Uno de los mayores mitos de la Guerra de Secesión es que en 1865 desaparecieron cientos de monedas y joyas pertenecientes al tesoro confederado tras la fuga de Richmond del gobierno de Jefferson Davis. Esta leyenda, que ha dado pie a expediciones de cazatesoros y grandes películas como el bueno el feo y el malo o lo que el viento se llevó, se basa en hechos muy reales, aunque el botín nunca fue tan grande ni despareció de forma misteriosa.
Tras la derrota de Gettysburg en 1863 la guerra había dado un giro en favor del ejército nordista, y poco a poco el Sur fue perdiendo terreno hasta que en primavera de 1865 su capital de Richmond fue amenazada por las fuerzas de Ulysses S. Grant.

President Jefferson Davis
Elegido el 18 de febrero de 1861, Jefferson Davis era un firme partidario del sistema esclavista y poseía una plantación con 70 esclavos.
Foto: Wikimedia Commons
Con la rendición de los confederados cada día más cerca su general supremo Robert E. Lee convenció al presidente Davis para que escapara de la capital, pues en caso de ser capturado por los yanquis podría ser procesado e incluso ejecutado por traición.
La huida de Jefferson Davis
El presidente y su gabinete hicieron las maletas el 2 de abril, embarcando en dos trenes rumbo a Tejas, donde todavía quedaban algunos focos de resistencia que se negaban a entregar las armas. En este convoy se transportaba asimismo lo que quedaba del tesoro confederado y unos 450.000 dólares sacados de los bancos de Richmond, que fueron confiados al capitán William H. Parker y una pequeña fuerza de 60 guardiamarinas adolescentes de entre 14 y 18 años.

The Fall of Richmond, Virginia on the Night of April 2nd, 1865 MET
Los confederados escapan de un Richmond en llamas la noche del 2 de abril de 1865. Grabado, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York,
Foto: Wikimedia Commons
En sus memorias Parker describiría la apocalíptica escena que dejaron atrás esa noche: “ambos trenes estaban cargados hasta los topes, con fardos no solo en el interior sino también en el techo, a los lados y encima de la locomotora […] escuchamos entonces la explosión de los buques [de guerra anclados en el río] y los almacenes, y esto, junto a los gritos y alaridos de los demonios borrachos de las calles, y los incendios que ardían por todas direcciones, nos hacían creer que el infierno se había desatado en la tierra”.
Los trenes llegaron a Daintville en la frontera con Carolina del Norte el 6 de abril, y allí el oro tuvo que ser trasladado a una caravana de seis carros al estrecharse la vía. La escapada siguió entonces por carretera rumbo al sur en medio de un ambiente pesimista, en el que según Parker “las nuevas que recibíamos eran siempre malas. El desastre inmisericorde nos seguía cada vez más rápido”.

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El convoy gubernamental cruza el río Pee Dee en su huida hacia Tejas.
Foto: Cordon Press
Davis tuvo que desprenderse de 108.000 dólares a lo largo del camino para que su guardia no desertara, mientras que otros 40.000 se fueron en provisiones y forraje para los caballos. La noticia de la rendición de Lee el 9 de abril no hizo sino hundir todavía más la moral de esta triste columna, que quedó reducida a 4.000 soldados de caballería y los fieles guardiamarinas de Parker.

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Protegidos por la caballería los carros con el tesoro huyen de los jinetes yanquis cerca de Abbeville.
Foto: Cordon Press
Tras cruzar las dos Carolinas, el convoy del tesoro alcanzó Washington (Georgia) el 17 de abril, pero cuando intentó seguir adelante se encontró con que los yanquis controlaban todas las carreteras hacia el sur, por lo que tras eludir por los pelos de la caballería federal en Abbeville éste regresó a Washington.
El último día de la Confederación
Con la ruta de escape bloqueada Davis y su gabinete acordaron disolver el gobierno el 4 de mayo, y apropiarse del oro para que cada uno huyera lo mejor que pudiera. Ante la perspectiva de quedarse sin nada los soldados sudistas amenazaron con amotinarse, por lo que se les tuvo que dar 26.26 dólares a cada uno para que no saquearan los carros. Solo los 450.000 pertenecientes a fondos privados permanecieron sin tocar, depositados por Davis en un banco de Washington a fin de ser devueltos a sus legítimos dueños.

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Davis firma los últimos documentos oficiales de su mandato en mayo de 1865.
Foto: Cordon Press
Terminado el reparto solo quedaron en las arcas públicas 86.000 dólares que Davis confió al comandante James A. Semple y al contable Edward Tidball quienes debían abrir una cuenta en Inglaterra de cara a restablecer la Confederación en el futuro. Sin embargo la tentación fue más fuerte que el deber para estos dos oficiales, que cuando llegaron a Atlanta se repartieron el oro con un tal William Howell.

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El presidente se despide de su escolta en Washington tras la disolución del gobierno el 4 de mayo.
Foto. Cordon Press
Aunque Howell y Tidball se gastaron su parte en comprarse una granja y abrir un negocio al año siguiente Semple sí que cumplió en cierto modo con su misión, pues gastó no menos de 35.000 en financiar a los independentistas irlandeses haciéndose pasar por agente del gobierno americano; con la vana esperanza de provocar una guerra con el Imperio británico durante la cual el Sur podría volver a levantarse.

Capture of Jefferson Davis, by Michigan Cavalrymen
Grabado de la prensa yanqui en el que se ve a Davis vestido de mujer en el momento de ser apresado por los soldados de la Unión.
Foto. Wikimedia Commons
llevaba el chal de su esposael presidente se había vestido de mujer
Cuando Davis fue capturado el día 10 por los yanquis
sobre los hombros (a causa del frío) y solo unos pocos dólares, lo que hizo pensar a muchos que había enterrado su parte en algún lugar de Georgia. Naturalmente los periódicos federales transformaron su curioso atuendo en una caricatura, inventándose que
para eludir a los soldados federales.
Robo y represión
El depósito de Washington fue capturado por la Unión cuando los casacas azules entraron en la ciudad el 5 de mayo, y fue cargado en una caravana de carros rumbo a Richmond protegida por los jinetes del 4º de Iowa. Desgraciadamente para ellos su ruta no era ningún secreto, y en el camino el convoy fue atacado cerca de la plantación Chennault por 20 asaltantes a caballo, quienes tras sorprender a los yanquis mientras dormían escaparon con 251.000 dólares que se metieron hasta en los pantalones.
Este crimen tuvo su castigo al cabo de poco cuando el antiguo general sudista Edward Porter Alexander reunió a un grupo de soldados confederados para recuperar el dinero, encarándose con los ladrones a punta de pistola hasta negociar la entrega de 111.000 dólares, que devolvió al banco Washington. Por su parte los 190.000 que se habían quedado en la caravana llegaron sin contratiempo a las arcas federales.

Union Brigadier General Edward A Wild
Aunque el general Wild (en la imagen) fue sometido a consejo de guerra por sus saqueos y torturas el tribunal militar lo absolvió de todos los cargos.
Foto: Wikimedia Commons
La llegada a la zona del comandante nordista Edward A. Wild con las fuerzas de ocupación en julio abre el episodio más cruel de la historia del tesoro confederado. Abolicionista ardiente, este militar había perdido un brazo durante la guerra y profesaba un encarnizado odio hacia el Sur. por lo que tras apropiarse de los fondos del banco desató a sus soldados de color en el condado, quienes saquearon sin piedad las casas de blancos y negros en busca de botín.
La desafortunada familia Chennault fue víctima especial de su avaricia. Cuando se descubrió en su posesión un cofre con joyas y monedas supuestamente pertenecientes al tesoro, Wild torturó a los hombres atándoles las manos a la espalda e izándolos con una soga para que confesaran su papel en el atraco y si había más botín escondido. Al mismo tiempo las mujeres fueron humillantemente desnudadas por una criada del general, quien al final los encerró a todos en Washington.
Con todo esta injusticia fue rectificada por sus superior, el general John Steedman, quien ordenó el arresto de Wild y la liberación de los Chennault. Los fondos incautados pasaron entonces a los tribunales federales, que tardaron hasta 1893 en devolver unos míseros 16,987 dólares a las cuentas de Richmond.
A la caza del tesoro
Con esta última sentencia quedaba decidido el destino de los 800.000 dólares del tesoro confederado, la mayoría de los cuales fueron a parar a manos privadas durante la huida de Davis y el posterior atraco, con solo una octava parte de vuelta en el tesoro de los Estados Unidos. Supuestamente este dinero se habría usado tras la guerra en la fundación tanto del Ku Klux Klan como de los Caballeros del Círculo Dorado, organizaciones sudistas que se opusieron activamente a las políticas en favor de los derechos negros implantadas por el gobierno.
En los años que siguieron al fin de la lucha y hasta el día de hoy, han ido surgiendo numerosas leyendas sobre el oro de la Confederación. Para muchos se trata de un fabuloso tesoro de cinco millones que habría desaparecido sin dejar rastro enterrado en algún campo de Georgia, mientras que según otros desapareció en el fondo del lago Michigan cuando una tormenta casi hunde la barcaza en la que era transportado a una base militar.

Appomattox Surrender by Louis Guillaume
La rendición de Lee a Grant en Appomattox supuso el fin de la Guerra de Secesión, aunque no de la búsqueda del legendario tesoro confederado, que sigue hasta el día de hoy.
Foto. Wikimedia Commons
El FBI llegó a verse involucrado en el tema cuando dos buscadores de tesoros, Dennis y Kem Parada, le pidieron permiso al gobierno para excavar una cueva en terreno estatal donde creían que se encontraba parte del tesoro. Los agentes federales excavaron la zona y afirmaron no haber encontrado nada, aunque los Parada afirmaron que sus detectores habían mostrado una consideraba cantidad de metal bajo tierra. Tras años de pleitos la cuestión sigue sin resolverse.
Sin hallazgos de lingotes, monedas o joyas en los últimos 150 años parece que la leyenda del oro confederado es solo eso, aunque nunca se sabe, quizás algún día un prospecto aficionado dé con parte de ese oro que protagonizó los últimos meses de la causa separatista.