Barcelona desconocida

La Criolla, el cabaret más famoso del barrio chino de Barcelona

Durante muchos años, el cabaret La Criolla, en la Ciudad Condal, se convirtió en lugar de encuentro de todo tipo de gentes que acudían allí a pasar un buen rato, huir de la policía o realizar todo tipo de trapicheos. Este mítico local, que hizo ricos a sus propietarios, acabó destruido en un bombardeo durante la guerra civil española.

En La Criolla se vivían las noches barcelonesas en un ambiente extremadamente distendido. La presencia de drogas era algo común, se consumían grandes cantidades de alcohol y el local contaba con habitaciones para que los clientes pudieran mantener relaciones sexuales. 

Foto: CC

Durante muchos años, tanto si vivías en Barcelona como si solo estabas de paso en la Ciudad Condal, La Criolla fue un lugar de visita obligada. Toda la flor y nata de la capital catalana, artistas, bohemios y también todo aquel que se creía alguien en los bajos fondos de la ciudad se daban cita allí. Hasta la prensa madrileña se hacía eco de las andanzas que tenían lugar en este mítico cabaret: "La Criolla es el centro aristocrático donde se funden los soldados del cercano cuartel de Atarazanas, los marinos de la Aeronáutica naval, los obreros sin familia, los chulillos, los carteristas, los vulgares ladronzuelos, los borrachos empedernidos que, en cuanto beben dos copas de más, trazan un programa político al ritmo de un charleston". Conozcamos la historia de este singular local.

Los bajos fondos de Barcelona

Durante la década de 1930, Barcelona fue una próspera y vibrante ciudad. El Paralelo se había convertido en la avenida con más cafés, teatros, cines y cabarets de toda Europa, aunque también allí se daban cita burdeles tan famosos como Casa Enriqueta, Madame Petit o El Manquet. Pero no todas las calles de Barcelona eran como esta moderna y cosmopolita avenida. Había otras zonas de la ciudad (como el actual barrio del Raval) que estaban recorridas por calles estrechas y sórdidas que acogían tabernas de mala muerte y cabarets nocturnos donde los traficantes de drogas realizaban sus trapicheos, sobre todo con cocaína (conocida como mandanga o, si era de buen calidad, mandanga chachi).

El actual barrio del Raval estaba recorrido por calles estrechas y sórdidas que acogían tabernas de mala muerte y cabarets nocturnos donde los traficantes de drogas realizaban sus trapicheos.

Ya en la década de 1920, el "distrito quinto" de la capital catalana empezó a conocerse como "barrio chino". El nombre, que haría fortuna, se lo dio el periodista y dramaturgo catalán Paco Madrid, quien lo acuñó para el primer artículo de una serie titulada "Los bajos fondos de Barcelona", que publicó en el semanario El Escándalo el 22 de octubre de 1925. Fue precisamente en ese año, cuando Antonio Sacristán, dueño de una taberna de marineros, y su socio, Valentí Gabarró, propietario de diversos inmuebles en el barrio (entre ellos un viejo prostíbulo), solicitaron una licencia al Ayuntamiento para abrir una sala de baile en el antiguo solar donde una vez se alzó "El vapor de la llana", una antigua fábrica de mantas ubicada en la calle Cid número 10, que fue pasto de las llamas. En sus bajos, los dos hombres abrieron su nuevo local: La Criolla.

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Un matón por encargado

La decoración de La Criolla era uno de sus muchos atractivos. Entre ellos estaban las columnas pintadas como si fueran palmeras que habían quedado como recuerdo tras el incendio de la fábrica y que los nuevos propietarios conservaron. También procuraron habilitar el lugar con todas las comodidades y novedades. As��, instalaron lo que para la época era una auténtica maravilla: un mostrador de cinc de doce metros de largo. La sala se completó asimismo con mesas, enormes espejos, palcos para invitados, una iluminación vanguardista y unos increíbles juegos de agua obra de Carles Buïgas, el ingeniero que había creado la fuente mágica de Montjuic. El local también disponía de ocho habitaciones privadas donde los clientes podían mantener relaciones sexuales por 30 céntimos, siempre y cuando se hiciera con discreción. Junto a la orquesta se dispuso también una de las primeras gramolas eléctricas. A su son, el público bailaba a ritmo de tango, jazz y charlestón. También se podía beber y muchos tomaban una copa de absenta, que era la consumición más económica.

La sala se habilitó con mesas, enormes espejos, palcos para invitados, una iluminación vanguardista y unos increíbles juegos de agua obra de Carles Buïgas, el ingeniero que había creado la fuente mágica de Montjuic.

El jefe de sala era un hombre muy devoto de la Virgen del Pilar llamado José Márquez Soria. Nacido en Almería, Márquez había trabajado en el hotel Ronceray de París como friegaplatos durante la Primera Guerra Mundial, y al finalizar la contienda llegó a Barcelona donde encontró trabajocomo acomodador en el cine Royal, hasta que acabó siendo el encargado de La Criolla. Conocido por todos como "Pepe, el de la Criolla", Márquez ejerció, entre otras cosas, como confidente de la policía. En el local, Pepe guardaba un gran palo detrás de la barra con el objetivo de "convencer" a los que armaban jaleo de que dejasen de hacerlo. También ayudaba a mantener el orden en la sala la instalación del primer cristal-espejo de Barcelona, situado en el primer piso, que permitía ver sin ser visto. "Pepe, el de la Criolla" sería asesinado en extrañas circunstancias el 29 de abril de 1936. Poco antes de su asesinato, Pepe había dejado el cabaret para abrir su propio local, el Barcelona de Noche. Las malas lenguas dicen que fue su propio exjefe, Antonio Sacristán, quien ordenó su muerte.

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Un "antro de perdición"

La Criolla tuvo también ilustres visitantes. Uno de ellos sería el famoso actor norteamericano Douglas Fairbanks Jr., que quedó maravillado con lo que vio: "No he visto una cosa parecida; ni en Saigón, ni en Shanghái, ni en Port Said, en ningún lugar", afirmó. También la escritora y filósofa Simone Weil tuvo la misma percepción cuando lo visitó durante su estancia en Barcelona en 1933. Pero a pesar de todo, la mala fama persiguió a La Criolla desde su inauguración en 1925. Uno podía encontrar allí gente de todo tipo, como marineros y contrabandistas, incluso, tras aprobarse la tristemente célebre Ley de Vagos y Maleantes en 1933. En este contexto, la revista Estampa publicó un articulo sobre la situación de la delincuencia en Barcelona y Madrid. En él describía asimismo las consecuencia que tendría la aplicación de esta ley en el ambiente en el barrio chino de la Ciudad Condal: "Si los hay optimistas, los hay también pesimistas. Los efebos de La Criolla se dan aires hombrunos y alargan los pasos a lo gañán por las callejuelas oscuras. Los cerilleros que ofrecían morfina y cocaína a las tres de la madrugada junto al cuartel de Atarazanas, no llevan ya más que cajas llenas de cerillas. Los rufianes franceses y polacos tienen sus maletas preparadas, y conocen las salidas de los barcos que ponen proa hacia todas las Marsellas del Mundo. Si aplican la Ley a rajatabla, el barrio Chino será un lugar deshabitado dentro de pocos meses. ¿Quién podrá reconocer en una calle del Arco del Teatro, habitada por profesores de Economía, higienistas y señoras del Ejército de la Salud, la entrada de aquella infecta y pútrida encrucijada de tantos caminos del mundo?".

La cantante estadounidense nacionalizada en Francia fue una de las visitantes más ilustres de las noches de La Criolla. Otros grandes nombres que frecuentaron el local fueron García Lorca, Douglas Faribanks Jr. o el escritor Jean Genet.

La cantante estadounidense nacionalizada en Francia fue una de las visitantes más ilustres de las noches de La Criolla. Otros grandes nombres que frecuentaron el local fueron García Lorca, Douglas Faribanks Jr. o el escritor Jean Genet.

Foto: CC

La Criolla tuvo ilustres visitantes. Uno de ellos sería el famoso actor Douglas Fairbanks Jr. que quedó maravillado con lo que vio: "No he visto una cosa parecida; ni en Saigón, ni en Shanghái, ni en Port Said, en ningún lugar", afirmó.

Otro asiduo del local fue el escritor francés Jean Genet, que al parecer se prostituía y transvestía para un chulo manco de origen serbio llamado Stiliano. El propio Genet cuenta en su obra Diario de un ladrón que "trabajó" en el burdel de Madame Petit y en la taberna La Mina. La Criolla acogió a lo largo del tiempo a muchísimos personajes famosos que acudieron allí atraídos por su controvertida fama, como la bailarina Josephine Baker, y grandes autores como Jacinto Benavente, Margarita Xirgu o Federico García Lorca. Pero sin duda el personaje más emblemático de la historia de La Criolla fue un joven cocainómano de buena familia llamado Lluís Serracant que en los ambientes nocturnos de la ciudad era conocido como Flor de Otoño. Este se transvestía por las noches en locales como Ca'l Sacristà, y de él se dijeron muchas cosas, entre ellas que en realidad fue un pistolero anarquista que acabó ejecutado durante la dictadura de Primo de Rivera.

En esta imagen aérea de la ciudad de Barcelona se puede ver el humo tras la explosión de uno de los proyectiles que impactaron en ella a lo largo de 1938, en plena Guerra Civil española. Fue durante uno de estos bombardeos cuando fue destruida La Criolla.

En esta imagen aérea de la ciudad de Barcelona se puede ver el humo tras la explosión de uno de los proyectiles que impactaron en ella a lo largo de 1938, en plena Guerra Civil española. Fue durante uno de estos bombardeos cuando fue destruida La Criolla.

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Decadencia y desaparición

En 1934, los propietarios de La Criolla, apenas nueve años después de su inauguración, ya se habían hecho de oro gracias al enorme éxito del local. Pero temiendo que les fuera expropiado por el Ayuntamiento a causa de un nuevo plan de urbanismo que comprendía el derribo de varios edificios, decidieron remodelarlo. Aunque a partir de entonces ya nada iba a ser lo mismo: los años dorados ya habían pasado y la competencia de otros locales, como el vecino Wu-Li-Chang, convirtieron a La Criolla en un recuerdo de lo que fue. Un recuerdo que desaparecería por completo cuando el 24 de septiembre de 1938, en el transcurso de la guerra civil española, el barrio sufrió un terrible bombardeo y la sala de fiestas fue arrasada por el impacto de una bomba. Esta vez, La Criolla no resurgió de sus cenizas.