En una colina cercana al pueblo de Biosca (Lérida) se hallaron en los años setenta restos de una fortificación antigua, que fue identificada erróneamente como ibérica y abandonada a las prospecciones furtivas y la erosión medioambiental. Afortunadamente la Universidad Autònoma de Barcelona, con la colaboración del Institut Català d'Arqueologia Clàssica, inició en 2014 una campaña arqueológica que ha recuperado muchos materiales del yacimiento y descubierto además que este es en realidad una fundación romana. Entre los objetos más curiosos hallados dentro de sus muros se encuentra un tablero de juego de mesa tallado en una losa de piedra.
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Levantado en una posición predominante, este castellum romano protegía la ruta que conectaba la costa con el interior a través del río Llobregós: un afluente del Segre que a su vez enlaza con el Ebro. Gracias a la numerosa cerámica tanto itálica como local encontrada, los arqueólogos han podido acotar el período de ocupación, datado entre el 180 y el 120 a.C., cronología que lo convierte en un puesto de control de una importante ruta de aprovisionamiento del ejército durante la guerra numantina. Una vez terminó este conflicto el fuerte fue abandonado hacia el 120 a.C., al tiempo que se fundaba el municipio de Guissona, a solo seis kilómetros, como nuevo centro del poder romano en la zona.

El yacimiento se ubica en un punto estratégico que dominaba la ruta que llevaba de la costa al Ebro.
Foto: Equipo Puig Castellar

Vista cenital del cuartel general que fue construido en el centro del recinto amurallado.
Foto: Equipo Puig Castellar
La fortaleza no era un simple campamento provisional, sino que contaba con una poderosa muralla de piedra, un opulento centro de mando y numerosos alojamientos para los soldados. Al mismo tiempo en el yacimiento se han encontrado inscripciones tanto en latín como en íbero, lo que confirma que la guarnición incluía elementos indígenas además de italianos.
El tablero fue encontrado en 2019 en una de las estructuras adosadas a la muralla, que servía como lugar de residencia a los soldados. Al edificio se accedía por una sala de 6x4,3 metros de lado en la que además de la losa se encontraron los restos de dos hogueras, por lo que podría tratarse de una sala de estar.

La losa se halló en el ámbito C7 de esta casa adosada a la muralla.
Foto: Equipo Puig Castellar
Una Tabula Lusoria
En un primer momento, esta piedra no llamó la atención de los excavadores, que la consideraron como parte del pavimento. Sin embargo un estudiante, Francesc Sanahuja, se percató de que tenía grabada en su superficie una cuadrícula que sólo podía ser obra del hombre. Rápidamente los arqueólogos extrajeron la piedra de la tierra batida y comprobaron que se trataba efectivamente de un tablero de juego (o tabula lusoria).

Así se encontró la tabula.
Foto: Equipo Puig Castellar
La losa medía unos 36 x 48,5 x 7,5cm y era originalmente un bloque rectangular aprovechado por los soldados tras romperse y ser desechado por los constructores del fuerte. Los legionarios cubrieron primero su superficie con cal, para luego marcar una retícula de 11x16 casillas (176 en total), cada una de aproximadamente 2 centímetros cuadrados.
El hallazgo es excepcional no solo por su excelente estado de conservación sino también por ser el primer tablero de juego encontrado en un contexto militar de la Hispania romana. A la vez el hecho de que no se hallaran piezas de juego se atribuye, según los investigadores, a que los soldados se las llevaron en el momento de abandonar la fortaleza y dejar atrás los elementos más pesados y difíciles de transportar.
Dado el número de casillas y su disposición en cuadrícula los investigadores llegaron a la conclusión que se trataba de una tablero del ludus latrunculorum (o de los ladrones), un juego de estrategia inmensamente popular en Roma mencionado por diversas fuentes. De hecho los tableros de este tipo son un hallazgo habitual en campamentos militares como los de Vindolanda, Corbridge o Petavonium (Zamora), pues los soldados gustaban de jugar a él en sus horas de descanso.

Gracias a este hallazgo fortuito se ha podido hacer retroceder la aparición de juegos de mesa en Hispania más de cien años.
Foto: Equipo Puig Castellar
El juego de los ladrones
Sus reglas sin embargo han sido algo difíciles de reconstruir, pues solo aparecen mencionadas muy de pasada en las fuentes. Una de las más fiables es Ovidio que en su Arte de Amar pone las tácticas del juego como ejemplo de estrategias de conquista amorosa. Así pues a partir de su obra se ha deducido que el objetivo de la partida era matar las piezas del enemigo rodeándolas con dos de las propias, tras lo que el oponente debía salvarlas en su turno o sacrificarlas para amenazar una ficha enemiga. El encuentro se decidía finalmente cuando a uno de los jugadores no le quedaban fichas o no las podía mover por hallarse estas inmovilizadas.

Este juego estuvo presente por todo el imperio, en la imagen un tablero encontrado en Silchester (Inglaterra).
Foto: Wikimedia Commons
Sobre los movimientos las fuentes afirman que las piezas podían avanzar en línea recta y retroceder hacia atrás al verse amenazadas, por lo que seguramente se moverían también en diagonal y hacia los lados a ritmo de una casilla por turno. No obstante se podían bloquear las fichas del contrario sin matarlas, por lo que estar rodeado no significaba necesariamente la muerte, de este modo solamente se podría comer una pieza enemiga atrapándola entre dos de las propias.

Las piezas más comunes eran de vidrio o cerámica y su calidad variaba según los recursos del propietario.
Foto: Wikimedia Commons

Fichas de hueso como esta son un hallazgo poco habitual pero no excepcional.
Foto: Wikimedia Commons
Respecto a los tipos de ficha, el anónimo autor del Laus Pisonis describe a los dos bandos como claros y oscuros, algo confirmado por la arqueología. Las piezas de juego se hacían usualmente con materiales económicos como madera, vidrio o fragmentos de cerámica, pero también se han encontrado ejemplares más lujosos hechos de hueso. Asimismo parece que todas tenían el mismo valor, pues las diferencias de tamaño y aspecto entre ellas son tan mínimas que impiden identificar con certeza diferencias de rol. Sin embargo, algunos investigadores defienden que se dividían en calculi (fichas) vagi, más grandes con movimiento libre, y ordinarii de menor tamaño que solo se podrían desplazar adelante o atrás.
Sobre el tipo de despliegue las opiniones son encontradas: hay autores que defienden su colocación por turnos en todo el tablero mientras otros afirman que se dispondrían en un par de hileras a ambos lados, algo imposible de verificar dada la parquedad de las fuentes.
El número de ladrones que participaban en cada partida es un misterio, pero podría ser que cada equipo contara con el doble de fichas que el ancho en casillas del tablero como en el ajedrez, por lo que en el caso que nos ocupa se trataría de 32 o 22 fichas por bando. Parece ser también que el tamaño del tablero era variable, pues se han encontrado otros ejemplares con más o menos casillas que el del castrum, algo que no afectaba al juego al ser las reglas (y la proporción de fichas) siempre las mismas.
Esta tabula lusoria supone un importante avance en la reconstrucción del pasado de la Hispania Romana, pues muestra que los soldados llevaron consigo juegos y tradiciones que difundieron entre los indígenas, contribuyendo así en su romanización.