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En junio de 2011 se inauguró en la localidad galesa de St. Asaph un obelisco metálico de cuatro metros de alto en el que, sobre una espiral trazada por una serpiente congoleña que se enrosca en él, se muestran escenas de la vida de John Rowlands, más conocido como Henry Morton Stanley; algunas de esas escenas fueron dibujadas por alumnos de las escuelas locales. Ya entonces, Gregory Cameron, obispo anglicano de St. Asaph (donde estuvo el hospicio al que sus familiares enviaron al pequeño Rowlands), puso el dedo en la llaga en una carta al periódico Daily Post: «Exactamente, ¿qué conmemoramos en la vida de Henry Morton Stanley, nacido John Rowlands?», se preguntaba. «Era un aventurero que tenía escaso respeto por los nativos de África y compartió la gestión de uno de los proyectos coloniales más atroces y explotadores de ese vasto continente, la esclavización de toda una población para servir a la creación de riqueza del rey Leopoldo II de los belgas a través de la producción de caucho».
El obispo se refería a la abominable colonización del Congo belga, que Adam Hochschild retrató como la pesadilla que fue en El fantasma del rey Leopoldo, libro que posiblemente desconocen los escolares de St. Asaph. Colonialismo y racismo son dos caras de una misma moneda, y Stanley, que actuó según los parámetros de su época, fue incluso demasiado para esa misma época; no es casualidad que el doctor Livingstone descanse en la catedral de Westminster y él no. ¿Qué escenas dibujarían los alumnos de las escuelas congoleñas si se les mencionase a Stanley?
Este artículo pertenece al número 199 de la revista Historia National Geographic.