Arte y negocio

¿Cuánto vale una obra de arte? Las historias oscuras detrás las pinturas más caras

Mujer con abanico, una pintura inacabada de de Gustav Klimt, se ha convertido en la obra más cara subastada nunca en Europa. Estos son los precios de escándalo de algunas obras de arte.

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Dama con abanico, de Gustav Klimt, ha establecido un nuevo récord en la historia de las subastas de arte en Europa y ha sido vendido por 86 millones.

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Dame mit Fächer (Dama con abanico), del pintor Gustav Klimt, el máximo representante de la secesión vienesa, la denominación del modernismo en Austria, acaba de ser vendida por 74 millones de libras (86 millones de euros) en una subasta celebrada en la sede de Sotherby’s en Londres. Incluyendo comisiones y otros gastos, el desembolso total del anónimo comprador ascendería a los 99 millones de euros, según la casa de subastas. Se trata del precio más caro que una obra de arte ha alcanzado nunca en una subasta en Europa. 

Dama con abanico es un retrato femenino en el que Gustav Klimt, a través de su particular estilo simbólico lleno de motivos decorativos representa a una mujer sosteniendo un abanico. La pintura, “una obra maestra de un artista en el apogeo de sus poderes”, según Sotherby’s, fue hallada en el taller de Klimt, inacabada, tras la repentina muerte del pintor, el 6 de febrero de 1918, lo que no ha impedido al comprador superar en 11 millones de euros el precio estimado antes de la subasta.

puntos negros del negocio del arte 

Por muy desorbitada que parezca esta cifra, no es ni de lejos la cantidad más cara pagada por una obra de arte, lo que reabre un debate tan antiguo como las subastas: ¿cuánto vale una obra de arte? ¿Existe una burbuja? ¿Ese precio es el reflejo de la calidad artística de la obra o por el contrario percibimos como mejores las obras que han alcanzado un mayor valor económico? Por no hablar de los aspectos morales o éticos que muchas veces acompañan a estas obras, de procedencia dudosa o directamente robadas o expoliadas. Reparos que también podrían ponerse muchas veces al origen de las fortunas de sus compradores.

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Varios espectadores fotografían Dama con abanico, de Gustav Klimt. La pintura fue hallada, inacabada, en el taller del artista tras la muerte del pintor.

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En este sentido, las obras de Gustav Klimt combinan varios ingredientes de este cóctel: precios desorbitados, nazismo, expolio y voluntades traicionadas. Es el caso de una de sus obras icónicas, Retrato de Adele Bloch Bauer I, pintada en 1907, un retrato de la esposa del industrial judío austriaco Ferdinand Bloch-Bauer. Tras el fallecimiento de Adele, en 1925, ella pidió en su testamento que las obras de arte de Klimt se dejaran en la Galería Belvedere de Viena después de la muerte de Ferdinand. 

Pero tras la llegada de los nazis al poder en Alemania y la anexión de Austria, en 1938, el propietario legítimo, Ferdinand, huyó a Suiza y su colección de arte fue requisada. A pesar de que en su testamento, Ferdinand –fallecido en 1945– legaba todos sus bienes, incluidas sus obras de arte a sus tres sobrinos, la galería Belvedere nunca restituyó la obra a sus legítimos propietarios, hasta que en 2006, después de un litigio de años, los tribunales establecieron que las obras habían sido robadas y debían devolverse a la familia. Los herederos legítimos vendieron la pintura por 135 millones al magnate de los cosméticos Ronald Lauder en 2006, que la trasladó a su museo en Nueva York, la Neue Galerie, donde todavía se exhibe. 

Expolio nazi y fraudes

En su momento, Retrato de Adele Bloch-Bauer I estableció un récord en el mundo del arte, aunque actualmente no es la más cara de las obras de Klimt. Ese honor lo tiene Serpientes de agua II, adquirida en 2013 por 187 millones de dólares por un oligarca ruso, Dmitry Rybolovlev. 

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Retrato de Adele Bloch-Bauer I es una de las obras más conocidas de Gustav Klimt. Fue vendida por 135 millones de dólares en 2006.

Fine Art Images/Heritage / Cordon Press

La historia de la obra tiene muchas similitudes con la anterior. Propiedad de una judía austriaca, su dueña se vio obligada a huir del país en 1938 dejando sus posesiones atrás. La pintura fue confiscada por los nazis, que se la entregaron al cineasta Gustav Ucicky. Tras la guerra, la pintura se consideró desaparecida hasta que en 2012, la viuda de Ucicky, Ursula, quiso ponerla a la venta a través de la casa de subastas Sotherby’s a través de un intermediario. En ese momento saltaron todas las alarmas, ya que la pintura figuraba en el registro de obras robadas por los nazis, y los herederos legítimos y Ursula llegaron a un acuerdo.

La venta de esta obra de arte también pone de manifiesto el lado más oscuro del arte y sus transacciones millonarias, cruzándose acusaciones de fraude. A partir de 2003, Dmitry Rybolovlev acumuló una importante colección de arte – con obras de Paul Gauguin, Auguste Rodin, Amedeo Modigliani, Pablo Picasso o el propio Klimt– a través del marchante de arte suizo Yves Bouvier, que, según parece, habría hinchado el precio de diversas obras para estafar a su cliente y obtener un beneficio muy superior a los honorarios que legalmente habría cobrado. Bouvier buscaba obras de los más destacados pintores contemporáneos para Rybolovlev, poniéndose de acuerdo con intermediarios para alterar el precio de las obras y repartirse los beneficios.

El retrato de Adele Bloch-Bauer I fue confiscado por los nazis a sus legítimos propietarios, una familia judía, que tan solo pudo recuperar su propiedad más de 60 años después.

Salvator Mundi, un caso paradigmático

En una de las operaciones bajo sospecha está involucrada la pintura que más adelante establecería el récord de la obra de arte más cara jamás subastada: Salvator Mundi, de Leonardo da Vinci. Se trata de un Jesucristo en posición frontal dando la bendición con la mano derecha mientras sostiene una esfera de cristal en su mano izquierda de la que no se habría conocido su existencia hasta el siglo XXI.

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Salvator Mundi, dudas sobre el cuadro más caro de la historia

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La historia de esta pintura es rocambolesca. Pintada alrededor de 1500 se habría perdido su pista en el siglo XVII hasta que unos marchantes de arte adquirieron una desvencijada pintura en una subasta inmobiliaria en Louisiana. Tras una intensa (y para muchos demasiado invasiva) restauración, los marchantes anunciaron que se trataba de un Leonardo perdido y lograron que fuera incluida en el catálogo de una retrospectiva sobre Leonardo de la National Gallery de Londres. Fue entonces cuando Rybolovlev adquirió la obra por 127 millones de dólares a través de Bouvier, aunque al parecer lo que hizo el marchante fue comprar la obra por unos 80 millones (con el dinero adelantado por Rybolovlev) para venderlo al magnate por los 127 finales.

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Salvator Mundi, atribuido a Leonardo da Vinci, es la obra de arte que ha alcanzado un precio más alto en la historia. 

Zumapress / Cordon Press

A pesar de ello, la compra no terminó de salirle del todo mal a Rybolovlev, ya que en 2017 Salvator Mundi fue subastado por 450 millones de dólares en Nueva York, a pesar de que muchos expertos dudan de su autoría. La subasta ejemplifica las argucias de las casas de subastas –que se llevan un porcentaje de la venta– para “ayudar” a la escalada de precios. La obra fue exhibida durante meses por todo el mundo, generando una espectación sin precedentes y, a pesar de tratarse de una obra el siglo XVI, se incluyó dentro de la subasta de Arte contemporáneo y de postguerra porque allí se dan cita las pujas más altas.

Las artimañas surtieron efecto y el comprador, como siempre un anónimo millonario –aunque actualmente se sabe que se trata del príncipe saudí, Mohammed bin Salman– decidió batir un récord hasta ahora inalcanzable. Nada más se supo de la obra. Al parecer Bin Salman la habría trasladado a su yate. Se da la circunstancia que sete príncipe saudí es el heredero de un régimen que destaca por su falta de respeto a las minorías y a los derechos humanos y ha estado implicado en asesinatos políticos. Otra de las cuestiones sombrías que el dinero deja en un segundo plano en este tipo de ventas, que suelen atraer a personajes más bien oscuros interesados no tanto por el arte, sino por el prestigio y la ostentación o por la inversión en unos bienes que hasta ahora no han parado de aumentar de valor.