Misterios y curiosidades del antiguo Egipto

El estudio de las momias reales del escondrijo de Deir el-Bahari

El descubrimiento de algunas grandes momias reales en una tumba excavada en la montaña tebana proporcionó a los sorprendidos investigadores algunos datos interesantes sobre los antiguos monarcas.

Extracción de las momias reales y ajuares funerarios descubiertos en el escondrijo de Deir el-Bahari en 1881.

Extracción de las momias reales y ajuares funerarios descubiertos en el escondrijo de Deir el-Bahari en 1881.

Foto: Cordon Press

Uno de los descubrimientos arqueológicos más impresionantes del antiguo Egipto es, sin duda alguna, el del conocido como "escondrijo" de Deir el-Bahari. Tras años de seguir la pista a una familia de saqueadores de tumbas, los Abd el Rassul, que llevaban mucho tiempo saturando el mercado negro de antigüedades con una ingente cantidad de obras de arte faraónicas de procedencia incierta, en 1881, Gaston Maspero, por entonces Director del Servicio de Antigüedades de Egipto, y su ayudante alemán, Emile Brugsch, lograron llegar a un acuerdo con la familia de ladrones para que les revelaran el paradero de su, al parecer, inagotable fuente de ingresos.

Ante los grandes faraones

Cuando los Abd el Rassul llevaron a los arqueólogos a la entrada de una antigua tumba excavada en las laderas de la montaña tebana (fue realizada para el sacerdote de Amón Pinedjem II), nada los había preparado para lo que iban a descubrir en su interior: la mayoría de las momias de los grandes faraones de las dinastías XVIII, XIX y XX (Amenhotep I, Tutmosis I, Tutmosis III, Ramsés II, Seti I, Ramsés III... ) se encontraban allí, cuidadosamente colocadas y vueltas a vendar por las manos de los piadosos sacerdotes de la dinastía XXI, que rescataron los cuerpos de los antiguos monarcas y reinas de sus sepulcros originales para salvarlos de un expolio seguro, en una época de gran inestabilidad política.

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Las momias de los grandes faraones de las dinastías XVIII, XIX y XX se encontraban allí, cuidadosamente colocadas y vueltas a vendar por piadosos sacerdotes de la dinastía XXI.

Trescientos trabajadores necesitaron dos días para vaciar la tumba y trasladar los ataúdes con sus ocupantes y tesoros hasta un barco que los llevaría a un lugar seguro en el Museo de Bulaq, antecedente del actual Museo Egipcio de El Cairo. Pero antes de llegar a su destino se produjo un curioso hecho que atentó un poco contra la honorabilidad de los antiguos reyes. El agente de aduanas encargado de cobrar los impuestos a todos los artículos que llegaban a El Cairo inscribió a las momias como farseekh, pescado seco, ya que no tenía ni idea de cómo clasificarlas, ante la estupefacción de los arqueólogos. Dejando de lado este pequeño percance, las momias reales y todo su ajuar llegaron al museo sin más complicaciones. Allí fueron dispuestas en vitrinas para su exhibición.

Momias y sarcófagos en el Museo de Bulaq, antecedente del Museo Egipcio de El Cairo.

Momias y sarcófagos en el Museo de Bulaq, antecedente del Museo Egipcio de El Cairo.

Momias y sarcófagos en el Museo de Bulaq, antecedente del Museo Egipcio de El Cairo.

Foto: Cordon Press

Cara a cara con Ramsés

Gaston Maspero pensó que sería interesante organizar el desvendado de las momias reales para estudiarlas. Y el primer faraón que decidió examinar fue Tutmosis III. La momia del gran conquistador egipcio había sufrido un "tratamiento" más bien brusco por parte de los Abd el Rassul, que manipularon el cuerpo en busca de amuletos de oro y piedras preciosas. Cuando Maspero reveló al final el cuerpo de Tutmosis, vio que su estado era más bien deplorable: su cabeza había sido arrancada, así como las piernas, además los restos de las envolturas de lino empapadas con resinas que lo cubrían estaban totalmente pegados a su piel, lo que hacía muy difícil su retirada.

Cuando Maspero reveló al final el cuerpo de Tutmosis, vio que su estado era más bien deplorable: su cabeza había sido arrancada, así como las piernas.

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Tras esta decepción, Maspero tardó unos días en intentar desenvolver otra momia real. Para ello escogió la del gran Ramsés II. En este caso, los investigadores quedaron impresionados por el buen estado de conservación del faraón. Según Maspero, su piel "era de un color pardo tierra, manchado de negro", tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la boca contenía una especie de pasta negra (sin duda restos de las resinas usadas en el embalsamamiento) que Maspero cortó con unas tijeras, revelando los blancos dientes del viejo monarca, aún en bastante buen estado.

Estudio de las cabezas de las momias de los faraones Tutmosis II, Ramsés II, Ramsés III y Seti I.

Estudio de las cabezas de las momias de los faraones Tutmosis II, Ramsés II, Ramsés III y Seti I.

Estudio de las cabezas de las momias de los faraones Tutmosis II, Ramsés II, Ramsés III y Seti I.

Foto: Cordon Press

Una reina se desvanece

La siguiente en ser desenvuelta y estudiada fue la momia de la reina Ahmosis Nefertari, que fue esposa de Ahmosis, el vencedor de los hicsos y fundador de la dinastía XVIII. Pero por desgracia, tal como relata el propio Maspero, "apenas el cuerpo fue expuesto al aire exterior se sumió literalmente en un estado de putrefacción, disolviéndose en una materia oscura que despidió un olor insoportable". El ambiente seco, estéril y hermético del interior del escondrijo conservó perfectamente los cuerpos, pero la exposición al aire húmedo de El Cairo logró destruir en poco tiempo lo que los milenios no habían conseguido.

Apenas el cuerpo (de Ahmosis Nefertari) fue expuesto al aire exterior se sumió literalmente en un estado de putrefacción, disolviéndose en una materia oscura.

Pero Maspero y su equipo siguieron incansables con el estudio de las momias descubiertas en el escondrijo. Escogieron entonces la de Ramsés III, el faraón que luchó y expulsó de Egipto a los Pueblos del Mar y que murió víctima de una conjura de harén. Los arqueólogos desenvolvieron tres capas de vendas, cortaron una funda de lona recubierta con un grueso revestimiento y debajo hallaron más capas de lino y lona. Al final, el rostro del monarca estaba cubierto con una sustancia de aspecto bituminoso que ocultaba sus rasgos, "una gran decepción, agudamente sentida por los operadores", según relató Gaston Maspero.

Grabado de 1882 que muestra algunas de las momias halladas en Deir el-Bahari en el interior de sus sarcófagos.

Grabado de 1882 que muestra algunas de las momias halladas en Deir el-Bahari en el interior de sus sarcófagos.

Grabado de 1882 que muestra algunas de las momias halladas en Deir el-Bahari en el interior de sus sarcófagos.

Cordon Press

Flores para el más allá

Al final fueron ocho las momias desenvueltas en el museo. Cuando los arqueólogos inspeccionaron el cuerpo de Amenhotep I, vieron que unas manos amorosas habían dispuesto a su alrededor una guirnalda de flores. Entre los secos capullos encontraron una antigua avispa, que quedó allí atrapada junto al faraón para toda la eternidad. Este sencillo gesto emocionó a Eugène Lefébure, director del Instituto Francés de Arqueología, que también participaba en los trabajos de desvendado. "Casi todas las momias estaban cubiertas con guirnaldas secas (aunque no todas tan bien conservadas como la de Amenhotep I) y lotos marchitos que habían permanecido intactos durante miles de años, y no había mejor forma de comprender la suspensión del tiempo y el freno a la descomposición que ver esas flores inmortales sobre los cuerpos eternizados. Es la imagen de un sueño interminable".

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Entre los secos capullos de la guirnalda de flores de Amenhotep I había una antigua avispa, que quedó allí atrapada junto al faraón para toda la eternidad.

Pero fue el estado de la momia de Seti I, el padre del gran Ramsés, el que más asombró a los investigadores. Uno de los participantes en el desvendado de la momia del monarca lo describió así: "Una sonrisa tranquila y gentil aún aflorando a sus labios; de debajo de las pestañas sus entreabiertos párpados asoma una línea aparentemente húmeda y brillante, el reflejo de los ojos de porcelana blanca insertados en las órbitas en el momento de la inhumacion". La imagen perfecta de aquel "sueño interminable" descrito por el emocionado Lefébure.