Paleontología

Descubren los detalles de una masacre ocurrida en el Pleistoceno

Un reciente estudio del Museo Británico ha comprobado que los cadáveres de este cementerio presentan marcas de heridas curadas recibidas en emboscadas y ataques.

Captura de pantalla 2021-06-01 a las 15.29.50

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Dentro de los cuerpos se encontraron numerosas puntas de flecha y lanza, en la imagen estas han sido señaladas mediante lápices.

Foto: Wendorf Archive, British Museum.

Entre 1965 y 1966 el arqueólogo Fred Wendorf excavó el cementerio de Jebel Sahaba (Sudán) en el valle del Nilo, y encontró nada menos que 61 cuerpos de todos los sexos y edades. Al observar detalladamente los huesos, Wendorf se sorprendió al comprobar que la mitad de los cuerpos presentaban cortes causados por armas de piedra antes de su muerte, lo que demostraba que habían sido asesinados. De este modo estos restos de hace 13.400 años fueron para él prueba evidente de que se había producido una auténtica masacre de alguna población local.

Así se encontraron los cuerpos, en amarillo y verde aquellos en los que se han descubierto nuevas heridas.

Así se encontraron los cuerpos, en amarillo y verde aquellos en los que se han descubierto nuevas heridas.

Foto: Isabelle Crevecoeur

Nuevas heridas

Ahora un nuevo estudio de los restos ha aportado más información sobre lo que ocurrió en el Pleistoceno. Se han encontrado en los huesos muchos más cortes, entre ellos algunos que se curaron en vida del muerto, lo que constituía una prueba irrefutable de que se produjeron enfrentamientos previos a la muerte. Este nuevo análisis ha sido llevado a cabo en el Museo Británico (lugar en el que se encuentran actualmente los restos) por las investigadoras Marie-Hélène Dias-Meirinho e Isabelle Crevecoeur entre otros.

Marie-Hélène Dias-Meirinho (izquierda) e Isabelle Crevecoeur, estudian un cráneo.

Marie-Hélène Dias-Meirinho (izquierda) e Isabelle Crevecoeur, estudian un cráneo.

Foto: Marie-Hélène Dias-Meirinho

Estas dos investigadoras y su equipo han descubierto más de 100 lesiones en los restos encontrados, que amplían el número de muertos por heridas a tres cuartos del total. Asimismo, gracias a su concienzudo análisis de los huesos se han podido hallar incrustados en las heridas pequeños fragmentos de las armas usadas para causar algunas de las muertes: proyectiles compuestos en forma de lanza, jabalina y puntas de flecha.

Si bien el número de lesiones en hombres y mujeres es similar, su tipo varía ligeramente según el género. Las mujeres tienden a mostrar más heridas defensivas en los antebrazos, que se corresponden con la protección del cuerpo contra un oponente armado, mientras que los hombres tienen más cortes en los dedos por haberse enfrentado con las armas en la mano a sus atacantes. Por su parte los niños recibieron más golpes en la cabeza (menos resistente que la de los adultos por no hallarse totalmente osificada), muestra de una muerte rápida causada por proyectiles u objetos contundentes.

Aunque los cuerpos presentan numerosas heridas ya curadas, estas fueron recibidas en áreas no vitales del cuerpo como los omóplatos, el hombro y los brazos. Por el contrario los golpes que les causaron la muerte parecen haber sido producidos en su mayoría por armas de proyectiles, y se concentran en el cráneo, la pelvis y las costillas, al tiempo que los miembros inferiores presentan numerosos impactos causados para prevenir la huida. Además de las incisiones causadas por flechas y jabalinas en el momento del impacto, los huesos muestran también arañazos hechos al extraer estos proyectiles del cuerpo.

Sequía y escaramuzas

Durante la época en la que fueron enterrados estos cuerpos el Nilo sufría una reducción de su caudal, que incluso llegaba a secarse temporalmente al no estar conectado todavía con las grandes reservas de agua de África Central. Estas sequías se debían al cambio climático producido por la última gran glaciación, la cual, al congelar un gran volumen de agua, impedía que esta se evaporarse y se convirtiese luego en lluvia.

A nivel arqueológico, el empeoramiento de las condiciones ambientales se tradujo en un menor número de restos humanos, que se concentraron en las áreas de más recursos pasando de una vida nómada a otra sedentaria. Así pues estos grupos se vieron obligados a luchar entre ellos por el poco alimento y agua disponibles, una pugna en la que perecieron la mayoría de los enterrados en el cementerio.

Fémur con heridas curadas antes de la muerte.

Fémur con heridas curadas antes de la muerte.

Foto: Isabelle Crevecoeur/Marie-Hélène Dias-Meirinho

Buena muestra de la implacabilidad de este conflicto es la matanza indiscriminada de mujeres y niños junto con los hombres, pues dado lo precario de la situación, no convenía ampliar el grupo asimilando a los derrotados. De igual forma, las heridas en la espalda son indicativo de ataques sigilosos para matar al enemigo sin exponerse a sus represalias, algo comprensible en esta lucha sin cuartel por sobrevivir. Finalmente, la presencia de heridas ya curadas en los cuerpos ha llevado a descartar que hubieran fallecido todos de golpe en una sola batalla o masacre, sino que por el contrario fueron sufriendo cortes durante el transcurso de una guerra larga y prolongada.

Respecto a las armas, se trataba de pequeñas lascas de piedra fáciles de tallar y afilar, que se insertaban en una incisión hecha en la punta de flechas y lanzas. Durante la guerra parece ser que se produjo una mejoría de este armamento, que adoptó unas formas más oblicuas y apuntadas para desgarrar mejor la carne y provocar el desangramiento de la víctima. Estas hojas eran ciertamente afiladas, como muestra el hecho de que se hayan hallado muchas de ellas dentro del cuerpo.

Gracias a este nuevo estudio podemos comprender mejor las adversidades a las que se enfrentaron nuestros antepasados, y los extremos a los que llegaron empujados por el instinto de supervivencia.