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Cleopatra era una mujer de belleza deslumbrante. Julio César dijo «¿Tú también, Bruto?», en el momento en que el más allegado a él de sus asesinos alzaba su puñal para acabar con la vida del dictador. Alejandro Magno y Hefestión eran amantes. ¿Qué tienen en común estas tres afirmaciones? Que han pasado a formar parte de la leyenda de estos tres personajes históricos, alimentada por novelas, películas e Internet. Cleopatra era seductora, pero su encanto no radicaba en su hermosura, sino en su inteligencia y conversación cautivadoras –y también en ser la soberana de un país rico, pero militarmente débil, que ella protegió (y con él, a sí misma) mediante su relación con dos caudillos romanos ávidos de dinero y poder–. Julio César no pronunció la frase mencionada, que es un invento de Shakespeare, ni la no menos famosa «¿Tú también, hijo mío?», entre otras razones porque el ataque de sus enemigos fue fulgurante y no le dio tiempo a decir nada. ¿Y Alejandro? ¿Fue amante de Hefestión? Esta pregunta, que ha hecho correr no ríos, sino mares de tinta, tiene una respuesta que no es categórica, pero sí muy probable: no lo fueron. Como tampoco lo fueron Aquiles (el mítico antepasado de Alejandro) y Patroclo, los héroes de la Ilíada con los que la tradición identificó al rey macedonio y a su más íntimo camarada. Novelas como la trilogía que la escritora británica Mary Renault dedicó a Alejandro, donde evoca sutilmente la relación amorosa entre el soberano y su compañero, son espléndidas. Pero son novelas.
Este artículo pertenece al número 202 de la revista Historia National Geographic.