Unos elefantes que desde lejos daban la impresión de inmensas fortalezas permanecían inmóviles con sus inmensas moles y, encolerizados adrede, atronaban los oídos con sus terribles barritos». Esta visión, imponente y aterradora, asaltó a los hombres de Alejandro Magno cuando se disponían a enfrentarse con el rey indio Poro y sus elefantes, a orillas del Hidaspes, en el año 326 a.C. Las palabras del escritor romano Quinto Curcio evocan la impresión que produjeron los paquidemos en los macedonios. Cinco años atrás ya habían visto una quincena de estos poderosos animales en Gaugamela, cuando derrotaron al rey persa Darío III (aunque puede que entonces no hubieran llegado a entrar en acción), pero ahora se enfrentaban a doscientos de ellos. Fue justamente a partir de las campañas de Alejandro en Asia cuando el mundo mediterráneo conoció el uso militar de los elefantes. En seguida los adoptarían los ejércitos helenísticos de sus sucesores, como los ptolomeos en Egipto y los seléucidas en Oriente Medio, y también sus aliados y enemigos.
Cronología
La mayor arma
331-326 a.c.
Invasión del Imperio persa y la India por Alejandro Magno. Con ella, el uso militar de los elefantes pasará al Mediterráneo.
280-279 a.c.
Pirro, soberano del Epiro, derrota en suelo italiano a las legiones utilizando elefantes de guerra en las batallas de Heraclea y Asculum.
275 a.c.
El rey seléucida Antíoco I obtiene la llamada «Victoria de los elefantes» sobre los gálatas empleando esos animales.
255 a.c.
El general espartano Jantipo, al servicio de Cartago, derrota en Bagradas a Marco Atilio Régulo usando elefantes.
218-202 a.c.
Aníbal, al igual que su padre Amílcar y su hermano Asdrúbal, emplea elefantes durante la segunda guerra púnica.
46 a.c.
En la batalla de Tapso, los pompeyanos y sus aliados númidas emplean hasta 90 elefantes, sin éxito, contra Julio César.

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Elefante de guerra hembra con su cría en un plato procedente de la necrópolis de Le Macchie en Capena, Toscana. Su lomo y el tamaño y la forma de sus orejas indican que es un elefante asiático. Posiblemente esta pieza evoque la victoria del cónsul romano Manio Curio Dentato sobre Pirro en el año 275 a.C. Museo de Villa Giulia, Roma.
Foto: Scala, Firenze.
Los primeros elefantes de Cartago
Existe la idea generalizada de que el uso militar de los elefantes habría sido un error, ya que, heridos o asustados, se volvían impredeciblesy tan peligrosos para el propio bando como para el enemigo. Es cierto que eso le ocurrió al mismísimo Aníbal en la batalla de Zama, donde fue derrotado por los romanos. Y Tito Livio nos cuenta que los elefantes que Asdrúbal, el hermano de Aníbal, llevó a Italia y empleó en la batalla del Metauro eran guiados por cornacas que portaban un martillo y un escoplo de carpintero para hundirlo con todas sus fuerzas en el punto donde se articulan la cabeza y el cuello del elefante, entre las orejas, para matarlos si las bestias se desmandaban y se convertían en un peligro para las fuerzas propias. Tito Livio especifica que Asdrúbal fue el primero en introducir este sistema «de control».
Pero lo cierto es que durante dos siglos los mejores generales del mundo antiguo, como Pirro o Aníbal, emplearon elefantes. Y los romanos los usaron siempre que pudieron procurárselos, incluso hasta época de Julio César, ya a mediados del siglo I a.C. Sin despreciar en absoluto su efecto psicológico, estos animales se emplearon sobre todo, y a menudo con éxito, para desorganizar la caballería enemiga, romper las líneas de una infantería poco sólida, arremeter contra fortificaciones de campaña y, muy raramente, contra otros elefantes.

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La localidad de la imagen es Fossombrone, a orillas del Metauro. En sus cercanías tuvo lugar la batalla conocida con el nombre de este río, en la que murió el hermano de Aníbal.
Foto: Alamy / ACI
Pirro y Aníbal, dos de los mejores generales del mundo antiguo, emplearon elefantes
Aunque existían elefantes en la zona del Atlas, parece que los cartagineses no los emplearon como arma hasta poco después de que hubieran de enfrentarse a los que en el año 278 a.C. trajo a Sicilia el gran Pirro, soberano del reino helenístico de Epiro. Frontino, un autor romano, menciona en sus Estratagemas a un general cartaginés que para atacar a los númidas (un pueblo norteafricano) les engañó diciendo que sólo venía a capturar elefantes y estaba dispuesto a pagar por ellos.
Fue la lucha por el control de Sicilia lo que dio lugar a la primera guerra púnica
(la primera contienda que enfrentó a romanos y cartagineses o púnicos), durante la cual Hannón trajo desde África un contingente de entre cincuenta y sesenta elefantes que utilizó contra los romanos en la batalla de Agrigento, en 261 a.C. Al principio puede que los cartagineses emplearan como cornacas o conductores de elefantes a especialistas indios, quizá contratados a través de sus aliados egipcios, los ptolomeos, pero pronto usaron guías númidas y africanos.

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Asustados, algunos elefantes se arrojaron al agua desde las balsas, pero, según polibio, llegaron hasta la otra orilla nadando bajo el agua y tomando aire con sus trompas.
Foto: akg / album
Según el historiador Apiano y el geógrafo Estrabón, en el siglo III a.C. las murallas de Cartago contenían establos para trescientos elefantes, un enorme contingente. Cuando el cónsul romano Marco Atilio Régulo tuvo la audacia de desembarcar en Africa a comienzos del año 255 a.C., los cartagineses confiaron sobre todo en un centenar de elefantes y en su caballería para enfrentarse a los romanos. Aunque al principio no supieron emplearlos adecuadamente, bajo el mando del general mercenario griego Jantipo la gran línea de elefantes fue muy eficaz unos meses más tarde, en la batalla de Bagradas, donde los componentes de las primeras líneas romanas de infantería «no resistieron la violencia de las bestias, con lo cual, arrollados y pisoteados masivamente, perecían en el cuerpo a cuerpo», según cuenta el historiador Polibio.
En los años sucesivos, los cartagineses emplearon elefantes en gran número: su general Asdrúbal Hannón reunió hasta ciento cuarenta en Panormo (Palermo), en el año 250 a.C., aunque su éxito inicial se empañó por una excesiva agresividad. El cónsul Cecilio Metelo capturó a la mayoría de ellos y a sus conductores indios y los exhibió en su procesión triunfal en Roma, donde impresionaron a los ciudadanos.

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Dishekel (moneda cartaginesa de plata) acuñado en Iberia hacia 221-218 a.C., con un elefante sin torre y su conductor, dotado de un aguijón.
Foto: Oronoz / album
Paquidermos en Iberia
La contienda acabó con la derrota de los cartagineses, que no sólo tuvieron que entregar Sicilia a los romanos, sino que hubieron de enfrentarse en una cruenta guerra interna a sus propios mercenarios sublevados (241-238 a.C.). En un principio, el general Hannón intimidó a los rebeldes con sus cien elefantes, que, según cuenta Polibio, «se abrieron paso vigorosamente» hasta penetrar en su campamento, donde «muchos murieron destrozados por las bestias». Pero los mercenarios lograron recuperarse, y otro general, Amílcar Barca, tomó el mando, aunque ya con sólo setenta elefantes.

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En la imagen, Agrigento, ciudad donde tuvo lugar la primera batalla campal de la primera guerra púnica; los cartagineses usaron elefantes, pero fueron derrotados. Templo de la Concordia, en Agrigento.
Foto: Marco Simoni / Awl Images
Tras la derrota y la división, el general Hannón intimidó a los rebeldes con sus cien elefantes
Amílcar logró revertir la situación y, poco después, decidido a reconstruir con sus conquistas en Iberia el poder militar y económico de Cartago (y quizá pensando en un futuro segundo asalto con Roma), él, su yerno Asdrúbal y luego su hijo Aníbal utilizaron allí con éxito entre cien y doscientos elefantes, aunque esta última cifra quizá sea exagerada. Cuando Aníbal asumió el mando tras el asesinato de Asdrúbal por un hispano, marchó al interior de la Meseta y usó sus cuarenta elefantes contra el pueblo de los carpetanos: formó con ellos una barrera a la salida de un vado sobre el Tajo, cogiendo en total desventaja a sus adversarios en un buen ejemplo de utilización táctica hábil e imaginativa, ya que los elefantes, que se movían mejor en la orilla, se anticipaban a los movimientos de los atacantes: «Los bárbaros intentaron forzar el cruce del río por los más diversos puntos –explica Polibio–, con el resultado de que la mayoría fueron masacrados cundo pisaban el lado opuesto, puesto que los elefantes recorrían la orilla y se abalanzaban sobre ellos conforme iban saliendo». Las acuñaciones cartaginesas de la península ibérica en las que aparece un elefante sin torre, sólo con un guía que emplea un largo acicate, son prueba del impacto psicológico de estas bestias.

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El elefante que aparece en este aes signatum romano (un lingote de bronce usado como moneda) debe de reflejar el impacto de la guerra contra Pirro. Museo Británico, Londres.
Foto: British Museum / Scala, Firenze
La guerra de Aníbal
Aníbal confió en los elefantes desde el principio hasta el fin de su carrera. Cuando en 218 a.C.,
al comienzo de la segunda guerra púnica, partió en su «larga marcha» para invadir Italia cruzando la Galia y los Alpes llevaba al menos 37 elefantes, y dejó con su hermano Asdrúbal otros 21 para controlar la retaguardia hispana.
Los elefantes protagonizarondos episodios memorables de aquella contienda. El primero fue el cruce de la caudalosa desembocadura del Ródano, para lo que Aníbal construyó grandes balsas cubiertas de tierra, de más de sesenta metros cuadrados, y engañó a los elefantes –al parecer, haciéndoles seguir a dos hembras– a fin de que subieran a ellas sin rebelarse. El segundo fue la travesía de los Alpes en el otoño de 218 a.C. La nieve y los vientos gélidos la convirtieron en una prueba tan dura para hombres y animales que, según parece, poco después de su victoria sobre las legiones en Trebia, en diciembre de aquel mismo año, sólo le quedaba a Aníbal un paquidermo, pues los demás murieron de frío.
Montado en este superviviente, un Aníbal enfermo y con una infección que le dejaría tuerto cruzó los pantanos del Arno en 217 a.C. Cuando al año siguiente tuvo lugar la batalla de Cannas ya no le quedaba ningún elefante, pero en algún momento recibió refuerzos, quizás hasta cuarenta bestias, porque Tito Livio nos cuenta que en 215 a.C. Aníbal empleó elefantes ante la ciudad de Casilino para detener una salida de los sitiados, y que en 211 a.C. los mercenarios hispanos de Aníbal, apoyados por tres elefantes, rompieron la línea de una legión romana ante la ciudad de Capua. Pero también estos elefantes murieron o fueron sacrificados antes de que Aníbal se viera obligado a regresar a África en 203 a.C.

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La épica travesía de los alpes por los elefantes de aníbal ha dado lugar a todo tipo de representaciones, algunas tan fantasiosas como este dibujo al pastel obra de Raymond Sheppard.
Foto: Scala, Firenze.
En cuanto a los 21 elefantes que quedaron en Iberia, Asdrúbal los salvó con su retirada de la batalla de Baecula, en 208 a.C. Llevó consigo a 15 de estos animales en su exitosa marcha a Italia para ayudar a su hermano Aníbal. Cinco debieron de morir por el camino, y seis de los restantes cayeron en 207 a.C., en su catastrófica derrota del Metauro, ya en Italia. Sobre esta batalla, Tito Livio cuenta que los elefantes «en su primera carga habían hecho estragos en la vanguardia romana y ya habían hecho retroceder a las enseñas; cuando después fueron a más la lucha y el griterío, no hubo forma de controlarlos y andaban sin rumbo entre los dos frentes como si no supiesen a quien pertenecían, igual que naves a la deriva sin timonel». No es extraño que, debido al peligro que representaban estos animales para las tropas del propio Asdrúbal, el historiador informe de que «fueron más los elefantes muertos por sus propios guías que por el enemigo», para lo que utilizaron el escoplo y el martillo de que estaban provistos los cornacas, como hemos contado al principio. «Éste era el método más rápido que se había encontrado para dar muerte a una bestia de tan enorme tamaño cuando su violencia sobrepasaba la capacidad de controlarla», señala Tito Livio.
El final de la contienda
Hacia el final de la segunda guerra púnica, los cartagineses de Iberia debieron recibir refuerzos, porque en la batalla de Ilipa, en 206 a.C., opusieron una treintena larga de paquidermos a las legiones de Escipión el Africano. Es evidente, pues, que en África los cartagineses y sus aliados númidas estuvieron ocupados toda la guerra capturando y entrenando elefantes. Así, cuando Aníbal regresó a Africa pudo reunir unos ochenta para la batalla de Zama, en 202 a.C., pero no jugaron un gran papel, quizá por estar mal entrenados todavía, ya que se asustaron del ruido de las trompas y bocinas romanas. Por cierto que el uso táctico cartaginés de los elefantes varió en las batallas campales: en Zama, como había hecho Jantipo en Bagradas (255 a.C.), Aníbal los colocó delante y a lo largo de toda la línea, mientras que en Trebia (218 a.C.) los situó delante de las dos alas, quizá por su escaso número.

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Pata de elefante en bronce, próxima al tamaño natural, hallada en el canal de Sicilia. Siglo III a.C. Museo del Sátiro Danzante, Mazara del Vallo.
Foto: F. Quesada Sanz
Los cartagineses estuvieron ocupados toda la guerra entrenando elefantes
Prueba del respeto que los romanos tenían a los elefantes púnicos es que el tratado de paz que siguió a la derrota de Aníbal en Zama prohibía a Cartago capturar y entrenar elefantes, y la obligaba a entregar a Roma los que tenía, al tiempo que reducía la gran flota púnica a no más de diez trirremes. Cuando los aliados impusieron en 1919 el tratado de Versalles a la Alemania derrotada, prohibiendo que contara con blindados y submarinos, quizás eran conscientes del paralelo con Cartago. Pero a diferencia de Alemania, que en 1939 se había rearmado y dotado de poderosas divisiones de blindados, los cartagineses no pudieron contar con elefantes en su última y desastrosa defensa contra la despiadada agresión romana de 146 a.C.

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Recreación del choque entre el rey indio Poro y Alejandro Magno. En realidad, los elefantes no llevaban torres, sino hasta tres guerreros atados con cuerdas a su lomo.
Foto: Tom Lovell / National Geographic Image Collection
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La carga de los elefantes de pirro en Heraclea. Óleo sobre tabla por Konstantin Konstantinovich Flerov. 1942. Museo estatal Darwin, Moscú.
Foto: Age fotostock
Los ciudadanos de Tarento, enfrentados a Roma, llamaron en su ayuda a Pirro, rey del Epiro. Éste desembarcó en Italia en 280 a.C. y en Heraclea venció a los romanos gracias al empleo de una veientena de elefantes, los primeros a los que se enfrentaron las legiones: Pirro ordenó que cargasen en un momento crítico, y los enormes animales sembraron el pánico entre los soldados enemigos y aterrorizaron
a sus caballos, dándole la victoria.
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Este diagrama muestra cómo se realizó la travesía, según cuenta Polibio: se creó una larga pasarela sobre el agua mediante balsas unidas entre sí de dos en dos 2las balsas también estaban unidas con cables a los árboles de la orilla. 3cada vez que un grupo de elefantes llegaba a las dos últimas balsas de la pasarela, se desataban todos los cables y las balsas eran remolcadas por barcas a través del río.
Foto: akg / album
Polibio, en su Historia de Roma, cuenta cómo cruzaron el Ródano los 37 elefantes de Aníbal. Se confeccionaron grandes balsas que se unieron por parejas, formando una especie de pasarela de unos 60 m de longitud que se adentraba en el río. Esta pasarela se cubrió de tierra como si fuera un camino, para evitar que los elefantes se asustaran. A continuación, los elefantes eran llevados a la pasarela en pequeños grupos, y se utilizaba a dos hembras para hacer que los animales las siguieran hasta llegar a las dos balsas del final. Cuando los elefantes subían a ellas, se soltaban los cables que las unían a las otras balsas y a la orilla. Entonces quedaban libres y unas barcas las remolcaban hasta la orilla opuesta.
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Avance de los elefantes cartagineses en zama. Tapiz del siglo xvi. Palacio real, Madrid.
Foto: Album
En 202 a.c., aníbal sufrió en la batalla de Zama, en el norte de África, una gravísima derrota que puso punto final a la segunda guerra púnica. Según cuenta Tito Livio, Aníbal disponía de ochenta elefantes de guerra, más de los que había dirigido nunca en una batalla, pero no le fueron de ninguna utilidad –más bien al contrario–. De entrada, los romanos hicieron sonar sus cuernos y trompetas y los elefantes, que no debían de estar bien entrenados, se asustaron y se revolvieron contra las tropas cartaginesas. Luego, cuando atacaron, los legionarios pusieron en práctica la estrategia ideada por su líder, Escipión el Africano: abrieron pasillos en sus formaciones para dejar pasar a los animales, a los que hirieron con sus lanzas. Así repelidos, volvieron a sus propias líneas y las desorganizaron con su irrupción.
Este artículo pertenece al número 202 de la revista Historia National Geographic.