Historia criminal de España

España Negra: un recorrido por los crímenes más atroces cometidos en nuestro país

La crónica negra de sucesos es algo que siempre ha estado presente en nuestras vidas. Y España también ha sido escenario de los más truculentos crímenes. Novelistas de todo tipo han escrito libros y artículos recreando un mundo oscuro y cruel en el que los asesinos se mueven a sus anchas. El cine también ha sido el vehículo perfecto para dar a conocer estos macabros actos que aún siguen cometiéndose y siendo foco de atención mediática.

Lo que ha llegado a conocerse como "España Negra" se compone de una serie de asesinatos macabros protagonizados por personajes de lo más diverso.

Lo que ha llegado a conocerse como "España Negra" se compone de una serie de asesinatos macabros protagonizados por personajes de lo más diverso.

Lo que ha llegado a conocerse como "España Negra" se compone de una serie de asesinatos macabros protagonizados por personajes de lo más diverso.

Shutterstock

La historia de España no se compone tan solo de acontecimientos políticos, económicos o sociales que, como es lógico, han marcado el devenir histórico del país. En ella también deben incluirse relatos más oscuros y sangrientos, acontecimientos en los que los asesinos, las víctimas y también muchos  personajes anónimos se convirtieron en protagonistas de una España que es desconocida para muchos. Estos hechos truculentos que constituyen lo que ha llegado a conocerse como la "España negra" se conservan en las hemerotecas y, por supuesto, fueron contados de una manera innovadora por semanarios tan emblemáticos como El Caso, que ha dejado un legado documental único para conocer de primera mano la "Crónica de la España Negra". 

Todo el mundo sabe que el crimen perfecto no existe, aunque, en algunos casos, ciertas irregularidades en la investigación policial hayan convertido a algunos de ellos, como el asesinato de los marqueses de Urquijo, en casos sumamente mediáticos y no hayan logrado esclarecerse. Este artículo no pretende ser exhaustivo, pero sí repasar y compartir algunos de los crímenes más famosos cometidos en nuestro país desde el siglo XIX, acontecimientos terribles que permitirán al lector conocer parte de la luctuosa historia de la "España Negra".

1 /20
El Sacamantecas (1870)

Foto tomada en 1881 de Juan Díaz de Garayo Ruiz de Argandoña, más conocido como El Sacamantecas.

PD

1 / 20

El Sacamantecas (1870)

Juan Díaz de Garayo nació en 1821 en un pequeño pueblo de Álava llamado Eguílaz. Casado en cuatro ocasiones, Díaz enviudó de tres de sus esposas. Pero no es famoso por ello, sino por algo bastante más truculento: Díaz está considerado por la justicia y la historia como el primer violador y asesino en serie que se ha documentado en España. Juan Díaz de Garayo, apodado el Sacamantecas, violó, estranguló, rajó, mutiló y evisceró, por ese orden, al menos a seis mujeres de entre 13 y 55 años, aunque él mismo reconoció que lo intentó en cuatro ocasiones más. Algunas de sus víctimas fueron prostitutas, como Melitona la Valdegoviesa, Águeda la Riojana, María Campos o la Morena, con las que no acordó en el precio de sus "servicios". Otras de sus víctimas fueron criadas, como Antonia, de 13 años, y algunas eran molineras que tuvieron la mala suerte de cruzarse en el camino de este depredador. Ángela López de Armentia, apodada precisamente la Molinera, tuvo más suerte y pudo huir de las garras de Díaz y denunciarlo. Gracias a ello, el hombre fue detenido por primera vez y pasó varios meses en la cárcel. Pero una vez libre, volvió a dar rienda suelta a su locura criminal y las dos siguiente víctimas no tuvieron tanta suerte como la Molinera. Sus cuerpos fueron encontrados destripados y la alarma entre la población llegó a tales extremos que las autoridades tuvieron que intervenir para volver a atraparlo. Por fin, detenido y entre rejas, se dice que durante los dos años que estuvo esperando su ejecución por garrote vil, Juan Díaz aprendió a leer, aunque su odio a las mujeres continuó intacto. Seguía tratando mal a su cuarta mujer, la cual, aún conociendo su verdadera naturaleza, le llevaba ropa limpia a prisión. Tras su ajusticiamiento, Díaz de Garayo fue enterrado en una fosa común. Los informes periciales lo describieron como una persona "idiota y ruin" a la que solo movía el instinto sexual. Asimismo fue considerado un sádico carente de la más mínima empatía. 

El crimen de la calle Fuencarral (1888)

Ilustración de Higinia Balaguer realizada por el artista Manuel Picolo López durante el juicio para la revista "La Ilustración Española y Americana".

PD

2 / 20

El crimen de la calle Fuencarral (1888)

Alertados por los vecinos al ver el denso humo que salía por los balcones del edificio sito en el número 109 de la madrileña calle Fuencarral, el juez Felipe Peña, acompañado por el portero y dos guardias, irrumpió en la vivienda. Allí, los hombres descubrieron el cuerpo apuñalado y a medio carbonizar de una acomodada viuda llamada Luciana Borcino. Inconsciente en el suelo de la cocina yacía su criada, Higinia Balaguer, junto a un anestesiado perro bulldog. Este extraño suceso ocupó las portadas de los principales periódicos de la época (finales del siglo XIX), y el juicio de este sórdido crimen fue el primero seguido de forma masiva por todos los madrileños a través de la prensa. Uno de los periodistas que cubrieron el proceso y que se entrevistó con la principal encausada fue Benito Pérez Galdós, y en él intervinieron personajes tan relevantes de la época como José Millán Astray (el padre del fundador de la Legión), por entonces director de la cárcel Modelo de Madrid. Según las primeras investigaciones, la fortuna que poseía la viuda asesinada podría haber sido el móvil de aquel macabro suceso. La fallecida tenía un hijo, José Vázquez Varela, apodado el "Pollo Varela", que en esos momentos cumplía condena por el robo de una capa. La criada, Higinia, fue detenida e interrogada como principal sospechosa. La mujer declaró ante el juez que "su señora" había recibido la visita de un "señor", posiblemente su hijo, el cual entraba y salía de la prisión a voluntad gracias a la amistad que mantenía con Millán Astray. Las acusaciones vertidas sobre el hijo implicaban directa y peligrosamente al por entonces director de la cárcel, el cual tenía una conexión con Higinia a la que pidió que se declarase culpable. Muy pronto el crimen dividiría a la sociedad madrileña entre "higinistas" y "varelistas", y se interpretó como un juicio al proletariado frente a la influencia del dinero de la burguesía. Higinia cambiaba constantemente sus declaraciones y al final confesó haber matado a Luciana después de que esta se enfadara porque había roto un jarrón. Finalmente, el hijo de la fallecida fue absuelto, y Millán Astray y su protector, el presidente del Tribunal Supremo, Eugenio Montero Ríos, tuvieron que dimitir de sus cargos. El 29 de julio de 1890, Higinia Balaguer fue ejecutada por garrote vil y sus últimas palabras fueron "¡Dolores, catorce mil duros!". Se cree que iban dirigidas a Dolores Ávila, también conocida como Lola la Billetera, una mujer con la que Higinia mantenía una estrecha amistad. A día hoy nadie ha podido esclarecer el sentido de aquella enigmática frase.

El crimen de la plancha (1902)

Imagen de la plancha que utilizó Cecilia Aznar Celamendi para cometer el asesinato.

PD

3 / 20

El crimen de la plancha (1902)

El 22 de junio de 1902, la calle de Fuencarral de Madrid volvió a ser noticia por un hecho luctuoso. En una casa se descubrió el cadáver de Manuel Pastor y Pastor, que había sido asesinado mientras dormía por su criada, Cecilia Aznar Celamendi, de veintiún años. La joven le propinó diversos golpes con una plancha para robarle 14.000 pesetas y 4.000 francos franceses, una fortuna para la época. El cuerpo de Manuel Pastor fue encontrado en su cama, y no mostraba signos de haberse defendido. Tras este atroz crimen, Cecilia Aznar se dio a la fuga y la policía la estuvo buscando, sin éxito, durante varias semanas. Pero la inexperta joven fue dejando un verdadero reguero de pistas a su paso, hasta llegar a Barcelona, donde conoció a Siscu Garreta, a Jaume Iglesias, alias el "inglesito" y a Eulàlia Esplugues, con quienes pasó una noche de desenfreno en un hotel de lujo de la capital catalana. Al día siguiente, y continuando con su plan, aquellos estafadores que creían que Cecilia era una simple ladrona, le hicieron creer que en la localidad gerundense de Puigcerdà había un puerto poco vigilado, ideal para poder escapar, y no solo eso: también le robaron lo que le quedaba del botín. De esta manera, y sin dinero, Cecilia llegó sola a Puigcerdà, donde fue detenida. Tras ser hallada culpable del asesinato de Manuel Pastor y Pastor fue condenada a muerte. Finalmente, compadecido por el hijo que iba a dejar huérfano, el rey Alfonso XIII le conmutó la pena por la de treinta años de condena en el presidio de Alcalá de Henares. Fue precisamente aquí donde tuvo lugar su rocambolesca fuga. Usando un clavo de gran tamaño y una cuchara, Cecilia logró arrancar el cerrojo de la puerta, y tras liberar a Antonia Hernández Martin, una mujer condenada por adulterio y con la que había entablado amistad, ambas saltaron al patio de la prisión para, desde allí, encaramándose a una ventana, ir a parar al patio del lavadero. Con unas sabanas que enrollaron a modo de cuerda, se descolgaron por una ventana y llegaron hasta el campo de equitación militar, desde donde pudieron huir sin obstáculos. La fuga de ambas mujeres fue descubierta a las cinco de la madrugada, tras el recuento de diana, y pocas horas después fueron detenidas por dos guardias civiles cerca de Loeches, a unos 15 kilómetros de Alcalá. A partir de entonces, Cecilia fue una reclusa ejemplar hasta el año 1937, momento en el que en la zona republicana se abrieron las puertas de las cárceles a todos los presos. Desde ese momento, la pista de Cecilia Aznar se pierde para siempre. 

Los asesinatos del Huerto del Francés (1904)

Juan Andrés Aldije (izquierda) y José Muñoz Lopera (derecha), los autores de los asesinatos del Huerto del Francés.

CBemprendedores (CC youtube)

4 / 20

Los asesinatos del Huerto del Francés (1904)

El del Huerto del Francés fue otro caso muy mediático en la España de principios del siglo XX. La localidad sevillana de Peñaflor fue el trágico escenario de los primeros asesinatos en serie documentados en España. Los autores de aquellos terribles crímenes empezaron a cometer sus sanguinarias fechorías entre los años 1898 y 1904. Los protagonistas de la historia fueron José Muñoz Lopera y Juan Andrés Aldije, apodado "El Francés", un hombre que también era dueño del huerto donde se llevaron a cabo los asesinatos. ¿Cuál fue su motivación? Pues una de las más habituales: el dinero. Todo empezó el 3 de noviembre de 1904 con la extraña desaparición de Miguel Rejano. Al ver que no regresaba, su mujer denunció los hechos a la policía y al poco tiempo recibió un escrito anónimo en el que se le indicaba que buscase en el huerto del "francés". Aprovechando la ausencia de Aldije y de su familia, los allegados de Rejano empezaron a buscar al desaparecido en el huerto tal como les indicaba el anónimo. El 16 de diciembre encontraron un cadáver, pero no era el de Rejano. Atónitos, siguieron cavando y esta vez sí apareció el cuerpo de Miguel Rejano. Sin perder más tiempo, los atribulados familiares se acercaron a un cuartel de la Guardia Civil para informar del terrible hallazgo. Las autoridades prosiguieron con las tareas de búsqueda en el huerto y encontraron dos cadáveres más. Todo terminó el 19 de diciembre con el hallazgo de los cuerpos de los dos últimos desdichados que hallaron la muerte en el huerto del "francés", adonde al parecer habían acudido para jugar una partida de cartas clandestina. La causa de la muerte en todos los casos era la misma: un fuerte golpe en la cabeza. Todo indicaba que el culpable era Aldije, pero al estar en paradero desconocido la Guardia Civil detuvo a la esposa y a uno de sus hijos. Varios vecinos apuntaron a José Muñoz Lopera, que era un buen amigo del "francés" y aficionado también al juego. Así, y a pesar de que él negó todas las acusaciones, la Guardia Civil lo detuvo como sospechoso. Al enterarse de la detención de sus familiares, Aldije se presentó ante las autoridades para tratar de demostrar su inocencia. Durante el juicio, Muñoz Lopera se declaró en huelga de hambre y Aldije le echó todas las culpas a su compinche, aunque de nada le sirvió. Varios vecinos declararon haber escuchado a los encausados exclamar: "¡Adiós, palomo ladrón!" o "¡Adiós, gran criminal!". Otros afirmaron que Aldije presumía del dinero que tenía. Finalmente, el juez impuso a los acusados seis penas de muerte por garrote vil, a lo que Aldije repuso con cierta sorna: "¿Para qué tantas penas si con una es suficiente?". Muñoz Lopera murió entre convulsiones, no se sabe si por incompetencia del verdugo o por el mal estado del garrote. Por su parte y, según cuenta la leyenda, antes de morir Aldije le dijo al verdugo, dando muestras de su arrogancia: "Aprieta sin miedo".

El crimen del Expreso de Andalucía (1924)

Litografía realizada por el artista Juan Comba para la revista "La Ilustración Española y Americana" en la que puede verse la estación de Córdoba.

PD

5 / 20

El crimen del Expreso de Andalucía (1924)

El asalto al tren correo de Andalucía fue portada de toda la prensa española durante los meses de abril y mayo de 1924. Y es que este suceso destacó sobre todo por el brutal asesinato de dos empleados de correos a manos de José Sánchez Navarrete, Antonio Teruel López y Francisco de Dios Piqueras, más conocido como "Paco el Fonda". A estos tres individuos se les unieron Honorio Sánchez Molina, dueño de una fonda en Madrid y su amante, un cubano llamado José Donday, apodado "El Pildorita" por su afición a las drogas. El atraco, con el que pretendían hacerse con más de un millón de pesetas, resultó ser una auténtica chapuza en la que perdieron la vida los oficiales de correos Santos Lozano León y Ángel Ors Pérez. El principal instigador del atraco fue Sánchez Molina, que, al igual que Navarrate, estaba endeudado hasta las cejas. Donday debía ser el encargado de conseguir el narcótico para dormir a los dos empleados de correos y preparar la huida tras el golpe. Pero el dinero con el que tenía que comprar el vino en el que mezclar el narcótico se lo gastó en diversas apuestas, por lo que lo único que pudo entregar al resto de la banda fue una simple botella de coñac (aunque otras fuentes sí hablan de vino). Finalmente, Sánchez Molina fue el único en no participar, excusándose en problemas laborales. Navarrete, Teruel y Piqueras subieron al tren en la estación de Aranjuez, si bien no llevaron a cabo su plan hasta pasar Castillejo, un municipio de Aranjuez, camino de Alcázar de San Juan, donde les esperaba Donday. Una vez en el tren, Navarrete ofreció a los oficiales la bebida de marras con la esperanza de que los hombres se quedaran dormidos, aunque para su desgracia no fue así. Al ver que el plan no surtía efecto, Teruel y Piqueras empezaron a golpearles de manera brutal. El primero en morir fue Lozano, y en vista de las dificultades para acabar con Ors, Teruel le disparó a bocajarro en el pecho y el rostro. Así, con el botín en las manos, los tres delincuentes saltaron del Expreso antes de llegar a Alcázar de San Juan y desde allí, con la ayuda de sus cómplices, regresaron en taxi a Madrid. Los cuerpos de los empleados de correos, atados con cuerdas, fueron descubiertos en medio de un gran charco de sangre cuando el Expreso llegó a la estación de Córdoba. Gracias a las pistas que dejaron durante su huida y al testimonio del taxista, Miguel Pedreró, dos de los tres asesinos fueron detenidos de manera inmediata. Teruel se pegó un tiro en la sien antes de ser detenido por la Guardia Civil. Sánchez Molina, que no había participado en el asalto, fue detenido en una finca en Ciudad Real propiedad de su familia, y el último en caer en manos de la justicia fue "El Pildorita", que fue extraditado por la Embajada desde París, adonde había huido. El proceso contra todos ellos se llevó a cabo el 7 de mayo de 1924. El juez pidió pena de muerte para Sánchez Molina (como instigador), Piqueras y Sánchez Navarrete. Donday salió bastante bien parado, ya que fue condenado a veinte años de reclusión. El 9 de mayo de 1924 los tres condenados fueron ajusticiados mediante garrote vil.

El crimen de Carmen Broto (1949)

Portada del libro en el que se narra el brutal crimen de Carmen Broto.

Avant Editorial

6 / 20

El crimen de Carmen Broto (1949)

María del Carmen Brotons Buil, más conocida como Carmen Broto, era una mujer alta y con una larga melena rubia; parecía una de las famosas actrices del Hollywood de la época. A Carmen le gustaba vestir ropa cara, sobre todo un ostentoso abrigo de astracán, y lucir lujosas joyas. Antigua empleada del hogar, Carmen había abandonado su Huesca natal para probar suerte en la gran ciudad, en este caso Barcelona, donde descubrió que podía sacar un gran partido a su privilegiado físico. Carmen decidió entonces dejar la bayeta para convertir su cuerpo en su principal fuente de ingresos. Así, gracias a su impresionante presencia pudo acceder muy pronto a las altas esferas de la sociedad barcelonesa, convirtiéndose en una conocida prostituta de lujo de la Ciudad Condal. Desde aquel momento se la veía muchas veces en compañía del famoso empresario Juan Martínez Penas, dueño del teatro Tívoli, quien, haciéndola pasar por su querida, al parecer encubría de ese modo su homosexualidad. En realidad, Carmen era la amante del dueño de los almacenes el Águila, Julio Muñoz Ramonet, conocido en los bajos fondos de Barcelona como "el rey del estraperlo", un hombre de quien se decía que también ofrecía los servicios de menores al obispo de Barcelona. Muñoz Ramonet se había casado con Carmen Villalonga, hija del presidente del Banco Popular. En el número 16 de la calle Sant Antoni María Claret, Muñoz Ramonet puso un piso a su rubia amante, a la cual le gustaba asistir cada noche a los garitos de moda, siempre muy bien acompañada. Carmen acabó siendo conocida en los ambientes nocturnos de la ciudad como "la cascabelitos" por su vida alegre y disipada. Pero a pesar de su desparpajo, Carmen era una mujer muy confiada, a la que le encantaba hacer ostentación de sus joyas cuando salía a divertirse. Entre sus amigos estaba Jesús Navarro Manau, un joven apuesto por el cual ella sentía debilidad. Su padre, Jesús Navarro Gurrea, un delincuente profesional y famoso "espadista" (especialista en abrir puertas y cajas fuertes con llaves falsas) ideó un plan para robarle las joyas. La madrugada del 11 de enero de 1949, el cadáver de Carmen apareció semienterrado y envuelto en su abrigo de astracán azul en un huerto privado de la calle Legalidad, con el rostro y la cabeza desfigurados por los golpes que le propinaron con una maza de madera y, evidentemente, sin las joyas que lucia la noche anterior. La brutalidad del crimen conmocionó a los barceloneses. Pero los asesinos dejaron demasiadas pistas y a la policía no le fue difícil dar con ellos. Los criminales habían planeado emborracharla, pero Carmen soportaba muy bien el alcohol y al ver que se resistía más de la cuenta decidieron acabar con su vida a golpes. El crimen se cometió de manera muy burda, y cuando fueron descubiertos, dos de los implicados se suicidaron ingiriendo cianuro antes de ser detenidos por la policía. El joven Jesús Navarro Manau sí fue detenido y confesó el crimen de inmediato. Manau fue condenado a muerte el 1 de mayo de 1950, pero años más tarde le conmutaron la pena por 30 años de prisión. Aparentemente, el caso estaba resuelto, pero para muchos la investigación dejó muchas incógnitas y el crimen estuvo rodeado de extrañas circunstancias (existen rumores que apuntan a que Carmen fue asesinada por alguien muy poderoso, e incluso se dijo que había chantajeado a uno de sus clientes con fotos tomadas con menores). Sea como fuere, el asesinato de Carmen Broto se ha convertido en uno de los más representativos de la crónica negra barcelonesa de mediados del siglo XX.

El brutal asesinato cometido por "El Monchito" (1951)

Portada de la revista "Crimen y Castigo", que se hacía eco del caso de El Monchito.

Crimen y Castigo

7 / 20

El brutal asesinato cometido por "El Monchito" (1951)

Ramón Oliva Márquez, familiarmente conocido como "El Monchito", era un joven madrileño de 22 años, de familia muy humilde, bajito y extremadamente delgado. Ramón había ejercido muchos oficios: chapista, pintor, aprendiz de mecánico… pero en ninguno de ellos duraba más de dos meses, y no es porque se tomara el trabajo a la ligera, sino que algunos atribuyen este ir y venir a un cierto retraso mental. Con una mano delante y otra detrás, "El Monchito" deambulaba por las calles de Madrid en busca de un trabajo estable con el que poder ofrecer una boda por todo lo alto a su novia Elisa, que entonces estaba embarazada. Su último trabajo fue el de mozo de escobas en un taller mecánico. Pero uno de los dueños, Rafael Caballero Quiroga, harto de pillar al pobre "Monchito" mirando las musarañas, decidió despedirlo. De nuevo en la calle, en su mente Ramón identificaba la riqueza con la figura de don Rafael, su antiguo patrón, y dedujo que este debía de guardar todos sus "muchos duros" en su casa. Así pues, el 11 de enero de 1951, a las 19.30 horas, "El Monchito" se presentó en el numero 7 de la calle Écija, con una rasqueta de pintor bajo la gabardina, con el firme propósito de llevarse todo el dinero que don Rafael tuviera en casa. Inicialmente, para llevar a cabo su plan había pensado esperar a que la esposa, Juana Arribas, saliera para hacer la compra, pero la urgente necesidad de tener dinero contante y sonante en su bolsillo lo llevó a precipitarse. Tras varios intentos logró que Juana le abriera la puerta alegando que tenía que llamar a su marido al taller para un asunto de vital importancia. La mujer lo dejó pasar, y "El Monchito" vio que estaba planchando y que tenía un cazo de leche en el fuego. Sin mediar palabra, el agresor le asestó 35 golpes con la rasqueta y la degolló con un cuchillo. Pero con las prisas, el asesino dejó sus huellas ensangrentadas en el grifo de la cocina y en las paredes. Finalmente, tras robar un reloj, una cadena de oro, un reloj de acero, una sortija con un rubí, dos encendedores, dos plumas estilográficas, 1.300 pesetas en metálico y dos sábanas, huyó con varios arañazos en la cara que le infligió la víctima antes de morir. Cuando la policía lo arrestó, "El Monchito" ya le había regalado a su novia las sábanas, las fundas de almohadón, un abrigo de pieles y él se había comprado un acordeón. El magistrado Teófilo Escribano lo condenó a morir en el garrote. El joven se pasó la última noche llorando como un niño, e incluso pidió a los carceleros que le dejasen rellenar una quiniela. Al alba del 29 de marzo de 1952, en el patio de la prisión de Carabanchel, "El Monchito" fue ajusticiado por un verdugo novato llamado Antonio López Sierra, apodado "El Corujo", el cual, con algunas copas de más, tardó veinte minutos en apagar para siempre la vida de Ramón Oliva Márquez.

El crimen de las estanqueras de Sevilla (1952)

Portada del libro que cuenta de manera ficcionada el asesinato de las estanqueras de Sevilla.

Editorial Planeta

8 / 20

El crimen de las estanqueras de Sevilla (1952)

Matilde y Encarnación Silva eran dos hermanas que vivían en la sevillana población de Estepa, solteras y con algo más de cincuenta años. Matilde regentaba un estanco en la Puerta de la Carne y su hermana Encarnación era cajera en los famosos almacenes El Águila. El sábado 12 de julio de 1952, ambas debían acudir al funeral de uno de sus hermanos, y al ver que ninguna de ellas aparecía, dos de sus parientes se acercaron hasta el estanco, donde también vivían las hermanas, para ver qué les podía haber pasado. Tras llamar reiteradas veces al timbre forzaron la puerta y allí estaban las dos, tendidas en el suelo con evidentes signos de haber sido brutalmente asesinadas. La sociedad sevillana quedó conmocionada al enterarse de la muerte de estas dos mujeres acaecida el día anterior, 11 de julio de 1952, tras recibir trece y dieciséis puñaladas respectivamente. En un principio parecía que el robo no había sido el móvil del asesinato, ya que tanto las joyas como el dinero de la recaudación del día anterior estaban en su sitio. Sin embargo, en los extractos bancarios no aparecían anotadas las 25.000 pesetas correspondientes al pago de la saca del tabaco. Esto hizo sospechar a la policía que el asesinato podría tener mucho que ver con aquel botín ahora desaparecido. Durante los primeros días, la investigación parecía haber llegado a un punto muerto y las autoridades presionaban a la policía para que el caso se cerrase cuanto antes. Varios soplos realizados por ladrones de poca monta pusieron finalmente a la policía sobre la pista de Juan Vázquez Pérez, alias "El Mellao", quien, tras un día de interrogatorios delató a Lorenzo Castro Bueno, alias "El Tarta" (por su tartamudez), justo cuando este se encontraba a punto de embarcarse en Melilla con la Legión, y a Antonio Pérez Gómez, el cual descargó toda la responsabilidad en "El Tarta". En sus declaraciones, "El Mellao" hizo responsable del asesinato al propio Pérez Gómez, el cual había sido el primero en abandonar la expendeduría. Tras varios días de interrogatorios, "el Tarta" seguía negando su participación en el asesinato de las dos mujeres, pero, presionado por la policía, cometió un error. Para asegurarse de que los tres detenidos habían sido realmente los autores de los crímenes, la policía los llevó al estanco para realizar una reconstrucción de los hechos. Allí, los tres empezaron a discutir sobre cuál había sido su implicación y salió a relucir un bolso que el propio "Tarta" se había llevado y cuyo botín, entre siete y nueve mil pesetas, no había repartido entre sus compañeros. Según la reconstrucción de la policía, "El Tarta" fue el asesino de Matilde, mientras que Pérez Gómez, con la ayuda de Vázquez Pérez, acabó con la vida de su hermana Encarnación. El 21 de octubre de 1954 empezó el juicio. Los tres detenidos se desdijeron de sus confesiones, y ni las armas ni el dinero presuntamente robado aparecieron. Además, durante la vista también desaparecieron cinco folios del sumario, mientras los abogados defensores repetían hasta la saciedad que no existían pruebas suficientes para condenar a aquellos tres hombres. Pese a los alegatos, los tres acusados fueron declarados culpables y condenados a muerte, pena que se cumplió en la cárcel de La Ranilla el 4 de abril de 1956, sin que los recursos ni las peticiones de indulto llegaran a tramitarse. Se dice que, dos décadas después, el verdadero autor de los crímenes confesó su autoría bajo secreto de confesión al fraile capuchino Hermenegildo de Antequera, uno de los religiosos que asistió a los condenados en su última noche, e incluso le habría revelado datos que hasta aquel momento no se habían hecho públicos.

El crimen de Tardáguila (1952)

Panorámica de la población de Tardáguila en la actualidad.

Juan Iaso (CC BY SA 3 0)

9 / 20

El crimen de Tardáguila (1952)

Tardáguila es un municipio y localidad española de la provincia de Salamanca. A mediados del siglo XX, allí vivía Domingo Laso de Vega, un labrador que disfrutaba de una vida desahogada gracias a sus bienes y propiedades, y que doce años antes se había casado con su prima, Ramona Laso Laso, con la que había tenido una hija. Su matrimonio, como tantos otros, era de conveniencia, pero a pesar de ello la pareja se llevaba bien hasta que en 1951 Domingo empezó a a aficionarse al juego y al alcohol. Por aquella época entró a trabajar en la finca un mozo llamado Lino Herrero Rodríguez para ayudarles en las tareas del campo. Ramona, que por aquel entonces contaba entre 36 y 39 años según las crónicas, quedó prendada del joven con quien inició una relación amorosa a espaldas de su marido. El amor que sentía Ramona por el joven Lino y el hecho de que Domingo vendiera un pajar propiedad de ella sin su permiso desencadenaron en la mujer un profundo sentimiento de odio hacia su marido, a quien decidió asesinar. Pero no podía hacerlo sola. Así que Ramona confió en su joven amante para llevar a cabo su truculento plan. Por la cabeza de la mujer desfilaban multitud de maneras de acabar con la vida de Domingo: simular un accidente y dejar el cadáver en la vía del tren, pegarle un tiro a la salida de una casa en la que Domingo hacía tertulia con sus amigos o propinarle un fuerte golpe y hacer que le pasara por encima el carro de las vacas fingiendo un atropello. La noche del 7 de abril de 1952, Domingo cenó en su casa, como de costumbre, en compañía de Lino y de Ramona. Aprovechando que el hombre se había quedado traspuesto, uno de ellos cogió un hacha del corral y le descargó un terrible golpe en la cabeza que le provocó la muerte en el acto. Los asesinos envolvieron el cuerpo de Domingo en una manta y lo enterraron en la cuadra de los cerdos. Para evitar sospechas, hicieron creer a los vecinos que Domingo se había ido de viaje, e incluso Lino se desplazó a Madrid para enviar un telegrama simulando ser Domingo en el que decía: "Llegué ayer Madrid, 5.30, salgo hoy destino Lisboa, estate tranquila, estoy bien. Firmado, Domingo". Pasados unos meses, Lino empezó a asumir las funciones de Domingo y los familiares de este empezaron a sospechar. Presentaron una denuncia y la policía se personó en la hacienda, donde, tras un registro, encontraron el cuerpo de Domingo en avanzado estado de descomposición, enterrado en la cuadra. La policía detuvo rápidamente a la pareja y el 17 de mayo de 1955, tres años después del crimen, la Audiencia Provincial de Salamanca condenó a Ramona Laso a la pena de garrote vil como inductora del crimen por su "vehemente temperamento lujurioso, casi enfermizo". La defensa argumentó que la mujer vivía un calvario debido a que Domingo era alcohólico y la maltrataba. Pero no surtió efecto. El tribunal franquista de la época argumentó que si su marido le levantaba la mano debía ser para "enderezar la conducta lujuriosa de la mujer". Finalmente, Ramona fue indultada, aunque la condenaron, al igual que a Lino, a una pena de treinta años y a pagar una multa de 50.000 pesetas a los herederos de la víctima. Tras cumplir condena, ambos acabaron sus vidas en el más puro anonimato.

El caso de la mano cortada (1954)

Portada del libro en el que se recrea el misterioso caso de la mano cortada.

Avant Editorial

10 / 20

El caso de la mano cortada (1954)

Margarita Ruiz de Lihory, marquesa de Villasante, baronesa de Alcalahí, duquesa de Valdeáguilas y vizcondesa de la Mosquera es la protagonista de una historia en la que se mezclan a partes iguales personajes fascinantes y bizarros, crímenes, extraños rituales e incluso fenómenos paranormales. El famoso periódico de sucesos El Caso publicó un artículo titulado "El caso de la mano cortada", sobre el que es, sin duda, uno de los casos más fascinantes y atrayentes de aquella España Negra. Todo empezó el 30 de enero de 1954, cuando un joven llamado Luis Shelly se presentó en el Juzgado de Instrucción número 14 de Madrid, donde interpuso una denuncia contra su propia madre, la marquesa Margarita Shelly Ruiz de Lihory. En la denuncia hacía constar que la marquesa habría realizado diversas mutilaciones al cuerpo de su hermana, Margarita Shelly, conocida como Margot, tras el fallecimiento de esta. Según el denunciante, su hermana habría muerto el 19 de enero como consecuencia de una leucemia. Durante el funeral, y en medio del más hermético de los misterios, el féretro permaneció cerrado y la madre no permitió que fuese abierto a pesar de los ruegos de diversos familiares que querían ver a la fallecida. Luis Shelly declaró ante la policía que tenía sospechas fundadas de que su madre le había hecho algo al cadáver de su difunta hermana, al igual que hacía con sus mascotas a las cuales, al parecer, diseccionaba y despellejaba. Finalmente, con una orden de registro, la policía se presentó en el domicilio de la marquesa, y tras una inspección ocular en una de las habitaciones, en el interior de un armario encontraron una vasija en forma de lechera con una mano derecha amputada, con los dedos hacia arriba y sumergida en un líquido blanco. En otro armario hallaron una palangana que contenía trozos de algodón manchados de sangre, varios pares de tijeras de diversos tamaños, pinzas y diversos instrumentos quirúrgicos. En la habitación de la difunta se encontraron asimismo un cuchillo y una tabla, una garrafa de alcohol y un paquete grande de algodón. El juez ordenó la exhumación del cadáver de Margot y lo primero que pudo confirmar el forense es que ¡le faltaba la mano derecha! Y no solo eso: un examen más exhaustivo reveló que a la hija de la marquesa también le faltaban un trozo de la lengua, los ojos y que además se le había rasurado el vello público. La acusada negó rápidamente las acusaciones, pero el juez ordenó su inmediata detención, así como la de su pareja. Pero aquel extraño acto no era el único que se atribuía a Margarita Ruiz de Lihory. Su residencia de Albacete también había dado tradicionalmente mucho de que hablar como escenario de historias que involucraban a misteriosos hombres vestidos de negro y de aspecto nórdico que, según se decía, trabajan en el sótano de la mansión. Siete años después, la marquesa y su pareja fueron a juicio, pero nunca pudo probarse que fueran ellos los autores de la muerte de Margot. De hecho, la autopsia corroboró que la hija de la marquesa había muerto como consecuencia de una hemorragia cerebral, según algunas fuentes, o de una infección pulmonar o leucemia, según otras. También fue acusada de haber cometido un delito de ultraje a un cadáver, a lo que Margarita respondió que los restos encontrados en la habitación, como la mano, eran tan solo "recuerdos" de su hija muerta. El juez impuso a la pareja un sanción monetaria y la reclusión en el Sanatorio Psiquiátrico Penitenciario de Carabanchel, en Madrid. Al salir, se refugiaron en su casa de Albacete, donde la marquesa, con la salud muy deteriorada y totalmente arruinada, murió a los 79 de años. Nunca pudo aclararse el motivo de su extraña actuación.

Los asesinatos de El Jarabo (1958)

Portada de un libro en el que se recrea la carrera criminal de El Jarabo.

Avant Editorial

11 / 20

Los asesinatos de El Jarabo (1958)

José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris, al que llamaban simplemente "El Jarabo", ha pasado tristemente a la historia por asesinar a cuatro personas, una de ellas una mujer embarazada. Con tan solo 23 años, El Jarabo fue acusado de trata de blancas en Puerto Rico, y tras pasar tres años en prisión, en los cuales aprendió artes marciales, consumió todo tipo de sustancias estupefacientes y se divorció, fue puesto en libertad bajo fianza. Desde allí se trasladó a Nueva York, donde entró en contacto con los bajos fondos de la Gran Manzana y se dedicó al tráfico de drogas. En 1950, El Jarabo rompió la condicional y se trasladó a España, donde durante ocho años llevaría una vida de lujo y ostentación. A partir de aquel momento, El Jarabo se convirtió en un especie de depredador de la noche (se le ha llegado a definir como un "demonio del sexo"), que exigía a sus parejas una entrega total. Aquel tren de vida finalmente lo llevó a la ruina y tuvo que empezar a empeñar objetos de valor. Gracias a su dominio del inglés, El Jarabo empezó a codearse con la alta sociedad anglosajona de Madrid y conoció a Beryl Martin Jones, con la que mantendrá una tórrida relación. Pero para seguir con aquella aventura, la pareja tuvo que empeñar un diamante de la propia Beryl. Para ello acudieron a una casa de empeños llamada Jusfer, regentada por Félix López y Emilio Fernández, quienes les ofrecieron 4.000 pesetas por una joya valorada en más de 35.000. Tras la ruptura, Beryl empezó a reclamar a Jarabo la joya y el dinero que le debía. Así, el sábado 19 de julio de 1958, El Jarabo se puso en contacto con la casa de empeños con la intención de recuperar lo que había empeñado, pero eran las diez menos cuarto de la noche y la tienda ya había cerrado. Para no demorar más la situación, y creyendo que el diamante se encontraría en el piso de uno de los dueños, Jarabo se dirigió hasta la viviendo de Emilio Fernández. Un vez allí, este le dijo que los negocios solo los trata en la tienda y que vuelva otro día, pero cuando Fernández le dio la espalda El Jarabo sacó una pistola y le disparó a quemarropa en la cabeza. Al oír los disparos, la criada salió de la cocina y al ver la escena comenzó a gritar pidiendo ayuda. Sin perder la compostura, El Jarabo la arrastró hasta la cocina donde le clavaría un cuchillo en el corazón. Justo en ese momento llegó la esposa de Fernández, María Alonso Bravo, que estaba embarazada de pocos meses. Por unos instantes, Jarabo logró convencerla de que era un inspector de Hacienda, pero cuando la mujer se percató de las manchas de sangre en su ropa salió corriendo hacia su habitación, momento en que El Jarabo le disparó en la cabeza. Antes de salir del piso con las llaves de la casa de empeños, Jarabo disfrazará la escena para intentar despistar a la policía. El lunes, El Jarabo se personó en la casa de empeños a la espera de la llegada de Félix López, el socio de Emilio Fernández. Nada más entrar por la puerta le disparó dos tiros en la nuca, llevó el cadáver a la trastienda y espolvoreó serrín sobre la la sangre para evitar que esta saliera a la calle. Tras robar diversas plumas estilográficas, un maletín, varios relojes y recuperar la joya empeñada, El Jarabo se dirigió hacia la tintorería donde había llevado el traje manchado de sangre. Tras ser identificado por varias personas fue detenido por la policía y conducido a comisaría, donde confesó los cuatro asesinatos. Durante el juicio pronunció una de las frases más celebres del mismo: "No sé si soy un psicópata o no. Ni me importa”. Condenado a garrote vil el 10 de febrero de 1959, el Jarabo murió en su celda tras una larga agonía provocada por el mal hacer del verdugo.

Los crímenes del sastre (1961)

Imagen de José Maria Ruiz Martinez, el sastre que asesinó a toda su familia, y su esposa.

PD

12 / 20

Los crímenes del sastre (1961)

Esta macabra historia tuvo lugar 1 de mayo de 1962, cuando José María Ruiz Martínez, un hombre de 48 años que tenía su negocio de sastrería en la calle de la Luna 16 de Madrid, acabó con la vida de su esposa y de sus cinco hijos, y finalmente se pegó un tiro en la cabeza. A cada uno lo mató de una forma distinta: con un martillo, un cuchillo, una barra de metal y una pistola. Para llevar a cabo aquel plan atroz, José María mandó a su criada a comprar algo y aprovechó aquel momento para llevar a cabo los crímenes. Fue el mismo asesino quien, una vez acabado su macabro cometido, llamó al 091 para avisar de lo que había hecho. Un policía declaró que tras hablar con él dedujo que aquella persona estaba perturbada. A pesar de que el criminal no quería dar sus credenciales, el agente logró ganar el tiempo suficiente para poder sonsacarle sus apellidos y poder localizar la llamada utilizando la guía telefónica. Cuando la policía se personó en el 3ºD del número 3 de la calle Antonio Grilo de Madrid, Ruiz Martínez no quiso abrir la puerta asegurando que solo lo haría en presencia de un cura de la orden de los carmelitas. Por fin, el padre Celestino, un sacerdote de una iglesia cercana, consiguió hablar con el parricida, pero desde un balcón del edificio de enfrente. El religioso se encontró delante de un hombre vestido con un pijama manchado de sangre y que portaba en sus manos una pistola con la que no dudó en apuntarle. Tras un tira y afloja, José María Ruiz Martínez exhibió ante todos los presentes los cadáveres de sus hijos, mientras, según algunas versiones gritaba: "Los he matado a todos. Tenía que hacerlo hoy". Totalmente fuera de sí, pidió confesarse y que el padre Celestino le diera la absolución, asegurando que después se suicidaría. "Esto es para mí. Dios no me lo tendrá en cuenta", gritaba mientras mostraba la pistola a los que le observaban horrorizados desde la calle. Tras confesarse a través de la línea telefónica, se oyó un disparo. Cuando la policía pudo acceder al interior del piso, el panorama que encontraron era horrible. Los agentes hallaron a la esposa muerta en el suelo del dormitorio. A los pies de la cama, metida en su "moisés", había una niña de dos años con signos de haber sido degollada. En el cuarto de baño descubrieron a la hermana mayor con un tiro en la garganta, mientras que sobre la cama de otra habitación se encontraba la hija de doce años. Finalmente hallaron a dos niños, uno de diez años con el cuello cortado y otro de cinco muerto por arma de fuego, en otra de las habitaciones. El autor de la masacre yacía muerto con un disparo en la cabeza sin que a día de hoy se sepa a ciencia cierta qué lo llevó a acabar con toda su familia.

 El Arropiero, un asesino en serie (1964-1971)

Manuel Delgado Villegas, apodado "El Arropiero", uno de los mayores asesinos en serie de España.

(CC BY 3.0)

13 / 20

El Arropiero, un asesino en serie (1964-1971)

Apodado "El Arropiero" por el trabajo al cual había dedicado su vida su padre, vender arrope (un producto obtenido por la deshidratación del mosto con consistencia de jarabe), Manuel Delgado Villegas está considerado uno de los peores asesinos en serie de la historia de España. El Arropiero, que se jactaba de haber cometido 48 asesinatos, fue un psicópata necrófilo al que, entre otras cosas horribles, le gustaba practicar sexo con los cadáveres de sus víctimas. Exlegionario y vagabundo bisexual, el "arropiero" se ganaba la vida ejerciendo de "chapero" y vendiendo su sangre. Durante su etapa como legionario (cuerpo en el que ingresó en 1961) aprendió el mortal "golpe del legionario" (o "tragantón", consistente en golpear la nuez del contrario con el canto de la mano), golpe que aplicó en más de uno de sus asesinatos. De este modo confundió a la policía al hacer pasar algunos de sus crímenes por una simple asfixia debida a causas naturales. Tras desertar de la legión, El Arropiero dejó tras de sí un fatídico reguero de crímenes. Con su característico bigote a lo "Cantinflas", el criminal fue detenido el 18 de enero de 1971 en el Puerto de Santa María (Cádiz) tras el hallazgo en un descampado del cadáver de Antonia Rodríguez, con la que mantenía una relación sentimental. Tras su detención confesó que la había asesinado por poner en duda su virilidad y por haberle propuesto unas prácticas que a él no le gustaron. En realidad, a El Arropiero se le pudieron probar siete crímenes, cometidos entre 1964 y 1971. Tras su detención, un informe psiquiátrico redactado el 12 de abril de 1972 lo define como "un peligro social en grado supremo". Los análisis genéticos determinaron que el criminal era portador de 47 cromosomas con trisomía sexual XYY, el controvertido "cromosoma de la violencia" (aunque los estudios actuales descartan este extremo). Pero a la hora de juzgarlo, las autoridades se encontraron con un problema. Dictaminar que el procesado sufría enajenación mental suponía una condena de tan solo quince años, por lo que la Audiencia Nacional optó por por no juzgarlo y dejarlo hasta el final de sus días en manos de psiquiatras, siempre y cuando la justicia no reconsiderase el caso. Así, ingresado de por vida, la misma Audiencia Nacional afirmó finalmente que su internamiento sin juicio previo era incompatible con el sistema de garantías previsto por la ley. Tras más de veinte años de psiquiátrico en psiquiátrico penitenciario, la actitud de Manuel Villegas Delgado, El Arropiero empezó a cambiar y dejó de enfrentarse con el resto de reclusos y de presumir de haber cometido todos aquellos asesinatos. Al final, gracias a un cambio en el Código Penal, Manuel Villegas consiguió la libertad y pasó sus últimos años vagando por las calles de Badalona hasta que una afección pulmonar acabó con su vida el 2 de febrero de 1998, a los 55 años.

El crimen de la tinaja (1969)

Los estos de Natividad Romero Rodríguez fueron encontrados en una tinaja parecida a la de la imagen.

Shutterstock

14 / 20

El crimen de la tinaja (1969)

Hace 54 años se produjo un asesinato que conmocionó a toda la sociedad española. El 13 de agosto de 1969, un joven bombero se encontró con el cuerpo semidesnudo de una joven en el interior de una gigantesca tinaja para guardar aceite en la conocida como "Casa de la viuda", una alquería abandonada entre los madrileños distritos de Hortaleza y Canillejas. Cuando la policía llegó al lugar de los hechos comprobó que aquella mujer tenía el pelo teñido de rubio y presentaba claras evidencias de maltrato físico. El cuerpo mostraba diversos hematomas y arañazos, los pantalones estaban bajados y tenía el suéter enrollado alrededor del cuello. La cara estaba amoratada y deformada, y las marcas de sangre coagulada en el cuello demostraban que había muerto por estrangulamiento. La investigación se centró primero en identificar a la víctima; un documento redactado en inglés encontrado junto a la muchacha proporcionó la respuesta: se trataba de una mujer estadounidense llamada Kerry Payne. Sin embargo, finalmente se descubrió que su nombre real era Natividad Romero Rodríguez, que tenía 28 años y que era originaria de la localidad jienense de Siles. Natividad estuvo casada con un militar estadounidense destinado en la base de Torrejón de Ardoz, el cual fallecería posteriormente en Vietnam. Kerry Payne era el nombre que usaba Natividad para hacerse pasar por estadounidense durante sus constantes salidas nocturnas por Madrid y, de este modo, poder engañar a algunos incautos cuya privilegiada posición económica era lo que andaba buscando. Natividad era una asidua de las salas de fiesta madrileñas, y a pesar de que cobraba una pensión de viudedad, se prostituía para poder seguir manteniendo su elevado tren de vida. Las investigaciones que se llevaron a cabo para esclarecer el crimen sacaron a la luz ciertos detalles escabrosos de la vida de Natividad, como que había pasado varios meses en prisión donde mantuvo diversas relaciones sexuales con otras reclusas, que era alcohólica y que a consecuencia de ello tuvo que ser ingresada en un centro psiquiátrico. Pero a pesar de todos los esfuerzos, la policía no pudo dar con el autor del crimen. Durante las primeras semanas se llevaron a cabo varias detenciones, aunque los sospechosos, tras demostrar su inocencia, eran puestos en libertad. Pero transcurridos dos años desde el crimen tuvo lugar otro suceso. Un proxeneta llamado Gregorio Ávila Sotoca asesinó de una puñalada a José Antonio Sánchez en Madrid. Tras ser detenido por la policía, Ávila Sotoca confesó a la Brigada de Investigación Criminal que él también era el autor del asesinato de Natividad. La reconstrucción de los hechos convenció a la policía de que habían detenido al autor del crimen de Natividad Romero. Sin embargo, cuando fue llevado a juicio, Gregorio se desdijo de sus afirmaciones y la falta de pruebas obligó al juez a absolverle. Aquel revés llevó a la policía a sospechar de algunos de los militares norteamericanos de la base de Torrejón. Sin embargo, las buenas relaciones que mantenían los Gobiernos de España y Estado Unidos obligaron a la policía a cerrar el caso para evitar un conflicto diplomático entre ambos países. El misterio sobre el asesinato de Natividad Romero persiste.

El crimen del cortijo de los "Los Galindos" (1975)

Portada del libro que narra el luctuoso suceso ocurrido en Los Galindos en el año 1975.

Almuzara

15 / 20

El crimen del cortijo de los "Los Galindos" (1975)

El 22 de julio de 1975, cinco personas fueron asesinadas en el cortijo Los Galindos, situado en el término municipal de Paradas, en la provincia de Sevilla. Un caso que aún a día de hoy sigue rodeado de incógnitas. Al parecer, el móvil de aquel crimen múltiple no fue otro que el económico, derivado de un supuesto fraude en la cooperativa Coduva y que presuntamente habría sido descubierto por Manuel Zapata, capataz del cortijo. Los Galindos era propiedad de María de las Mercedes Delgado Durán, que se casó en 1954 con Gonzalo Fernández de Córdova y Topete, marqués de Valparaíso y de Grañina. Para llevar a cabo la gestión económica de sus cinco fincas, el marqués nombró como administrador a Antonio Gutiérrez Martín, un oficial del ejército en aquel momento en la reserva. Según se dice, bajo ningún concepto el marqués quería que su suegro se enterase del desfalco, así que junto con su administrador y un sicario al que llamaban Curro (un individuo que había pertenecido al hampa y era un viejo conocido de la policía), se presentó en la finca para sobornar a Zapata y, en caso de que el dinero no fuera suficiente, darle un susto. El soborno no surtió efecto y la fuerza desmedida empleada por Curro acabó en tragedia. El sicario le propinó un golpe seco con el "pajarito" (un hierro acabado en punta que forma parte de la empacadora de paja) y cuando Zapata cayó al suelo le clavó un bielgo (una especie de tenedor de hierro gigante de tres puntas que se utiliza para remover la paja) en el corazón. Juanita Martín, la esposa de Manuel Zapata, escuchó el grito desgarrador de su marido y, sin quererlo, se convirtió en un testigo incómodo al que no se podía dejar con vida. Curro se acercó a ella y, con la misma pieza de metal con la que había acabado con la vida de su marido, le asestó dos golpes en la cabeza hasta matarla. Según la versión del hijo del marqués, Juan Mateo Fernández de Córdova, su padre y el administrador ayudaron al criminal a trasladar los cuerpos a otras estancias y a ocultarlos con paja. Al día siguiente, y siempre según la versión de Juan Mateo, tras ocultar los cadáveres, el marqués y el administrador cerraron el cortijo y se fueron en tren hasta Málaga, donde supuestamente ya estaban desde hacía varios días para asistir al entierro de un familiar del marqués. Pero lo que ocurrió después en el cortijo nunca ha quedado claro y, aparte de las muertes, el modo en que se sucedieron los hechos no deja de ser una conjetura. Se dijo que Curro se quedó en el cortijo cuando oyó acercarse un tractor: era Ramón Parrilla, uno de los tractoristas, que regresaba para reparar una cisterna de agua. Nada más bajarse del vehículo, Curro le disparó con una escopeta. Ramón intentó protegerse con las manos y salió huyendo, pero Curro le dio caza y lo remató por la espalda. Ajenos a la tragedia, llegaron al cortijo otro de los tractoristas, José González, acompañado de su esposa. Ambos fueron también abatidos, aunque Curro resultó herido de un navajazo que le asestó González. Entonces, Curro intentaría hacer desaparecer todos los cadáveres apilándolos sobre un montón de paja y prendiéndoles fuego. Pero la inmensa columna de humo alertó a los vecinos y a la Guardia Civil. Al final, Curro logró escapar. Durante años, se vertieron culpabilidades sobre algunos de los muertos, principalmente contra Juan Zapata, el capataz, el primero en ser asesinado, pero cuyo cadáver fue el último en aparecer (tres días después del crimen). También se sospechó de uno de los tractoristas, José González, que fue exonerado de toda sospecha en 1983. 

El asesinato de los marqueses de Urquijo (1980)

Portada del libro que recrea lo que ocurrió en agosto de 1980 en el palacete de los Marqueses de Urquijo.

Argos Vergara

16 / 20

El asesinato de los marqueses de Urquijo (1980)

La madrugada del 1 de agosto de 1980 se inscribe por méritos propios en la crónica negra española. Esa noche, tres asaltantes saltaron la valla de la mansión del Camino Viejo de Húmera, propiedad de los marqueses de Urquijo, y los asesinaron en sus camas a sangre fría. Al día siguiente, extrañada de que los marqueses no se hubieran levantado aún, una de las empleadas del servicio acudió a sus dormitorios (los marqueses dormían en habitaciones separadas) sin imaginar la terrible escena que iba a encontrarse: ambos yacían en sus camas con un tiro en la frente. Tras dar la voz de alarma llegó la policía, y con ella los fallos en la reconstrucción de los hechos. No sería hasta la llegada de Luis Aguirre, inspector jefe del Grupo IX de Homicidios, que los agentes se dieron cuenta de que en el suelo de la habitación de Manuel de la Sierra y Torres, marqués de Urquijo, había cuatro casquillos de bala que pertenecía a un modelo de pistola muy difícil de encontrar: una Star, calibre 22 Long Rifle. La cadena de errores en la investigación comenzó cuando, tras las primeras indagaciones, los agentes abandonaron la mansión sin encontrar la pistola ni percatarse de que la caja fuerte no había sido forzada y que los objetos de valor seguían en su interior. Quien sí se fijó en aquel detalle fue el administrador de la familia, Diego Martínez Herrera, el cual, tras ofrecer su colaboración al inspector jefe Aguirre, no perdió ni un segundo en vaciar la caja fuerte, pues conocía su combinación. Acto seguido le prendió fuego en el jardín, algo que no pasó desapercibido para algunos testigos. Después ordenó al servicio que limpiara las manchas de sangre de los dormitorios, algo que dificultaría el posterior trabajo de los forenses. En aquel momento, la asistenta vio que a los pies de la cama de la marquesa había un lazo negro y cuando ella y el mayordomo lo quisieron poner en conocimiento del inspector jefe, la hija de los marqueses, Myriam de la Sierra, no se lo permitió. Desde el principio la policía barajó la posibilidad de que el autor o autores fueran conocidos de las víctimas, algo que posteriormente el subcomisario encargado de llevar a cabo las primeras investigaciones, Antonio Herrero, confirmaría: la puerta de la piscina había sido forzada con un soplete y el autor del crimen fue especialmente meticuloso a la hora de poner un esparadrapo para evitar que los cristales cayeran al suelo. Todas las miradas se dirigieron entonces a una persona: el yerno de los marqueses, Rafael Escobedo. Según este, el día antes del crimen estuvo comiendo con su amigo, el fotógrafo Javier Anastasio, con quien pasó la noche yendo de copas por Madrid. Tras su separación de Myriam, la hija de los marqueses, Escobedo se fue a vivir a una finca propiedad de sus padres donde más tarde se encontrarían unos casquillos de bala que coincidían con el arma homicida. El 8 de abril de 1981, Rafael Escobedo era detenido. Sin embargo, aquellos casquillos desaparecieron de forma misteriosa en los juzgados de Madrid. Una vez en prisión, el acusado acabó confesando su culpabilidad, pero, según manifestaría después su hermano, aquella confesión se produjo tras largas jornadas de tortura. La policía averiguó después que Javier Anastasio, el amigo de Escobedo, y el administrador de la familia habían cogido un vuelo por separado a Londres, donde también se encontraba el hijo de los marqueses, Juan de la Sierra. Escobedo fue condenado a 53 años de prisión por el doble asesinato de los marqueses. El 27 de julio de 1988, encontraron su cuerpo sin vida colgando de una sábana y con restos de cianuro en los pulmones. Si era inocente ¿porque se declaró culpable?

Los asesinatos de "El Mataviejas" (1987)

Imagen de José Antonio Rodríguez Vega en el momento de su detención.

(CC BY 2 5)

17 / 20

Los asesinatos de "El Mataviejas" (1987)

El de "El Mataviejas" es uno de los casos criminales más impactantes que han tenido lugar en España en los últimos años, debido, principalmente, al tipo de víctimas que escogía el asesino: ancianas indefensas. De hecho, el autor de tales actos, José Antonio Rodríguez Vega, puede considerarse como el mayor asesino en serie que haya conocido España. Su faceta delictiva, que se desarrolló en la ciudad de Santander, se divide en dos etapas claramente diferenciadas. Su juventud estuvo marcada por el odio a las mujeres, que empezó a desarrollarse cuando su madre lo echó de casa por maltratar a su padre que estaba en fase terminal. A partir de entonces dio inició su carrera como violador. El 17 de octubre de 1978 fue detenido por la policía, aunque nunca se pudo llegar a determinar el número total de violaciones que había cometido. Apodado "el violador de la moto", porque buscaba a sus víctimas montado en este vehículo, fue condenado a 27 años de prisión, de los cuales solamente cumplió ocho debido a que gracias a sus dotes de persuasión logró que todas sus víctimas, menos una, le perdonasen. Su primera esposa, Socorro Marcial, lo abandonó y se llevó con ella a su hijo nada más conocer lo ocurrido. Pero gracias a su buen comportamiento, Rodríguez salió de prisión a los ocho años, y conoció a una mujer con discapacidad con la que se casó y que jamás sospechó de la doble vida de su marido. Es precisamente aquí cuando empieza la segunda y más macabra etapa criminal del asesino. Mientras que en casa era considerado un buen marido y una persona trabajadora, fuera de ella continuaba con su personal cruzada contra su madre. José Antonio Rodríguez era un seductor empedernido y su cara de buen chico le facilitó que las mujeres, confiadas, le abrieran las puertas de su casa sin sospechar nada. Así, desde abril de 1987 a abril de 1988, José Antonio Rodriguez asesinó a 16 ancianas. Margarita González Sánchez, Natividad Robledo Espinosa o Julia Paz Fernández son los nombres de algunas de sus víctimas, pero el listado es aún más escalofriante teniendo en cuenta que las escogía a sabiendas de que vivían solas para asesinarlas y luego poder robarles. Al final, un confiado José Antonio Rodríguez acabó cometiendo errores que acabarían con su detención. Algunos eran tan obvios que la policía no pudo evitar preguntarse si fueron equivocaciones o en realidad quería que lo detuvieran. Rodríguez pasó de ser cuidadoso a dejar una tarjeta de visita con su nombre y dirección en el escenario de uno de sus crímenes. Su detención se produjo el 19 de mayo de 1988, en plena calle. Una vez en dependencias policiales, el asesino confesó todos sus crímenes, y cuando la policía registró su vivienda encontraron una habitación decorada de color rojo donde tenía expuestos todos los objetos que había robado a sus víctimas: joyas, porcelanas, estampitas, televisores… Ante los medios de comunicación, el criminal se presentaba como un ególatra, con una sonrisa siempre en su rostro y muy cínico. Frente las cámaras, alardeaba del perdón que le habían dado las mujeres a las que había violado y presumía de no tener problemas sexuales. Fue condenado a 440 años de cárcel. Al considerarse un preso muy peligroso, José Antonio Rodríguez era trasladado continuamente de prisión. Finalmente, el 24 de octubre de 2002 fue trasladado a la penitenciaria de Tropas, en Salamanca. Allí, dos reclusos, Enrique Valle González, apodado "El Zanahorio" por el color de su pelo, y Daniel Rodríguez Obelleiro, le asestaron entre 60 y 70 puñaladas con dos pinchos de fabricación casera. José Antonio Rodríguez Vega falleció al instante y fue enterrado en una fosa común en el cementerio de Salamanca.

La masacre de Puerto Hurraco (1990)

La tragica noche de los asesinatos, los hermanos Izquierdo dijeron "vamos a cazar tórtolas".

iStock

18 / 20

La masacre de Puerto Hurraco (1990)

En la memoria colectiva de los españoles, el pueblo extremeño de Puerto Hurraco estará para siempre asociado a un sangriento suceso. En lo que algunos denominaban entonces la "España profunda", Puerto Hurraco fue el escenario donde tuvo lugar el capítulo final de una historia de odio atávico entre dos familias: los Izquierdo, o "los Patapelás", y los Cabanillas, o "los Amadeos”, una historia de rencor que se saldó con la vida de nueve personas. "Vamos a cazar tórtolas". Esta fue la frase con la que aquella tórrida noche de verano del 26 de agosto de 1990, los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo se despidieron de su familia. Nada más salir de sus casas vestidos de cazadores y armados con escopetas la emprendieron a tiros, pero no para cazar pájaros, sino para acabar con la vida de sus vecinos. Entre ellos se encontraban dos niñas, Antonia y Encarnación Cabanillas, de 13 y 14 años, que formaban parte del clan rival de los Cabanillas. Pero ¿a qué venía tanta inquina? El profundo odio entre los dos clanes se remontaba treinta años atrás, y se originó (como en tantos otros casos) a causa de una disputa por las lindes de unas tierras, aunque también por un trágico acontecimiento: el asesinato a puñaladas de Amadeo Cabanillas a manos de Jerónimo Izquierdo a causa del rechazo de Amadeo a casarse con Luciana, hermana de Jerónimo. Tras cumplir condena, Jerónimo regresó al pueblo en 1986 para vengar la muerte de su madre, fallecida en un incendio del que acusaba a sus rivales, a pesar de que la investigación policial nunca pudo demostrar que los Cabanillas fueran los causantes del siniestro. Pero eso no convenció a Jerónimo, que, sediento de sangre, apuñaló a otro de los hermanos Cabanillas, Antonio, el cual, a pesar de las heridas recibidas, consiguió sobrevivir. Detenido de nuevo por la policía, Jerónimo Izquierdo fue ingresado en un psiquiátrico donde murió nueve días más tarde. Pero la sed de venganza de los Izquierdo era inmensa. Instigados por sus dos hermanas, Ángela y Luciana (la mujer rechazada por Amadeo tantos años atrás), Emilio y Antonio Izquierdo cometieron en Puerto Hurraco una masacre que aún hoy es recordada por su brutalidad. Tras matar a las dos niñas, y a pesar de que su objetivo real era Antonio Cabanillas, los hermanos Izquierdo la emprendieron a tiros con todo aquel que se cruzaba en su camino. El siguiente en caer fue Manuel Cabanillas, que encontró la muerte al salir a la calle alertado por el tiroteo. Otra vecina, Araceli Murillo Romero, fue alcanzada por dos disparos al ir a socorrer a las niñas. El siguiente en caer fue José Penco Rosales. Totalmente enloquecidos, los hermanos Izquierdo dispararon contra tres vecinos más que trataban de huir: Manuel Benítez, Antonia Murillo Fernández y Reinaldo Benítez; los dos últimos murieron en el acto. Aquella orgía de sangre y tiros acabó con la vida de nueve personas (los asesinatos de Andrés Ojeda Gallardo e Isabel Carrillo Dávila se produjeron más tarde). Finalmente, alertada por unos vecinos, la Guardia Civil se personó en el lugar de los hechos donde dos agentes fueron heridos por los hermanos Izquierdo durante su huida. Tras movilizar doscientos efectivos, a las nueve de la mañana del día siguiente, Antonio y Emilio Izquierdo fueron capturados por agentes de la Benemérita mientras dormían en el bosque. Tras su detención, Emilio aseguró que "si no me cogen, hubiera ido al entierro a matar a más gente. Estoy tranquilo tras vengar la muerte de mi madre". El juez los condenó a 684 años de cárcel y 300 millones de pesetas de indemnización (1,8 millones de euros) y las hermanas, acusadas de inductoras, fueron ingresadas en el psiquiátrico de Mérida. 

Margarita Sánchez Gutiérrez, “la viuda negra” (1990)

Se cree que la " viuda negra" empleó el veneno para acabar con la vida de sus víctimas.

Shutterstock

19 / 20

Margarita Sánchez Gutiérrez, “la viuda negra” (1990)

Durante la década de 1990, Barcelona fue el escenario de un oscuro episodio que se enmarca en la crónica negra española. En la Ciudad Condal, la policía detuvo a una mujer por el presunto asesinato de varios de sus familiares y vecinos con veneno. Las acciones de Margarita Sánchez, que sería conocida como la "viuda negra de Barcelona", dejaron cuatro víctimas mortales y tres intentos frustrados. Nacida en Málaga en 1953, Margarita tuvo una infancia muy infeliz. Su familia no disponía de recursos y arrastraba graves problemas con el alcohol. Margarita fue también muy desgraciada en la escuela, donde fue señalada por sus compañeros de clase debido a un grave problema de estrabismo. Finalmente acabó abandonando los estudios, lo que le provocó una profunda depresión. La niña desarrolló entonces un comportamiento antisocial que, a la postre, afectaría a sus futuras relaciones. Poco después, la familia se trasladó a un barrio humilde de la capital catalana donde Margarita conocería a Luis Navarro Nuez, un conductor de metro con el que se instalaría en la calle Riera Blanca de la ciudad y con quien tendría dos hijos. Pero cuando el padre de Luis cayó enfermo, el matrimonio se volvió a mudar, esta vez a la calle Caballero. De nuevo el alcohol se cruzaría en el camino de Margarita cuando descubrió que su marido era alcohólico y empezó a necesitar calmantes para poder dormir. Para salir adelante, Margarita trabajaba cuidando enfermos, lo que le permitió entrar en contacto con ciertos medicamentos. Poco tiempo después, el suegro de Margarita murió, y la familia fue desahuciada, por lo que se vieron obligados a ir a vivir con la madre de Luis. Pero las peleas con su suegra y su marido eran continuas,. Margarita tenía una vecina y amiga llamada Rosa, una mujer de 70 años que el 3 de agosto de 1992 ingresó en un hospital barcelonés. Al cabo de unos días, Rosa murió de una manera misteriosa. La policía descubrió que en la cuenta bancaria de la fallecida faltaba un millón de pesetas y que varios objetos de valor habían desaparecido. El 26 de octubre moría el marido de Margarita "por causas naturales", según el informe médico. Un mes antes, Luis ya había sido ingresado aquejado de una intoxicación a la que no dieron importancia, ya que tomaba una fuerte medicación para dormir y además era alcohólico. Pero los casos extraños continuaron. La siguiente en caer enferma fue la suegra de Margarita. Ingresó cinco veces en el hospital por graves intoxicaciones, de las que acusó a su nuera, aunque logró sobrevivir. Al final, Margarita decidió irse a vivir con su hermana y su cuñado, que al poco tiempo cayó en coma muriendo pocos días después (también su dinero desapareció de la cuenta corriente). La siguiente víctima fue José Antonio Cerqueira, al cual le desapareció medio millón de pesetas de su cuenta bancaria. En 1993, Margarita entabló amistad con Piedad Hinojo. A los pocos días, Margarita llamó a su hija para explicarle que hacía días que no sabia nada de ella y, alarmada, se dirigió a la vivienda de su madre donde la encontró inconsciente. Por fortuna, Piedad sobrevivió, pero durante el tiempo que pasó en el hospital, Margarita le robó el dinero y las joyas. Finalmente, un error cometido por la propia Margarita (se olvidó algunos documentos de sus víctimas en casa de su suegra) puso en alerta a la policía, que descubrió que la mujer solía comprar en la farmacia cianamida cálcica, un compuesto de cianuro extremadamente difícil de detectar. Fue detenida en 1996 junto a su hija Sonia acusada de cómplice. La joven fue condenada a cinco años, pero al ser menor de edad ingresó en un Centro de Menores de la Generalitat de Cataluña. Por su parte, Margarita Sánchez fue sentenciada a 34 años de prisión, aunque no por los asesinatos, que nunca pudieron ser probados, sino por falsificación, robo y lesiones.

El crimen del rol (1994)

Javier Rosado en el momento de su detención por la Guardia Civil.

PD

20 / 20

El crimen del rol (1994)

Javier Rosado, un aplicado estudiante de química de 21 años, y su amigo, Félix Martínez, de tan solo 17 años, se aficionaron a algo que se había puesto de moda en los años noventa: los juegos de rol. Este juego, importado de los Estados Unidos, consistía en que cada uno de los jugadores tenía que asumir el "rol" de personajes imaginarios a lo largo de una historia en la cual uno de los miembros, en este caso Javier Rosado, asumía el papel de master o director del juego. En muchas ocasiones, los dos jóvenes fueron más allá de la filosofía básica del juego para adoptar oscuros comportamientos, convirtiendo el juego de rol en algo real. Era tal la imaginación de Javier Rosado, que, inspirado en libros de terror, ciencia ficción, cómics y vídeos, inventó un juego repleto de personajes violentos y armados, impregnados de odio, al que tituló "Razas". A principios de 1994, ambos amigos decidieron traspasar los límites de la diversión, y como parte de su juego privado idearon un plan para matar a una persona. La víctima, preferiblemente, "debía ser una chica joven, y en su defecto, un menor o una persona mayor". Lo tenían todo muy bien planeado: Javier apuñalaría de manera reiterada a la víctima en zonas no vitales del cuerpo con la intención de infligirle el máximo dolor y debilitarla, mientras que Félix le ayudaría en todo lo necesario. La madrugada del 30 de abril de 1994 fue la fecha escogida. Ese día, Javier y Félix salieron a la calle en busca de alguien a quien asesinar. Se dirigieron al madrileño barrio de Manoteras, y tras un largo rato de espera se enfundaron unos guantes de látex y, empuñando un cuchillo cada uno, abordaron a Carlos Moreno, un hombre de 52 años que acababa de salir de trabajar. Le amenazaron y le pidieron del dinero que llevaba encima, 60.000 pesetas. Después, tras obligarlo a poner la manos en la espalda, le asestaron una cuchillada en el cuello seguida de varias más. El hombre intentó huir, pero fue alcanzado por los jóvenes que siguieron acuchillándolo en un terraplén. Javier perdió su cuchillo y entonces empezó a morder a la víctima, mientras que Félix seguía asestándole navajazos. Carlos tardó quince minutos en morir debido a las terribles heridas provocadas por aquellos jóvenes que habían entrado en un especie de trance criminal. El cadáver de Carlos Moreno fue hallado más tarde por un conductor de autobús que se había parado a fumar un cigarrillo. La escena era dantesca: el cadáver de un hombre que había sido apuñalado 19 veces, degollado, destripado y con la columna rota. El forense halló un pedazo de un guante de látex en la boca de la víctima, pero la policía no pudo vincularlo con los autores porque estos no tenían antecedentes. Pasaron los meses y la policía no era capaz de identificar al autor o autores del crimen. Sin evitar alardear de lo sucedido ante sus amigos, fue uno de ellos, Enrique, quien confesaría al párroco lo que le había contado Javier. El sacerdote le recomendó que lo comentara con sus padres, los cuales decidieron denunciar los hechos ante la policía. Cuando los agentes registraron los domicilios de ambos jóvenes encontraron un diario en el que Javier Rosado describía así su crimen: "Seguí desgarrándole el cuello, proponiéndome a mí mismo cosas del estilo de ¡conseguiré arrancar este cartílago en menos de tres intentos! ¡Llegaré a las cuerdas vocales y dejará de hacer ruido! Era espantoso: ¡Lo que tarda en morir un idiota! Era algo increíble y portentoso: llevábamos casi un cuarto de hora machacándole y seguía intentado hacer ruidos. ¡Qué asco de tío!". Tras el juicio, no quedó probado que Javier Rosado padeciera una esquizofrenia paranoide. Javier Rosado fue condenado a 42 años y dos meses de prisión y Félix, a doce años de reclusión mayor por asesinato.