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El cordero místico
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Foto: www.lukasweb.be

Con la colaboración de Turismo de Flandes

Gante en los tiempos de Van Eyck

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A principios del siglo XV Gante era una de las ciudades más importantes no sólo del norte de Europa, sino de todo el continente. Pocos territorios congregaron tantos artistas de tan alto nivel en un período de tiempo tan corto. Los nobles, las administraciones, la iglesia y los más poderosos no sólo sabían apreciar sus trabajos sino que lo fomentaban con sus encargos. Te contamos la historia de uno de los Maestros Flamencos más importantes de la historia, Jan Van Eyck, y su vinculación con la ciudad belga. 

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Justo en las primeras décadas del siglo quince, cuando la Edad Media estaba llegando a su fin y el Renacimiento estaba a punto de arrancar, Gante era una de las ciudades más importantes no sólo del norte de Europa, sino de todo el continente. De hecho, sólo París la superaba en población.

Aquellos ganteses, más de 60.000 almas, eran grandes amantes de las bellas artes, además de extraordinarios artesanos y artistas, y contribuyeron a que Flandes se convirtiera en fuente de inspiración para los movimientos artísticos de la época, como los Primitivos Flamencos, el Renacimiento y el Barroco.

Pocos territorios han congregado tantos artistas de tan alto nivel en un período de tiempo tan corto. Los nobles, las administraciones, la iglesia y los más poderosos no sólo sabían apreciar sus trabajos sino que lo fomentaban con sus encargos. De ahí que la producción artística en ese momento, además de excepcional, fuera extraordinariamente numerosa.

Los habitantes de Gante

Los hechos demuestran además que los habitantes de Gante eran excelentes comerciantes e inversores. Desde hacía varios siglos su principal fuente de riqueza era la industria textil y en ella se sustentaba en gran parte la enorme prosperidad de la ciudad. Las lujosas telas que se fabricaban en sus talleres con lana procedente de Inglaterra se habían convertido en las más cotizadas de toda Europa y la alta sociedad presumía de ellas con orgullo en los opulentos banquetes y la infinidad de eventos a los que asistían invitados. Y, evidentemente, también en los retratos que encargaban a los artistas de la época.

Muchos de ellos habían amasado sus fortunas gracias a que durante esos años Gante disfrutaba de una autonomía que no tenían otros territorios y que le permitía, entre otras cosas, contar con una regulación propia en diversos ámbitos. Sin duda una gran ventaja teniendo en cuenta su estratégica localización a apenas 30 km cerca del mar, como puerta de entrada de muchos productos apreciados en el resto de Europa.

Por ejemplo, las embarcaciones que cruzaban la ciudad cargadas de grano debían dejar en ella como impuesto una cuarta parte de lo que transportaban. Y eso suponía tal cantidad de cereal que incluso tuvieron que construir un almacén expresamente para guardarlo. Fue el primer edificio con fachada escalonada de la ciudad y todavía hoy sigue en pie en el muelle Graslei, o muelle de las especias, junto a uno de los dos ríos que confluyen en Gante, el Lys -el otro es el Escalda-.

Uno de los principales artífices de este esplendor de la ciudad fue Felipe el Bueno, duque de Borgoña, conocido como el gran duque de Occidente y el hombre más poderoso de todo el siglo XV, que llegó al poder en 1419. Felipe fue un destacado estratega político a la hora de consolidar sus territorios de los Países Bajos y dotarlos de gran peso internacional. Algo que logró, por ejemplo, con uno de sus movimientos más certeros: ponerse del lado de los ingleses durante la Guerra de los Cien Años para garantizarse el suministro de esas lanas tan importantes para su economía; y quince años después cambiarse de bando y posicionarse con los franceses.

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Felipe el Bueno y Van Eyck

Pero además, Felipe el Bueno también fue un hombre de un refinamiento extraordinario que quería en su corte a los mejores artistas. Por eso no es de extrañar que ansiara hacerse con los servicios del pintor más reputado del momento: Jan Van Eyck, de quien, a pesar de haber sido una leyenda en vida, se conocen muy pocos detalles personales.

Se cree que nació antes de 1395 en la ciudad de Maaseik, en Limburgo, aunque no hay existe ningún certificado de ello. Otra suposición es que su hermano Hubert lo acogió como su discípulo más joven en su taller de Gante. De su verdadero aspecto tampoco se sabe mucho aunque algunos rumores aseguran que su “Retrato de hombre con turbante rojo” es en realidad un autorretrato. Uno de los pocos datos que sí se conocen con certeza es que Van Eyck murió el 14 de julio de 1441 en la ciudad de Brujas, cuando ya era un afamado artista.

Esta reputación no le llegó a Van Eyck caída del cielo. Sus obras supusieron una ruptura total con los estilos de arte dominantes de la época, con representaciones el mundo completamente innovadoras.

Su perfeccionamiento de la técnica del óleo, su precisión en la planeación de los detalles y un uso nunca visto de la perspectiva -aplicando para ello sus estudios de ciencias- encandilaron no sólo a Felipe el Bueno sino a la mayoría de los personajes poderosos de toda Europa.

En 1422, mientras su hermano Hubert estaba ya trabajando en un encargo que había recibido -un retablo sobre la Adoración del Cordero Místico- Juan III de Baviera, conde de Holanda, conocido con el sobrenombre de ‘El despiadado’ decidió fichar a Jan para su corte y llevárselo a La Haya.

Pero Juan III murió de forma repentina, envenenado, sólo tres años después. Aquel enero de 1925 Jan Van Eyck decidió entonces hacer las maletas y puso rumbo a Brujas para continuar trabajando por su cuenta. O ese era inicialmente su plan, porque fue entonces cuando apareció Felipe el Bueno y su proyecto dio un vuelco de 180 grados. Tal era su interés por hacerse con los servicios de Van Eyck que le prometió un salario altísimo para la época, el equivalente a unos 170.000 euros.

La única condición que le puso era que tendría que establecerse en la ciudad de Lille, que por aquel entonces era la capital administrativa de los Países Bajos de Borgoña.

El cambio no supuso ningún problema para Jan Van Eyck pero no imaginó que, con su incorporación a la corte de Felipe el Bueno, además de pintor acabaría desarrollando una nueva faceta profesional: la de espía. Podría decirse que Van Eyck fue una especie de James Bond de la época.

En aquellos años era habitual que los gobernantes prestaran a sus artistas a otras cortes. En teoría los prestaban para que realizaran encargos artísticos, pero el verdadero propósito era que se trajeran información del cuartel general del enemigo o de un posible futuro aliado.

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Así fue como en 1429 Van Eyck se unió a una delegación de Borgoña enviada a Portugal para negociar el matrimonio de Felipe el Bueno y la infanta Isabel.

La excusa era pintar un retrato de la futura esposa pero la misión también incluía que estuviera atento a lo que ocurría allí para luego contárselo al duque. Años después, en 1435, éste le hizo viajar a la ciudad francesa de Arrás, donde se llevaron a cabo esas conversaciones de paz con Francia, y donde probablemente pintó retratos de los negociadores, incluido el del enviado papal Niccolò Albergati.

A cambio de estos otros trabajos, los artistas recibían un buen sueldo, alojamiento, comida, dietas y buenas ropa. Así es como Van Eyck pudo vivir entre la nobleza toda su vida a pesar de ser un civil sin títulos nobiliarios.

Amasó tanto dinero que en 1432 decidió abandonar Lille y regresar a Brujas, donde pudo montar su taller soñado en la zona más exclusiva de la ciudad, casarse y tener dos hijos. A su esposa, Margarita, la conocemos gracias a la inscripción que dejó en el marco de uno de los retratos que realizó, pero no fue la única marca personal que dejó en sus obras. Consciente, quizá, de que su destreza superaba ampliamente a la de sus colegas, Van Eyck fue uno de los primeros artistas en salir del anonimato y firmar sus obras. Se puede comprobar en el ‘Retrato Arnolfini’ donde, justo encima del espejo, escribió “Van Eyck estuvo aquí”, o en el marco de otras de sus obras, donde aparece inscrito su lema, que vendría a significar algo así como: "Hago lo que puedo".

El arte de Van Eyck en Gante

Pero en el sino de Jan Van Eyck siempre estuvo escrito ‘Gante’. Fue desde allí desde donde le llegó ese encargo que, sin él saberlo, se convertiría en la obra más famosa de todas las que jamás firmó y una de las más importantes de la historia.

En 1426 cuando su hermano mayor Hubert murió, a Jan le pidieron que concluyera el retablo del Cordero Místico. Tras aceptar se pasó seis años encerrado en el taller, mientras Gante seguía gozando de un esplendor único en la época y que podía apreciarse en su popular actividad comercial.

Comerciantes y vecinos se concentraban a diario en el epicentro de la ciudad, justo el triángulo que conforman el muelle Graslei con la iglesia de San Nicolás -una de las más antiguas de la ciudad- y el edificio del mercado del grano, y donde la actividad era frenética. Algunos se acercaban a los puestos y las tiendas de los artesanos -cuya técnica era una de las más refinadas del momento- para admirar y comprar alguno de sus trabajos. Otros, simplemente acudían para hacer acopio de provisiones semanales.

Dentro de esta zona comercial los panaderos y los fabricantes de cerveza tenían preferencia a la hora de comprar los cereales que los barcos habían pagado previamente a modo de impuestos. Y de hecho sus casas gremiales se situaban en los populares edificios con fachada a dos aguas que todavía se conservan a día de hoy.

Pero no eran los únicos que tenían zonas y tratos preferentes en la ciudad de Gante en esta época. Siguiendo el curso del río se encontraba otro edificio muy característicos que por entonces era un lugar clave en la actividad de la ciudad: la lonja de la carne. Hasta allí llegaban diariamente centenares de ciudadanos buscando piezas de carne de cerdo, pollo o ternera a buen precio, y los comerciantes disponían de lugares preferentes desde los que vender sus productos, pues la venta casa por casa estaba prohibida en la Gante del siglo XV. Centralizando su venta lograban también asegurarse de que pasara los controles de calidad establecidos en aquella época. De ahí que el edificio, de ladrillo y tejado de pizarra y que todavía hoy se mantiene en pie, estuviera cubierto y aislado con una finalidad muy clara: mantener la carne fresca.

Los habitantes de Gante del siglo XV tenían buen gusto a la hora de sentarse a la mesa y disfrutaban de una gran variedad de producto fresco. El pescado era excelente y las ostras un ingrediente tan característico del menú que aparecen en las obras de los grandes maestros flamencos, como Rubens y Brueghel el Viejo. Los árboles frutales y las hortalizas predominan en las de Van Eyck que, después de seis años de duro trabajo, dio por fin la última pincelada al retablo del Cordero Místico. Una obra que está considerada ya la última pintura medieval y la primera renacentista de la historia.

Visitar Gante en 2020

Convertida en el símbolo de la ciudad, todavía hoy continúa seduciendo a todo aquel que la visita. Una Gante que en 2020 se viste de gala como nunca antes para rendir homenaje a Jan Van Eyck.

El programa de actividades del año temático “OMG!(Oh my god) Van Eyck was here” incluye festivales, conciertos, teatro, actividades infantiles, mercados y fiestas en la calle… Y, cómo no, exposiciones. “Van Eyck. Una revolución óptica” muestra la mayor reunión de obras del maestro flamenco hasta la fecha junto a un centenar de piezas de sus coetáneos y la posibilidad de admirar las tablas del Cordero Místico después de varios años de restauración. Y a partir de octubre se podrá ver el retablo en todo su esplendor, una vez se instale en el nuevo centro de visitantes que se inaugurará en la Catedral de San Bavón de Gante.

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