La ley los perseguía, los moralistas los condenaban, muchos los consideraban un síntoma de decadencia; sin embargo, los juegos de azar despertaban auténtica pasión entre los romanos de todas las clases, que en sus casas o en el equivalente de nuestros casinos no dudaban en derrochar auténticas fortunas haciendo apuestas a los dados.
Así lo decía Juvenal: "¿Cuándo los juegos de azar agitaron más los ánimos? Pues no se acude ya a la mesa de juego con una simple bolsa: se apuesta con el arca al lado. ¡Qué grandes batallas verás allí! El que suministra las armas es el cajero. ¿No es una locura perder cien mil sestercios y no dar una simple túnica a un esclavo que se muere de frío?".
jugando a las Tabas
En Roma había múltiples juegos de azar. Uno era el llamado "par e impar"; consistía en que los jugadores escondían en el puño huesecillos, piedrecitas o nueces y luego debían adivinar si el oponente tenía un número par o impar, mientras los espectadores podían hacer apuestas sobre la cantidad de piezas que guardaban. Un juego parecido era el llamado "cabezas o naves" (capita aut navia), equivalente de nuestro "cara o cruz", que consistía en lanzar al aire un as de bronce. Sin embargo, los que despertaban más interés eran los juegos de las tabas y, por supuesto, los dados.
Las tabas son pequeños huesos del pie (astrágalos), de forma rectangular. Los cuatro lados largos, los únicos sobre los que la taba podía caer puesto que los extremos eran romos, tenían formas diferentes (cóncavo, convexo, llano y dentado). Los huesos solían ser de oveja o de cabra, aunque también podían ser imitaciones en marfil, bronce o piedra. El juego consistía en lanzar cuatro tabas al aire y apostar sobre las caras sobre las que caerían. Los jugadores convenían antes de la partida cuál sería el criterio para determinar el vencedor: sacar el número más alto o más bajo, u otro.
Los huesos solían ser de oveja o de cabra, aunque también podían ser imitaciones en marfil, bronce o piedra.

Niña jugando a las tabas. Estatua romana. 150 d.C. Museo Británico, Londres.
Niña jugando a las tabas. Estatua romana. 150 d.C. Museo Británico, Londres.
Joyofmuseums (CC BY-SA 4.0)
Generalmente, la tirada más baja era la llamada "el buitre", cuando todas las tabas caían sobre la misma cara; la más alta, llamada "Venus", se producía cuando todas las caras eran diferentes. Las trampas eran tan habituales que se hizo obligatorio el uso de cubiletes (fritilus). Como decía el poeta Marcial: "La mano tramposa que sabe tirar las tabas amañadas, si las tira por medio de mí [el cubilete] no sacará nada más que deseos".
los peligrosos dados
Pero de todos los juegos, quizás el más popular era el de los dados. Éstos, llamados en latín tesserae, eran de metal, hueso o marfil, y como hoy cada lado estaba marcado con puntos, del uno al seis. Por norma se tiraban dos o tres dados, sirviéndose también de un cubilete. Estas piezas eran muy apreciadas, como muestra una inscripción hallada en el cementerio de San Ciriaco en Roma en la que se rinde honor a Lucio Vitorino, un artesano (artifex) especializado en la fabricación de piezas de juegos, como dados y cubiletes. La mejor tirada eran tres seises y la peor tres unos. Una variante era la micatio, un juego que enfrentaba a dos jugadores que debían adivinar el número total de dados mostrados por ambos a la vez.

Conjunto de dados. Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia, Roma.
Conjunto de dados. Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia, Roma.
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Seguramente los dados también se utilizaban en algunos juegos de mesa muy populares. Uno de ellos era el llamado "juego de las doce líneas", similar al backgammon, en el que las fichas se movían conforme al lanzamiento de los dados o las tabas, con lo que también era considerado un juego de azar. Otro, denominado "juego de los ladronzuelos" o "de los soldados", consistía al parecer en intentar bloquear o rodear las fichas del adversario de un modo similar a nuestro juego de damas; una tirada de dados permitía al jugador mover su ficha.
El llamado "juego de las doce líneas" era similar al backgammon. En él las fichas se movían conforme al lanzamiento de los dados o las tabas.
Los mejores jugadores disfrutaban de reconocimiento, como es el caso de un tal Cayo Afranio, funcionario público en la ciudad de Auch (sur de Francia), en cuyo epitafio se dice con orgullo que era un jugador de latrunculi. Las fichas, llamadas redondeles, normalmente se hacían de hueso y tenían marcas numéricas en un lado. Las más comunes eran X, V y I, aunque algunas estaban marcadas con los números II, III, VIII, IX u otros por encima del 18.
Lo que ordena la ley
En principio, en la antigua Roma las apuestas en juegos de azar estaban prohibidas. Sólo se permitían durante las fiestas Saturnales, que se celebraban a finales de diciembre, y las que realizaban quienes acudían a algunos espectáculos públicos como las carreras de cuadrigas, el salto de pértiga, el lanzamiento de jabalina, el salto libre y la lucha entre gladiadores. De la vigilancia estaban encargados los ediles, que podían imponer multas a los jugadores.
También podía haber denuncias de particulares, a través de la denominada actio de aleatoribus, ley por la cual quienes hubiesen ganado dinero en un juego prohibido serían condenados a pagar cuatro veces la suma percibida. El castigo, sin embargo, podía llegar a la prisión e incluso a la condena a trabajos forzados en las canteras. De este modo, para los romanos biempensantes, el jugador, aleator, era alguien turbio y peligroso. El orador y filósofo Cicerón equiparaba a los jugadores con otras personas de baja condición como los comediantes, los alcahuetes, los ladrones y los adúlteros.
Para los romanos biempensantes, el jugador, aleator, era alguien turbio y peligroso.

Recreación moderna del latrunculi, juego de estrategia romano.
Recreación moderna del latrunculi, juego de estrategia romano.
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Lo cierto es que el juego se desarrollaba a veces en un ambiente de semiclandestinidad. Los dueños de posadas y tabernas de las ciudades escondían a menudo en sus trastiendas casas de juego clandestinas. El juego se asociaba, así, con la bebida y con la prostitución, aunque las tabernas tenían ventajas respecto a los lupanares, ya que éstos debían permanecer cerrados hasta la hora novena (las tres de la tarde), mientras que posadas y tabernas estaban abiertas desde la mañana a la noche, lo cual permitía a los jugadores acudir a estos lugares a cualquier hora.
El gusto imperial por el juego
Las leyes contra el juego tuvieron, sin embargo, una efectividad limitada y la élite romana se aficionó enormemente a las apuestas. La mejor prueba de ello se encuentra en los propios emperadores. De Augusto cuenta el historiador Suetonio que "jugó siempre sin recato, considerándolo un solaz, sobre todo en la vejez; jugaba, por esto, tanto en diciembre [el mes de las Saturnales] como en cualquier otro mes, fuese o no día festivo".
A su hijo adoptivo y futuro emperador, Tiberio, le escribió en una ocasión: "Mi querido Tiberio: hemos pasado agradablemente las fiestas de Minerva, habiendo jugado sin descanso todos los días. Tu hermano se quejaba; pero, a fin de cuentas, sus pérdidas no han sido graves, y al fin cambió la suerte y se repuso de sus desastres. En cuanto a mí he perdido 20.000 sestercios, por culpa de mis liberalidades ordinarias, porque si hubiese querido hacerme pagar los golpes malos de mis adversarios o no dar nada a los que perdían, habría ganado más de cincuenta mil".
"Hemos pasado agradablemente las fiestas de Minerva, habiendo jugado sin descanso todos los días", escribió Augusto a Tiberio.

Busto del emperador Tiberio. Museo Saint Raymond, Toulouse.
Busto del emperador Tiberio. Museo Saint Raymond, Toulouse.
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Asimismo, Suetonio dice de Nerón que apostaba siempre cantidades elevadísimas, unos 400.000 sestercios en cada tirada de dados, mientras que el emperador Claudio "fue muy aficionado al juego, escribiendo incluso un libro sobre este arte; jugaba hasta de viaje, pues había hecho construir los carruajes y mesas de madera de tal manera que el movimiento no pudiese interrumpir el juego". Sin llegar a estos extremos, muchos particulares se entregaron con fruición al juego, algunos con fortuna –como cierto ciudadano de Pompeya que ganó en la ciudad de Nuceria, en la provincia de Perugia, la ingente cantidad de 3.422 sestercios, el equivalente a cuatro años de salario de un legionario– y otros hasta arruinarse completamente.