Cuando en los muelles de la ciudad inglesa de Southampton comenzó la descarga del primer cargamento de guano que llegaba del Perú, el hedor que desprendía fue tal que muchos habitantes de esta ciudad inglesa huyeron a las colinas. Corría el año 1840, y aquel aroma pestilente marcó el comienzo de la fantástica era del guano, como se llama a los excrementos secos de las aves marinas.
Este abono insuflaría nueva vida a los agotados suelos de Europa y de Estados Unidos, donde la agricultura debía alimentar a una población urbana que no dejaba de crecer al reclamo de la industria.
Su peso en oro
El guano contiene nitrógeno, fósforo y potasio, los nutrientes que las plantas necesitan para su crecimiento. Fue el gran naturalista Alexander von Humboldt quien en 1803, durante su viaje por América del Sur, advirtió que en
las desérticas áreas costeras del Perú las plantas fertilizadas con guano crecían de forma exuberante. Su empleo era el resultado de siglos de experiencia: ya lo habían utilizado las civilizaciones precolombinas de los mochicas y los incas, de cuya lengua, el quechua, proviene el nombre de wánu, «abono».

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durante milenios, las aves marinas habían depositado sus excrementos –unos 45 gramos por día y pájaro– en las islas e islotes de Perú. Allí, el clima seco los preservó como una concreción fétida, amarillenta y rica en nutrientes: el guano de ave contiene del 11 al 16 por ciento de nitrógeno, del 8 al 12 de ácido fosfórico y del dos al tres por ciento de potasa. Arriba, colonia de aves marinas de la isla Chincha Norte (Perú, 1951).
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El guano que usaban provenía de las islas Chincha, a 21 kilómetros de las costas peruanas. Las islas del Pacífico peruano eran excepcionalmente ricas en guano porque en ellas anidaban millones de gaviotas, pelícanos, cormoranes guanay, alcatraces y otras aves marinas que se daban verdaderos festines con los enormes bancos de anchovetas que poblaban aquellas aguas gracias a la presencia de la fría corriente de Humboldt. Ese guano era el de mayor calidad en todo el mundo, porque en aquella desértica región las lluvias eran excepcionales, y la lluvia empobrece el guano al arrebatarle su nitrógeno.
Riqueza y horror
Los experimentos realizados en 1840 en Gran Bretaña demostraron que el guano de Perú era muy superior al estiércol usado tradicionalmente como abono, y el Estado peruano, propietario de este recurso, cedió su explotacion y comercialización a empresarios británicos, peruanos y franceses a cambio de parte de los beneficios. Aquéllos lo compraban por doce libras la tonelada y lo vendían por el doble, convirtiendo el guano en oro: un cargamento reportaba a los vendedores 100.000 libras de beneficio, una fortuna para la época. De la década de 1840 a la de 1870 se exportaron casi once millones de toneladas por valor de más de cien millones de libras esterlinas.

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William Gibbs, el mayor exportador británico de guano. Pintura al óleo de William Boxall, 1860, National Trust.
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El guano se convirtió en la base económica de Perú: si entre 1846 y 1847 aportó el cinco por ciento de los ingresos fiscales, entre 1869 y 1875 ya era el 80 por ciento. En la época colonial el país había vivido de la plata de Potosí, y ahora vivía de los excrementos de pájaro. Pero extraer el guano era un trabajo infame. Su principal fuente eran las islas Chincha, donde en tiempos de Humboldt alcanzaba un grosor de treinta metros. Arrancar heces de pájaro solidificadas era un suplicio, y no sólo por la hediondez y el calor.
Cuando los trabajadores abrían trincheras con pico y pala en el guano para extraerlo se exponían a graves peligros al inhalar el polvo amarillo que levantaban. Esta materia orgánica contiene agentes patógenos que penetraban en los cuerpos de los obreros, provocando enfermedades respiratorias como la histoplasmosis y el asma, o trastornos como la disentería asociada a la shigelosis.

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Culí encadenado en una isla guanera del Perú.
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Nadie en Perú quería trabajar en las islas guaneras, y no había nadie a quien se pudiera obligar a hacerlo porque el país había abolido la esclavitud en 1854, usando los ingresos del guano para indemnizar a los propietarios de esclavos. De ahí que para explotar el guano se contratase en China de forma engañosa a culíes que eran empleados como mano de obra casi servil. Incluso se secuestró a habitantes de las islas del Pacífico, como sucedió en la de Pascua.
El valor del guano llevó a una búsqueda frenética de excrementos de pájaros marinos. Los británicos, por ejemplo, arrancaron cinco mil toneladas de guano de la isla Santa Helena, donde habían mantenido cautivo a Napoleón. En marzo de 1842, comerciantes británicos descubrieron la capa de ocho metros de guano que cubría la isla de Ichaboe, ante la costa de Namibia, adonde los guaneros acudieron como moscas a la miel, y a comienzos de 1845 hasta 450 barcos y seis mil hombres pugnaban por hacerse con las últimas porciones de guano que la cubrían. En mayo, cuando se hubo cargado el último saco, la isla quedó abandonada.
Guano e imperio
Estados Unidos también quería saciar su hambre de guano, pero el monopolio peruano favorecía a los británicos. Como los granjeros norteamericanos eran un grupo electoral a tener en cuenta (por aquel entonces, ocho de cada diez norteamericanos vivían en granjas), no es de extrañar que el mismísimo presidente del país, Millard Fillmore, mencionase el guano en su discurso del estado de la nación de 1850, indicando que utilizaría todos los medios posibles para importarlo de Perú «a un precio razonable».

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Frailecillos atlánticos. Con los excrementos de aves marinas como estas se abonaron los campos del mundo en el siglo XIX y principios del XX. Grabado de John James Audubon, Galería Nacional de Arte, Washington D.C.
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Pero ello no bastó, y en 1856 el Congreso estadounidense aprobó la ley de las Islas Guaneras, que autorizaba a los ciudadanos estadounidenses a tomar posesión de cualquier isla con depósitos de guano que no estuviera bajo la jurisdicción de otro Estado. Así, impulsada por el guano, comenzó la expansión imperial de Estados Unidos: cuarenta años antes de que se hiciera con los restos del dominio español en el Caribe y el Pacífico, se apoderó de sus primeras posesiones en esas aguas, como los atolones Midway y Johnston o la isla Howland en el Pacífico, o las islas caribeñas del Cisne y Navassa.

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Naves cargando guano en la isla Chinchas. Acuarela de Marcus Lowther, 1853.
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En todo caso, Estados Unidos no tenía nada que envidiar a Perú en el manejo del guano, como demostró la rebelión de los trabajadores negros de la isla de Navassa que, tratados cruelmente por sus racistas supervisores blancos, mataron a cinco de ellos en 1889. La marina estadounidense acabó con el motín y tres de sus cabecillas fueron condenados a muerte. Pero, en lo que fue una de las primeras muestras de movilización de la comunidad negra estadounidense, dos hermandades afroamericanas (la Orden de los Pescadores de Galilea y la Hermandad de la Libertad) denunciaron la semiesclavitud en que vivían los trabajadores y recaudaron fondos para su defensa; por fin, el presidente Benjamin Harrison conmutó las ejecuciones por penas de cadena perpetua.
Las guerras del nitrógeno
El guano era tan tentador que España ocupó las islas Chincha en 1864 como un medio para cobrarse lo que, según sostenía, le adeudaba Perú desde su independencia; siguió una guerra (hoy olvidada por completo en España) que no se zanjó hasta 1871. Pero el guano de las Chincha se agotaba y comenzó la explotación del salitre, un nitrato en el que eran ricas las desérticas tierras fronterizas de Perú, Bolivia y Chile; este último luchó contra los otros dos países en la guerra del Pacífico (1879-1883) y les arrebató los salitrales, dejando a Bolivia sin salida al mar.

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La necesidad de mano de obra llevó a ala esclavización de poblaciones del pacífico como los nativos Rapa Nui de la Isla de Pascua, descubierta por la expedición de Jean-François de la Pérouse en 1786 (arriba).
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Tras sufrir el declive de la producción en las Chincha y la competencia del salitre, la química asestó al guano el golpe definitivo cuando, en 1905, comenzó en Noruega la producción de fertilizante nitrogenado artificial. La fácil riqueza guanera abandonó Perú después de que esta humilde sustancia hubiera contribuido al desarrollo de la nueva economía mundial global alimentando a los obreros de Europa.