La batalla de Siracusa

La expedición de Sicilia: la peor derrota de Atenas en la Guerra del Peloponeso

Entre el 415 y el 413 a.C. un gran ejército intentó tomar la ciudad de Siracusa para adueñarse de Sicilia y rendir por hambre a Esparta. Tras una serie de batallas navales y terrestres los atenienses fueron derrotados, perdiendo toda su flota.

La victoria siracusana en la batalla naval del Gran Puerto selló el destino de la expedición ateniense a Sicília. Combate entre trirremes durante la Guerra del Peloponeso en la Historia Hutchinson de las Naciones publicada en 1915.

Foto: Wikimedia Commons

Iniciada en el 431 la Guerra del Peloponeso enfrentó a Esparta con Atenas por el control de Grecia. La primera fase de este conflicto se caracterizó por la invasión del Ática que cada año llevaban a cabo los lacedemonios, quienes devastaban los campos mientras los atenienses se refugiaban tras sus murallas y realizaban incursiones por mar.

Una de estas expediciones alcanzó aguas siciliana en el 327 a.C., cuando 30 galeras acudieron en apoyo de Regio, enfrentada a la proespartana Messina y a su aliada Siracusa. Una serie de combates navales establecieron rápidamente la superioridad de la flota ateniense, que pese a ello tuvo que retirarse cuando los sicilianos firmaron la paz en el 424.

La Guerra del Peloponeso (431-404) enfrentó a Esparta y sus aliados (verde) contra la liga de Delos controlada por Atenas (rojo).

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En Grecia mientras tanto ambos bandos habían llegado a un punto muerto, por lo que también se acordó una tregua. La llamada paz de Nicias (por el político ateniense que la impulsó) no puso fin a las hostilidades, sino que trasladó la guerra a los aliados de ambas polis, a quienes estas apoyaban para ganar terreno antes de reanudar las hostilidades de manera directa.

Discusión en el Ágora

Sicilia pasó a ser uno de estos territorios en disputa cuando los atenienses recibieron una embajada de la ciudad aliada de Segesta, atacada por los siracusanos. El popular Alcibíades llevó la causa de la amenazada polis a la Asamblea de Atenas, proponiendo conquistar toda la isla según cuenta Tucídides con el argumento de que: “si no procuramos señorear a los otros estaremos en peligro de ser dominados”. Además con la toma de Sicilia se daría un duro golpe a Esparta, que compraba allí el grano para alimentar sus flotas y ejércitos.

Lagrenee - Alcibiades on his Knees Before his Mistress - c.1781

Lagrenee - Alcibiades on his Knees Before his Mistress - c.1781

Alcibíades era conocido por frecuentar numerosas prostitutas y las mujeres de no pocos ciudadanos, una actitud que su amigo Sócrates le recriminaba. Alcibíades arrodillado ante su amante, Louis-Jean-François Lagrenée, 1781.

Foto: Wikimedia Commons

A ello se oponía Nicias quien dijo a los ciudadanos que convenía “antes refrenar los apetitos y pensamientos, y confiar tan solamente en las propias fuerzas, considerando que los lacedemonios por la afrenta que han recibido de nosotros no piensan en otra cosa sino en vernos hacer alguna locura o desatino para vengar su derrota”.

Deseoso de conservar la paz lograda con Esparta, Nicias puso todos los impedimentos que pudo a la expedición y luego fue el mayor responsable de su fracaso.

Foto: Cordon Press

Sin embargo Alcibíades quitó hierro al asunto asegurando al pueblo que los sicilianos “no tienen tantas gentes de guerra como dicen, habiendo entre ellos bandos y sediciones���, además no podrían hacer frente unidos a Atenas “habiendo entre ellos muchos bárbaros, los cuales […] de buena gana se unirán con nosotros”. Convencidos por sus razones los ciudadanos votaron a favor de enviar un ejército para la conquista de la isla.

Rumbo a Sicilia

Atenas y sus aliados se volcaron en la preparación de la expedición, una fuerza sin precedentes de 4.000 hoplitas, 300 jinetes y 160 trirremes llegados de todo el Egeo que según Tucídides costó “infinitos talentos de oro”. Sin embargo antes de partir un funesto presagio sembró la duda entre los ciudadanos cuando la noche anterior a la partida se mutilaron los genitalesde todos los bustos de Hermes, un sacrilegio que algunos atribuyeron al disoluto Alcibíades y sobre el que se abrió una investigación oficial.

A mediados del verano del 415 la flota dejaba atrás la isla de Corcira y se adentraba en aguas italianas. Como era habitual el mando se había divido entre tres estrategos: el propio Alcibíades, el siempre prudente Nicias y Lámaco, un militar experimentado.

Trirremes como esta formaban el núcleo de la gran armada con la que Ateneas pretendía tomar Sicilia. Cerámica ática de figuras negras siglo V a.C.

Foto: Wikimedia Commons

Cuando llegaron a Segesta los atenienses tuvieron su primera decepción. Los habitantes de la polis les habían prometido una gran cantidad de oro para sufragar los costes de la campaña, pero en la ciudad apenas había dinero.

A ello se le añadía la hostilidad de las ciudades de Sicilia, que lejos de aceptar a los atenienses con los brazos abiertos les cerraron las puertas (con la excepción de Naxos) a la espera de ver como se desarrollaba el conflicto. Este indiferencia puso nervioso a Nicias, pero Alcibíades convenció a Lámaco para que atacaran Catania como un primer paso antes de marchar contra Siracusa.

Fue tras la toma de esta plaza que llegó a Sicilia una trirreme con una orden de la Asamblea para el arresto de Alcibíades, cuyos enemigos habían logrado que se le acusara en los tribunales de sacrilegio. Este simuló ponerse bajo arresto, peor una vez en el mar huyó con su galera hacia territorio lacedemonio y se pasó a los espartanos

Siracusa amenazada

Los atenienses llegaron a la ciudad por mar, tras haber engañado a la caballería enemiga para que saliera con la treta de una falsa conspiración en Catania. Nicias desplegó al ejército en orden de batalla frente a la ciudad, y los siracusanos le salieron al encuentro en una batalla librada junto al mar.

En este primer enfrentamiento los atenienses se impusieron fácilmente: sus aliados argivos desbordaron al enemigo por la derecha al tiempo que la falange atravesaba el centro. El estallido de una súbita tormenta terminó de minar la moral del enemigo, que huyó del campo de batalla

En el combate entre falanges la resistencia lo era todo, cuando uno de los bandos cedía la formación se rompía y la batalla quedaba decidida. Los atenienses se enfrenten a los espartanos en Tanagra, Historia Hutchinson de las Naciones, 1915.

Foto: Wikimedia Commons

Sorprendentemente los invasores no pusieron entonces cerco a la ciudad, sino que se retiraron a Naxos para pasar el invierno. Los siracusanos aprovecharon este paréntesis para enviar emisarios a Esparta y Corinto en busca de ayuda además de fortificar Megara Hiblea.

A lo largo de ese primer invierno ambos ejércitos intentaron captar las ciudades de Sicilia ya fuera mediante embajadas o con las armas, pero dado el equilibrio de fuerzas imperante la mayoría optó por mantener su neutralidad.

Guerra de empalizadas

La campaña se reanudó en primavera del año siguiente. Los atenienses marcharon sobre Siracusa de nuevo, devastando el territorio de Megara a su paso. Su objetivo era rodear la ciudad tanto por tierra como por mar hasta que se rindiera de hambre, dado que sus murallas eran demasiado fuertes para las rudimentarias técnicas de asedio de la época.

Para cortar el acceso por tierra era esencial controlar la meseta de las Epípolas, por la que cruzaban todos los caminos de entrada a Siracusa. Esto fue lo primero que hicieron los atenienses, quienes construyeron allí un fuerte circular a partir del que empezaron a levantar un muro para encerrar a los siracusanos.

Esta empalizada avanzaba en dirección sur para encontrarse con el mar, por lo que vistas las derrotas en campo abierto los sicilianos decidieron construir su propio muro para cortarles el paso. Esta primera fortificación fue destruida por una fuerza selecta de 300 atenienses, de manera que los siracusanos tuvieron que construir otra más al sur a través de las ciénagas que se extendían por la orilla.

Lámaco atacó entonces este segundo muro y ambas falanges combatieron en el pantano hasta que los siracusanos cedieron, una victoria que se pagó con la vida del comandante ateniense, caído mientras acudía con refuerzos al flanco izquierdo. Su muerte privó a la expedición de su mejor general dejando al dubitativo Nicias al mando.

Este triunfo permitió completar el muro hasta la bahía y aumentó el prestigio de Atenas, hasta tal punto que además de recibir el apoyo de algunas ciudades sicilianas los etruscos les enviaron tres trirremes para acabar con Siracusa.

La esperanza espartana

Con todo la alegría les duró poco a los atenienses, pues entrado el verano llegó a la isla la flota corintia, que transportaba al estratego Gilipo y 700 soldados lacedemonios. El espartano no se unió inmediatamente a los defensores, sino que desembarcó en la ciudad aliada de Himera, donde reunió una fuerza de 2.000 hoplitas con los que se marchó hacia Siracusa.

Aprovechando que el muro de circunvalación no estaba terminado por el norte Gilipo tomó el fuerte ateniense en Lábdalo ante la pasividad de Nicias, a quien luego atacó valientemente en sus fortificaciones.

Sin poder expulsar el enemigo del fuerte circular los siracusanos empezaron a construir un muro que asegurara el paso por las Epípolas hacia el interior. Los atenienses intentaron impedírselo atacando con todo su ejército, pero tras un duro combate frente al muro los sicilianos lograron rechazarlos.

Tres hoplitas en una ánfora de figuras negras pintada hacia el 490 a.C. Museo Arqueológico de Rodas.

Foto: Wikimedia Commons

Sin poder impedir que les llegaran suministros desde el interior Nicias levantó tres fuertes en el cabo Plemirio para intentar cerrar el acceso a Siracusa por mar, al tiempo que enviaba a Atenas una carta en la que amenazaba con evacuar la isla si no le enviaban refuerzos; afirmando que “los sitiadores se han convertido en los sitiados”, además su situación era precaria porque según decía “se está formando una coalición siciliana contra nosotros y se espera la llegada de une ejército del Peloponeso”.

Conscientes de que una derrota supondría un golpe fatal para su imperio, la Asamblea votó a favor de enviar una segunda expedición a la isla formada por 5.000 hoplitas y 73 trirremes bajo Demóstenes. Fue en ese momento crítico que los espartanos decidieron declarar la guerra, y en verano de 413 volvieron a invadir el Ática ocupando el fuerte de Decelea y devastando de nuevo los campos alrededor de Atenas.

Nicias contra las cuerdas

Antes de que llegara el ejército de socorro Gilipo tomó la iniciativa atacando a Nicias por tierra y mar simultáneamente. La flota fue derrotada en la entrada de la bahía perdiendo 11 trirremes, pero en el cabo Plemirio los siracusanos consiguieron conquistar los fuertes con el apoyo de los 700 espartanos.

Gracias a esta victoria los atenienses quedaron encerrados en el golfo, donde Nicias construyó una barrera con estacas clavadas al suelo y barcos mercantes para crear un puerto artificial en el que proteger sus galeras.

Batalla en el puerto de Siracusa en una acuarela de 1911.

Foto: Wikimedia Commons

La derrota naval había dejado claro que las naves sicilianas no se podían medir en igualdad de condiciones con las atenienses, por lo que Gilipo decidió reforzarlas con bigas de madera en la proa, de manera que se convirtieran en arietes flotantes que destrozaran al enemigo en un choque frontal.

Esta estratagema dio sus frutos en un segundo combate librado al cabo de pocos días, en el que los atenienses no pudieron maniobrar y perdieron siete naves antes de retirarse a su campamento perseguidos de cerca por el enemigo.

Ataque nocturno a las Epípolas

Con Nicias arrinconado todo apuntaba a que la expedición estaba condenada, pero de nuevo la llegada de un ejército de refuerzo cambió por completo la situación. Demóstenes se abrió paso por la bahía hasta llegar al puerto flotante con sus galeras, obligando a los siracusanos a refugiarse en la ciudad.

Inmediatamente lanzó un enérgico ataque contra la empalizada siracusana que fracasó, por lo que lo volvió a intentar de noche cuando la mayoría de los defensores estuvieran durmiendo en sus casas.

Ambos ejércitos combaten por las Epípolas en este dibujo de principios de siglo XX. 

Foto: Wikimedia Commons

El ataque nocturno empezó bien y los sitiadores lograron capturar uno de los fuertes del muro, pero al poco empezó a cundir el caos entre el ejército. Gilipo había reunido a la guarnición y salido de Siracusa enfrentándose a los atacantes, los siracusanos descubrieron la contraseña por la que estos se reconocían entre ellos de manera que, según cuenta Tucídides, los dispersos atenienses tomaron “a todos los que tenían delante por enemigos”, “llegando a las manos […] amigos con amigos y ciudadanos con ciudadanos”.

Un gran número de aliados de Atenas murieron así bajo las lanzas de sus camaradas, que confundían su peán o canto guerrero con el de los sicilianos. El fratricidio y el empuje creciente de los siracusanos terminaron de quebrar a los atacantes, que huyeron en desbandada hacia sus fuertes, de manera que muchos “murieron cayéndose por los barrancos, siendo el camino que salía de las Epípolas estrecho”.

Derrota en el gran puerto

Tras este desastre Demóstenes propuso retirarse inmediatamente y evacuar Sicilia, pero Nicias se negó a ello pues temía ser juzgado y ejecutado por la derrota, además un eclipse de luna le convenció de que lo mejor era no hacer nada hasta que hubiera mejores portentos. Gilipo por su parte cerró la salida del puerto con una barrera flotante hecha con barcos encadenados, hostigando incesantemente a los atenienses tanto por tierra como por mar.

El último intento de romper el cerco fue protagonizado por la flota ateniense. Un total de 110 galeras salieron del puerto fortificado cargando contra la barrera, pero les salieron al paso 75 trirremes enemigas empezando una tremenda batalla por toda la bahía.

Las naves ateniense se estrellan contra la playa tras ser derrotadas en la bahía.

Foto: Cordon Press

En medio de esta confusa melé los hábiles marineros atenienses no podían realizar sus habituales maniobras de envolvimiento y embestida por el costado por el escaso espacio disponible, así que el combate se convirtió en una sucesión de abordajes y colisiones en la que los sicilianos llevaban ventaja (pues sus naves llevaban más hoplitas a bordo).

Tucídides relata vívidamente el fragor de la batalla: “el tremendo ruido causado por el gran número de naves que chocaban entre ellas hizo cundir el terror y silenció la voz de los capitanes” hasta que al fin “los siracusanos y sus aliados, hicieron huir a los atenienses y con muchos gritos y ánimos los persiguieron hasta la orilla”. Con su flota destruida a los atenienses solo les quedaba una opción: levantar el asedio y escapar por tierra hasta Catania.

La huida

Al día siguiente 40.000 hombres salieron del campamento donde “los muertos yacían sin enterrar y cada hombre que reconocía a un amigo entre ellos se estremecía con pena y horror” atrás dejaron también a losheridos y a los enfermos quiénes “eran más terribles que los muertos […] suplicando y lamentándose, pidiéndoles a sus amigos que se los llevaran con ellos”. El ejército se retiró hacia el norte en formación de cuadro con la impedimenta en el centro.

El primer obstáculo con el que se encontraron fue el río Anapo, en el que tuvieron que dispersar una fuerza siracusana que defendía el vado. Tras pasar la noche en sus riberas los atenienses fueron presa de los jinetes y tiradores enemigos, que les hostigaban en su marcha acabando con los rezagados.

Cuando alcanzaron el barranco Acreano se toparon con que el camino estaba bloqueado por un destacamento siracusano atrincherado en una colina, la cual no pudieron tomar pese a asaltarla durante todo el día.

Los siracusanos arrollan a los atenienses en el río Asinaro.

Foto: Wikimedia Commons

Frente a este revés Nicias y Demóstenes acordaron dar media vuelta y escapar hacia el sur durante la noche, dejando las hogueras del campamento encendidas para engañar al enemigo. Volviendo sobre sus pasos los atenienses pasaron frente a Sircacusa, de donde salió Gilipo con el ejército para darles caza.

El primero en caer fue Demóstenes. Parapetado tras los muros de un olivar resistió hasta que los sicilianos le empezaron a acribillar con flechas y jabalinas. Luego le llegó el turno a Nicias, quien rodeado en el rio Asinaro intentó comprar la libertad con el dinero que le quedaba, pero al fin se rindió a cambio de la falsa promesa de que no se encerraría a sus hombres.

El destino de la expedición fue bien funesto: los que no fueron masacrados por los siracusanos se convirtieron en esclavos y vendidos como parte del botín, de manera que en palabras de Tucídides “toda Sicilia se llenó de ellos”.

Nicias y Demóstenes fueron llevados a Siracusa y ejecutados pese a las protestas de Gilipo, mientras que 7.000 atenienses se pudrían durante meses en una cantera entre los cadáveres y los excrementos de sus compañeros.

Esta tremenda derrota fue el punto de inflexión de la guerra. La pérdida de tantos soldados y naves disminuyó considerablemente la influencia de Atenas, cuyos oprimidos aliados de la Liga de Delos empezaron a levantarse en armas; al mismo tiempo las polis neutrales se alinearon con Esparta, quien además se alió con los persas entregándoles la costa de Asia Menor a cambio de oro y barcos.

Aunque la guerra se alargaría todavía nueve años más y vería un breve repunte ateniense con la victoria naval de Cícico, la flota de Atenas fue finalmente destruida en Egospótamos y sin poder recibir suministros desde el mar esta tuvo que rendirse.

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