Antigua Roma

Fullonicae, las tintorerías romanas donde se lavaba ropa con orina

Antes de la invención de los detergentes, eliminar las manchas de la ropa podía ser una tarea harto difícil. En la antigua Roma existían las fullonicae, negocios que se dedicaban a esta labor usando una mezcla de orina, cenizas y arcilla.

Fullonica de Stephanus, en Pompeya.

Fullonica de Stephanus, en Pompeya.

Fullonica de Stephanus, en Pompeya.

Foto: iStock / lauradibiase

Por bien que nos fascine en muchos aspectos, la antigua Roma dejaba que desear en otros muchos, como la higiene. Sirva de ejemplo que las letrinas eran espacios comunes donde se compartía incluso la escobilla para limpiarse, o que para mantener la ropa impecable se usaba nada menos que orina como producto de limpieza.

 

Los romanos no limpiaban la ropa en casa, puesto que no disponían de agua corriente. A veces bastaba con remojarla en alguna fuente o río, pero quitar las manchas era más complicado porque no existían detergentes. Por ello las personas de importancia, que debían vestir de forma impecable, recurrían a las fullonicae (fullonica, en singular), unos negocios que hoy llamaríamos tintorerías, donde se eliminaban las manchas y, si era necesario, se volvía a teñir la ropa.

Fresco del proceso de lavado encontrado en Pompeya.

Fresco del proceso de lavado encontrado en Pompeya.

Foto: CC

El detergente de la antigua Roma

 

Para lavar la ropa, las fullonicae usaban una mezcla compuesta por agua, orina y cenizas. La orina contiene amoníaco, que descomponía la materia orgánica y ayudaba a ablandar la suciedad de las manchas, mientras que las cenizas la absorbían. La mezcla se metía junto con la ropa sucia en unas tinas de piedra, donde se limpiaba a base de pisotones. Para quitar los restos de suciedad se empleaba una arcilla llamada tierra de batán, conocida por sus propiedades absorbentes.

 

Después de limpiarla la ropa se enjuagaba con agua y, si aún quedaban manchas, se repetía el ciclo hasta que quedaba limpia del todo. A continuación, si la ropa era blanca, se empleaba cal para blanquearla. Posteriormente se tendía para secarla y airearla, aunque debido al efecto absorbente de los demás productos y al posterior enjuagado, al final del proceso la ropa no apestaba tanto como cabría esperar. Finalmente, se planchaba con la ayuda de una prensa y, según el tipo de tejido, se cardaba para dejarla lisa. También, si era necesario, se volvía a teñir y se arreglaban posibles desperfectos.

 

Trabajar en una fullonica era considerada una tarea considerada despreciable, especialmente quienes se dedicaban a la desagradable tarea de pisotear la ropa en las tinas, que normalmente recaía en esclavos o en mujeres y niños de clase baja. Tampoco los propietarios de las fullonicae gozaban de buena fama, aunque en su caso les importaba menos debido a la fortuna que hacían, puesto que el servicio era caro.

Fresco del proceso de lavado de la ropa en la antigua Roma.

Fresco del proceso de lavado de la ropa en la antigua Roma.

Foto: CC

El dinero no apesta

 

Naturalmente, para realizar su trabajo las fullonicae necesitaban un suministro de orina, que obtenían de diversos lugares. Por una parte, junto a los negocios se colocaban unas vasijas donde cualquiera que estuviera en apuros podía hacer sus necesidades; y por otra, los propietarios podían recoger orina procedente de las letrinas públicas e incluso llevarla en ánforas desde otros lugares. No eran los únicos que valoraban tanto este producto: también quienes se dedicaban al curtido de pieles empleaban la orina para eliminar el vello y los restos de carne.

 

Un negocio tan lucrativo no podía escapar de la mirada del fisco. El emperador Vespasiano, que gobernó Roma entre los años 69 y 79 d.C., creó un impuesto sobre la orina (urinae vectigal) que se aplicaba a todo aquel que quisiera obtener “suministros” de las cloacas o importarla de otras ciudades, lo cual encareció aún más el servicio. El historiador Suetonio narra que uno de los hijos de Vespasiano, el futuro emperador Tito, en una ocasión, manifestó su desagrado por el hecho de cobrar impuestos por la orina; como respuesta, Vespasiano le acercó una moneda de oro a la nariz y le preguntó si olía mal. Tito respondió que no, a lo que el emperador respondió “pues viene de la orina”, en referencia al impuesto; de ahí la famosa frase atribuida a él (aunque no lo dijera con estas palabras) pecunia non olet (“el dinero no apesta”).

 

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