Misterios y curiosidades del antiguo Egipto

Giovanni Battista Belzoni, el forzudo que descubrió momias y pirámides

El famoso explorador italiano recorrió Egipto realizando descubrimientos tan importantes como la tumba de Seti I o la entrada de la pirámide de Kefrén en Giza. Pero no todo fue fácil. También tuvo serias dificultades para penetrar en viejas tumbas con pasadizos estrechos en los que apenas cabía, y donde, en diversas ocasiones, se encontró con una compañía muy poco deseada.

Giovanni Belzoni vestido con indumentaria típica otomana.

Giovanni Belzoni vestido con indumentaria típica otomana.

Foto: Cordon Press

El italiano Giovanni Battista Belzoni es ampliamente conocido por todos aquellos interesados en la cultura faraónica. Este italiano de casi dos metros de altura y de constitución robusta trabajó como forzudo de circo en Londres y viajó a Egipto para vender una bomba de irrigación al virrey Mohamed Alí en 1816. Una vez en el país del Nilo, empezó a interesarse por las antigüedades egipcias y trabajó como "conseguidor" para el cónsul británico sir Henry Salt. De hecho, el explorador italiano hizo importantes descubrimientos durante su estancia en Egipto: la tumba de Seti I, la más hermosa del Valle de los Reyes, de donde se llevó el elaborado sarcófago a Londres; entró en la tumba de Ramsés I también en el Valle de los Reyes; se introdujo en la pirámide de Kefrén, la segunda más grande la la llanura de Giza, siendo el primer hombre de la época moderna en hacerlo; también entró en la pirámide de Micerino; excavó en el Ramesseum y se llevó a Londres un enorme coloso de Ramsés II, conocido como el "joven Memnón" ("ciertamente la más hermosa y perfecta pieza de escultrua egipcia que puede verse en todo el país", en sus propias palabras); asimismo llegó hasta Abu Simbel, a unos 40 kilómetros de la segunda catarata, donde liberó de la arena los templos erigidos allí por Ramsés II.

Arrastrando la estatua del "joven Memnón" en el Ramesseum.

Foto: Cordon Press

Un libro de aventuras

Pero existe un capítulo de la vida y las andanzas de Belzoni que tal vez es mucho menos conocido, aunque sin embargo tiene un interés casi novelesco debido sobre todo a que lo cuenta el propio explorador. Se trata de sus experiencias entre las momias. De hecho, Belzoni escribió un libro, titulado Narrative of the Operations and Recent Discoveries Within the Pyramids, Temples, Tombs, and Excavations in Egipt and Nubia (Narrativa de las Operaciones y Descubrimientos Recientes Dentro de las Pirámides, Templos, Tumbas y Excavaciones en Egipto y Nubia), donde, con un estilo ágil y vivaz, el antiguo forzudo reconvertido en arqueólogo narra, en tono aventurero y sin escatimar detalles escabrosos y escalofriantes, sus vivencias en el interior de las viejas tumbas egipcias, donde se toparía con los restos de sus antiguos inquilinos. Belzoni descubrió que al público le entusiasmaban tales historias... así como ver momias en directo. De este modo, el italiano fue el primer "abridor de momias" (es decir, alguien que desenvolvía antiguas momias ante un público expectante) y precursor de quien se convertiría en el "abridor" más importante de su época, su amigo el médico británico Thomas Pettigrew.

Belzoni penetra en la pirámide de Kefrén en Giza.

Foto: Cordon Press

Giovanni Belzoni en el interior de la cámara funeraria de la pirámide de Kefrén

Foto: Cordon Press

Belzoni, un antiguo forzudo reconvertido en arqueólogo, narraría en tono aventurero, sin escatimar detalles escabrosos y escalofriantes, sus vivencias en el interior de las antiguas tumbas, donde se toparía con los restos de sus antiguos inquilinos.

Mientras estuvo en Egipto, y aunque parezca imposible, Belzoni, a pesar de su enorme corpulencia, no tenía rival arrastrándose por angostos pasillos para penetrar en tumbas milenarias... y polvorientas. Asimismo, y tal vez gracias a su físico privilegiado, no le daba miedo pasar la noche junto a ladrones y saqueadores de tumbas; estos incluso algunas veces le invitaban a cenar, y para ello mataban un par de pollos que asaban en un pequeño horno alimentado con los fragmentos de los ataúdes de madera procedentes de las tumbas, "a veces incluso con los huesos y las envolturas de sus antiguos ocupantes en su interior", según un testigo presencial.

Momias por doquier

Belzoni se llegó a ganar la confianza de algunos de estos salteadores, y los convenció de que lo guiasen al interior de los viejos sepulcros de donde extraían las antigüedades que luego vendían en el mercado negro. Así, entre un aire denso y cargado de polvo en suspensión, prácticamente irrespirable, Belzoni rebuscaba entre los vendajes de los cuerpos los papiros y amuletos que pudiesen guardar. En su libro, el italiano describía la dificultad de penetrar por aquellos pasadizos llenos de arena y escombros: "En algunos lugares no queda un hueco más grande que unos treinta centímetros por el que debes deslizarte a rastras como un caracol, y hay rocas puntiagudas que cortan como cristal". En otra ocasión se encontró "rodeado de cuerpos, montones de momias en todas direcciones; lo cual, puesto que todavía no me había acostumbrado a aquellas visiones, me impresionó con su horror. La negrura de la pared, la débil luz proporcionada por las velas o antorchas por la falta de aire, los diferentes objetos que me rodeaban y que parecían conversar entre sí, y los árabes con las velas o antorchas en sus manos, desnudos y cubiertos de polvo, parecidos ellos también a momias vivientes, formaban una escena que no puede ser descrita de ningún modo", referiría.

Belzoni en el interior del gran templo de Abu Simbel.

Foto: Cordon Press

En algunos lugares no queda un hueco más grande que unos treinta centímetros por el que debes deslizarte a rastras como un caracol, y hay rocas puntiagudas que cortan como cristal, contaba Belzoni.

El explorador italiano en el templo de Karnak.

Foto: Cordon Press

En ese mismo sentido cuenta Belzoni lo que le ocurrió una vez mientras se arrastraba por un estrecho pasadizo de seis metros de largo por el cual casi no cabía: "Estaba atestado de momias y no podía pasar sin que mi rostro entrara en contacto con el de algún descompuesto egipcio; pero el pasadizo se inclinaba hacia abajo, de modo que mi propio cuerpo me ayudaba a seguir adelante. Sin embargo, no podía evitar el quedar cubierto de huesos, piernas, brazos y cabezas que rodaban desde arriba. Así avancé de una cueva a otra, todas llenas de momias apiladas de varias formas, algunas de pie, otras tendidas, y algunas boca abajo". Realmente, una escena digna de una película de Indiana Jones...

Momia junto a su sarcófago. Grabado.

Foto: iStock

Según sigue narrando Belzoni en su libro, para hacer frente a estas desagradables situaciones contaba con un aliado imprescindible: su carencia de olfato. Afortundamente para él, no podía oler el polvo de los siglos que inundaba el interior de las tumbas, aunque sí "saborear el (polvo) de las momias, que era más bien desagradable de tragar". El enorme peso del exforzudo de feria tampoco era de mucha ayuda en según qué situaciones. Por ejemplo, otra vez, cansado del esfuerzo que le supuso entrar a rastras en una tumba, se sentó dejando caer todo su peso sobre un ataúd, y "lo aplasté como si fuera una caja de sombreros. Me hundí entre las rotas momias en medio de un crujir de huesos, vendas y cajas de madera, todo lo cual hizo alzarse una cantidad de polvo tan grande que me obligó a mantenerme inmóvil durante un cuarto de hora esperando que se posara de nuevo", relata. Pero eso no fue todo. Cuando pudo levantarse, de nuevo el polvo lo rodeó y "a cada paso que daba aplastaba una momia en alguna parte u otra".

Animales momificados

Pero no todo fueron momias humanas. Belzoni también tuvo algunos "encuentros" con momias de animales. De hecho, descubrió un "escondrijo" repleto de este tipo de momias mientras excavaba en el Valle de los Reyes en 1818. En realidad, no estaba muy seguro de cuál era exactamente su función, aunque sí las describió prólijamente: "No debo omitir que entre todas estas tumbas hemos visto algunas que contenían momias de animales mezcladas con cuerpos humanos. Había bueyes, vacas, ovejas, monos, zorros, murciélagos, cocodrilos, peces y pájaros. Dentro de ellas a veces se encuentran pequeños ídolos. Una de las tumbas estaba llena de gatos [...], la cabeza cubierta con una máscara que representaba un gato y hecha igualmente de lino. Del buey, el ternero y la oveja sólo habían conservado la cabeza [...]. El mono conserva toda su forma y se halla sentado [...]. El zorro se halla como exprimido por los vendajes [...]. El cocodrilo posee su propia forma [...]. Los pájaros están juntos, con los vendajes tan apretados que han perdido la forma, excepto el ibis, que aparece como un pollo listo para ser cocinado...".

Momia de gato.

Foto: MEB

Sarcófago y momia de halcón.

Foto: MEB

Belzoni también tuvo algunos "encuentros" con momias de animales. De hecho, descubrió un "escondrijo" de este tipo de momias mientras excavaba en el Valle de los Reyes en 1818, aunque en realidad, no estaba muy seguro de cuál era exactamente su función.

Tras Belzoni, otros europeos se lanzarían a la caza de los tesoros ocultos del antiguo y misterioso Egipto, por lo que los propios egipcios se dedicaron a desvalijar sin remordimientos las antiguas tumbas de sus antepasados para satisfacer un mercado floreciente, el de antigüedades, que cada vez tenía más demanda. Afortunadamente, con los años se pudo ir poniendo coto al saqueo y a la destrucción, aunque muchas cosas se han perdido por el camino. Pero ¿qué fue de Belzoni? Pues regresó a Londres en 1819, donde publicaría su libro, y en 1821 organizó una gran exposición en la capital británica sobre la tumba de Seti I. Pero el gusanillo de la aventura había calado muy hondo en el explorador italiano, que organizó una expedición a Tombuctú en 1823. Una aventura que desgraciadamente no pudo llevar a cabo. A los pocos días de desembarcar en Nigeria, en una aldea llamada Gwato, el gran hombre murió de disentería. Esta vez, su envergadura de Hércules invencible no sería suficiente para luchar contra su funesto destino.