Editorial del Número 194 de Historia National Geographic

¿Quién no conoce al corpulento Obélix, propietario del perrito Ideafix y compañero inseparable de Astérix? Su profesión: tallador de menhires, que lleva a su espalda como quien no quiere la cosa, pues de pequeño cayó en una marmita de poción mágica que daba una fuerza sobrehumana, preparada por el druida Panorámix. Todos ellos habitan en una aldea que es la pesadilla de las tropas de Julio César.

Los divertidos cómics de Astérix y Obélix, además de hacer las delicias de pequeños y mayores, han contribuido a perpetuar una falsa idea: la de que los menhires y las construcciones megalíticas de la Edad del Bronce, levantadas hace entre 5.000 y 3.000 años –como Stonehenge en Gran Bretaña o los alineamientos de Carnac en Francia–, fueron contemporáneas del mundo céltico y de sus druidas, a la vez sacerdotes, maestros y jueces. De hecho, hasta comienzos del siglo XX los estudiosos creyeron que Stonehenge había sido levantado y administrado por los druidas, como sostuvo William Stukeley en el siglo XVIII.

De ahí que en grabados de aquella época o del siglo XIX aparezcan druidas ejecutando misteriosos rituales en ese antiguo monumento, donde hoy se reúnen los adeptos del neodruidismo con ocasión del solsticio de verano, cuando los rayos del sol atraviesan el gran trilito en el día más largo del año. De manera que, al final, las viejas estampas decimonónicas se convierten en realidad: hombres y mujeres ataviados con mantos blancos, como Panorámix, acuden a Stonehenge para aplacar su sed espiritual en ceremonias que nada tienen que ver con los druidas y, menos aún, con los constructores de esa maravilla que es Stonehenge.

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Este artículo pertenece al número 194 de la revista Historia National Geographic.