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Desde que en 1783 Joseph y Étienne Montgolfier volaron por primera vez en un globo aerostático, casi inmediatamente se empezó a pensar en los usos militares de su invento. En 1794 ya se utilizaron globos cautivos para labores de reconocimiento en los campos de batalla, pero hubo quien quiso ir más allá. En 1810, Franz Leppich, un joven inventor alemán, propuso al rey Federico de Wurtemberg convertir los globos en máquinas de combate. El problema que tenían los globos –explicó– era su incapacidad para volar contra el viento, pero si se les añadían unas alas se los podría dirigir en cualquier dirección. Inicialmente el rey desestimó la idea, especialmente después de que Napoleón rechazase una oferta similar de Leppich, pero luego cambió de opinión y concedió al inventor alemán una pequeña subvención.
El inventor se encontraba ocupado construyendo su máquina cuando, a comienzos de 1812, el embajador ruso en Stuttgart, David Alopeus, se le aproximó con una tentadora oferta para trabajar en su país. En una carta dirigida al emperador Alejandro, Alopeus describe en detalle una máquina "con una forma que recuerda a la de una ballena", capaz de elevar "40 hombres con 12.000 cargas de explosivos" para bombardear las posiciones enemigas. Aseguraba también que podía hacer una travesía de Stuttgart a Londres en el increíble lapso de apenas trece horas.
Arma secreta
Por entonces, Napoleón estaba a punto de lanzar su gran ofensiva contra Rusiay cualquier idea para defenderse resultaba atractiva. El 26 de abril, Alejandro aprobó el proyecto y Leppich instaló su taller en un pueblo cercano a Moscú, donde el gobernador Rostopchín le proveyó de todos los recursos necesarios.

La batalla de los globos. Caricatura inglesa sobre una guerra aérea. 1784.
Bajo el alias de Schmidt, Leppich se dedicaba en teoría a supervisar la producción de munición para la artillería. Sin embargo, pronto surgieron sospechas a la vista de los guardias apostados alrededor del lugar, y aún más cuando Rostopchín encargó grandes cantidades de tejidos, ácido sulfúrico, polvo de esmeril y otros bienes por el total astronómico de 120.000 rublos. En julio, unos cien obreros trabajaban ya en turnos de 17 horas en el taller.
¡Escuadrones rumbo a Moscú!
Leppich garantizó a Rostopchín que aquel dinero estaría bien empleado y que la máquina voladora estaría lista el 15 de agosto; en otoño, ¡escuadrones enteros surcarían el cielo de Moscú! El 15 de julio, Alejandro en persona visitó el taller y le mostraron varios componentes de la máquina voladora, entre ellos las alas y una gran góndola de quince metros de largo por ocho de ancho. El emperador no tardó en informar del arma secreta a Kutúzov, su comandante en jefe, y le dio instrucciones tanto a él como a Leppich de que coordinasen sus acciones en la futura ofensiva aérea contra los franceses.
Pero el 15 de agosto pasó sin que se viera fruto alguno, y para entonces la invasión francesa ya estaba en marcha. Rostopchín, que comenzaba a sospechar de Leppich, le exigió resultados. El científico se comprometió a entregar la máquina el 27 de agosto, pero cuando incumplió el plazo el gobernador, en una carta a Alejandro, lo acusó de ser un "charlatán loco".

Un globo cautivo usado como puesto de observación durante la batalla de fleurus (1794). Grabado.
Fiasco tecnológico
El avance de los franceses hacia Moscú amenazaba el taller secreto, así que se cargó todo en 130 carromatos y se llevó a Nizhni Nóvgorod, mientras que se hizo volver a Leppich a San Petersburgo. Tras ocupar Moscú, a Napoleón le llegaron rumores sobre la máquina voladora y ordenó una investigación. El informe resultante indicaba que se habían llevado a cabo algunos trabajos "por parte de un inglés que se hace llamar Schmidt y afirma ser alemán". Se dijo que el objetivo de esa arma secreta era destruir Moscú antes de que los franceses tomaran la ciudad.
Entretanto, Leppich prosiguió con sus experimentos en el célebre observatorio de Oranienbaum. En noviembre de 1812, su primer prototipo de globo se derrumbó sobre sí mismo en cuanto lo sacaron del hangar. En septiembre de 1813 acabó una máquina voladora que fue capaz de ascender 12 o 13 metros, una altitud que nada tenía que ver con sus primeras promesas. Un mes más tarde, el general Alekséi Arakchéiev emprendió una investigación sobre los experimentos de Leppich y escribió que era "un completo charlatán que no tiene ni la más mínima noción de las reglas de la mecánica ni de la ley de la palanca". Desprovisto de fondos y caído en desgracia, Leppich abandonó Rusia en febrero de 1814. Los 250.000 rublos que el gobierno ruso había gastado en su proyecto se habían revelado una inversión calamitosa.
Para saber más
La batalla de Borodinó. Napoleón contra Kutúzov. Alexander Mikaberidze. Desperta Ferro, Madrid, 2018.