Vida cotidiana

Epidemias en Roma: los dioses tienen la llave

Los romanos creían que, para acabar con una plaga, había que aplacar a los dioses mediante ceremonias religiosas

Una plaga devasta una ciudad antigua mientras varios médicos atienden a los moribundos. Grabado del siglo XVIII.

Una plaga devasta una ciudad antigua mientras varios médicos atienden a los moribundos. Grabado del siglo XVIII.

Una plaga devasta una ciudad antigua mientras varios médicos atienden a los moribundos. Grabado del siglo XVIII.

Foto: SPL / AGE Fotostock

Las epidemias fueron un azote recurrente en la historia de Roma. La enfermedad no sólo se llevaba consigo vidas humanas; también producía la devastación de la economía y lacerantes hambrunas. Además, la debilitada ciudad quedaba expuesta a invasiones exteriores. Esto explica que los historiadores romanos registraran todos los episodios de este tipo, incluso en períodos tan antiguos como el que siguió al derrocamiento de los reyes etruscos y la fundación de la República en 509 a.C.

Así, Dionisio de Halicarnaso narra las dantescas consecuencias de una epidemia en el año 451 a.C., que supuso la muerte de casi todos los esclavos de la ciudad y de aproximadamente la mitad de los ciudadanos romanos. La desgracia se extendió durante un año y provocó la desaparición de familias enteras. Su rápida propagación se vio favorecida porque, en vez de dar sepultura a los cadáveres infectos, se prefirió arrojarlos a las cloacas y al río, lo que terminó por corromper el agua potable y el aire respirable.

En la epidemia del 451 a.C. murieron casi todos los esclavos de Roma y aproximadamente la mitad de los ciudadanos romanos.

Castigos divinos

Dados los escasos conocimientos médicos de la época, los romanos ignoraban el origen real de las epidemias y las causas de su propagación. Dominados por las creencias religiosas que impregnaban su vida cotidiana, las epidemias eran sentidas muchas veces como un castigo divino infligido por haber alterado la pax deorum, la armonía entre dioses y hombres. Esto ocurría cuando los hombres incurrían en comportamientos nefastos (esto es, acciones contrarias al fas u orden religioso imperante) o cuando realizaban rituales religiosos sin la ortodoxia requerida. Así, en 472 a.C., se identificó como factor desencadenante de una epidemia la pérdida de la virginidad de una de las vestales (Urbinia, según la revelación de un esclavo), pues la peste había afectado de forma muy particular a las mujeres embarazadas. Urbinia fue sometida a juicio, los dioses quedaron apaciguados y la epidemia cesó, según Dionisio.

En el siglo V a.C. se identificó la pérdida de la virginidad de una vestal como causa de una epidemia.

En el siglo V a.C. se identificó la pérdida de la virginidad de una vestal como causa de una epidemia.

En el siglo V a.C. se identificó la pérdida de la virginidad de una vestal como causa de una epidemia. En la imagen, la vestal Máxima. Mármol. Siglo II d.C. Museo Nacional de Roma.

 

Foto: Brideman / ACI

Cuando una nueva epidemia se abatió sobre Roma en 399 a.C., los senadores consideraron que había que restablecer el equilibrio entre dioses y hombres mediante un ritual de expiación religiosa, el lectisternio, que debía realizarse en el Capitolio. Este rito consistía en un suntuoso banquete al que eran idealmente invitadas deidades como Júpiter, Juno y Minerva, representadas en estatuas para las que se disponían mullidos lechos (lectisternia). Los banquetes, dirigidos por unos sacerdotes llamados duumviri sacris faciendis, se repetían a lo largo de una semana no sólo en los templos, sino también en las casas privadas, cuyas puertas se abrían para dispensar hospitalidad a propios y extraños

En 365 a.C. se produjo una nueva epidemia que se extendió por varios años y que causó muchas muertes. De nuevo se recurrió al lectisternio para aplacar a los dioses, pero en aquella ocasión el ceremonial resultó insuficiente. Tampoco resultaron eficaces los juegos escénicos (teatrales y circenses) que se promovieron para contentar a los dioses, pues fueron interrumpidos por un desbordamiento del Tíber que acrecentó aún más el temor popular. Ante lo desesperado de la situación, los romanos recurrieron a un remedio extremo: nombrar un dictador con la misión de alcanzar la añorada «paz de los dioses» y, con ella, el fin de la epidemia.

En el 365 a.C. la epidemia se descontroló y, al no surtir efecto las ceremonias conocidas, se adoptaron medidas drásticas

La dictadura era una institución particular que existía prácticamente desde el estreno de la República. Suponía suspender temporalmente (por un tiempo máximo de seis meses) los poderes normales del Senado, de los magistrados y el pueblo a favor de una persona carismática designada por los senadores. El dictador recibía misiones específicas: convocar comicios en ausencia de los cónsules, organizar unos juegos, celebrar una ceremonia religiosa o cubrir vacantes en el mismo Senado. Pero los historiadores romanos recogen unos pocos casos en los que se recurrió a un dictador para hacer frente a una situación de epidemia. El llamado dictator clavi figendi causa, «dictador para clavar el clavo».

La mirada imparcial de un filósofo

Lucrecio, el filósofo epicúreo del siglo I a.C., es uno de los primeros autores romanos que intentó analizar científicamente, en su obra De rerum Natura (Sobre la naturaleza de las cosas), las causas y el origen de las epidemias. Según el poeta, las plagas procedían unas veces del cielo y otras de la propia tierra, por la acción de agentes meteorológicos como la lluvia o el calor.

Algunas epidemias se circunscribían a ciertos territorios, y otras atacaban determinados órganos del cuerpo, con independencia del lugar en el que uno residiera, pues Lucrecio pone el acento en la intervención del aire como agente propagador, que corrompe las aguas, cultivos y alimentos. Lucrecio también advertía de que durante los picos de mortalidad no podían llevarse a cabo los ritos funerarios.

El dictador del clavo

Ese curioso nombre se debe a que el dictador debía cumplir un antiguo ritual que en los decenios anteriores había dejado de practicarse, y que consistía en clavar, durante los idus de septiembre (es decir, el día 15 de este mes), un clavo en el templo de Júpiter Óptimo Máximo, concretamente en el muro que daba al templo de Minerva. Se llamaba «clavo anual» quizá porque su propósito era el de contabilizar los años transcurridos.

En 365 a.C. aquel viejo ceremonial, que en otro tiempo era cosa de los cónsules, fue restablecido a fin de apaciguar la cólera divina que se evidenciaba a través de una epidemia. Quizá se pensaba que el clavo, elemento usado para contener o sujetar estructuras, obraría como una especie de talismán capaz de atraer y cargar sobre sí todos los males que la epidemia traía consigo.

Manlio Imperioso era conocido por su severidad. Este óleo del siglo XVII recrea la ejecución de su propio hijo en su presencia.

Manlio Imperioso era conocido por su severidad. Este óleo del siglo XVII recrea la ejecución de su propio hijo en su presencia.

Manlio Imperioso era conocido por su severidad. Este óleo del siglo XVII recrea la  ejecución de su propio hijo en su presencia.

Foto: Bridgeman / ACI

El elegido para ejercer esta particular dictadura fue Lucio Manlio Imperioso. Según relata Tito Livio, «durante el segundo consulado de Gneo Genucio y de Lucio Emilio Mamerco, cuando los espíritus estaban más agobiados por la búsqueda de sacrificios de expiación que los cuerpos por las enfermedades, dicen que los más viejos, rebuscando en su memoria, recordaron que, en cierta ocasión, un dictador había contenido una epidemia clavando un clavo. El Senado, llevado por esa creencia, dispuso que se nombrase un dictador para que clavase el clavo».

Tito Livio cuenta además que Lucio Manlio Imperioso no se limitó a cumplir el rito, sino que, como dictador, quiso emprender una guerra contra un pueblo vecino, pero los tribunos de la plebe se alzaron y forzaron su dimisión.

En 331 a.C. se repitió la historia. También por aquel entonces latía una honda preocupación: una epidemia estaba causando muertes por doquier y no había forma de ponerle freno. Pronto se dijo que las muertes se debían a un grupo de envenenadoras, que fueron juzgadas y condenadas a tomarse su propio veneno. Aun así, los próceres de la República romana quisieron hacer una ceremonia de expiación y designaron como dictador a Gneo Quintilio Capitolino, quien procedió a clavar el clavo.

Epidemias y guerras

Las crónicas mencionan otros dos dictadores de este tipo. En 313 a.C., en plena pugna de los romanos con los samnitas, brotó repentinamente una epidemia que amenazaba el desenlace de las operaciones, por lo que, según Tito Livio, el general Gayo Petelio Libo Visolo «fue nombrado dictador para hincar el clavo al brotar una epidemia».

Y sabemos que medio siglo más tarde, en 263 a.C., Gneo Fulvio Máximo Centumalo fue elegido de nuevo como dictator clavi figendi causa. Probablemente, el Senado recurrió a un político veterano y prestigioso para realizar la ceremonia del clavo anual y así contener una epidemia desatada mientras los cónsules en ejercicio estaban desplazados a Sicilia durante la primera guerra púnica.

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La peste

La peste

Foto: Prisma / Album

El término más recurrente para referirse a las plagas es el de pestis, del que deriva también pestilentia, y venía a designar una enfermedad que se propagaba con extremada celeridad afectando a la salud de un grandísimo número de personas.

La ceremonia del clavo

El templo de Júpiter en el Capitolio. Grabado. Museo d’Orsay, París.

El templo de Júpiter en el Capitolio. Grabado. Museo d’Orsay, París.

El templo de Júpiter en el Capitolio. Grabado. Museo d’Orsay, París.

Foto: RMN - Grand Palais. Color: Santi Pérez

Tito Livio explica así, en su obra Ab Urbe Condita, el origen de la ceremonia del clavo: «Hay una ley antigua, escrita con letras y palabras arcaicas, disponiendo que el que sea “pretor supremo” clave el clavo en los idus de septiembre. Dicho clavo, debido a que, por aquella época, la escritura era rara, dicen que sirvió para llevar la cuenta del número de años [...]. Posteriormente, la ceremonia de clavar el clavo pasó de los cónsules a los dictadores, porque su poder era mayor. Tras interrumpirse esta costumbre, pareció una práctica que merecía, incluso por sí sola, que se nombrase un dictador».

Para saber más

El triunfo de la muerte (detalle)

La peste negra, la epidemia más mortífera

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Este artículo pertenece al número 200 de la revista Historia National Geographic.