Historia de España

¿Fue real la "Conjura de Venecia"?

La llamada Conjura de Venecia permitió a La Serenísima República quitarse de en medio al molesto duque de Osuna, al que acusaron de haber instigado una guerra que él nunca reconoció haber planeado.

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Durante el siglo XVII, el dominio de la Corona española sobre la península italiana resultaba de enorme importancia para su política exterior en Europa. En ese contexto histórico, en 1616, Pedro Téllez de Girón, tercer duque de Osuna, fue nombrado virrey de Nápoles. Ya había ejercido como virrey de Sicilia unos años antes y, durante su mandato, Téllez de Girón había llevado a cabo enormes esfuerzos para recuperar la hegemonía española en Italia, bastante venida a menos durante el gobierno del duque de Lerma, valido de Felipe III. Esta es la historia de una "conjura" que puso en jaque a la Corona española y en la que participó uno de los escritores más famosos del Siglo de Oro español, Francisco Gómez de Quevedo.

La gloria perdida

El hecho de que los intereses españoles en Italia chocaran frontalmente con los de Francia, La Serenísima República de Venecia, Saboya y el Vaticano no auguraba nada bueno para España. De hecho, sin sus posesiones italianas, España quedaba indefensa frente a los ataques de los piratas berberiscos y su conexión con Europa quedaba asimismo mermada. Para hacer frente a todos estos problemas, durante su estancia en Sicilia el duque de Osuna, también conocido como "el virrey temerario", organizó una flota (pagada directamente de su bolsillo) para luchar contra los piratas otomanos (algo que volvería a hacer desde su nuevo puesto en Nápoles). Las veintidós galeras y los veinte galeones que formaban la flota del virrey lanzaron exitosos ataques contra los piratas, llegando incluso a acorralarlos en Túnez, su guarida principal. Estas victorias, que alejaron a los piratas de las costas italianas (con la ayuda de algún que otro soborno), dieron un enorme prestigio al duque y contribuyeron a su nombramiento como virrey de Nápoles. El precio, sin embargo, fue elevado: Osuna se ganó numerosos enemigos tanto dentro como fuera de España.

Durante su estancia en Sicilia, el duque de Osuna, conocido también como "el virrey temerario", organizó una flota (pagada directamente de su bolsillo) para luchar contra los piratas otomanos, algo que volvería a hacer desde Nápoles.

Pero la paz que España era partidaria de imponer en toda Europa no contaba con el apoyo de todos. Este era el caso del duque de Osuna, quien, alineado con el bando más combativo de la Corte y contrario al pacifismo imperante en aquel momento, buscó a cualquier precio la manera de recobrar la grandeza de la Corona española. Según su parecer, si España quería recuperar la gloria de antaño, debía enviar señales muy claras a todos sus enemigos: Francia, Inglaterra, los protestantes alemanes y holandeses, la casa de Saboya y, por supuesto, a los venecianos. Es en este punto, en 1618, cuando supuestamente llegó Quevedo a Palermo. Al parecer, el escritor debía actuar como hombre de confianza del duque y aprovechar sus dotes diplomáticas para orquestar un plan que permitiese a España recuperar la hegemonía perdida. Pero el tiempo no corría a su favor ya que la Corona estaba en contra de cualquier acción que supusiera poner en peligro una paz tan delicada.

Pedro Téllez-Girón y Velasco, tercer Duque de Osuna, que vivió entre 1574 y 1624. Este retrato fue realizado por Bartolomé González y Serrano hacia 1615, poco antes del inicio del inicio de la Conjura.

Pedro Téllez-Girón y Velasco, tercer Duque de Osuna, que vivió entre 1574 y 1624. Este retrato fue realizado por Bartolomé González y Serrano hacia 1615, poco antes del inicio del inicio de la Conjura.

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Presión a la Corona

Ante esta tesitura, y siempre según los venecianos, el duque de Osuna, aprovechando la extensa red de espías que había tejido Alfonso de la Cueva, marqués de Bedmar, y contando con la inestimable ayuda del embajador del Milanesado, el marqués de Villafranca, diseñó un plan desestabilizador. Para hacer frente al innegable poderío naval veneciano se necesitaba una escuadra que pudiera hacerle frente, y solo el duque de Osuna disponía de una flota con esas características. Con las banderas negras de los galeones del duque ondeando en el mar Adriático (lo que representaba una afrenta para los venecianos, que consideraban el Adriático de propiedad), Osuna contrató a mercenarios franceses y holandeses para desestabilizar la zona. Mientras, el marqués de Bedmar trabajaría para asegurarse la neutralidad de Francia e Inglaterra.

Para hacer frente al innegable poderío naval veneciano se necesitaba una escuadra que pudiera hacerle frente, y solo el duque de Osuna disponía de una flota con esas características.

La situación empezó a volverse insostenible para los venecianos, que veían como su comercio empezaba a resentirse. Los diplomáticos de La Serenísima empezaron a presionar a España, mientras desde Madrid las peticiones para que se detuviera esa guerra no autorizada por la Corona se sucedían. En aquellos momentos el duque de Osuna ya sabía que los venecianos estaban construyendo más galeones en los astilleros de Holanda e Inglaterra, pero, para su sorpresa, recibió la orden del gobierno español de retirar sus naves del mar Adriático. Por su parte, los venecianos empezaron a conspirar para desprestigiar al duque de Osuna y de esta manera abortar su plan.

¡Traición!

Pero Osuna hizo oídos sordos a las demandas del gobierno español, y el 12 de mayo de 1618 siguió adelante con sus planes. Hizo que Quevedo entrase en Venecia disfrazado para coordinar las acciones junto al embajador. Pero con lo que los "conjurados" no contaban es con que pudiera haber un traidor entre sus filas. Concretamente el cabecilla de los mercenarios, un francés llamado Nicolás Renault, que tras ser interrogado por los venecianos no tardó en denunciar a sus cómplices. El día 19 tuvieron lugar la primeras detenciones, que acabaron con la mayoría de implicados en el cadalso sin juicio previo. Mientras, por las calles, la exaltada población veneciana se tomaba la justicia por su mano. Llegaron a rodear la residencia del marqués de Bedmar, e incluso a quemar dos muñecos de paja que representaban al duque de Osuna y al propio Quevedo.

El poderío de la flota de la República de Venecia fue uno de los grandes obstáculos a los que se enfrentaba el duque de Osuna. Esta ilustración del siglo XVI conservada en el Museo Naval de Madrid, muestra una galeazas.

El poderío de la flota de la República de Venecia fue uno de los grandes obstáculos a los que se enfrentaba el duque de Osuna. Esta ilustración del siglo XVI conservada en el Museo Naval de Madrid, muestra una galeazas.

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Con lo que los conjurados no contaban es con que pudiera haber un traidor entre sus filas. Concretamente el cabecilla de los mercenarios, un francés llamado Nicolás Renault, que tras ser interrogado por los venecianos no tardó en denunciar a sus cómplices.

Sin embargo, el duque de Osuna siempre negó cualquier participación en aquella trama, e incluso el propio Quevedo llamó a los venecianos "chisme del mundo" y los acusó de haber orquestado una farsa. Algunos cuentan que el propio escritor se salvó del linchamiento y tuvo que huir de la ciudad de noche disfrazado de mendigo. Algunos historiadores creen que la supuesta conjura maquinada por el duque de Osuna fue el pretexto que esgrimieron los venecianos para eliminar a todos los corsarios y mercenarios extranjeros que desde hacía tiempo representaban un problema para sus intereses. Los venecianos registraron las embajadas de España y Francia, donde casualmente se encontraron armas y municiones. Es interesante el hecho de que se emitiera un bando exculpando al gobierno español de los "desmanes" causados por Osuna, lo que dejaba bien a las claras que el único propósito de La Serenísima era quitar de en medio al molesto duque.

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Rendición de cuentas

En el año 1620, Osuna fue llamado a España para responder a las acusaciones presentadas contra él. El duque trasladó su flota a España y abandonó su cargo de virrey de Nápoles el 28 de marzo del mismo año. Encarcelado por su oposición al nuevo gobierno de Baltasar de Zúñiga y su sobrino el conde duque de Olivares, el aristócrata pasó sus últimos años entrando y saliendo de diversas prisiones españolas y su salud se fue deteriorando. A la gota que sufría se añadió algún tipo de enfermedad mental que le provocaba continuas pérdidas de memoria. Al final, el duque de Osuna falleció miserablemente en una mazmorra del castillo de La Alameda, en el actual distrito de Barajas, el 24 de septiembre de 1624. Sus últimas palabras fueron: "Si cual serví a mi rey sirviera a Dios, fuera buen cristiano".

El duque de Osuna falleció miserablemente en una mazmorra del castillo de La Alameda, en el actual distrito de Barajas, el 24 de septiembre de 1624. Sus últimas palabras fueron: 'Si cual serví a mi rey sirviera a Dios, fuera buen cristiano'.

Por su parte, Quevedo tuvo que rendir cuentas ante Consejo de Estado. El escritor mantuvo intacta su fidelidad al duque y negó hasta el final que el virrey de Nápoles fuera culpable de los cargos de los que se le acusaba. La cerrada defensa del duque por parte del escritor le provocaría no pocos problemas. Incluso cuando Quevedo estaba plenamente dedicado a sus quehaceres literarios fue encerrado una temporada en la prisión de Uclés, y quince años más tarde, acusado de unos hechos poco claros, fue encarcelado cuatro años más al parecer sin haber tenido un juicio justo. Cuando fue puesto de nuevo en libertad, Quevedo era ya un hombre cansado y estaba aquejado de una grave afección en el pecho que contrajo en prisión. Retirado en el convento de los padres dominicos de Villanueva de los Infantes, el gran autor del Siglo de Oro moriría el 8 de septiembre de 1645.

Vista panorámica de la PLaza de San Marcos de Venecia, por Cannaletto.

Vista panorámica de la PLaza de San Marcos de Venecia, por Cannaletto.

Foto: Cordon Press

¿Ocurrió de verdad?

El primer biógrafo de Quevedo, Pablo Antonio de Tarsia, parece corroborar en su biografía del escritor que este sí estuvo en Venecia en el año 1618 (en ella se dice que el poeta partió a Venecia acompañado de un francés, Jacques Pierre, "y otro caballero español a hacer una diligencia de gran riesgo"). Por su parte, el soldado, espadachín y escritor Diego Duque de Estrada afirma en sus memorias que la Conjura de Venecia fue real y que se trató de un plan muy bien orquestado por parte del duque de Osuna, en el que él tomó parte activa. Pero a pesar de estos testimonios, muchos historiadores actuales ponen en tela de juicio el hecho de que Quevedo pudiera haber participado en los acontecimientos que se produjeron en la ciudad de los canales.