El triunfo de la inquisición

Los grandes autos de fe contra los luteranos

Entre los años 1559 y 1562 tuvieron lugar en Valladolid y en Sevilla varios autos de fe contra personas acusadas de simpatizar con las ideas protestantes. Cientos de ellos acabaron en la hoguera, aunque algunos lograron huir

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La huida de una hereje

Este óleo de John E. Millais, de 1857, muestra a un monje ayudando a escapar a una joven, Juana de Acuña, condenada por la Inquisición en Valladolid, en 1559.

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El fuego purificador

Desde la década de 1520, la Inquisición ordenó quemas de libros luteranos. En la imagen, relieve con quema de libros, por Juan de Juni. 1540. Museo Arqueológico, León.

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Una ciudad abierta

Gran polo mercantil, Sevilla fue en la primera mitad del siglo XVI la ciudad española más abierta a las nuevas ideas religiosas. Arriba, vista de la catedral de Sevilla y la Giralda.

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Catedral de Estrasburgo

Huyendo de la Inquisición, algunos monjes del convento de San Isidoro buscaron refugio en ciudades alemanas, como Estrasburgo. En la imagen, altar mayor de la catedral de la ciudad.

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El castigo de los herejes

Desde el primero que se celebró en Sevilla en 1481, los autos de fe se fueron haciendo cada vez más espectaculares. En la imagen, auto de fe celebrado en Toledo en 1656. Casa Museo del Greco, Toledo.

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La catedral de Sevilla

La Inquisición se estableció en Sevilla en 1481 y los primeros autos de fe de la ciudad tuvieron lugar en las gradas de la catedral. En la imagen, el coro, realizado entre 1475 y 1511.

Para saber más

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La caza de brujas en Europa

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El día 1 de septiembre de 1558, el inquisidor general don Fernando de Valdés escribió una carta al papa Pablo IV en la que le informaba detalladamente sobre la situación religiosa de España. En esos años, la Reforma protestante, iniciada por Lutero en 1517, había triunfado en muchas partes de la Cristiandad, desde Alemania y Suiza hasta Gran Bretaña y los países escandinavos; incluso en naciones como Italia y Francia los "herejes" luteranos y calvinistas parecían ganar terreno.

El inquisidor Valdés, en cambio, aseguraba al papa que España era "la provincia de la Cristiandad que más libre había estado de aquella mácula", y ello gracias –decía con jactancia– a su personal intervención y a la de los ministros del Santo Oficio.

Sin embargo, no era una casualidad que, en la fecha de la carta, Valdés estuviera en Valladolid y que gran parte de su relación la dedicara a Sevilla. En ambas ciudades –corte política y capital económica de Castilla respectivamente– habían aflorado en los meses anteriores peligrosos focos de "herejía" luterana. Y en ambas ciudades se celebrarían, entre los años 1559 y 1562, seis autos de fe en los que fueron quemados y condenados a diversas penas más de dos centenares de personas de todas las clases sociales, hombres, mujeres, clérigos y laicos.

En su carta al papa, Valdés atribuía la mayor parte del daño espiritual causado en Sevilla por el desarrollo del luteranismo a dos personajes que ocuparon sucesivamente el cargo de canónigo magistral de la catedral de Sevilla: los doctores Egidio y Constantino, sobre todo al primero.

Los primeros sospechosos

Juan Gil, humanista holandés, satirizó los abusos de la Iglesia y propugnó una religión personal más auténtica

Juan Gil, conocido como doctor Egidio, era un simpatizante de la doctrina reformadora de Erasmo de Rotterdam, el humanista holandés que satirizó los abusos de la Iglesia y propugnó una religión personal más auténtica. En la década de 1540, Egidio alcanzó un gran prestigio como predicador y una enorme influencia en el seno del cabildo catedralicio y en los círculos más cultos de Sevilla; en 1549 fue incluso propuesto por Carlos V para ocupar el obispado de Tortosa. Pero su nombramiento se truncó por las acusaciones que justo entonces afloraron a propósito de sus predicaciones, en las que algunos veían elementos de la doctrina de Lutero.

La Inquisición de Sevilla inició un proceso y Egidio fue encarcelado en el castillo de Triana. En agosto de 1552, el tribunal le condenó a abjurar de diez proposiciones heréticas y le impuso un año de cárcel y privación de confesión, predicación y enseñanza durante diez años. En su carta de 1558, Valdés opinaba que la Inquisición sevillana había mostrado con Egidio demasiados escrúpulos, levedad y misericordia. En su opinión, por el grave error de haber permitido que abjurara y se reintegrara a la Iglesia "ha sucedido el daño que ahora se descubre en Sevilla", en donde la mayoría de los procesados por luteranismo "eran apasionados y secuaces" del canónigo, "de quien les quedó el lenguaje de sus herejías y falsa doctrina".

El primero de estos seguidores de Egidio fue su sucesor como canónigo magistral de Sevilla, el doctor Constantino Ponce de la Fuente. Éste se educó en la Universidad de Alcalá, como Egidio, y en 1533 se trasladó a Sevilla. Allí se ganó gran fama como predicador y autor de obras religiosas, como la Suma de la doctrina cristiana. En 1548 fue nombrado capellán del príncipe Felipe, el futuro Felipe II, a quien acompañó en sus viajes por Alemania; se dijo que fue entonces cuando entró en contacto con la doctrina reformista.

En todo caso, sus sermones como canónigo de Sevilla pronto despertaron suspicacias entre la opinión más ortodoxa. Un caballero sevillano llamado Pedro Megía, por ejemplo, declaró una vez al salir de un acto religioso en la catedral: "Vive Dios, que no es esta doctrina buena, ni es esto lo que nos enseñaron nuestros padres". Los jesuitas lo desacreditaron y los dominicos lo acabaron denunciando ante la Inquisición por considerar que su discurso evangélico se alejaba totalmente de la ortodoxia romana.

Para saber más

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¿Eran realmente luteranos Egidio y Constantino? Es cierto que ambos fueron condenados por mantener ideas propugnadas por Lutero, como que el hombre es justificado por su sola fe en Jesucristo, sin que fueran imprescindibles las obras piadosas. También rechazaban la intercesión de los santos, el culto a las imágenes y las mortificaciones corporales y espirituales. Pero no puede decirse que estas ideas fueran específicamente protestantes, sino que se relacionaban con una tradición de crítica a la Iglesia institucional, a la manera de Erasmo de Rotterdam, así como con la reivindicación de una experiencia religiosa interior más intensa.

En cualquier caso, las prédicas de ambos canónigos tuvieron un gran impacto en la sociedad sevillana, en particular entre una parte de la élite social de la ciudad. Entre sus seguidores se contaron nobles como don Juan Ponce de León, hijo de la condesa de Bailén, muy influido por las prédicas del doctor Constantino; altos funcionarios, como Juan Pérez de Pineda, o damas como Isabel de Baena.

El inquisidor Valdés denunciaba también la existencia en Sevilla de conciliábulos formados "entre personas principales en linaje, religión y hacienda". Uno de ellos era el que se reunía en la Casa de los Niños de la Doctrina, una institución que contaba con una cátedra de teología para impartir enseñanza religiosa a niños pobres, y en la que se reunían clandestinamente los reformados para leer y comentar la Biblia.

Egidio y Constantino tuvieron también seguidores entre el clero local. Egidio predicaba con frecuencia a las monjas del convento de Santa Paula, que lo tenían como santo y doctor excelentísimo. Mayor importancia tuvo el convento de San Isidoro del Campo, de la orden de los jerónimos, situado en Santiponce, cerca de Sevilla. En la década de 1550 la mayoría de sus monjes –liderados por García Arias, teólogo y predicador, conocido como el maestro Blanco– trabaron relación con Constantino y adoptaron su visión crítica de la Iglesia católica oficial.

La represión inquisitorial

El escándalo estalló finalmente en el otoño de 1557, cuando fue detenido Julián Hernández, un arriero castellano que actuaba como correo de Pérez de Pineda, el funcionario que se había exiliado hacía pocos años en Alemania. Julianillo, como lo llamaban a causa de su baja estatura, se dedicaba a repartir libros impresos en países protestantes.

Escribieron que Julián era "sobremanera astuto y mañoso [...] y salió de Alemania con designio de infernar toda España

Sus acusadores escribieron que Julián era "sobremanera astuto y mañoso [...] y salió de Alemania con designio de infernar toda España y corrió gran parte de ella repartiendo muchos libros de perversa doctrina por varias partes [...] y especialmente en Sevilla". Lo sorprendieron en 1557, cuando llegó a Sevilla con dos toneles cargados de libros protestantes, tal vez versiones castellanas del Nuevo Testamento.

Los interrogatorios a los que fue sometido Julianillo desvelaron muchos nombres de la red de afectos a la Reforma. Algunos de estos implicados intentaron huir, como Juan Ponce de León, que participó en la distribución de libros, y que fue detenido. Una decena de monjes de San Isidoro del Campo –entre los que se contaban Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera y Antonio del Corro, que pasarían a la historia del protestantismo español– huyeron de la ciudad con todo sigilo y llegaron a Suiza y Alemania antes del verano. La Inquisición se abalanzó sobre el resto; ocho fueron apresados y llevados al castillo de Triana.

En agosto de 1558, Constantino dio con sus huesos en las cárceles inquisitoriales, después de que las autoridades, al registrar la casa de una viuda sospechosa, hallaran ocultos tras un tabique varios manuscritos de su puño y letra en los que tachaba al papa de Anticristo y afirmaba que la misa o el purgatorio eran invenciones ajenas a la doctrina original de Jesucristo. Constantino murió dos años después a causa de la dureza de su encarcelamiento, aunque sus enemigos alegaron que se había suicidado tragándose los pedazos de cristal del vaso en el que le servían vino.

Durante algo más de un año, los inquisidores sevillanos encausaron a centenares de personas, siguiendo el procedimiento habitual de las denuncias secretas, el aislamiento carcelario, los interrogatorios insidiosos, las torturas... Fue así como, el 24 de septiembre de 1559, se celebró en la plaza de San Francisco el primer gran auto de fe contra los protestantes sevillanos.

Se suceden los autos de fe

En el auto de fe se condenó a diversas penas a 80 personas, 21 como luteranos; otros 19 fueron quemados como luteranos, uno de ellos en efigie –un clérigo que logró huir de prisión–. En el cadalso se distinguió una joven llamada María de Bohórquez, a quien los religiosos intentaron convencer de que volviera a la fe católica. Sus conocimientos de latín y griego y de las Sagradas Escrituras eran tales que se enfrentó a los frailes y curas que pretendían disputar con ella; y defendía los argumentos de su fe con tal vehemencia y conocimiento, que los frailes acabaron por admirarla.

Tras los autos de fe de Sevilla y Valladolid quedó prácticamente extinguido en España

El 22 de diciembre de 1560 se organizó un segundo auto de fe. De los 54 procesados, 40 estaban acusados de luteranismo y 15 fueron quemados. Hubo también tres quemados en efigie, entre ellos Egidio y Constantino, cuyos restos fueron exhumados y lanzados al fuego. En 1562 se celebraron otros dos autos de fe, el 26 de abril y el 28 de octubre; de los 88 acusados de protestantismo, 18 acabaron en la hoguera, entre ellos cuatro sacerdotes del convento de San Isidoro.

Tras los autos de fe de Sevilla y Valladolid, el protestantismo –esa "mala doctrina" y "ponzoña" que amenazaba el catolicismo hispano, según el inquisidor Valdés– quedó prácticamente extinguido en España. La Inquisición había demostrado su eficacia como defensora de la ortodoxia religiosa de la monarquía. Sus víctimas, en cambio, denunciarían en toda Europa los métodos brutales de ese tribunal religioso que era, según el autor de las Artes de la Inquisición española, una "oficina de crueldad donde se despedaza a míseros hombres inocentes".

PARA SABER MÁS

La Reforma en la Sevilla del siglo XVI. Tomás López Muñoz, Eduforma, Madrid, 2011.

Memoria de cenizas. Eva Díaz Pérez. Fundación Lara, Sevilla, 2005.