La gran victoria de Esparta

Egospótamos, la última batalla de la Guerra del Peloponeso

En el año 405 a.C., el espartano Lisandro logró una decisiva victoria sobre Atenas en la batalla naval de Egospótamos. La capital del Ática se rindió poco después, poniendo fin a la guerra del Peloponeso

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La batalla de Egospótamos en un grabado de la Historia Hutchinson de las Naciones, 1915.

Cordon Press

Lisandro fue uno de los generales más brillantes de la historia de Esparta. A él le debió la capital del Peloponeso su triunfo más resonante: el que logró sobre Atenas en la larga y terrible guerra que enfrentó a ambas ciudades entre los años 431 y 404. Fue, en efecto, Lisandro quien derrotó a la armada ateniense en la decisiva batalla de Egospótamos y quien a continuación negoció la rendición definitiva de Atenas.

Sin embargo, Lisandro fue un espartano atípico. No pertenecía al restringido círculo de los homoioi (ciudadanos con plenos derechos o «iguales»), sino que era un simple mothax, un hijo de espartiata y de una sierva, una ilota. Pese a ello, los éforos, los principales magistrados de Esparta, lo eligieron jefe naval a edad muy temprana, gracias en buena parte a un poderoso patrocinio, ya que en su adolescencia fue amante (erastés) de Agesilao, quien más tarde sería rey de Esparta. Destacó por su sed de gloria en el campo de batalla y por una ambición personal que le granjeó numerosos enemigos. 

Pero sobre todo se hizo famoso por su gusto por las estratagemas y su maestría en el arte del disimulo y el engaño. Según Plutarco, su estilo consistía en «engañar a los jóvenes con los dados y a los hombres con juramentos». El mismo autor comentaba: «Y a los que le decían  no ser digno de los descendientes de Heracles el hacer con engaños la guerra, los mandaba a pasear, diciendo que donde no alcanzaba la piel de león se había de coser un poco de la de zorra».

Victorias y derrotas

Lisandro entró en escena en la fase final de la guerra del Peloponeso, posterior al desastroso desenlace de la expedición ateniense a Sicilia, en 413 a.C. Como consecuencia de ese fracaso, Atenas había quedado muy debilitada, pero aún le quedaban recursos. Los espartanos eran conscientes de que la única posibilidad de acabar con su rival pasaba por arrebatarle sus dominios en el Egeo oriental y cortar las vías de abastecimiento de trigo desde las colonias del mar Negro a través del estrecho del Helesponto.

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Los hoplitas griegos iban armados con un escudo redondo llamado hoplón, como el soldado del kylix superior. Siglo IV a.C. Museo Altes, Berlín.

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Por ello, con el apoyo económico de los persas –deseosos también de reducir el poder de Atenas–, los espartanos se instalaron en la colonia milesia de Abidos, dispuestos a conquistar las ciudades aliadas de Atenas en la zona y bloquear los suministros. Pero la reacción ateniense fue inesperadamente eficaz. Liderados por Alcibíades –el discutido jefe de la aventura siciliana que volvía ahora del exilio– y por Trasíbulo, los atenienses ganaron varias batallas que les permitieron recuperar el control del Helesponto y de sus principales ciudades. 

Fue entonces cuando los éforos de Esparta, conscientes de que necesitaban un comandante carismático, concedieron el mando de la flota a Lisandro. Éste se instaló en Éfeso, y desde allí entró en tratos con el sátrapa o gobernador persa en Anatolia, Ciro, hijo pequeño del gran rey Darío II. Gracias a los fondos de Ciro, Lisandro se reforzó con nuevos barcos y los salarios de sus marineros mejoraron notablemente. 

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Galera griega en un plato del 520 a.C. Museo de la Biblioteca Nacional de Francia, París.

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Esto provocó frecuentes defecciones de remeros atenienses, que cambiaban de bando buscando un sueldo que la arruinada Atenas no podía ofrecerles, mientras que los que se quedaban, según Plutarco, «se mostraban desanimados y rebeldes y causaban problemas a sus oficiales todos los días». Como ya declaró el rey espartano Arquídamo, la guerra «no es tanto cuestión de armas como de dinero, gracias al cual las armas son útiles». 

En octubre de 407 a.C., con el propósito de sorprender a Lisandro, Alcibíades se instaló en Notio, el puerto de la ciudad jonia de Colofón. Desde allí esperaba sorprender a Lisandro en Éfeso, unos kilómetros al suroeste. Pero cometió un error:  marcharse para asistir a su amigo y compañero Trasíbulo en el asedio de Focea, dejando el mando de la flota al timonel de su barco, Antíoco, en vez de a un general o a un trierarca (capitán de navío). 

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En 416 a.C., una delegación de Segesta, en Sicilia, pidió ayuda a Atenas contra Selinunte (arriba) y Siracusa. La derrota ateniense en la campaña siciliana precipitó el fin de la guerra con Esparta.

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Antíoco tenía orden de mantener los barcos amarrados, pero cuando divisó la flota de Lisandro cerca del puerto de Notio decidió atacar, en busca de una gran victoria que lo lanzara a la fama. El general espartano no desaprovechó la ocasión e infligió una severa derrota a los desorganizados atenienses. Alcibíades fue culpado por sus compatriotas del desastre y tuvo que exiliarse de nuevo.

Pese a ello, los atenienses lograron rehacerse una vez más y a finales del verano de 406 a.C. obtuvieron una gran victoria en la batalla de las islas Arginusas, cerca de Lesbos. Los espartanos perdieron 70 de sus 115 naves, y su general Calicrátidas murió en la refriega. El triunfo de los atenienses quedó empañado por una tormenta que se abatió sobre su flota y que dejó numerosos muertos y náufragos; los ocho generales no supieron organizar su rescate, y a su vuelta a Atenas todos ellos, incluido el primogénito de Pericles, fueron condenados a muerte por la Asamblea de la ciudad.

El salvador de Esparta

Tras el inesperado revés de las Arginusas, los ojos de los espartanos y de sus aliados se volvieron de nuevo hacia Lisandro. Los embajadores de las ciudades que apoyaban a Esparta solicitaron que se nombrara a Lisandro comandante de la flota, «porque, mandando él, concurrirían con mejor voluntad a lo que fuere menester». Los espartanos accedieron y, como una ley prohibía que un hombre fuera jefe naval durante más de un año, le nombraron vicealmirante con el mando efectivo sobre la armada, pese a que en teoría a su frente estaba un tal Ararco.

Bronze helmet of Corinthian type MET DT7210

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Durante el siglo V a.C., todos los hoplitas griegos se protegían con un casco de bronce conocido como «casco corintio» (en la imagen). Esta pieza cubría toda la cabeza y dejaba aberturas a la altura de los ojos y la boca.

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Nada más recibir el mando, Lisandro se reunió en Sardes con Ciro, que le ofreció fondos para su expedición. A continuación emprendió, desde Éfeso, una campaña que le llevaría a tomar al asalto varias ciudades jonias aliadas de Atenas para luego dirigirse de nuevo al Helesponto, el punto estratégicamente vital en la guerra. La primera ciudad proateniense que tomó en la zona fue Lámpsaco, que fue saqueada por los soldados. Alertada, la flota de Atenas se instaló en Sesto, a la entrada del Helesponto, y luego avanzó hasta la playa de Egospótamos («río de la cabra»), en la orilla europea del canal, justo enfrente de donde había atracado Lisandro. 

La flota ateniense estaba dirigida por seis generales que se turnaban cada día en el mando. Todos ellos, temiendo que sus fondos se agotaran, deseaban entablar batalla rápidamente; cuando Alcibíades llegó a caballo al campamento y les propuso una retirada táctica, lo expulsaron sin contemplaciones. Durante varios días se dirigieron con la flota hasta la playa de Lámpsaco, intentando provocar a los espartanos, pero Lisandro no recogió el guante. Al quinto día repitieron la maniobra y, viendo que de nuevo Lisandro rehusaba el choque, volvieron a la playa de Egospótamos. 

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Lisandro dirigió la guerra naval contra Atenas desde la ciudad de Éfeso, en Asia Menor. Tras su victoria en Egospótamos, los efesios erigieron una estatua a Lisandro, el general vencedor, en el templo de Artemisa. 

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Los soldados desembarcaron despreocupadamente y se dedicaron a sus asuntos, sin cuidarse de la defensa: «Unos fueron al mercado, a darse una vuelta por el lugar, otros dormían en las tiendas o se preparaban el almuerzo, pendientes de todo menos de lo que iba a ocurrir por la incompetencia de sus superiores», escribe Plutarco. 

El acto final de la guerra

Lisandro, que ya se había dado cuenta de la escasa disciplina que reinaba en el campamento ateniense, decidió entonces pasar a la acción. Según Jenofonte y Plutarco, Lisandro había ordenado a unas naves que siguieran a los atenienses que volvían y que hicieran señales con un escudo cuando desembarcaran. En cuanto se recibió la señal, la flota espartana se dirigió a Egospótamos y pilló totalmente desprevenidos a los atenienses. Muchos huyeron en desbandada, un gran número fueron apresados y más de cien trirremes fueron capturados o quemados. La derrota de Atenas era completa.

Plutarco escribe que, «después de saquear el campamento, Lisandro emprendió la navegación hacia Lámpsaco entre flautas y canciones triunfales: había conseguido una gran hazaña con un mínimo esfuerzo y en una sola hora había puesto fin a la más larga guerra, la más diversa en incidentes y la más increíble en cuanto a situaciones de suerte». En efecto, la guerra del Peloponeso finalizó en aquella aciaga jornada por medio de la única vía posible: la aniquilación de uno de los contendientes. La flota ateniense había sido eliminada y las arcas vacías del tesoro ya no permitían pensar en otra recuperación. Esparta pasaba a ejercer su dominio sobre todos los rincones de la Hélade. 

Amphore   Le jugement de Pa^ris (face B)

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Dos hoplitas fuertemente armados entran en combate. Vaso ático de figuras negras. siglo V a.C.

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Pero aún hubo cabida para una atrocidad más en la de por sí sangrienta guerra entre las dos ciudades griegas. Junto con las naves atenienses, Lisandro se llevó a Lámpsaco más de 3.000 prisioneros, una décima parte de los atenienses que se encontraban en Egospótamos. Al cabo de unos días reunió a sus aliados y les invitó a deliberar sobre la suerte que debían correr los cautivos. Los representantes de ciudades como Corinto, Megara y Egina, las más perjudicadas por el imperialismo ateniense, se mostraron inflexibles. 

Recordaron que la Asamblea de Atenas había aprobado un decreto en el que se ordenaba cortar las manos de sus enemigos en caso de victoria. Frescas en la memoria estaban también las masacres cometidas por los atenienses en la ciudad de Escione y en la isla de Melos. También acusaron a Filocles, general ateniense, de haber ordenado ahogar a toda la tripulación de dos naves, una corintia y otra de Andros.

Lysander has the walls of Athens demolished

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Lisandro ordena la demolición de los muros de Atenas tras conquistar la ciudad en el  404 a.C.

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Por ello «se decidió condenar a muerte a todos los prisioneros atenienses». En cuanto a Filocles, Lisandro le preguntó qué castigo creía merecer y a continuación lo decapitó. Matar a los rehenes capturados en una batalla iba contra los usos bélicos en Grecia, pero en esa guerra envenenada hacía ya tiempo que se habían destruido todos los códigos de honor.