Roma, siglo I a.C. El joven Marco Terencio Agrícola (personaje ficticio), con 17 años apenas cumplidos, está a punto de dar el primer paso en su carrera política: ha sido elegido como triunviro de la moneda, uno de los pocos cargos que por ley puede desempeñar a su corta edad. Su familia espera mucho de él y tal vez algún día pueda llegar a censor, el último escalafón de la escalera política; pero para tener alguna posibilidad deberá ejercer primero todas las magistraturas previas que dispone el cursus honorum.
Con este término, traducible como camino o carrera de honores, se conoce la sucesión de todos los cargos políticos que podían ocupar los hombres de rango senatorial en la antigua Roma. El cursus honorum estaba pensado para que los elegidos -únicamente hombres con la ciudadanía romana- adquirieran gradualmente experiencia en las distintas responsabilidades de gobierno: seguía una secuencia por lo general estricta que contemplaba una edad mínima para cada magistratura y la obligación de revestirlas en el orden establecido, aunque en ocasiones dichos requisitos se modificaran o hicieran más laxos.
Los inicios de la carrera
El primer paso en la carrera política de un ciudadano era el vigintivirato, un conjunto de veinte cargos agrupados en tres áreas: justicia, moneda y mantenimiento de obras públicas. Estos aún no eran considerados de rango senatorial y servían a las órdenes de magistrados de mayor rango. Después de un año de servicio se incorporaban al ejército en calidad de tribunos o prefectos: aunque el servicio mínimo era de dos años, cuanto más tiempo sirvieran mejor posicionados estarían a la hora de empezar su carrera senatorial.
Cumplidos estos pasos previos, empezaba el cursus honorum propiamente dicho, que constaba de varios cargos ordinarios y algunos extraordinarios o exclusivos para una de las dos clases sociales (patricios y plebeyos). Para acceder a cualquiera de ellos había que ganar las elecciones anuales, en las que votaban los miembros de las diversas asambleas de representación popular, dependiendo del cargo. En estas elecciones tenía un gran peso la red clientelar de los candidatos, que ofrecían su protección a los menos privilegiados a cambio de su voto; por ese motivo, los cargos solían estar ocupados por miembros de las familias más ricas.
Los requisitos para acceder a las magistraturas pretendían evitar que unas pocas personas acaparasen todos los cargos, pero en la práctica no siempre se respetaban las reglas
Cada magistratura tenía una edad mínima, no podían ser revalidadas, el mandato duraba un año para la mayoría de ellas y debían pasar un cierto número de años entre el ejercicio de un cargo y otro. Todas estas disposiciones pretendían evitar que unas pocas personas acaparasen todos los cargos y se dedicasen exclusivamente a la política; no obstante, en la práctica no siempre se respetaban estas reglas, especialmente en tiempos de guerra o cuando un personaje era muy popular: en los últimos tiempos de la época republicana, no fueron pocos los casos de magistrados que ejercieron más de un consulado o desempeñaron sus cargos mucho más allá de lo que la ley preveía.
Las diferentes magistraturas se pueden agrupar en un escalón de cargos inferiores y uno de cargos superiores: la línea la marcaba un tipo de reconocimiento legal, el imperium, que solo poseían los magistrados superiores y que les otorgaba ciertos privilegios, como tener escolta y autoridad absoluta para ejercer sus poderes dentro de los límites de su cargo.

Diagrama del cursus honorum
Los distintos cargos, agrupados por rango en orden descendiente. En la columna izquierda, el número de magistrados para cada cargo la duración del mandato; en la derecha, la edad mínima y responsabilidades.
Foto: C.K. Ruppelt (CC)
Hacia la cúspide de la sociedad
En el escalón inferior se situaban los cargos de cuestor, edil y tribuno de la plebe. El cuestor se ocupaba de asuntos financieros como las pagas a oficiales, la supervisión del tesoro público o la asignación de recursos. El edil era responsable de un amplio abanico de asuntos urbanos como el abastecimiento de alimentos y agua, la organización de juegos y fiestas o el mantenimiento de obras públicas y templos, entre otros. El tribuno de la plebe era un cargo exclusivo para los plebeyos y tenía la función de representar y defender sus intereses frente al mayor poder de la clase patricia.
Las magistraturas con imperium eran principalmente dos: pretor y cónsul. Los pretores se ocupaban principalmente de cuestiones judiciales, aunque también podían ejercer como gobernadores de las provincias bajo la autoridad del Senado. Para acceder al cargo debían haber revestido al menos una de las magistraturas anteriores, aunque cuantas más hubieran ejercido más posibilidades tenían de ser elegidos.
El cónsul, equivalente a un jefe de Estado, era el cargo más importante y el objetivo final del cursus honorum
El cónsul era el cargo más importante de la carrera ordinaria, equivalente a un jefe de Estado. Tenía la responsabilidad de supervisar toda la maquinaria del Estado, proponer y hacer cumplir las leyes, garantizar la seguridad e integridad territorial como comandante supremo de las legiones y defender los intereses de Roma como su representante diplomático. También tenía el derecho y el deber de controlar a los magistrados de rango menor para que no se excedieran en sus funciones y, si era necesario, juzgarlos y castigarlos. Su poder era tan grande que, para prevenir que abusaran de él, en cada mandato había dos cónsules y cada uno tenía poder de veto sobre las decisiones del otro.
Terminado su mandato como cónsules, los ciudadanos podían aspirar a un cargo que no formaba parte del cursus honorum pero otorgaba un gran prestigio: el de censor, ocupado por dos ex cónsules elegidos por un mandato de año y medio y con funciones variadas. Se ocupaban principalmente de revisar las listas de ciudadanos y senadores y de controlar las cuentas del Estado, para detectar posibles errores o indicios de corrupción y, si lo juzgaban necesario, expulsar del Senado a miembros que consideraran indignos. También promovían proyectos de obras públicas como infraestructuras y templos, decidían a quién correspondía su ejecución, se encargaban de algunos ritos públicos y decidían la asignación de las tierras conquistadas entre los veteranos del ejército.

El asesinato de César en los idus de marzo
La acumulación de poder, aunque habitual, estaba muy mal considerada en Roma. Julio César fue asesinado por los senadores que desconfiaban de su poder absoluto, temiendo que pudiera proclamarse rey.
Foto: Oronoz / Album
Más allá del poder
En algunas de estas magistraturas -edil, pretor y cónsul-, el Senado podía decidir extender su mandato bajo la forma de promagistraturas. Los proediles, propretores y procónsules tenían las mismas funciones que sus equivalentes ordinarios y, de hecho, era común que hubieran ocupado dichos cargos con anterioridad. La diferencia era que los promagistrados ejercían sus funciones en las provincias: su asignación de debía a la necesidad creciente de disponer de magistrados con experiencia para el gobierno de los territorios conquistados; los procónsules, como máximos representantes de Roma, ejercían un poder casi absoluto sobre las provincias bajo su jurisdicción.
Además de las ordinarias, había un pequeño número de magistraturas extraordinarias. La más importante era la de dictador, elegido en circunstancias excepcionales, generalmente de guerra. Tenía plenos poderes en todos los ámbitos y no podía ser revocado ni sometido a juicio por las acciones emprendidas durante su mandato. Designaba como lugarteniente a un magister equitum, que comandaba la caballería y ejercía como su representante en Roma mientras él se encontraba fuera de la ciudad. Debido al poder absoluto que confería, el cargo de dictador estaba limitado a seis meses, aunque algunos lo excedieron: Sila lo ostentó durante más de dos años y Julio César fue nombrado, de forma absolutamente excepcional, dictador perpetuo.
Otras magistraturas fuera del cursus honorum eran las de naturaleza religiosa u honorífica, que aunque no otorgaban poderes políticos por sí mismas, aumentaban el prestigio y la influencia de quien las ejercía y mejoraban sus posibilidades de ser elegidos para los cargos oficiales. Entre estas cabe destacar la de pontífice máximo, la máxima magistratura religiosa del Estado; y la de princeps senatus, un miembro del Senado designado por los censores como representante y presidente del mismo.
A pesar de su aparente rigidez, el cursus honorum fue alterado muchas veces en la larga historia de Roma. Debido a la creciente extensión de sus dominios y a la complejidad de administrar las provincias, la tendencia fue a facilitar el acceso para poder disponer de un mayor número de magistrados: aumentar el número de cargos, rebajar los requisitos de edad, abrir a los plebeyos magistraturas anteriormente reservadas a los patricios e incluso aceptar a familias de linaje no itálico, lo que provocó importantes enfrentamientos con los sectores más conservadores del Senado.
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