogeo en el XV. En ese periodo, el poder político de los municipios pasó parcialmente – en algunos, casi por completo – a los priores o capitanes, los representantes electos de los gremios. Esto generó una gran tensión con los nobles, que históricamente habían gobernado las ciudades con cargos hereditarios: una tensión que daba lugar a violentas luchas internas y represalias cuando el poder cambiaba de manos, y terminaba frecuentemente con el exilio de la parte perdedora.

Vidriera con emblemas de los gremios en Helmstedt
Vidriera con los emblemas de los gremios en el Ayuntamiento de Helmstedt (Alemania).
Foto: Times
El aprendizaje en un gremio
El segundo objetivo del gremio era regular todo lo referente al aprendizaje: su duración, las obligaciones y derechos del maestro y del aprendiz, y los exámenes para convertirse en miembro de pleno derecho. Este mecanismo servía en parte para la transmisión de los conocimientos – especialmente en los gremios dedicados a la artesanía y al arte – pero tenía otra función, la de regular la posible competencia futura. Son conocidos casos como el del pintor veneciano Tintoretto, que llegó a ser un rival de su antiguo maestro Tiziano.
Generalmente se empezaba como aprendiz alrededor de los doce años, aunque dependiendo del oficio podía ser incluso más tarde. El periodo de aprendizaje duraba normalmente entre cuatro y diez años, pero también dependiendo de las profesiones podía ser incluso más largo: los artistas como pintores podían llegar a estar trece años en el taller de su maestro, aunque los más talentosos se independizaban pronto. A veces se piensa que los aprendices eran trabajadores gratuitos, pero generalmente no era así: además de la manutención y el alojamiento, recibían una paga por su trabajo. Además recibían la educación necesaria para gestionar su taller llegado el momento: aprendían a leer, a usar el ábaco y a hacer cálculos, nociones básicas pero que estaban fuera del alcance de buena parte de la población.

Taller de tintura
Taller de tintura en una miniatura de 1482.
Foto: British Library
En el caso de los gremios mercantiles y artesanos, en algún momento el aprendiz se convertía en oficial y, aun sin desvincularse de su maestro, tenía mejores condiciones de trabajo y más autoridad en el negocio. El caso de los artistas era particular en varios sentidos: por una parte el aprendiz podía recibir sus propios encargos, aunque parte de la retribución correspondía al taller; y por otra, para convertirse en maestro – lo cual le permitía abrir su propio taller – no bastaba con completar el aprendizaje, sino que hacia falta la aprobación del gremio.
La mujer en los gremios
Algo que no cambiaba en casi todos los gremios era que se trataba de un mundo muy masculinizado: era poco común que las mujeres fuesen aceptadas como aprendices porque se presumía que, en algún momento, se casarían y por lo tanto el taller o negocio perdería la inversión que había hecho en ellas.

La fábula de Aracne (Las hilanderas) Velázquez
"La fábula de Aracne" o "Las hilanderas", óleo de Diego Velázquez (ca. 1657).
Foto: Museo del Prado
Una excepción importante eran los oficios dedicados al tejido, que se consideraban de por sí labores femeninas: algunas tareas concretas eran reservadas a las mujeres, como el hilado y los bordados. Hay registros de numerosas mujeres que formaban parte de estos gremios y que podían llegar a ocupar cargos importantes, en algunos casos incluso llegando a maestras. Estos oficios constituían una de las escasas vías mediante las que una mujer podía llevar una vida independiente y hasta hacer fortuna.
No obstante, a medida que los gremios crecían en tamaño e importancia, a las mujeres les fue resultando más difícil abrirse paso en un mundo con una fuerte competencia y que tendía a cerrarse cada vez más en la endogamia: hacia finales del siglo XIV casi habían desaparecido de los gremios y, durante el Renacimiento, muchas ciudades llegaron a prohibir por ley su ingreso en la mayoría de corporaciones. El mundo del arte era algo más permisivo y había mujeres que podían destacar en él – generalmente las que eran hijas de un maestro –, pero se trataba de algo excepcional ya que, a menudo, su trabajo era por cuenta del taller y no como artistas individuales.