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“Soportaré que me quemen, que me aten, que me golpeen y que me maten con la espada”. Al pronunciar este juramento, los gladiadores asumían su destino, que podía concluir en medio de un charco de sangre en la arena o bien -en el caso de unos pocos- tras retirarse habiendo comprado la libertad, y después de superar decenas de combates ante un público enfervorizado de cualquier parte del Imperio. El reverso de ese oficio cruel era la oportunidad de convertirse en un verdadero ídolo, alguien cuya destreza y valor provocaban la admiración de miles de espectadores.

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Este óleo de Francesco Netti muestra a un gladiador agasajado después de un combate en una residencia de Pompeya. 1880. Museo Capodimonte, Nápoles.
Foto: Scala, Firenze
¿Cómo se formaban y combatían los gladiadores?
¿Por qué el sangriento espectáculo que protagonizaban era el favorito de los romanos?
¿Qué nos dicen los últimos hallazgos arqueológicos sobre la realidad de la vida y la muerte de los ídolos de Roma?
Para resolver estos interrogantes, el director de Historia National Geographic, Josep Maria Casals, habla con Fernando Lillo Redonet, escritor, doctor en Filología Clásica y gran conocedor del tema.
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