Una imponente necrópolis

El enorme cementerio que se esconde bajo Toledo

El hallazgo de una necrópolis judía medieval en 2008 puso de manifiesto la enorme riqueza funeraria que se esconde bajo la tierra sobre la que se levanta Toledo.

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Necrópolis judía excavada en una zona ajardinada del I.E.S. Azarquiel, al norte de Toledo. 

© ARTURO RUIZ TABOADA

Tras la vuelta de sus vacaciones de verano de 2008, los alumnos del Instituto de Educación Secundaria Azarquiel de Toledo se encontraron con una sorpresa inesperada: iban a compartir espacio de juegos y aprendizaje con unas tumbas judías de época medieval que habían aparecido en una zona ajardinada del propio centro destinada en principio a la ampliación de su aulario.

El Instituto quería aprovechar el periodo no lectivo para acometer el proyecto de ampliación del aulario, pero tras emprender el preceptivo estudio arqueológico previo hallaron los restos de esta necrópolis situada extramuros de la ciudad y en septiembre comenzaron la excavación arqueológica.

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Necrópolis judía excavada en una zona ajardinada del I.E.S. Azarquiel, al norte de Toledo. 

© ARTURO RUIZ TABOADA

Oposición de la comunidad judía

Una nota en el periódico local La Tribuna de Toledo daba cuenta del hallazgo, la noticia se extendió como un reguero de pólvora y desencadenó un revuelo sin precedentes. "La comunidad judía se presentó al día siguiente pidiendo explicaciones", recordaba el arqueólogo toledano Arturo Ruiz Taboada, que se hizo cargo de las excavaciones entonces. "Se produjeron protestas frente a algunos consulados españoles, como el de Nueva York, y recibimos la visita de la asociación Asra Kadisha, de Israel, que vela por la salvaguarda de los cementerios judíos en todo el mundo y se niega sistemáticamente a que se excave cualquier espacio sagrado relacionado con el mundo judío", relataba Ruiz Taboada.

Finalmente, "las autoridades españolas llegaron a una entente con la Federación de Comunidades Judías de España para poder estudiar algunos de los restos y a continuación volverlos a enterrar". El equipo arqueológico dirigido por Arturo Ruiz Taboada, excavó entre 2008 y 2009 "un pequeño sector" de 300 metros cuadrados en el que identificaron 107 tumbas judías que datan alrededor del siglo XII.

Un tesoro casi intacto

¿Cómo dedujeron los arqueólogos que las tumbas eran judías y no cristianas o musulmanas? No había rastro de inscripciones epigráficas en hebreo y el ajuar funerario era exiguo, por no decir nulo. Solamente aparecieron tres objetos relacionados con tres tumbas distintas: una moneda de Alfonso VII, un anillo con un dibujo estrellado y un pendiente de plata. "La mala suerte por no haber hallado corpus epigráfico se contrarrestó con la buena suerte por haber hallado una moneda de Alfonso VII. Fue como si me hubiera tocado la lotería. La moneda, fechada a mediados del siglo XII, aunque por su coloración probablemente fue utilizada en el siglo XIII, describía un cementerio toledano en una época de máximo esplendor judío", comentaba.

Las tumbas se habían conservado intactas, sobre todo debido a su profundidad, con fosas que alcanzan los 2,5 o 3 metros. "Estaban perfectamente individualizadas, no se superponían ni entraban en contacto unas con otras, como sí ocurre en los enterramientos cristianos o musulmanes, que no son tan profundos", recordaba el arqueólogo. Los cuerpos de los difuntos fueron introducidos, con o sin ataúd, en el interior de una estructura hueca reforzada con una bóveda de ladrillo que la cubría.

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Tumba de «lucillo», que se caracteriza por tener una bóveda de medio cañón, de ladrillo, que ejerce de cierre subterráneo.

© ARTURO RUIZ TABOADA

Este tipo de construcción recibe el nombre de "lucillo" y se caracteriza por tener una bóveda de medio cañón, en este caso de ladrillo, que ejerce de cierre subterráneo de la tumba. "Es un tipo de enterramiento único adscrito a la religión judía. Otra característica son las estructuras acotadas con espacios rectangulares probablemente relacionados con una única familia, aunque dentro de estas estructuras las tumbas son individuales. También se repiten los enterramientos en los que aparece una madre con un niño a su lado, que probablemente murió en el parto".

Los arqueólogos identificaron también la impronta de los sudarios en los cuerpos de los difuntos. La posición anatómica, con el cuerpo completamente contraído y los hombros ajustados y alineados, también demuestra que les cubría un sudario.

Una mirada al pasado de Toledo

Años más tarde, Ruiz Taboada presentaba su libro La vida futura es para los devotos, en el que daba a conocer los resultados de aquellas accidentadas excavaciones. En él aportaba nuevos datos al estudio del mundo funerario en el Toledo medieval. "El problema que ha tenido siempre Toledo ha consistido en diferenciar los distintos espacios cementeriales que hay en el exterior de la ciudad. Podemos estar paseando por la ciudad y lo más probable es que estemos pisando tumbas. En este libro he individualizado cada uno de los cementerios y los he ubicado en sus barrios, con unos límites aproximados", comentaba.

La zona en la que está situado el instituto Azarquiel, el Cerro de la Horca, es una llanura que se extiende por el distrito Centro-Norte de Toledo, donde se ubican colegios, institutos, escuelas universitarias, parques, hoteles y urbanizaciones. El vaivén diario que fluye por sus calles contrasta radicalmente con el silencio inerte propio del subsuelo, donde se esconde un cementerio "enorme" e "impresionante", según el arqueólogo toledano. Arturo Ruiz explicó a Historia National Geographic que en la zona hay cementerios romanos, visigodos, cristianos, musulmanes y judíos, en algunos de los cuales ha excavado en los últimos años. "Los muertos son muy difíciles de gestionar y, además, a nadie le gusta saber que vive sobre un cementerio", se lamentaba entonces Ruiz.

En el subsuelo del Cerro de la Horca se esconde un enorme cementerio con restos fúnebres de época romana, visigoda y de época medieval, tanto cristianos como judíos o musulmanes.

Toledo fue, durante buena parte de la Edad Media, un paradigma de convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos. El Parque de las Tres Culturas de Toledo, situado precisamente en el distrito Norte y que probablemente esconde un sinfín de tumbas, hace referencia a esta convivencia, tan frágil hoy en día, entre estas tres comunidades.

En 1492, con la expulsión de los judíos no conversos por parte de los Reyes Católicos, las lápidas funerarias con inscripciones en hebreo que señalaban el lugar de enterramiento fueron retiradas y reutilizadas en la construcción de edificios; algunas continúan empotradas en los muros de las casas o en los dinteles de portales. El Museo Sefardí de Toledo también conserva algunas de estas lápidas. "A partir de este momento se pierde la memoria visual de los límites superficiales de los distintos cementerios. El terreno se reaprovecha como zona de huertos o campos de cultivo. La llanura norte empieza a expandirse urbanísticamente a mediados del siglo XX", señala Arturo Ruiz Taboada.

 

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Panorámica de Toledo desde el Cerro de la Horca, donde apareció el cementerio judío en 2008. 

© ARTURO RUIZ TABOADA

De nuevo bajo tierra

Al final de todas las vicisitudes, en 2009, finalizaron las excavaciones y los arqueólogos entregaron el material reclamado por las agrupaciones hebreas. Casos similares ocurrieron en las necrópolis judías de Barcelona, Lucena (Córdoba) o Ávila, lamentaba Ruiz. En la actualidad, los restos del cementerio judío de Toledo descansan otra vez en paz a varios metros bajo tierra, pero a menos la excavación arqueológica ha revelado el lugar destacado que ocupaba esta comunidad en la ciudad medieval de Toledo, la de las tres culturas. El subsuelo todavía esconde muchas misterios que son testimonio de una época de grandes cambios. "Hay que elaborar un proyecto en el que se establezcan límites geográficos exactos para disponer de una especie de mapa de riesgo, pero es un proyecto que todavía está en preparación... y no sabemos qué hacer ante la imposibilidad de excavar", concluía ya entonces Arturo Ruiz Taboada.