Entre los siglos XV y XVIII, los mapas del mundo se llenaron de tierras previamente sin cartografiar. Es la conocida como Era de los Descubrimientos por parte de los europeos: animales, plantas y objetos que desconocían hasta entonces empezaron a llegar al Viejo Mundo. Esto dio el impulso definitivo a una moda que ya empezaba a emerger durante el Renacimiento, la de los gabinetes de curiosidades o “cuartos de las maravillas”, un nombre que les iba como anillo al dedo, aunque a veces parecían más bien cuartos de los horrores.
Presumir a toda costa
La pasión por el coleccionismo no era nada nuevo: desde que los seres humanos empezaron a entrar en contacto con otras culturas, poseer objetos o animales exóticos era un gran signo de estatus, aunque históricamente solo los monarcas o la más alta nobleza había tenido acceso a ellos. Pero partir del Renacimiento y especialmente durante la Edad Moderna, también la baja nobleza e incluso la burguesía encontró un modo de alardear mediante las colecciones de objetos traídos de tierras lejanas… que frecuentemente no eran lo que sus propietarios proclamaban.
Junto a tallas, estatuas o armas auténticas se encontraban un montón de cosas falsificadas como cuernos de unicornio, huesos de dragones o plumas de fénix, por citar algunos. La mayoría de estos objetos no eran en sí falsos, simplemente eran más realistas de lo que se suponía: colmillos de narval, huesos de mamut o plumas de pájaros tropicales. Otros en cambio eran falsos con toda la intención, como los cuerpos disecados de animales legendarios que habían sido fabricados a base de juntar partes de otros. Tal era la capacidad de falsificación y de imaginación que cuando llegaron a Europa los primeros cuerpos de ornitorrincos a finales del siglo XVIII, muchos pensaron que se trataba de una de estas estafas, pues consideraron imposible que un animal tan extraño existiera en la realidad.
Una característica distintiva de estos gabinetes era, de hecho, su heterogeneidad: aunque había quien se decantaba por un determinado tipo de curiosidades -generalmente científicos de un cierto nivel económico que documentaban plantas, insectos o animales-, quien lo hacía por pura ostentación podía combinar perfectamente piezas tan distintas como gemas, fósiles, armaduras medievales, alfombras persas, vestidos chinos, armas aborígenes, instrumentos científicos -a los cuales frecuentemente no daba ningún uso- y un largo etcétera.

Esqueleto de una supuesta sirena en el Museo Civico de Módena (Italia)
Unas falsificaciones muy populares eran los esqueletos de "sirenas", realizados a base de juntar el cuerpo de un pez con el torso, los brazos y la cabeza de un mono.
Foto: Archivio fotografico Museo Civico di Modena
Los primeros museos
Pero fue precisamente la primera tipología de coleccionistas – quienes lo hacían por interés científico – la que contribuyó al nacimiento de los primeros museos, en especial los dedicados a la historia natural. Instituciones tan importantes como el British Museum de Londres y el Ashmolean Museum de Oxford de nutrieron de las colecciones procedentes de los gabinetes de curiosidades, normalmente comprándolas a los herederos que no tenían interés en ocuparse de ellas o a través de donaciones.
El estudio de las ciencias naturales, en la Edad Moderna, era visto en buena parte como un pasatiempo de gente rica, salvo materias que tenían una aplicación práctica como la botánica, que servía a la medicina o a la cosmética. Poseer un gabinete de curiosidades era, pues, una forma de decir que uno se encontraba en una posición económica tan holgada que podía dedicar dinero y tiempo a coleccionar y estudiar cosas “inútiles”.
El estudio de las ciencias naturales era visto en buena parte como un pasatiempo de gente rica, pero contribuyó al nacimiento de los primeros museos
Pero dependiendo del campo de estudio, incluso los ricos se topaban con un problema importante, el del espacio, por lo que una solución era recurrir a cesiones a instituciones estatales, a cambio de una compensación económica. Otros se agrupaban en sociedades que, a través de las aportaciones de los socios, alquilaban un espacio común donde guardaban y mostraban sus colecciones. Esta fue la semilla de los primeros museos, que en un principio estaban reservados a los socios – salvo en ocasiones especiales – pero que con el tiempo se abrirían al gran público.

Sir Richard Owen
Este biólogo inglés fue el principal artífice del Museo de Historia Natural de Londres, defendiendo que dicha sección necesitaba un espacio propio separado del British Museum, donde se encontraban hasta entonces las colecciones.
Foto: Maull & Polyblank (CC)
Todo un mundo por conocer
Ciertos campos del coleccionismo dieron lugar a disciplinas completamente nuevas, como la paleontología: durante siglos se creyó que los enormes y extraños huesos fosilizados que de vez en cuando aparecían habían pertenecido a animales míticos, como los dragones. No fue hasta 1841 cuando un biólogo inglés, Sir Richard Owen, acuñó el término dinosaurio (“lagarto terrible”) para referirse a un tipo de reptiles que se habrían extinguido mucho tiempo atrás.
En el caso de quienes tenían un interés genuino en la investigación de sus curiosidades y no las tenían solo para alardear, solían dedicar una estancia exclusivamente a cada materia de su colección. Ya en el Renacimiento existían estos “estudios”, que al principio eran habitaciones normales pero pronto empezaron a diseñarse teniendo en cuenta las necesidades especiales de cada ámbito: observatorios, invernaderos o pequeños laboratorios.

El Salón de los Esqueletos del Museo de Historia Natural de La Specola, en Florencia
Este salón, perteneciente a la sección de Zoología del museo, alberga los esqueletos de numerosas especies (incluido el ser humano)
Foto: Sailko (CC)
Algunos se convirtieron posteriormente en verdaderos museos, como es el caso de La Specola de Florencia. Tras la extinción de la dinastía Medici en 1743, los Lorena, sus sucesores en el trono del Gran Ducado de Toscana, fundaron el Real Museo de Física y de Historia Natural que agrupó y ordenó las colecciones científicas y naturales de la dinastía precedente. Este tipo de colecciones permitieron poner en marcha una gran labor enciclopédica sobre la base de aquello que, durante siglos, había sido uno de los tantos pasatiempos de la alta sociedad.
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