El paso entre Asia y América

El estrecho de Anián: la búsqueda de una quimera

En el siglo XVI, exploradores y navegantes se lanzaron en busca de un paso entre Asia y América que Marco Polo había descrito

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Galeones españoles del siglo XVI en un grabado de la época.

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En 1513, Vasco Núñez de Balboa avistó desde un cerro de Panamá "una enorme extensión de agua" a la que bautizó como Mar del Sur, el mismo que no tardaría en llamarse también océano Pacífico. Quedaba confirmado que América era un inmenso continente, lo que planteó un desafío obvio: encontrar una ruta marítima que, bordeando aquella vasta masa terrestre, conectara los océanos Atlántico y Pacífico.

Esta idea resultaba especialmente atractiva para la Corona española, que dominaba América y esperaba alcanzar las riquezas de Asia desde allí. Magallanes resolvió en parte el problema al cruzar en 1520 el estrecho que hoy lleva su nombre, al sur del continente americano. Pero la lejanía y peligrosidad de esta vía le restaban atractivo, por lo que muchos navegantes empezaron a buscar un paso alternativo por el norte de América.

Para saber más

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La conquista del Estrecho de Magallanes

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Estrecho de leyenda

Aunque las latitudes septentrionales eran más adversas a la navegación que las australes, se pensaba que en el extremo norte de América había un paso interoceánico. En el siglo XVI prevalecía la visión de los geógrafos de la Antigüedad, que concebían el mundo como una serie de masas de tierra rodeadas de agua. Así parecía corroborarlo, en el caso del hemisferio sur, el descubrimiento de la ruta por el cabo de Buena Esperanza, en África, y el de la ruta del estrecho de Magallanes y el mar de Hoces (el tramo de mar que separa América de la Antártida), en América. Lo mismo tenía que ocurrir en el norte; no en vano un principio de la alquimia rezaba: "Lo que es arriba es abajo".

De este modo, a partir del siglo XVI empezó la incansable búsqueda de un paso septentrional entre el Atlántico y el Pacífico. Los ingleses partieron del Atlántico y se internaron por los colosales estrechos y bahías del actual Canadá en busca del llamado paso del Noroeste. Los españoles, en cambio, avanzaron por el Pacífico, al otro lado del continente, siguiendo la costa al norte de la península de California, que entonces se creía que era una isla.

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Los cartógrafos de finales del siglo XVI –como Hondius en el mapa que se reproduce bajo estas líneas– marcaron en el noroeste del continente americano, a la altura del círculo polar ártico, una «tierra de Anián» que se correspondería con el estrecho de Bering, descubierto en el siglo XVIII.

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Ésta fue la vía que, entre 1540 y 1543, siguieron tres exploradores españoles: Francisco de Ulloa, Pedro de Alvarado y Juan Rodríguez Cabrillo. Los temporales –y en un caso, un conato de rebelión– frustraron estas empresas, que no fueron más allá de los 43 grados de latitud norte alcanzados en 1543 por el piloto de Cabrillo, Frenelo. Aunque la exploración se detuvo, la curiosidad no menguó, sino que fue en aumento desde que, en la década de 1560, empezó a hablarse de que América y Asia estaban separadas por un estrecho de nombre intrigante que dio lugar a uno de los mitos geográficos más duraderos: el del estrecho de Anián.

Esta denominación derivaba del viajero veneciano Marco Polo, o más concretamente de un pasaje que figuraba en una edición italiana del Libro de las maravillas del mundo publicada en 1559, donde se aludía a un "golfo que dura de largura por espacio de dos meses, y confina hacia el sureste con la provincia de Mangi y por la otra parte con Ania y Toloman [...]. Este golfo es tan grande, y tantas gentes lo habitan, que parece casi otro mundo". De aquí se dedujo que el golfo en cuestión era el estrecho que separaba Asia de América, y que Ania, Aniu o Anián era una región del Nuevo Mundo.Así lo plasmó el cartógrafo veneciano Giacomo Gastaldi en un mapa de 1561 que, aunque no se conserva, inspiró probablemente el de Paolo Forlani, de 1566, en el que se indica el "estrecho de Anián". Otros cartógrafos de la época adoptarían esta denominación.

¿Realidad o ficción?

La publicación de estas obras espoleó el interés por explorar de nuevo la costa americana al norte de California y hallar el misterioso estrecho. El inglés Drake la recorrió en 1579, y unos años después lo harían dos españoles: Cermeño (1595) y Vizcaíno (1602), pero ninguno de ellos iría más allá de los 43 grados que ya había alcanzado Cabrillo en 1543. El estrecho de Anián parecía lejos del alcance de los marinos.

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Los cartógrafos de finales del siglo XVI –como Hondius en el mapa que se reproduce bajo estas líneas– marcaron en el noroeste del continente americano, a la altura del círculo polar ártico, una «tierra de Anián» que se correspondería con el estrecho de Bering, descubierto en el siglo XVIII.

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Sin embargo, en 1596, el griego Apostolos Valerianos, más conocido como Juan de Fuca, relató al cónsul inglés en Alepo, Michael Lak, una extraña historia de la que se deducía que había alcanzado el estrecho de Anián. Fuca aseguró que había hecho dos viajes como piloto comisionado por el virrey de Nueva España. El primero de ellos fracasó por un motín, pero durante el segundo, en 1592, al mando de una carabela y una lancha, halló lo que denominó el estrecho de Nova Hispania, en los 47 grados de latitud norte. Fuca aseguraba haber navegado por sus aguas durante veinte días hasta penetrar en el mar Septentrional. Describía una tierra cálida, poblada por gentes ricas en oro, plata y perlas. De regreso a Acapulco no obtuvo de la Corona española ningún reconocimiento, por lo que, defraudado, se retiró a su Cefalonia natal donde intentó obtener nanciación de los ingleses con el apoyo del cónsul Lak, pero murió antes de lograrlo.

Todos los esfuerzos por comprobar la veracidad de los viajes de Fuca han sido en vano. En 1802 se hizo un exhaustivo vaciado de información en el Archivo General de Indias, en Sevilla, sin hallar referencia alguna a su persona, algo signi cativo teniendo en cuenta la gran e cacia de la administración colonial española. Cabe pensar, por ello, que su travesía del estrecho de Anián tuvo mucho de fabulación.

El paso del Noroeste

Un caso más flagrante de impostura es el de Lorenzo Ferrer Maldonado. En 1609, este granadino presentó al gobierno de Felipe III unos memoriales en los que relataba un sensacional viaje que hizo en 1588. Dijo haber partido de Lisboa con una nao rumbo a Terranova. Habría penetrado por la actual bahía de Hudson y al término de una larga ruta habría desembocado en el Pacífico en los 60 grados de latitud norte.

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Vitus Jonassen Bering. Retrato del navegante y explorador danés. siglo XVIII.

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Aseguraba que, durante el último tramo, siguió un paso angosto y despejado, rodeado de tierras fértiles que consideraba perfectamente aptas para la colonización. Aquel paso era el famoso estrecho de Anián. Muchos detalles del relato de Ferrer Maldonado hacen su viaje increíble. Por ejemplo, que lo hiciera en febrero, en menos de dos meses y que no perdiera de vista el sol ni siquiera a los 66 grados de latitud norte, algo de todo punto imposible por los hielos y la declinación solar.

El estrecho de Anián permaneció en las mentes de los gobernantes europeos hasta que, en 1728, el danés Vitus Bering atravesó por primera vez el estrecho que separa Siberia y Alaska y que lleva su nombre. Aún más tiempo pervivió el enigma en torno al paso del Noroeste, siguiendo la costa canadiense, cuya existencia quedó al fin demostrada por el viaje del noruego Roald Amundsen en 1906 a bordo de su velero Gjøa. Pero esa ya es, por derecho propio, otra historia.

Para saber más

Viaje para el descubrimiento de un paso por el Noroeste. W. Parry. El Nadir, Valencia, 2007.