Un levantamiento contra el feudalismo

Galicia se subleva: la rebelión de los irmandiños

Se extendió por todas las tierras gallegas y fue la respuesta de campesinos, artesanos, eclesiásticos y burgueses a décadas de extorsión y violencia sin freno por parte de los señores feudales

Chroniques de Froissard Paysans massacrant un noble

Chroniques de Froissard Paysans massacrant un noble

Un grupo de campesinos masacran a un noble en esta miniatura de las Crónicas de Jean Froissart, siglo XV, Biblioteca Nacional de Francia, París.

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Durante el siglo XV, la usurpación de bienes a la Iglesia por parte de los magnates y su violencia sobre los campesinos y otros grupos sociales –que incluía desde secuestros hasta robos de ganado o apropiaciones de fincas– favorecieron el estallido de la revuelta Irmandiña, un hecho histórico excepcional, que quedó grabado en la memoria colectiva. 

Entre 1467 y 1469 el pueblo, cansado de los abusos cometidos por la alta nobleza, se levantó en armas y asumió el poder en nombre del rey. La insurrección, que afectó a todo el territorio de Galicia, tuvo lugar en el marco de la guerra civil que enfrentaba a Enrique IV de Castilla con un sector de la nobleza que había proclamado rey al príncipe Alfonso, su hermano. En Galicia, los obispos y las ciudades se mantuvieron fieles a Enrique, mientras que la alta nobleza se situó en el bando de don Alfonso. 

Ante el desorden y la injusticia generalizados, las clases populares solicitaron al rey legítimo que les permitiera organizarse en Hermandad para restablecer el orden y castigar a los malhechores: «Las muertes e robos, e males que se hacían por todas partes del reino eran tales e tantos e tan disolutos e feos e sin temor de Dios, por falta de justicia e execución de ella, que ninguna gente no osaba caminar ni salir del poblado, en tal manera que apenas tenían seguridad en sus casas. E como los pueblos se viesen tan afligidos e puestos en tanta necesidad e peligros, inspiró Dios en ellos de tal guisa que todas las ciudades e villas e logares se movieron e conformaron para hacer hermandad». 

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Casco europeo del siglo XV, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York

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En la Junta de Fuensalida, de enero de 1467, Enrique IV aprobó la Hermandad del reino de Galicia. Era una prolongación de la que ya existía en Castilla desde 1464, pero con una entidad y una mentalidad propias. 

La Santa Irmandade

El objetivo de los hermanados era restablecer el orden y poner fin a los abusos de la nobleza, pero el movimiento desembocó  en una insurrección general contra los señores feudales, lo que proporcionó a Enrique IV el apoyo necesario para luchar contra la nobleza rebelde. La Santa Irmandade do Reino de Galicia tenía una sólida organización a base de alcaldes, cuadrilleros y procuradores, que eran elegidos en grandes asambleas. Los alcaldes irmandiños actuaban como delegados del rey y poseían, como símbolo de su poder, las «varas de justicia» o «varas de hermandad». Los centros coordinadores del movimiento eran Coruña-Betanzos, Lugo, Santiago, Pontevedra y Orense-Mondoñedo. 

En la Hermandad se integraron gentes de todos los estamentos sociales. Un testigo de la revuelta declaró años más tarde que los irmandiños levantados serían unos 80.000. El núcleo fundamental estaba constituido por campesinos, pescadores y artesanos, pero también tuvieron una participación notable eclesiásticos y sectores de la baja nobleza. La dirección política estuvo en manos de la burguesía urbana, mercaderes, escribanos, hidalgos y canónigos. El gobierno militar correspondió a  los caballeros, entre los que destacan Alonso de Lanzós, Pedro de Osorio y Diego de Lemos; mientras que el protagonismo social correspondió a gentes del campo, de los gremios y del mar. El líder más popular del movimiento fue Juan Branco, notario de Betanzos.

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Enrique IV de Castilla. Vitral de la sala del trono, alcázar de Segovia.

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Los cabildos de las principales catedrales gallegas participaron de forma muy activa; algunos de sus miembros fueron diputados en las juntas, pero además financiaron sus acciones y justificaron la revuelta, al presentarla como un castigo divino por el mal comportamiento de los caballeros del reino. La Hermandad permitió conjurar el miedo colectivo a los señores gallegos que habían convertido sus fortalezas en «nidos de malhechores», y les aportó la legalidad, organización y unidad necesarias para enfrentarse primero a sus abusos y más tarde a su dominio.

La ofensiva contra la nobleza

En una primera fase, los alcaldes de la Hermandad recibieron las denuncias de los agravios cometidos por los señores contra los vasallos y la Iglesia, y procedieron contra los  malhechores comunes con sentencias ejemplares: «Y hecha la Hermandad, cossa es no creedera, cuán presto fue abaxada la soberbia de los malos, con la forma en que la Hermandad tenía en castigar los que andaban a robar por todas partes del reino, donde no solamente asahetaron los ladrones e robadores, mas derribaron muchas e muy grandes fortalezas». 

En la primera Junta, celebrada entre febrero y abril de 1467 en Melide, la Hermandad exigió a los nobles la entrega de sus fortalezas; pero ante la negativa de algunos, los irmandiños, armados con espadas, lanzas, ballestas y quizá bombardas comenzaron a destruir los castillos, iniciándose de esta forma el movimiento antiseñorial. Se dijo que en dos años fueron destruidas 140 fortalezas, aunque probablemente fueran más, pues los irmandiños arrasaron también torres y casas señoriales, hasta que «no deixaron fortolleza en todo o reino de Galicia»

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Fortaleza de Vimianzo, tomada por los irmandiños en 1467.

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El éxito de los irmandiños se debió tanto a su gran número como a su unidad y al sentimiento justiciero de los asaltantes. A su favor contó también que Enrique IV legalizara, en julio de 1467, los primeros ataques a las fortalezas: «Quiero e mando e me plase de aprovar e apruevo por la presente el derribamiento de aquellas fortalesas que vosotros derribasteis, de las quales se fasían robos e muertes e fuerzas e otros males e daños, e eran receptadoras de los malfechores e defensores dellos e de los omes criminosos, e así mismo qualesquier otras cosas que por vía de justicia avedes fecho e procedido, e lo loo e apruevo e he por bien fecho».

La magnitud de la rebelión hizo imposible la resistencia nobiliaria. Algunos nobles murieron tras intentar defender sus dominios, como Álvaro Páez de Sotomayor; otros tuvieron que huir, como el conde de Lemos, que escapó a Ponferrada, o el arzobispo Fonseca y Pedro Álvarez de Sotomayor, que se refugiaron en tierras de Portugal. Como relata metafóricamente un testigo de Betanzos: «Los gorriones habían de correr tras los falcones, hasta expulsarlos del reino».

Portrait   The Massacre of the Sons of Lysimachus

Portrait The Massacre of the Sons of Lysimachus

Masacre de nobles en una iluminación de 1415, Centro Getty, Los Ángeles.

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El triunfo de la sublevación trajo consigo la vuelta a la justicia y la liberación del dominio de los señores. Como señala el cronista Lope García de Salazar: «No quedaron con ellos sendos servidores que los sirviesen. Echáronlos de todas sus tierras e heredamientos, que un solo vasallo ni renta no les dexaron».

En efecto, además de destruir las fortalezas, los irmandiños suprimieron las rentas y los tributos señoriales y ocuparon las tierras. La Hermandad se hizo con el control de toda Galicia: administraba justicia, tenía el poder militar y cobraba los tributos, en nombre del lejano rey de Castilla.

La respuesta de los señores

Cuando en 1468 acabó la guerra civil en Castilla, los nobles se unieron para acabar con la Hermandad, a la que derrotaron en Balmalige, cerca de Santiago, gracias al apoyo militar prestado desde otros reinos y la solidaridad de clase de los nobles: al radicalizarse el movimiento, una parte de la baja nobleza se desligó del mismo y, «acatando la antigua enemistad que fue e sería entre fijosdalgos e villanos, juntándose con los dichos señores, dieron con los dichos villanos en el suelo». 

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Catedral de Santiago de Compostela. El arzobispo Alonso de Fonseca fue uno de los más notables adversarios de los irmandiños.

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Cuando la revuelta terminó en 1472, los nobles recuperaron sus dominios señoriales, pero no su antiguo poder. Apenas  hubo represión y sólo fueron reconstruidas algunas fortalezas. Como señaló el historiador Carlos Barros: «La Galicia de las fortalezas y de la nobleza feudal dio paso a la Galicia de los pazos y de la hidalguía de aldea, característica del siglo XVI».