Héroes inesperados

Los gansos que salvaron Roma de los galos

En el siglo IV a.C. los galos invadieron Italia y llegaron a entrar en Roma. Los romanos solo se salvaron gracias a unos héroes inesperados: los gansos del templo de Juno.

Ganso capitolino

Ganso capitolino

CC / Museos Capitolinos

En un día de verano en la antigua Roma, una lujosa litera es llevada con solemnidad en dirección al Circo Máximo. Su ocupante no es ningún senador ni tampoco una dama de alta cuna, pero llegados a su destino se le sienta en un lujoso cojín de púrpura. La escena podría resultar demencial a nuestros ojos, tanto por el espectador como por el espectáculo: es un ganso y lo que va a ver es la crucifixión de unos perros.

El 'supplicia canum' consistía en el sacrificio ritual de los perros del Capitolio ante la mirada de los gansos del templo de Juno.

Este macabro ritual, llamado supplicia canum -castigo de los perros-, conmemoraba el aniversario de un episodio traumático en la historia de Roma: el saqueo de la ciudad por parte de los galos el año 390 o 387 a.C. Según la leyenda, en aquella ocasión los gansos del templo de Juno salvaron a los últimos defensores de la ciudad de caer en manos de galos.

Para saber más

Rómulo y Remo

¿Cuánto sabes sobre la antigua Roma?

Leer artículo

El gran saqueo de Roma

El conflicto entre romanos y galos se había iniciado por un incidente fortuito. Los seunones, una de las muchas tribus galas, habían cruzado los Alpes hasta Italia para vender sus servicios como mercenarios. El historiador Tito Livio narra que los habitantes de la ciudad etrusca de Clusium (actual Chiusi, en Toscana), atemorizados por aquellos guerreros, pidieron apoyo a Roma para negociar con ellos. Los romanos enviaron embajadores a Clusium, pero en medio de una trifulca uno de ellos mató a un jefe galo, lo que desencadenó la guerra entre seunones y romanos.

Como condición de paz los galos exigieron que el culpable del asesinato les fuera entregado, pero este pertenecía a un importante linaje, los Fabios, quienes se negaron a ello. Como respuesta, el ejército liderado por el rey seunón Breno se puso en camino hacia Roma. Los romanos intentaron hacerles frente a orillas del río Alia, pero sufrieron una gran derrota y se retiraron apresuradamente a su ciudad; tan apresuradamente, de hecho, que no cerraron las puertas y los galos entraron sin problema.

Para saber más

137 Caligula 6

Incitato, un caballo como cónsul

Leer artículo

Un grupo de senadores, negándose a perder la dignidad, les esperaron sentados en el foro: un galo tiró de la barba a uno de ellos, que le respondió atizándole con su bastón. Los galos, enfurecidos, asesinaron a los senadores y se dieron al saqueo de la ciudad. En este episodio, llamado el gran saqueo de Roma, se perdieron todos los documentos de los primeros siglos de historia de la ciudad, que desde entonces perteneció al mito.

Breno y su parte del botín

Breno y su parte del botín

"Breno y su parte del botín", de Paul Joseph Jamin. Solo unos pocos romanos pudieron refugiarse en el Capitolio, principalmente los hombres en servicio militar, los senadores y sus familias. El resto fueron pasados por la espada con la excepción de las mujeres, capturadas como botín de guerra.

Paul Joseph Jamin

Los centinelas del Capitolio

Los supervivientes se refugiaron en el Capitolio, una de las colinas de la ciudad, que por su terreno abrupto proporcionaba una ventaja a los defensores. En este lugar se alzaba el templo de Juno, en cuyo interior se encontraban los gansos sagrados destinados a ser sacrificados en honor a la diosa.

Un día al anochecer, los galos escalaron la colina con cautela y en silencio para lanzar el ataque definitivo. Los centinelas y los perros que debían vigilar el perímetro se habían dormido, pero los invasores se toparon con unos guardias inesperados: los gansos que, asustados, armaron un gran alboroto y despertaron a los romanos, que pudieron repeler el ataque. Pero a medida que el asedio se alargaba la situación se volvió insostenible y finalmente los sitiados accedieron a pagar un rescate a los galos a cambio de que abandonasen la ciudad.

Los centinelas y los perros que debían vigilar el perímetro se habían dormido, pero los gansos del templo de Juno despertaron a los romanos.

El recuerdo de aquella humillación permaneció en el recuerdo de los romanos, por lo que el supplicia canum se instituyó como un ritual expiatorio en el que los perros del Capitolio eran sacrificados por el fallo de sus predecesores siglos atrás, ante la mirada de los gansos sagrados tratados con todos los honores: las fuentes difieren sobre la fecha, pero generalmente se sitúa en el 18 de julio o el 3 de agosto. Este tipo de sacrificios expiatorios eran comunes entre varios pueblos del Mediterráneo y solo cayeron en desuso con al avance del cristianismo.