El ejército romano es sin duda uno de los elementos más icónicos del mundo antiguo. A todos nos son familiares sus escudos rectangulares y armaduras segmentadas, pero su éxito en combate dependía sobretodo de su excelente disciplina y sistema de mando, que aseguraban el triunfo contra enemigos superiores tanto en número como en armamento.
Cuando entraban en campaña las legiones siempre lo hacían con prudencia, asegurando sus campamentos de marcha mediante fortificaciones y disponiendo una segunda o tercera línea de reservas durante la batalla para responder al curso de los acontecimientos.
la guerra en un día
Al enfrentarse a un pueblo enemigo la estrategia romana siempre intentaba forzar una batalla a campo abierto, donde su infantería pesada tenía las de ganar. De este modo se podía quebrar la resistencia del adversario mediante una serie de batallas y asedios a gran escala, evitando una larga guerra de guerrillas que desangrara los recursos del Imperio.

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Batalla entre dos legiones romanos, óleo de autor desconocido, siglo XVIII.
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En época republicana cada cónsul contaba con 20.000 hombres para enfrentar a los enemigos de Roma, número que ascendió hasta los 40.000 durante el período imperial. Estas gigantescas huestes avanzaban agresivamente al encuentro del enemigo, intentado derrotarlo en un solo combate o acabar con su moral tomando la capital.
Cuando los ejércitos se encontraban la batalla no se solía producir de inmediato, sino que los generales construían un campamento del que salían cada mañana a desafiarse. Las dos líneas de batalla se acercaban a unas pocas decenas de metros una de otra desafiándose mientras los escaramuceadores de ambos bandos luchaban entre ellos por el control de posiciones dominantes o recursos vitales como las fuentes de agua. En este tira y afloja previo al combate el bando que resultaba vencedor veía incrementada su moral de forma decisiva antes del choque. Además los generales romanos tendían a acercarse lo máximo que podían al enemigo, intentando provocar un combate antes de que sus hombres empezaran a dudar y desertar, al entrarles el miedo si no se movían.

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Combate entre romanos y dacios en un relieve de la columna trajana.
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Durante esta fase de maniobra e intimidación que se podía alargar días, el comandante intentaba hacerse con terreno favorable, aprovechando las pendientes para obligar al enemigo a cargar colina arriba o asegurando sus flancos con bosques y ríos. En ocasiones cavaban fosos y pozos trampa ocultos al enemigo, que podía ser atraído hacia ellos mediante una retirada fingida a fin de que su formación se rompiera quedando a merced de los legionarios.
Dado que la moral era un elemento decisivo en la batalla, los soldados intentaban también intimidar al enemigo antes de la lucha. Durante el período republicano las legiones avanzaban gritando y batiendo sus escudos en una competición de estruendo con el enemigo, durante el Imperio la mayor disciplina y experiencia de los soldados permitió que el ejército maniobrara en un silencio antinatural que resultaba aún mas inquietante, pues la marcha de miles de hombres acompañados por el sonido de sus armas demostraba su excelente experiencia y preparación al enemigo. La artillería se sumaba a este golpe de efecto, matando de forma espectacular a varios enemigos sin que estos pudieran hacer nada.
La batalla
Cuando el general consideraba llegado el momento de entablar batalla los legionarios recibían la orden de carga. Durante la República este primer ataque iba precedido por una nube de soldados armados con jabalinas y escudos, mientras que en períodos posteriores eran los arqueros y los honderos quienes castigaban al oponente con sus proyectiles antes del choque.

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Legionarios romanos en un relieve de la fortaleza legionaria de Magnuncia, siglo II d.C.
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Sea como fuere al llegar a los viente metros los legionarios arrojaban en masa sus pila, unas pesadas jabalinas con una punta alargada de hierro, que mataban a numerosos enemigos y les obligaban a arrojar sus escudos al quedar atrapadas en ellos. Rota así la formación las legiones se lanzaban al combate con un grito de guerra.
Al contrario de lo que se muestra en películas y series este ataque no era una confusa melee desorganizada en la que cada soldado luchaba por separado, sino que los romanos atacaban en orden sin romper sus líneas. La táctica de combate se basaba en apuñalar al enemigo por debajo de sus grandes escudos cóncavos, atravesando el torso en una estocada que solía ser mortal. El legionario empujaba el brazo de su oponente hacia arriba y atacaba su cuerpo desprotegido por el escudo, al tiempo que su armadura reforzada en cabeza y hombros detenía las estocadas descendentes de su enemigo.

Metope from the Tropaeum Traiani, Roman soldier in helmet and scale armor fighting two bearded Dacians, Moesia Inferior, Romania (41104941754)
Un legionario se enfrenta a un guerrero dacio en este relieve del Trofeo de Trajano en Adamclisi (Rumanía)
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Otra ventaja determinante para el éxito de los ejércitos de Roma era su sistema de relevos. En vez de luchar en formaciones estáticas los legionarios combatían dejando un espacio de un metro entre ellos, de manera que cuando el centurión daba la orden podían retroceder hacia atrás entre sus compañeros, al tiempo que su lugar era ocupado por el soldado de segunda fila. De este modo cada hombre solo combatía en el frente durante unos pocos minutos, garantizando que la unidad se mantenía fresca durante el combate.
Además los romanos se solían desplegar en dos y hasta tres líneas de infantería, contando así con abundantes reservas que podían relevar a las unidades del frente cuando empezaban a cansarse. En los flancos el peso del combate recaía en la infantería ligera y la caballería auxiliar, que intentaban rodear al enemigo o al menos protegían a los legionarios mientras estos realizaban su labor en el centro.

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Un jinete romano lucha con los celtas. Relieve del siglo II a.C. Museos Capitolinos, Roma.
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Era cuando la línea enemiga se rompía que se producía la mayor parte de bajas, lanzándose los romanos a una persecución implacable en la que no se tomaban prisioneros a fin de que, exterminado el oponente en una sola jornada, a este no le quedaran efectivos con los que atrincherarse en sus fortificaciones o echarse al monte. Así, en un solo combate so podía decidir una guerra o conquistar una provincia.
Formaciones de combate
Cuando se enfrentaba al enemigo un general debía tener en muy cuenta como desplegaría a su ejército: una formación más profunda permitía un mayor empuje on combate, pero al estrechar el frente era más fácil de rodear por el enemigo. De manera general cada centuria se disponía con diez hombres de ancho por ocho de fondo, reservándose las formaciones más profundas cuando los romanos superan en número al enemigo (como en Cannas) o debían combatir en calles o desfiladeros.

Speculum Romanae Magnificentiae A Roman Legion (from Trajan's Column) MET
Legionarios en marcha precedidos por sus estandartes, entre ellos el águila de oro de la legión. Grabado de Marco Dente basado en la columna trajana, siglo XVI.
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A lo largo de sus diez siglos de existencia las legiones fueron desarrollando una serie de formaciones para responder a los ataques del enemigo. La más conocido es por supuesto la testudo (tortuga), en la que los legionarios ponían sus escudos sobre las cabezas de sus compañeros protegiéndose así de los ataques de proyectiles. Usada especialmente en los asedios, esta estratagema era muy útil cuando Roma se enfrentaba a pueblos con abundancia de arqueros, como los partos.
Al no ser un pueblo de grandes jinetes los romanos tuvieron que desarrollar sistemas con los que detener a la caballería enemiga, el historiador Arriano cuento como en una batalla contra los acorazados jinetes sármatas los legionarios de las primeras fila se arrodillaron en el suelo apuntando con sus pila hacia el enemigo, mientras los soldados de atrás lanzaron sus jabalinas cuando el enemigo quedó frenado por este muro contra el que sus caballos se negaban a cargar. Con algunas variantes esta formación fue replicada con notable éxito por las legiones, que así formaron erizos invulnerables a las cargas de caballería.

Column of Marcus Aurelius detail (testudo formation attacking a fortification)
Formación tortuga en un relieve de la columna de Marco Aurelio en Roma.
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Junto a estas tácticas defensivas una formación igual de habitual era la cuña, en la que los soldados se disponían en triángulo y atravesaban las líneas enemigas en el ataque final de la batalla. Usada cuando el oponente se encontraba agotado tras horas de combate, la cuña fue empleada con notable éxito por Suetonio Paulino en el aplastamiento de la revuelta de Boudicca, cuando sus legionarios aprovecharon un breve respiro en el combate para reformar y romper la horda britana con una última carga.
Junto al habitual despliegue en dos líneas los generales podían adoptar también otras formaciones a gran escala, Si el ejército se encontraba rodeado las legiones se desplegaban en un gran cuadrado hueco con el equipaje en el centro; mientras que en caso de enfrentarse a ataques desde varias direcciones se dividía en varios destacamentos mandados por subcomandantes, que también podían actuar ofensivamente.
Mando y órdenes
Pese a toda la disciplina y tácticas del ejército este no era nada sin su general, como demostró más de una terrible derrota. Sobre él y sus oficiales recaía el peso de dirigirlo a la victoria, una tarea facilitada por la rígida cadena de mando.

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César durante la guerra de las Galias. Litografía, principios de siglo XX.
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Antes de la batalla el comandante solía celebrar un concilio en el que exponía su plan de batalla y asignaba una misión concreta a cada uno de los elementos de su hueste. Con el fin de facilitar el control en medio del caos de la batalla las unidades se solían agrupar en secciones al mando del oficial más veterano, quien contaba con una cierta autonomía dentro del plan general. Esto era especialmente necesario en los flancos, donde la abigarrada variedad de cohortes legionarias y auxiliares necesitaban un mando único para actuar con efectividad.
El general se desplegaba normalmente a caballo en segunda línea con su escolta, ocupando una posición desde la que controlar la situación sin exponerse a ser atacado. Con todo había momentos en las que su presencia era necesaria en primera línea, y líderes como César o Germánico empuñaron la espada en el frente impidiendo que sus hombres se desmoronaran ante la presión del enemigo. Estos actos de valor eran siempre algo breve y puntual, con el comandante volviendo a retaguardia una vez había pasado el peligro.

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Portaestandartes romanos en una metopa de Adamclisi. Estas insignias se podían agitar en el aire para que toda la unidad pudiera ver que orden se estaba dando.
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La transmisión órdenes se realizaba principalmente mediante mensajeros a caballo, enviados por el general hasta los oficiales al mando de una sección, quienes a su vez las comunicaban a sus subordinados a través de sus propios enviados. Las señales sonoras y visuales eran también una manera rápida y efectiva de transmitir las órdenes más simples, con toques de corneta y movimientos reconocibles por todo el ejército.
Aunque tribunos, prefectos y legados estaban al mando de las cohortes y legiones que formaban el ejército, eran los centuriones y decuriones de cada unidad quiénes combatían junto a los hombres y se encargaban de dirigir el combate a pequeña escala. Estos oficiales se situaban cerca del frente con los músicos y portaestandartes cerca, mientras que el control de la retaguardia recaía en su segundo al mando, el optio, quien con su vara empujaba a los hombres hacia adelante.
El ejército romano tardío
Con valor y disciplina se forjó el Imperio durante los siglos I y II de nuestra era, pero a partir del III el creciente colapso del sistema romano, acompañado de guerras civiles e invasiones, acabó con este formidable ejército en una espiral de decadencia sin freno.

Notitia Dignitatum Magister Officiorum
Armas y armaduras del ejército romano en el siglo V en una miniatura de la Notita Dignitatum, un tratado de jerarquía militar escrito hacia el año 420.
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Menos ingresos significaban menos presupuesto militar, y tanto las armas como el entrenamiento de los soldados fueron decayendo conforme Roma se acercaba a su fin. Gracias a la caída de los sueldos y el empeoramiento de las condiciones de servicio el ejército se fue barbarizando progresivamente, hasta ser indistinguible de los invasores que cruzaban el Rin y el Danubio.
Al mismo tiempo se abandonaron las armaduras segmentadas, los pila y los escudos convexos en favor de armas más baratas de fabricar y mantener como la cota de malla y el escudo plano, lo que eliminó la ventaja tecnológica de Roma frente a sus enemigos. Sin motivación para entrenarse, las formaciones del pasado cayeron en el olvido, con los nuevos legionarios combatiendo en un muro de escudos erizado de lanzas.

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Soldados de principios del siglo IV en un relieve del arco de Constantino
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Estos cambios vinieron acompañados por una nueva doctrina de combate basada en grandes falanges de lanceros, que lanzaban una lluvia de dardos y jabalinas contra el enemigo antes de cargar profiriendo gritos bárbaros. Si bien se mantuvieron las reservas, el abandono del sistema de rotación impedía relevar a la primera línea, de modo que las unidades de segunda fila ahora se usaban para llenar huecos.

BnF MS Gr510 folio 440 recto detail Constantine's Vision and the Battle of the Milvian Bridge
El emperador Constantino y sus soldados en un manuscrito griego del siglo IX.
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La agresividad de la Persia sasánida condujo a nuevas guerras en oriente contra huestes de jinetes, por lo que Roma tuvo que aumentar significativamente su caballería con catafractos y arqueros a caballo, que ahora pasaron a tener un mayor peso en el combate haciendo de martillo sobre el yunque de los lanceros. La introducción del estribo en el siglo IV por los hunos aceleró esta medievalización de la batalla, pasando el rol decisivo de la infantería a los caballeros acorazados formados por nobles y guardaespaldas de grandes líderes.

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Catafracto romano, grafito sobre piedra del fuerte fronterizo de Dura Europos.
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En su último período el Imperio sufrió una creciente fragmentación, con numerosos usurpadores y tribus bárbaras disputándose el control de Roma. Esta nueva realidad llevó al aumento de escaramuzas y asedios respecto a las grandes batallas del pasado, por lo que los ejércitos pasaron a ser más pequeños con solo unos pocos miles de efectivos.
Cada vez más dividida, la defensa de Roma quedó en manos de un cuerpo especializado de guardias fronterizos llamados limitanei secundadas por ejércitos de respuesta interiores formados por soldados comitatenses, cuya misión era combatir contra las incursiones y revueltas de mayor tamaño.

C Caecilius Metellus Caprarius, denarius, 125 BC, RRC 269 1
Moneda de la 2a guerra púnica con el nombre del cónsul Metelo bajo un elefante cartaginés y la imagen de la diosa Roma
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Pese a la bajada general del nivel combativo la transformación del ejército romano le permitió adaptarse a las más austeras condiciones de su tiempo, logrando destacadas victorias contra los ejércitos bárbaros que se echaron a perder tristemente por las guerras civiles que lo destruyeron desde dentro. Fue así como de una fuerza de ciudadanos conscriptos se pasó a un ejército profesional, terminado en pequeñas huestes en las que caballeros y séquitos decidían el destino de los estados que sucedieron al Imperio.