Luces y sombras de una dinastía imperial

Emperadores de Roma

Cuando no cumplían sus deberes oficiales, los emperadores gozaban de la intimidad de su familia, sus consejeros o sus amantes. A principios del siglo III, los Severos protagonizaron toda clase de escándalos y crímenes

Caracalla

Caracalla

Unas jóvenes esparcen pétalos de rosa para recibir a Caracalla, hijo y heredero del emperador Septimio Severo, cuando entra en las termas que llevan su nombre, en Roma. Óleo por Lawrence Alma-Tadema. 1902. 

Foto: Bridgeman / ACI

Por más que algunos emperadores, tras su muerte, «volaran a los cielos» convertidos en dioses, en realidad los soberanos de Roma eran personas de carne y hueso cuyo modo de vida no se distinguía en lo sustancial del de los demás ciudadanos. Los linajes imperiales que se sucedieron desde época de Augusto procedían de la clase privilegiada de Roma –aunque también los hubo con antepasados libertos (esto es, esclavos liberados) o que venían de las provincias–, por lo que la vida privada de cada princeps era muy parecida a la de cualquier gran patricio. Ello no significa que todos se comportaran igual, pues la moral civil romana conjugaba tendencias contradictorias: el gusto por la riqueza y el lujo con el ideal de vida austera; el sentido del deber con los excesos personales más desaforados... En cada dinastía se alternaban así figuras de emperadores «buenos» y «malos», al menos a ojos de los historiadores, que buscaban ofrecer una lección moral o un mensaje político.

Curiosidades de emperadores romanos

Cronología

El final de una dinastía

192

El asesinato de Cómodo da inicio al año de los cinco emperadores. Septimio Severo, nacido en el norte de África, lucha por el trono.

193-197

Se desarrolla una cruenta guerra civil hasta que Septimio se impone como emperador. Fallecerá a los 65 años, en 211.

211

Caracalla sucede a su padre. Asesina a su hermano Geta para no compartir el trono con él y también es asesinado.

217

A la muerte de Caracalla, las tropas aúpan al trono a su prefecto del pretorio, Macrino, quien morirá asesinado un año más tarde.

218

Heliogábalo accede al trono gracias a Julia Maesa, tía materna de Caracalla. Sus excentricidades hacen que sea asesinado a los 18 años.

222

Alejandro Severo, hijo de Julia Mamea y primo de Heliogábalo, se hace con el poder imperial. Es el último emperador de la dinastía.

Los emperadores Severos, que gobernaron el Imperio romano entre 193 y 235 d.C., ofrecen un ejemplo de esta alternancia de personalidades. El primero de la dinastía, Septimio Severo, conquistó el poder tras derrotar y asesinar a todos sus oponentes en una sangrienta guerra civil. En 193 llegó al palacio imperial con una típica familia romana: dos hijas habidas de un primer matrimonio; su segunda esposa, Julia Domna, y los dos hijos habidos con ella, sus herederos Caracalla y Geta.

El «palacio» imperial propiamente dicho no existió nunca, al menos con ese nombre: cada dinastía construyó el suyo, aunque el conjunto de todos, intercomunicados, podía considerarse una «residencia imperial». Estas domus o palacios fueron, cronológicamente, las «casas de Augusto y de Livia», la domus Tiberiana, la domus Transitoria y la domus Aurea (ambas de época de Nerón), la domus Flavia y la domus Augustana (de época de Domiciano) y la domus Severiana, junto con el palacio Sesoriano (de época de Heliogábalo). Septimio Severo mandó construir su residencia en la esquina sureste del monte. Aún se pueden ver grandes extensiones construidas y rematadas en una de sus fachadas por el Septizodium, la gran fuente ornamental cuyo esqueleto sobrevive hoy en día después de que en el siglo XVI se la despojara de los mármoles. Los emperadores Severos desarrollaron sus actividades cotidianas en estos palacios, además de en algunas casas con jardines en la propia Roma, junto con las espléndidas villas imperiales de Sperlonga, Tívoli y Capri.

arco de Septimio Severo

arco de Septimio Severo

El arco de Septimio Severo. El emperador mandó levantar este gran arco de triunfo en el Foro de Roma para conmemorar sus victorias sobre los partos.

Foto: Francesco Lacobelli / AWL Images
Septizodium

Septizodium

El Septizodium, la gran fuente ornamental erigida por Septimio Severo. Grabado.

Foto: Mary Evans / Scala, Firenze
dinastía severa

dinastía severa

En esta pintura se representa a Julia Domna y Septimio Severo con sus hijos Caracalla y Geta (a quien se ha borrado el rostro). Museos Estatales, Berlín.

Foto: BPK / Scala, Firenze

Representantes de los dioses

De la lujosa vida de los primeros Severos nos dan cuenta algunas fuentes. Septimio fue siempre bastante austero, pero no así sus dos hijos. Aunque Caracalla gustaba de los lujos, era adepto, sobre todo, a la vida militar. Pero de Geta cuenta la Historia Augusta que «le gustaban muchísimo los vestidos elegantes, hasta el punto de que su padre se reía de él. Todo lo que sus padres le daban, lo empleaba para vestir a su gusto». Esta atracción por el ornato y el lujo la heredaron otros emperadores de la época, como el famoso Heliogábalo, el adolescente emperador-sacerdote que se vestía de mujer y competía con prostitutas en su propio palacio. ¿Qué hubieran dicho de él emperadores tan austeros como Augusto o Marco Aurelio?

La Dinastía Severa.jpg

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Árbol genealógico de la Dinastía Severa

Los emperadores ostentaban extravagantes títulos, herederos de las antiguas magistraturas republicanas. Uno de ellos, quizás el más importante, fue el de Pontífice Máximo. Como tal, el emperador era la cabeza de la religión oficial romana, representada por la llamada tríada capitolina: Júpiter, Juno y Minerva. En público, presidían el culto a estos tres dioses y a otros del panteón romano. Pero en privado cada emperador fue más o menos devoto de una u otra deidad o semideidad. Muchos se identificaron con Hércules; otros, con Marte, y los hubo que, como César, pretendían descender de Venus. Algunos rindieron culto a dioses extranjeros, como Calígula hizo con Isis. Los Septimios fueron más lejos: se trajeron a un oscuro dios sirio a Roma.

Se decía que a Geta «le gustaban muchísimo los vestidos elegantes. Todo lo que le daban sus padres lo empleaba en vestir a su gusto»

Como tantos otros soberanos, fueron adeptos a la astrología. Se dice, por ejemplo, que cuando murió su primera y amada esposa, Pacia Marcia, Septimio consultó a los astrólogos para encontrar a otra mujer y eligió a la hija del sacerdote del dios El-Gabal en Emesa (Siria), porque su carta astral la destinaba a ser esposa de un rey. Era Julia Domna. Con ella llegó al palacio imperial toda una familia de origen sirio (su hermana, las hijas de ésta y sus nietos), fieles de la religión de El-Gabal, dios personificado en un betilo o piedra sagrada a la que rendían culto en Emesa. Años después, el sobrino nieto de Julia Domna y nuevo emperador, Heliogábalo, se presentó en Roma ataviado como sacerdote, por lo que los romanos le pusieron el apodo de «el asirio». La importancia de este culto fue tal que Heliogábalo llegó a colocar los elementos sagrados de la religión romana (entre ellos, el fuego de Vesta) alrededor del betilo, lo cual encolerizó a los senadores más tradicionales.

domus Severiana

domus Severiana

Desde la explanada del Circo Máximo, en Roma, se ven los restos de la domus Severiana, erigida por Septimio Severo en el Palatino como su residencia, así como el templo de Apolo Palatino, de época de Augusto.

Foto: Giulio di Gregorio / Alamy / ACI
Moneda de bronce Heliogábalo

Moneda de bronce Heliogábalo

Moneda de bronce acuñada bajo el reinado de Heliogábalo. En el reverso se aprecia el betilo o piedra sagrada del dios sirio El-Gabal, situada en el centro de un templo.

Foto: Alamy / ACI

Amor a la cultura

En esta época, la vida de los emperadores era bastante ajetreada. Sus deberes oficiales los mantenían ocupados, sobre todo en palacio –donde se reunía el consejo imperial– y en otros lugares como el Senado o los templos donde presidían cultos oficiales. Pero su gran pasión fueron las carreras de carros en el circo. En el año 204, Septimio organizó unos magníficos juegos en el Circo Máximo, y allí celebró la boda de su hijo Caracalla.

Según el historiador Dion Casio, Caracalla y Geta eran tan aficionados a las carreras que, de niños, la rivalidad entre ambos montando a caballo provocó que Caracalla se rompiera una pierna en una caída, lo que fue el origen del odio que profesó el resto de su vida a su hermano. Caracalla solía participar en las carreras con los Azules, el «equipo» de aurigas o conductores de carros favorito del emperador. Sin embargo, Heliogábalo fue partidario de los Verdes, con alguno de cuyos aurigas mantuvo relaciones sexuales. El último de los Severos, Alejandro, dejó a un lado los excesos de sus predecesores, pero no por ello abandonó el circo, donde celebró su supuesta victoria sobre los partos.

Las verdaderas intelectuales de la dinastía de los Severos fueron dos mujeres, Julia Domna, apodada «la filósofa», y su hermana Julia Maesa

Los emperadores no fueron ajenos a lo que hoy consideramos cultura propiamente dicha, esto es, la manifestación escrita del pensamiento. Sabemos que muchos fueron escritores de cierto nivel. Ya César escribió los Comentarios de sus guerras –y otras obras perdidas–, siendo considerado hoy en día uno de los mayores literatos (y autopropagandistas) de la historia. Sabemos de los libros escritos por Claudio, de la autobiografía de Trajano y, por supuesto, de las Meditaciones y otras obras del emperador filósofo Marco Aurelio. Además, casi todos ellos fueron mecenas de escritores y pensadores ilustres, como Augusto lo fue de Horacio o Nerón de Séneca.

Los emperadores Severos no destacaron por sus cualidades culturales, aunque se sabe que Septimio escribió su autobiografía. Las verdaderas intelectuales de esta dinastía fueron dos mujeres: la emperatriz Julia Domna y su hermana Julia Maesa. Según Filóstrato y Dion Casio, ambas se rodearon de un distinguido y eminente círculo de «matemáticos y filósofos», muchos de ellos sofistas, y la propia Domna se dedicó a estudiar la sofística, una corriente filosófica en boga en su tiempo. Algunos miembros de ese círculo fueron los juristas Papiano y Ulpiano, el aristotélico Alejandro de Afrodisias, el médico Galeno, el propio Dion Casio, el filósofo y luego emperador Gordiano, así como otros sofistas de los que no sabemos el nombre. Pero Julia no fue sólo una mecenas de la filosofía. Apodada «filósofa» porque ella misma se atrevió a poner por escrito sus reflexiones, Julia ayudó a Filóstrato a escribir un tratado sobre Apolonio de Tiana, filósofo griego del siglo I d. C. (o puede que lo escribiera ella misma). Es el único caso de emperatriz filósofa del Imperio romano, y uno de los poquísimos ejemplos en la historia occidental.

busto de Caracalla

busto de Caracalla

Busto del emperador Caracalla, hijo de Septimio Severo y de Julia Domna. Según historiadores de la Antigüedad, Caracalla acabó con su hermano y quiso casarse con su madre.

Foto: Bridgeman / ACI
Julia Domna

Julia Domna

Julia Domna, la esposa siria de Septimio Severo, fue una mujer con enorme influencia sobre asuntos políticos. Busto de mármol. Museos Capitolinos, Roma.

Foto: Scala, Firenze

Vida de familia

Los emperadores romanos disfrutaban de la vida en compañía de su familia, sus amigos y su corte (el Aula Caesarias). Según palabras del emperador Marco Aurelio en sus Meditaciones, la corte de Augusto incluía a «las mujeres, hijas, sobrinos, hijastros, hermana, Agripa, parientes, personal de la familia, amigos, Ario [un filósofo], Mecenas [un consejero], médicos y sacrificantes». Siguiendo el modelo de la corte de Augusto, aún vigente a finales del siglo II, la corte de los Severos incluía a los parientes más próximos (entre ellos la familia femenina de Julia Domna y sus descendientes), a los amigos más cercanos, a ciertos intelectuales –Ulpiano, Paulo, Dion Casio y Diógenes Laercio, entre otros– y al personal de confianza y religioso de palacio. Pese a que Marco Aurelio no los menciona en su definición de la corte imperial, también cabría incluir a los prefectos del pretorio, que ya funcionaban como cabezas de la administración a comienzos del siglo III. No hay que olvidar que Plauciano, el prefecto del pretorio de Septimio y su amigo de la infancia, consiguió casar a su hija con el heredero al trono imperial, Caracalla.

Junto a amigos y familiares, en la corte de los Severos pululaban otros personajes: aurigas, cómicos, actores, amantes de cualquier condición (hombres y mujeres) y favoritos de toda índole. Todos ellos servían a los emperadores para su disfrute mientras su estrella brillaba; cuando se apagaba, muchos sufrían el apartamiento, si no la muerte.

dinastía severa 2

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La familia imperial, compuesta por el emperador Septimio Severo, sus hijos Caracalla y Geta, y su esposa Julia Domna (que en la imagen se vuelve hacia el espectador) presiden los Juegos en el anfiteatro. Óleo por Lawrence-Alma Tadema. 1907.

Foto: Bridgeman / ACI

Familia mal avenida

Las relaciones familiares en la corte de los Severos fueron turbulentas. Septimio amó a su primera mujer tiernamente, y a la segunda apasionadamente; tanto es así que le perdonó sus probables infidelidades y la mantuvo junto a él hasta su muerte. Pero ese afecto fue algo insólito en la familia. Sus hijos, Caracalla y Geta, se odiaban a muerte. De hecho, el primero hizo asesinar al segundo en presencia de la madre de ambos, Julia Domna, a quien se le prohibió verter lágrimas por su hijo. Caracalla odió también a su suegro Plauciano y a su esposa Plautila, y terminó por ejecutar a ambos.

En época de Heliogábalo, la rivalidad entre la madre del emperador, Julia Soemias, y su hermana Julia Mamea fue legendaria. Mamea logró derrocar a su sobrino y consintió en ajusticiar a su hermana junto con el emperador con tal de que subiese al trono su propio hijo. Tras la conversión de la República en Imperio, los chismes y cotilleos se centraron en el palacio imperial, particularmente en la sexualidad de los emperadores. Los romanos pasaron a cotillear sobre los emperadores: sus amantes, extravagancias y apetitos sexuales eran la comidilla de los romanos, lo que ha quedado reflejado en numerosas fuentes históricas, desde los poemas de Juvenal hasta las biografías de Suetonio.

Dion Casio afirma que Caracalla llegó a violar a algunas vírgenes vestales y luego las ejecutó, enterrándolas vivas, por haber roto sus votos de castidad

La vida sexual era tema predilecto de las habladurías. La de Septimio Severo, que al fin y al cabo era un hombre de provincias, fue bastante sencilla. Su matrimonio con Julia Domna no estuvo exento de problemas, quizá debido a algún adulterio por parte de ella. Pero ninguna fuente alude a relaciones extramatrimoniales de Severo, por lo que es posible que éste llevara una vida conyugal bastante feliz, cosa rara en la corte imperial, si exceptuamos al virtuoso Antonino Pío.

Fuera de su desgraciado matrimonio con Plautila, la vida sexual de Caracalla es desconocida. No se sabe de amantes ni rumores de orgías o adulterios. Sólo Dion Casio, que lo conocía en persona, alude a que violó a algunas vírgenes vestales y luego las ejecutó por haber roto sus votos, enterrándolas vivas según la costumbre antigua. Es más que posible que Caracalla sufriera alguna enfermedad venérea que lo volvió impotente y medio loco. A su muerte, le sustituyó el muy tradicional emperador Macrino, quien amaba tiernamente a su esposa, según revela una carta de su propia mano transmitida por la Historia Augusta.

Macrino

Macrino

Áureo con la efigie del emperador Macrino, el prefecto del pretorio que sucedió a Caracalla tras el asesinato de éste. Moneda acuñada en el año 218.

Foto: Bridgeman / ACI

El extravagante Heliogábalo

Heliogábalo, por su parte, fue un homosexual pasivo, y, según Dion Casio, a punto estuvo de cambiar de sexo (al parecer, lo proyectó). Vivió su condición sexual de manera desenvuelta y sin tapujos, pues hablaba de sexo en público y consultaba a prostitutas y prostitutos sobre posturas y especialidades. Según Herodiano, «a menudo se veía a Heliogábalo conduciendo su carro o bailando; y no trataba de ocultar sus vicios. Aparecía en público con los ojos pintados y con carmín en sus mejillas, afeando su rostro, hermoso de natural, con maquillajes lamentables». Esto, a ojos de los romanos, era inaceptable.

Si creemos a las fuentes, Heliogábalo llegó a tener amantes fijos e incluso se «casó» con uno de ellos: Valerio Comazón, su prefecto del pretorio, que probablemente fue su amante al llegar a Roma. Tras él conoció a un auriga que le llamó la atención por sus prendas físicas: Hieracles. Llamado a palacio, Hieracles se convirtió en amante del emperador, adquiriendo gran poder e influencia. Según Dion, aquél no fue un amor pasajero, sino una pasión desmedida, un amor romántico y arrebatador. Pese a su condición sexual, Heliogábalo se casó con mujeres en varias ocasiones, quizá «para que no hubiera duda sobre su virilidad», según Herodiano, y no por convicción o por esperanzas en concebir un heredero. Es dudoso que llegara a consumar ninguno de esos matrimonios.

Heliogábalo aparecía en público «con los ojos pintados y con carmín en sus mejillas, afeando su rostro, hermoso de natural, con maquillajes lamentables», según Herodiano

Para diferenciarse de Heliogábalo, Alejandro Severo echó a los eunucos que hubieran tenido algún tipo de relación con su predecesor, y quiso detener a todos los homosexuales y prostitutos o echarlos de la ciudad, aunque no lo hizo para evitar que la prohibición incitase aún más las pasiones de los romanos. La Historia Augusta es clara sobre la heterosexualidad del emperador: «Practicó el amor de manera razonable y se mantuvo tan ajeno al trato con hombres degenerados que incluso tuvo la intención de proponer una ley para echarlos de la ciudad». Aunque Alejandro llegó a casarse dos veces, parece ser que no tuvo hijos.

El final de los Severos fue el de muchas dinastías romanas. La falta de herederos varones, derivada quizá de una infertilidad crónica en el Imperio (parece ser que el plomo de las conducciones de agua tuvo que ver en ello), o tal vez resultado de unas vidas sexuales más orientadas al placer que a la procreación, contribuyó a la inestabilidad política y abonó el terreno para las usurpaciones, golpes de Estado y guerras civiles que terminaron con el Imperio dos siglos después.

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El asesinato de Geta

El asesinato de Geta

"El asesinato de Geta". Este óleo de Augustin Pajou muestra el momento en que un centurión enviado por Caracalla (a la derecha) asesina a Geta ante su madre Julia Domna. 1788. Galería Estatal, Stuttgart.

Foto: AKG / Album

Una crónica escandalosa

La Historia Augusta incluye las biografías de los emperadores, césares y usurpadores entre Adriano y Numeriano (años 117-284). La obra ha sido descrita como un «monumento a la falsificación», pues de casi 150 cartas y documentos que incluye todos son falsos salvo dos. Muchas historias se basan en rumores maliciosos. Por ejemplo, la del matrimonio que Caracalla habría contraído con su propia madre Julia Domna mientras se hallaban en Oriente. Según la Historia Augusta, Julia Domna se le presentó desnuda y lo convenció de que se podía casar con ella por ser omnipotente como emperador. Muchos historiadores posteriores, entre ellos Aurelio Víctor, Orosio o Eutropio, recogen el episodio, creíble a sus ojos por el origen sirio de la emperatriz.

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Las rosas de Heliogábalo

Las rosas de Heliogábalo

"Las rosas de Heliogábalo". En este óleo de Lawrence Alma-Tadema se representa una de las extravagancias atribuidas a este emperador: el lanzamiento de 
pétalos de rosa a los invitados a uno de sus banquetes, en tal cantidad que algunos murieron ahogados. 1888.

Foto: Christie’s Images / Scala, Firenze

Macrino, el sucesor de Caracalla

La vida íntima de Macrino fue algo errática. Por un lado, su pasado como liberto, general y prefecto del pretorio, con un ascenso tan rápido, dio mucho de que hablar. Un senador llegó a decir de él, según la Historia Augusta, que «Macrino había sido un liberto que se había prostituido a sí mismo y se había dedicado a oficios serviles en la mansión imperial, fácilmente sobornable y de costumbres mezquinas». Esto cuadra bastante con la costumbre romana de que el señor de la casa se sirviera ocasionalmente de esclavos y libertos para sus placeres, por lo que la mención podría ser cierta. En ese caso, todo apunta a que fue el anterior prefecto del pretorio, Plauciano, quien lo promocionó dentro de la corte de Septimio Severo.

Este artículo pertenece al número 204 de la revista Historia National Geographic.