Hace miles de años, Doggerland (o el banco Dogger, como es conocido en la actualidad) fue una franja de tierra situada en el mar del Norte, a lo largo de la actual costa occidental de Inglaterra, que unió las islas británicas con el continente europeo durante la última Edad de Hielo. Al aumentar el nivel del mar durante el deshielo, esta franja de tierra aún se mantuvo por encima del nivel marítimo al menos hasta 6.500 o 6.200 a.C.
Durante el Mesolítico europeo (hace unos 15.000 años), hombres, mujeres y niños cruzaron esta franja de tierra frente a las actuales costas de los Países Bajos, Alemania y Dinamarca, donde construyeron asentamientos. Aunque Doggerland no fue el único lugar de paso en medio del océano, ya que en el pasado también se construyeron otras vías por donde las poblaciones podían moverse en regiones del mar de Irlanda. Prueba de todo este ir y venir de gentes son las huellas que fueron dejando a su paso estos viajeros del pasado y que, en la actualidad, el movimiento de las mareas ha ido destapando en lugares que antes estaban cubiertos por el barro.
En compañía de mamíferos
Durante todas estas travesías a lo largo de un tramo de costa de unos tres kilómetros cerca de Formby, en Meyerside (Reino Unido), las personas no caminaban solas; junto a ellas viajaban también grandes mamíferos como uros, ciervos, corzos, jabalíes, castores, lobos y linces que dejaron sus propias huellas en una especie de ecosistema que los investigadores no han dudado en calificar como el "Serengueti del noroeste de Europa". Pero al finalizar la última Edad de Hielo, hace unos 11.700 años aproximadamente, tanto seres humanos como animales se vieron forzados a desplazarse tierra adentro, formando un centro de actividad humana y animal que puede observarse hoy gracias a las huellas emergidas.
Nuestros antepasados no caminaban solos, junto a ellos viajaban grandes mamíferos que dejaron sus propias huellas.

Una huella humana marcada en el barro de la playa de Formby, junto a una moneda de euro que define su tamaño.
Foto: Universidad de Manchester
Sobre este apasionante tema acaba de publicarse en la revista científica Nature Ecology and Evolution un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de Mánchester. Estos descubrieron que las huellas, algunas de las cuales tienen más de 8.000 años, abarcan un período de tiempo enorme: van desde el Mesolítico o Edad de Piedra Media (15000 a.C. a 50 a.C.) hasta la época medieval (476 d.C. a 1450 d.C.). Asimismo, en el transcurso de su investigaciones los científicos ha logrado recuperar semillas de alisos, abedules y abetos dentro de las capas de huellas y pudieron datarlas con radiocarbono para, de este modo, poder conocer con exactitud su antigüedad.
Las huellas del pasado
En total, existen una docena de lechos de huellas "bien conservados", algunos de los cuales se superponen creando aproximadamente 36 capas expuestas o "afloramientos". "Solo algunos de los afloramientos son visibles en un momento dado", ha explicado Alison Burns, autora principal del estudio. "Cuanto más abajo cavas, más antiguos son los afloramientos". En el Neolítico, que se distinguió por el desarrollo de sociedades basadas en la agricultura, las huellas humanas dominan por completo el registro, así como también en los lechos posteriores. Sin embargo se aprecia una caída sorprendente en las especies de grandes mamíferos. "Los descubrimientos de Formby forman una de las concentraciones conocidas de huellas de vertebrados prehistóricos más grandes del mundo. Esta es la primera vez que una historia de fauna y un ecosistema de este tipo se ha reconstruido únicamente a partir de evidencia de huellas", afirma Burns.
Los descubrimientos de Formby forman una de las concentraciones conocidas de huellas de vertebrados prehistóricos más grandes del mundo, ha afirmado Alison Burns.

Ilustración que recrea a un grupo de cazadores prehistóricos.
Foto: iStock
Algunas de estas huellas fueron descubiertas a finales de la década de 1970 por un geólogo que no dio importancia a su hallazgo porque pensó que eran "huellas de ganado". Sin embargo, en la década de 1990, llamaron la atención de un maestro jubilado que "se dio cuenta de que tenían cierta antigüedad", según Burns, que comenta que "antes de eso, la gente no pensaba que [las huellas] fueran particularmente interesantes o antiguas". Desde entonces, este tipo de elementos han seguido apareciendo "debido a la erosión de la costa a medida que el mar carcome las dunas de arena que las cubren. Cuando se formaron las huellas, se llenaron de arena y luego con una capa de barro. Así es como se obtienen estas capas [de huellas]. Una vez que tienes cuatro o cinco capas una encima de la otra, la superior es vulnerable [a la erosión], pero las que están debajo están bastante bien conservadas", ha apuntado la investigadora.
Un rico ecosistema
De las docenas de huellas descubiertas en la zona destaca una en particular y no solo porque fuera la más antigua, impresa hace unos 8.500 años, sino también por la historia que reveló. "Era una huella humana que avanzó cuatro o cinco pasos y luego la persona se detuvo", cuenta Burns. Según la investigadora, todos estos individuos "estaban descalzos y las huellas eran fantásticas; el barro rezumaba entre cada dedo del pie, por lo que obtienes todas las características de la huella. Inmediatamente adyacentes había las huellas de una grulla. La persona bien podría haber estado buscando pájaros para cazar durante una expedición de exploración. Y junto a ellas hay un conjunto claro de huellas de ciervos rojos adultos. Dentro de dos metros cuadrados tenemos esta increíble instantánea del pasado", añade con entusiasmo.
Estaban descalzos y las huellas eran fantásticas; el barro rezumaba entre cada dedo del pie, por lo que obtienes todas las características de la huella, explica Alison Burns.
Las enormes extensiones costeras del Mesolítico europeo componían unos ricos ecosistemas que compartían herbívoros y depredadores. "Evaluar las amenazas al hábitat y la biodiversidad que plantea el aumento del nivel del mar es una prioridad de investigación clave para nuestro tiempo. Ese aumento puede transformar los paisajes costeros y degradar ecosistemas importantes", concluye el profesor Jamie Woodward, otro de los autores de este interesante estudio.