De Crimea a Izmail: cuando Rusia conquistó el mar Negro

Tras anexionarse el kanato de Crimea, Catalina la Grande ordenó una gran ofensiva contra la fortaleza turca de Izmail. Su sangrienta conquista, en 1790, hizo del mar Negro un lago ruso.

01 conquista Crimea. Foto. Album

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En 1768, cuando apenas llevaba siete años en el poder, a Catalina de Rusia se le presentó la oportunidad de realizar una antigua ambición de sus antecesores: llevar los dominios de los zares hasta las orillas del mar Negro. En ese año, el sultán otomano declaró la guerra a Catalina en respuesta a una incursión de tropas rusas, iniciando la primera guerra ruso-turca. De inmediato, los rusos ocuparon Azov y Kerch, puertos estratégicos en la costa norte del mar, cuya posesión quedó confirmada en la paz con los turcos que puso fin al conflicto en 1774.

Pero eso no era suficiente. En esa paz, Crimea, antiguo kanato tártaro que estaba bajo protección otomana desde 1475, fue declarado territorio neutral, pero en 1783 Catalina decretó su anexión a Rusia e hizo construir de inmediato una base naval para su flota: Sebastopol.

La masacre de Ochákov

Los turcos trataron de reaccionar y en 1787 estalló la segunda guerra ruso-turca. Catalina puso sus tropas al man- do de Potemkin, su amante y primer ministro. Su primer objetivo fue Ochákov, poderosa fortaleza otomana en el estuario del Dniéper. Potemkin la asedió con un ejército de 50.000 hombres, pero se resistía a lanzar un asalto que causaría bajas masivas. En cambio, su lugarteniente, el general Suvórov, siguiendo su máxima de que "la bala es una estúpida y la bayoneta una compañera valiente", lo instaba a ordenar una ofensiva total.

En 1774, los puertos de Azov y Kerch quedaron en poder de Rusia y en 1787 Catalina decretó también la anexión de Crimea a su imperio.

La batalla de Ochakov

Foto: Fine Art Images / Cordon Press

Desde el campamento de los asediadores, la vista de las cabezas de prisioneros rusos decapitados colocadas en estacas a lo largo de las murallas turcas enardecía a las tropas zaristas. Finalmente, un audaz golpe de mano anfibio dio paso a un asalto general por parte rusa que se convirtió en una de las acciones más sangrientas de su historia militar: murieron, según se dijo, 20.000 rusos y 30.000 turcos. La noticia consternó hasta tal punto al sultán Abdul Hamid I que precipitó su muerte unos meses después.

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Al asalto de Izmail

Una vez controladas Crimea y el curso bajo del Dniéper, el ejército ruso podía avanzar por la costa septentrional del mar Negro hasta la desembocadura del Danubio. Justo allí, 80 kilómetros río arriba, en la frontera meridional de la actual Ucrania, se alzaba un formidable obstáculo: la fortaleza de Izmail. Recién remodelada por ingenieros alemanes y franceses, la fortaleza se alzaba sobre un anfiteatro natural y contaba con muros de 6 a 8 metros de alto, un foso de 12 metros de ancho por 6 de profundidad y la protección del mayor río de Europa por el flanco sur. En sus once baluartes asomaban 265 cañones y alojaba 35.000 soldados. Los expertos la consideraban inexpugnable.

El sitio se inició en la primavera de 1790, y Potemkin lo dirigió inicialmente con su habitual prudencia, hasta que a finales de noviembre de 1790, viendo que no se producía ningún avance, hizo llamar a Suvórov, "el general que jamás perdió una batalla". Decidido a tomar la plaza "a cualquier precio", Suvórov organizó nada más llegar un bombardeo despiadado y dispuso todo para un asalto general.

Decidido a tomar la plaza "a cualquier precio", el general Suvorov organizó un bombardeo despiadado contra Izmail.

La víspera del ataque, el 21 de diciembre de 1790, envió un mensaje al comandante otomano: "A la atención del serasker, sus oficiales y la población: estoy aquí con mis tropas. Tenéis veinticuatro horas para reflexionar. Podéis rendiros y conservaréis la libertad. Mis primeros disparos significarán que no habrá libertad. El asalto significará la muerte. Lo dejo a vuestra consideración". Los defensores rechazaron el ultimátum.

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Asalto a sangre y fuego

Al amanecer del día siguiente empezó el asalto. Los defensores combatieron ferozmente primero en las murallas y las puertas, luego en las calles y en cada una de las casas. Pero ante la aplastante superioridad rusa, la plaza se rindió ese mismo día. Suvórov cumplió su amenaza y sus soldados saquearon la ciudad durante tres días. Unos 40.000 habitantes, hombres, mujeres y niños, fueron pasados a cuchillo; sólo unos cientos sobrevivirían como prisioneros. Ninguno de los 4.000 soldados que resistieron en el último bastión junto al serasker Aidos Mehmet Pashá, ya decididos a rendirse, vivió para contarlo.

Roger de Damas, un francés al mando de una de las nueve columnas asaltantes, dio testimonio de que en cuanto los soldados rusos franquearon las murallas "sobrevino la más horrible carnicería"; "no es una exageración afirmar –añadía– que los desagües de la ciudad se anegaron de sangre". Suvórov confesaría años después a un viajero británico que, tras la masacre, se recluyó en su tienda y lloró.

"No es una exageración afirmar –añadía– que los desagües de la ciudad se anegaron de sangre", dijo un testigo sobre la toma de Izmail.

En cualquier caso, la toma de Izmail provocó la euforia entre las autoridades zaristas. Incluso fue celebrada en una canción que durante unos años sirvió de himno nacional ruso: "¡Resuena, trueno de la victoria!, ¡alégrate, valiente Rusia!, ¡adórnate con la sonora gloria!, ¡has derribado a Mahoma!", decía la letra compuesta por el poeta Derzhavin. La conquista obligó a los turcos a firmar la paz de Iasi, que sancionó el dominio ruso sobre la costa septentrional del mar Negro.

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El lago ruso

Lo que durante 300 años había sido un "lago turco" estaba en camino de convertirse en un "lago ruso". Izmail, sin embargo, fue devuelto a los otomanos y sólo pasaría a Rusia en 1809. En la conquista de Izmail jugó un papel muy destacado una flotilla de embarcaciones a remo tripuladas por cosacos, que operaban como una ágil fuerza de asalto anfibia, al estilo de las modernas infanterías de marina.

Al frente de ella se encontraba otra figura legendaria de la historia militar rusa. Le llamaban Ósip Mijáilovich Deribás. Pero había sido bautizado como José Pascual Domingo de Ribas y Boyons. Un español, héroe de Rusia Hijo de un funcionario barcelonés, De Ribas nació en Nápoles en 1749 e inició su larga carrera militar a los 16 años. A los veinte conoció al conde Aleksei Orlov, hermano de un amante de Catalina la Grande y agente secreto ruso, a quien ayudó a desarticular un complot contra la zarina. Casado con la dama de compañía preferida de la emperatriz, De Ribas ingresó con 23 años como voluntario en la flota del mar Negro y participó en las guerras ruso-turcas.

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En la segunda, tras la toma de Ochakov, De Ribas fue puesto al frente de la flotilla del Lyman, una escuadra de botes a remo típicos de la región, los llamados chaikas (gaviotas, en ruso), que transportaban a destacamentos de cosacos ucranianos, los llamados zaporosky, cuya confianza y obediencia se granjeó en poco tiempo. Cada bote, de unos veinte metros de eslora y tallado en el tronco de un solo árbol, con un timón en cada extremo para maniobrar en todas direcciones sin tener que girar, podría transportar a cincuenta hombres y estaba armado con hasta media docena de falconetes (piezas de artillería ligera). Con estas naves tomó y saqueó De Ribas diversas fortificaciones y puertos turcos, entre los que destacó Jadzhibey, sobre cuyas ruinas fundaría el militar hispano la ciudad de Odesa años después.

En 1790, la flotilla de José de Ribas contaba ya con 34 navíos y 48 chaikas con los que apoyaba a la escuadra del almirante Ushakov, que pronto se hizo con el control del mar Negro tras echar a pique las débiles escuadras otomanas. En el asedio de Izmail fue decisiva su audaz maniobra desde el Danubio, donde, contando con la protección del río, las murallas eran más débiles. De hecho, los otomanos presentaron la rendición ante De Ribas.

El meteórico ascenso de De Ribas no se detendría aquí. En 1791 fue nombrado comandante de la Flota del Mar Negro. En 1794, el militar español convencería a la zarina de la necesidad de construir un gran puerto comercial en el nuevo litoral ruso. Así nació Odesa, cuyos planos trazó junto con el ingeniero francés François de Bolan y en la que residiría, como primer gobernador, hasta 1797. Hoy un céntrico paseo, la Deribasovskaya, recuerda su figura.

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