En la historia del papado ha habido 23 Juanes, 16 Benedictos y Gregorios o 13 Leones, pero hasta hace 10 años no había habido ningún papa que hubiera elegido el nombre de Francisco para su pontificado. José María Bergoglio escogió ese nombre pensando en el santo católico del siglo XIII Francisco de Asís (1182-1226) que, con su vida austera, promovió una reforma de la Iglesia de la época.
La primera decisión que debe tomar el nuevo papa nada más salir la fumata blanca de la chimenea del cónclave en la Capilla Sixtina es la de elegir el nombre con el que afrontará su papado y este nombre, normalmente, es un indicador de cómo piensa encarar el pontificado. Según ha explicado el propio papa Francisco, con su elección quería proyectar una imagen de reforma y modernización de la Iglesia que la acercara a sus feligreses, igual que hizo Francisco de Asís, fomentando los ideales de pobreza y austeridad, tan alejados de la opulenta y corrupta jerarquía católica medieval.
El joven Francisco de Asís
La vida de Francisco de Asís se mueve en el terreno entre la realidad y la leyenda. Hay un puñado de biografías escritas por él mismo y sus seguidores, pero el hecho de que fuese canonizado tan sólo dos años después de su muerte, ha heho que circulen historias legendarias sobre su vida.
Según las fuentes parece que fue bautizado en 1182 como Giovanni, hijo de Pietro Bernardone. El nombre de Francisco le viene, parece ser porque su madre era francesa y él sintió una gran inclinación por esa cultura y esa lengua desde niño. La suya era una de las familias más ricas de la ciudad de Asís, en la región de Umbría, al norte de Roma. Recibió una educación para dedicarse al oficio de mercader, como su padre y al parecer al principio recogió con éxito su testigo en el negocio familiar. Las crónicas lo presentan como alegre y derrochador, "dado a juegos y cantares. Era tan pródigo en gastar, que cuanto podía tener y ganar lo empleaba en comilonas y otras cosas".
Durante su juventud, Francisco de Asís era una persona derrochadora que gastaba el dinero que ganaba en comilonas, fiestas y bailes.
Al llegar a la mayoría de edad (que en esa época se cumplía a los 14 años), Francisco comenzó a participar en la vida pública de su ciudad y en las contiendas que ésta mantenía con la vecina Perugia, en la lucha de Asís por una mayor autonomía del Sacro Imperio Romano Germánico y al lado del papa, enfrentado también al emperador. Según sus propias palabras, vivía, “como si Dios no existiese".
La revelación de San Francisco
Durante este periodo en el que se interesó por la vida militar, Francisco conoció de primera mano la violencia, la muerte, la prisión y las enfermedades. Al parecer, en 1202, regresó enfermo de las mazmorras de Perugia y, en 1205, oyó la voz divina que le pedía regresar a Asís, de camino para incorporarse en una campaña en el tumultuoso sur de Italia.
En su ciudad natal retomó su actividad como mercader, pero al parecer su carácter había cambiado. Francisco de Asís ya no era el risueño y derrochador amante de las fiestas de antes. El mercader conoció los más bajos fondos de su localidad y a los más desfavorecidos y comenzó a reflexionar sobre la riqueza y los placeres mundanos.
Después de iniciar un carrera militar, Francisco de Asís cayó en una profunda crisis existencial que le llevó a reflexionar sobre la importancia de las riquezas mundanas.
Ese mismo año, durante una peregrinación familiar a Roma, entró en contacto directo con la corrupción y la falta de sensibilidad de los altos dignatarios de la Iglesia de la época: mientras ellos no se privan de ningún lujo, han arrojado las monedas más pequeñas de cobre a los mendigos que hay en el portal de la antigua basílica de San Pedro. Según el relato oficial, al contemplarlo Francisco dejó caer sobre la tumba del apóstol todo su dinero e intercambió sus ropas con las de un mendigo. Durante el resto del día, se sentó entre los pobres vestido con harapos para mendigar de incógnito.
Desnudo ante Dios
Según su propio relato, Francisco se dio cuenta que su comportamiento hasta entonces había sido muy similar al que vio en Roma. A partir de entonces mostró una conducta de desapego a lo terrenal y comenzó a frecuentar a los leprosos –por quienes sentía un profundo desprecio durante su vida como comerciante– y a vender sus posesiones para donar el dinero a los más pobres. Sus antiguas amistades lo tomaron por demente "le arrojaban lodo y cantos de las plazas", según la Leyenda de los Tres Compañeros, un relato atribuido a tres de sus primeros seguidores.
Ante el temor a que dilapidara todo el patrimonio familiar, su padre "lo encerró durante muchos días en una cárcel tenebrosa" y lo denunció ante las autoridades eclesiásticas para que le devolviese la fortuna gastada. Durante el juicio, se produjo un episodio dramático en esta historia; para mostrar que había cortado cualquier lazo con las riquezas terrenales y el dinero de su familia, Francisco de Asís se desnudó ante su padre, ante el obispo, que presidía el juicio, y el público asistente y dijo: "hasta ahora he llamado padre mío a Pietro Bernardone; pero como tengo propósito de consagrarme al servicio de Dios, le devuelvo el dinero por el que está tan enojado y todos los vestidos que de sus haberes tengo". Ante esta teatral escena, el obispo lo abrazó y lo envolvió con su manto como signo de protección de la Iglesia.
El místico indigente
De esta manera, Francisco de Asís, a los 24 años, comenzaba la segunda parte de su vida, solitaria y retraída, consagrado a ayudar a los más pobres y erigir y reformar pequeñas iglesias para ellos. Durante los siguientes años, según su propia versión, vivió un proceso místico de reflexión y oración que acabaría revelándole "que debería vivir según la forma del santo Evangelio”.
Ese proceso cristalizó en otro momento dramático de su vida, una misa en la pequeña iglesia de Santa María de Porciúncula en 1208. Al parecer, ese día la lectura del Evangelio versaba sobre cómo Jesucristo envió a sus discípulos a predicar la palabra de Dios en la más estricta pobreza, sin llevar si quiera "ni calzado ni dos túnicas". La leyenda de los tres compañeros explica describe como, al oírlo, Francisco, "se despojó al momento de los objetos duplicados y, haciéndose él una túnica muy rústica, abandonó la correa y se ciñó con una cuerda", mientras decía "esto es lo que ansío cumplir con todas mis fuerzas".
Aunque en esa época proliferaban por toda Italia y Europa grupos de devotos que propugnaban la pobreza como único camino de salvación, el religioso de Asís no se unió a ninguno de ellos. Volvió a Asís y comenzó su predicamiento en solitario hasta que dos meses más tarde se le unió su primer seguidor. En poco tiempo, se le unieron 11 discípulos que predicaban la pobreza y atendían a los leprosos.

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San Francisco orando por Francisco de Zurbarán. Museo del Prado
Cordon Press
Al año siguiente, Francisco logró una audiencia con el papa Inocencio III para que aprobara la regla de su hermandad. A pesar de las reticencias de la jerarquía católica, que veían con desagrado los cada vez más numerosos movimientos que predicaban la pobreza absoluta de la Iglesia, la regla fue aprobada, naciendo así la Primera Orden de San Francisco, cuyos integrantes se harán llamar frailes menores.
Ante la popularidad de su mensaje entre los feligreses, Francisco de Asís fundaría dos órdenes más de su movimiento: la Segunda Orden, femenina, fundada junto a Clara de Asís, por lo que también se las conoce como clarisas; y la Tercera Orden, integrada por laicos que querían hacer de la penitencia un ejemplo de vida.
Éxito franciscano
En 1215 el número de frailes se había multiplicado exponencialmente y además de en Italia, se encontraban en Francia y la península ibérica. Predicaban su modo de vida en parejas y convivían con la gente en sus pueblos, fundando ermitas en las afueras de las ciudades.
Al parecer, Francisco rechazó el privilegio de que su orden pudiera ordenar cardenales: según las crónicas de Tomás de Celano, acorde con sus principios respondió: "Mis hermanos son llamados frailes menores, y ellos no intentan convertirse en mayores. Su vocación les enseña a permanecer siempre en condición humilde" cuentan las crónicas que fue la respuesta franciscana.
Los franciscanos se extendieron por Italia, Francia y la península ibérica, predicaban su modo de vida en parejas y convivían con la gente en sus pueblos, fundando ermitas en las afueras de las ciudades.
Esto provocó las primeras disensiones en el seno del movimiento, ya que algunos franciscanos abogaban por dar el poder de su orden a los "hombres más sabios". Entonces, Francisco de Asís intentó propagar su evangelio entre los infieles. De esta manera, viajó a Oriente y a Tierra Santa, donde se ganó el aprecio de muchos caballeros cruzados que abandonaron las armas para convertirse en frailes menores.
Leyenda viviente
El éxito del movimiento del Pobrecillo –así llamaban a Francisco por su aspecto menudo y su extrema humildad– en toda la Europa crecía imparable. En 1222 un testigo explica que en Bolonia hombres y mujeres se agolpaban alrededor de Francisco "ansiosos tocar su ropa o arrebatar un trocito de su tela".
Cada vez más debilitado y acosado por la enfermedad, Francisco de Asís hace más cortas sus peregrinaciones y alarga las estancias en las ermitas. En una de esas peregrinaciones, en 1223, instaura la figura del Belén navideño tal y como lo conocemos. Fue en la ciudad de Greccio, donde montó un pesebre con animales y heno, que sea asemejara lo más posible a la Natividad de Belén.
Cada vez más débil, Francisco mostró su voluntad de regresar a Porciúncula para pasar sus últimos días. En su lecho escribió su Testamento antes de morir, el 3 de octubre de 1226 a la edad de 44 años.
El momento de su fallecimiento también está rodeado de mitos. Así lo relata la Leyenda Mayor de San Francisco escrita en la década de 1260: “Al emigrar de este mundo, el bienaventurado Francisco dejó impresas en su cuerpo las señales de la Pasión de Cristo. Se veían en aquellos dichosos miembros unos clavos de su misma carne [...] Apareció también muy visible en su cuerpo la llaga del costado, semejante a la del costado herido del Salvador”.
Sea como fuere, Francisco fue canonizado tan sólo dos años después, en 1228, convertido en una de las figuras más importantes del cristianismo.